martes, 13 de octubre de 2015

"Pero estamos vivos y estamos aquí" / A propósito del "adiós al chavismo"
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Las luchas revolucionarias de los pueblos tienen momentos de grandes victorias, pero también momentos de derrotas, de confusión, de repliegue, de preservación de fuerzas. En 1982 el movimiento revolucionario venezolano sufrió la represión enemiga en una serie de eventos que culminaron en la famosa Masacre de Cantaura, el 4 de octubre de ese año. Allí murieron 23 camaradas, amigos del alma, jóvenes soñadores que buscaban una Venezuela Socialista. A lo largo de todo el año 82 fueron 28 en total los guerrilleros muertos durante enfrentamientos en la zona oriental del país. A la vez que la represión en las ciudades generaba más de 200 revolucionarios detenidos en el Cuartel San Carlos y en la Cárcel de La Pica, principalmente (entre esos presos políticos, mi hermano Carlos).
En ese año nos vimos obligados a pasar a la clandestinidad, para preservar nuestra libertad (estábamos solicitados por una orden de captura de la DISIP y una citación del Tribunal Militar de Caracas). Estaríamos en la lucha revolucionaria clandestina durante seis largos años, hasta comienzos de 1988, cuando abandoné por profundas diferencias políticas la organización armada en la cual había militado hasta entonces. Durante ese período, en el cual tuve que alejarme completamente de mi familia y amigos, la canción del puertorriqueño Marvin Santiago resonaba todos los días en nuestra mente. La letra famosa de "Auditorio Azul" (https://www.youtube.com/watch?v=AowHYIdaw1c) se refiere al pensamiento de los presos con un mensaje de esperanza que aspira recuperar su libertad.
"Así es la vida, se pasa por todo. Pero estamos vivos y estamos aquí". Aunque la canción se refiere a delitos comunes y presos en general, no podía dejar de relacionar esa canción a lo que vivíamos los revolucionarios. Habíamos perdido varias decenas de valiosos combatientes revolucionarios, casi toda la dirección nacional estaba presa, además de una gran cantidad de militantes y cuadros medios. Los que quedábamos en la calle, en libertad, sometidos a una tenaz y brutal persecución policial y militar. Sólo en casa de mis padres en Caracas, donde viví hasta 1982, estuvieron viviendo enfrente durante siete años por lo menos tres agentes de la Disip o el DIM, esperando mi regreso para detenerme.
Siguiendo la canción, los presos políticos mantenían la moral esperando su pronta libertad para continuar la lucha revolucionaria. Y los que permanecíamos en la clandestinidad, educando, organizando y movilizando al pueblo en la defensa de sus reivindicaciones violentadas por la partidocracia adeco-copeyana. Para todos, estábamos vivos y era lo que importaba. A pesar de la derrota, el simple hecho de seguir vivos nos permitía volver a la lucha, seguir preparándonos para una nueva ofensiva revolucionaria que no dudábamos volvería a presentarse.
Toda una situación negativa para la lucha del pueblo, que tuvimos que afrontar estoicamente, sin vacilaciones, porque sabíamos que vendrían tiempos mejores, que las fuerzas revolucionarias encontrarían la manera de recuperarse de esa derrota político-militar y que la esperanza volvería a renacer para el pueblo venezolano. Una realidad que comenzó a cambiar a partir de la lucha estudiantil del marzo merideño de 1987, y principalmente con el levantamiento popular de febrero de 1989, más conocido como el Caracazo.
Valga esta reflexión a propósito del reciente debate sobre el supuesto adiós al Chavismo. Es cierto que la realidad nacional es muy confusa. Es cierto, como hemos afirmado en numerosos artículos publicados aquí en aporrea, que la revolución no ha podido resolver cuestiones básicas del programa revolucionario, y la incompetencia del equipo gobernante nos ha arrastrado a una crisis de enormes dimensiones, de la mano por supuesto de los planes conspirativos del imperio gringo y sus aliados dentro y fuera de Venezuela.
Pero es un error pensar que la revolución está derrotada, y más aún pensar que el chavismo como tendencia política haya fracasado. Creo que lo que está fracasando es una fracción muy particular del chavismo, algunos que se autodenominaron "los hijos de Chávez", pero que no han cumplido lo fundamental de su legado. Comenzando por el incumplimiento del Golpe de Timón, última orden del presidente Chávez el 20 de octubre de 2012.
Estamos asistiendo a la bancarrota de la burocracia chavista, pero la vigencia del legado de Chávez sigue "vivita y coleando" en el pueblo venezolano y latinoamericano. El error de Maduro, Diosdado y compañía es haberse creído como los únicos herederos del legado del comandante. Si eso fuera cierto, si en nuestros actuales gobernantes quedara resumido el chavismo como fenómeno histórico, pues sí podría hablarse de adiós al chavismo, del fracaso del proyecto chavista. Pero Chávez vive en el pueblo llano, y la esperanza revolucionaria no creo que vaya a desaparecer por ahora.
Es más, considero que esta profunda crisis que vive Venezuela servirá a las fuerzas populares como enseñanza para relanzar más temprano que tarde un nuevo ascenso revolucionario, corrigiendo los errores cometidos, y por supuesto, sustituyendo a estos dirigentes que no han estado a la altura de las necesidades históricas.
Chávez y su legado pervivirán por mucho tiempo en el pueblo venezolano y latinoamericano, mientras exista opresión capitalista-imperialista, mientras no se cumplan los objetivos de soberanía nuestramericana formulados desde la independencia, y mientras la desigualdad social y la explotación del capital predominen en nuestras sociedades.
Como decía Marvin Santiago en los ochenta, a pesar de la crisis seguimos vivos y estamos aquí, dispuestos a continuar la lucha revolucionaria por el socialismo.
A 48 años del asesinato de Ernesto Ché Guevara
¡ Patria o Muerte, Venceremos ¡
Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 9 de octubre de 2015
Diosdado elimina una conquista democrática del Presidente Chávez
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El pasado martes la Asamblea Nacional aprobó eliminar el voto directo para elegir a los diputados al Parlamento Latinoamericano. Queremos resaltar que la Asamblea Nacional Constituyente, la cual significó desde el punto de vista institucional el punto de arranque de este proceso revolucionario bolivariano, decretó el 4 de abril del año 2000 el "Estatuto Electoral del Poder Público", el cual en sus considerandos estableció de manera clara "que los representantes de Venezuela en los parlamentos Latinoamericano y Andino, respectivamente, deben ser elegidos en forma democrática, de manera directa y transparente por el pueblo".
En las tres elecciones parlamentarias realizadas desde ese entonces, los venezolanos hemos elegido de manera universal, directa y secreta a nuestros representantes ante el Parlamento Latinoamericano (años 2000, 2005 y 2010). Esa conquista democrática de la cual el presidente Chávez se ufanó en múltiples oportunidades, se acaba de perder gracias a la iniciativa de Diosdado Cabello y el lamentable voto de la fraccción parlamentaria del PSUV.
No hay argumento alguno que pueda esgrimirse para justificar esta medida. La supresión del voto universal y directo por un mecanismo de votación en segundo grado es regresar a la época de López Contreras, es retroceder a etapas que creíamos ampliamente superadas por la madurez democrática del pueblo venezolano.
La decisión de Diosdado implica volver a las prácticas de la vieja partidocracia adeco-copeyana, regresar al cogollerismo de los partidos que en conciliábulos secretos toman decisiones sin consultar con el pueblo. Ni más ni menos. Estamos de regreso en esta revolución.
Pensamos que el Tribunal Supremo de Justicia debería pronunciarse en este caso (la Sala Constitucional), para determinar si la Asamblea Nacional puede suprimir un derecho político que ya se ha ejercido por más de una década.
Proponemos que el mecanismo al cual debería recurrirse es la realización de una consulta o referendo de carácter nacional para que sea el mismo pueblo venezolano el que decida democráticamente si se restringen o mantienen sus derechos políticos.
Las conquistas revolucionarias del pueblo venezolano no deben suprimirse, ni siquiera por la necesidad aparente de la burocracia chavista de evitar contarse en un único circuito nacional. Por cierto, con esa decisión hacen ver ante el país que se ven como derrotados en una posible elección de carácter nacional. Aquí nadie es gafo ni se chupa el dedo. No tiene lógica que inmediatamente después de haber reunido más de diez millones de firmas, el PSUV tome ahora una decisión en la que descubre su falta de confianza en el respaldo popular y su temor a salir derrotado electoralmente.
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El voto directo: Fundamento de las luchas contra Gómez y Pérez Jiménez
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La burocracia chavista encabezada por Diosdado Cabello acaba de darle una patada a toda la experiencia histórica de luchas del pueblo venezolano, al eliminar el voto directo para elegir a los diputados al Parlamento Latinoamericano.

El voto directo fue la razón de ser de las luchas populares contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y contra sus sucesores López Contreras y Medina Angarita. El derecho a votar de manera libre, directa, para elegir a sus gobernantes, fue nuevamente la inspiración de las luchas que condujeron a los levantamientos civiles y militares de enero de 1958.
En octubre de 1945, la posibilidad cierta de que Eleazar López Contreras regresara como presidente, debido al retiro de la candidatura de Diógenes Escalante (figura de aparente consenso entre las fuerzas democráticas y revolucionarias) y el rechazo hacia el nuevo candidato propuesto, Angel Biaggini, generó la cadena de acontecimientos que condujeron al derrocamiento de Isaías Medina Angarita y permitieron la Constituyente de 1947, en la cual se alcanzaron significativos y revolucionarios avances en los derechos democráticos del pueblo venezolano.

Como se sabe, el sistema electoral imperante para 1945 era de tercer grado. Los concejales elegían a los diputados. Las asambleas legislativas regionales elegían a los senadores. Y el congreso elegía al presidente de la República. Sólo existía el voto universal para designar los concejos municipales, y ese voto universal estaba restringido a los varones que supieran leer y escribir.

En ese contexto de votación en tercer grado, la posibilidad de que López Contreras fuera electo por el Congreso como sucesor de Medina inspiró el alzamiento cívico-militar del 18 de octubre de 1945, el cual dio paso a un proceso democratizador que se expresó en la Asamblea Constituyente que fuera dirigida por Andrés Eloy Blanco. La constitución de 1947 permitió el voto universal, directo y secreto para elegir presidente, incorporando el voto de las mujeres y de los analfabetos. Esto lo decimos sin dejar de tener en cuenta la posterior traición abierta de Rómulo Betancourt y parte de la dirigencia de Acción Democrática luego del 23 de enero de 1958.

Luego de la independencia, el voto directo para elegir gobernantes fue una de las consignas fundamentales de las luchas populares en Venezuela. El mismo Ezequiel Zamora lo formuló de una manera muy clara cuando ocupó la ciudad de Barinas, el 18 de mayo de 1859: “Elección universal, directa y secreta del Presidente de la República, del Vicepresidente, de todos los legisladores, de todos los magistrados de orden político, y de todos los jueces”[i].
El voto directo fue restringido durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, y nuevamente limitado por los gobiernos de Cipriano Castro y de Juan Vicente Gómez. Antes de 1947, nunca se había ejecutado como tal una elección universal, directa y secreta para elegir al presidente de la república.

La lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez a lo largo de la década de 1950 perseguía el objetivo de reestablecer los derechos democráticos de los venezolanos, cercenados violentamente por el golpe militar del 24 de noviembre de 1948. La insurrección cívico-militar del 23 de enero de 1958 permitió restablecer ese derecho al voto directo para elegir a los gobernantes, aplastando de manera contundente la pantomima de plebiscito realizada por el dictador en diciembre de 1957.

Fue precisamente en ese contexto histórico vivido desde la guerra de independencia hasta 1999, que el presidente Hugo Chávez valoró en reiteradas oportunidades el avance logrado al instaurar el voto directo para elegir a los diputados al Parlatino. Chávez se inspiraba de manera indudable en el propio Zamora: “Elección universal, directa y secreta … de todos los legisladores”. Los diputados al Parlatino son eso, legisladores, son representantes del pueblo ante una instancia supranacional, instancia que también está inspirada en el pensamiento bolivariano cuando convocó al Congreso de Panamá y propuso la constitución de una Confederación Hispanoamericana.

Por donde se le mire, la decisión de la Asamblea Nacional al suprimir el derecho al voto directo para el Parlatino es un retroceso histórico de grandes proporciones, comparable a las medidas similares que tomaron en su momento Guzmán Blanco, Cipriano Casto y Juan Vicente Gómez.

Hasta ahora no hemos visto una justificación serie de dicha decisión, y nos preocupa el silencio general de figuras relevantes del proceso bolivariano como José Vicente Rangel, Julio Escalona, Carlos Lanz. Precisamente en un artículo reciente, Julio Escalona hablaba del sistema electoral en segundo grado que existe en los Estados Unidos como una de las críticas a enarbolar en la campaña antiimperialista contra el decreto de Obama. Resulta que la revolución no tiene moral para criticar a los Estados Unidos en ese aspecto, pues hemos procedido a instaurar un sistema similar de segundo grado para elegir al Parlatino.

Estamos buenos. Ahora imitamos a los gringos. Gracias a Diosdado Cabello y demás diputados del PSUV que respaldaron con su voto este retroceso histórico en los derechos democráticos del pueblo venezolano.

Decir que se suprime el voto directo al Parlatino porque los diputados se comportan de manera no acorde a sus funciones puede dar pie a que más adelante se supriman otros procesos de elección directa porque los elegidos no responden a los mandatos de quienes los eligieron. Ese argumento de Diosdado Cabello conduce directamente a la instauración de una dictadura. Por cierto, el gobierno ha venido suspendiendo todos los procesos electorales en los cuales puede perder: así ha ocurrido en el sindicato SUTISS de Sidor, en las elecciones estudiantiles de LUZ, en las elecciones rectorales y decanales de todas las universidades autónomas, en las elecciones rectorales de la UNA, y supongo que debe haber otros ejemplos similares.

Pero nuestra historia es la del cuero seco, como dijo alguien en el siglo XIX. Siempre los traidores terminaron siendo expulsados del poder y repudiados por la historia. Una rectificación general, encabezada por Maduro, inspirada en el Golpe de Timón que ordenara Chávez el 20 de octubre de 2012, es el único camino que puede evitar el descalabro (momentáneo) de este proceso revolucionario.


[i] El manifiesto de Barinas aparece citado en la obra de Manuel Landaeta Rosales, “Biografía del valiente ciudadano General Ezequiel Zamora”, 1961, pag. 321.
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¿En qué se parecen César Tovar y Carlos Marx?
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Cada vez que conozco de cambios gubernamentales me acuerdo de César Tovar, aquel insigne beisbolista venezolano que era capaz de jugar las nueve posiciones en un mismo juego.

Imitando la célebre frase de Carlos Marx en “La Ideología Alemana”, quien se refirió a las capacidades humanas que se pueden desplegar en la sociedad comunista, la cual hace posible que una persona se pueda dedicar “hoy a esto y mañana a aquello”, “que pueda cazar por la mañana, pescar por la tarde, apacentar el ganado por la noche y dedicarse a criticar después de comer, sin ser exclusivamente pastor, cazador, pescador o crítico”, la elite dirigente del chavismo se comporta cual si estuviéramos en pleno comunismo, aunque con algunas diferencias no contempladas por el célebre revolucionario alemán.

Marx suponía que el ser humano del comunismo había aprendido a cazar, pescar, pastorear y analizar críticamente, en un proceso formativo que hoy llamaríamos integral. No contemplaba que se pudiera ir a pescar sin tener el más mínimo conocimiento de ese arte, ir a pastorear el rebaño sin jamás haber visto a una vaca o un chivo, ni pretendía que se podía ser teórico a partir del analfabetismo funcional.

Pero en esta revolución se puede ser ministro de educación sin haber dado jamás una hora de clase como educador; se puede ser ministro de comunicación sin ser comunicador; se puede ser ministro de ciencia y tecnología sin haber dirigido jamás una investigación científica; se puede seguir ocupando cargos aunque se venga de fracasar rotundamente en diferentes y diversas responsabilidades anteriores.

Pareciera que la única habilidad requerida para ocupar un cargo en este gobierno es la de ser piquito de oro. Saber hablar sin parar y sin sentido por varias decenas de minutos, no importando que al final nada se diga y por derivación, poco o nada se haga.

Por ello no profundizo mucho en el análisis de los nuevos cambios que se van anunciando. No creo que los nuevos purgados sean más o menos socialistas que quienes hoy los purgan, o más o menos revolucionarios que los purgados con anterioridad. La diferencia que vemos es que a unos los purgan en cámara lenta, y a otros de zopetón. Y que de manera inexorable se reduce cada vez más el plantel original de los pretendidos “hijos de Chávez”, recorriendo un camino parecido al que en otros tiempos históricos condujo a la caída de gobiernos que en un inicio gozaban de una amplia base de apoyo y que terminaron en un profundo aislamiento que facilitó su desplazamiento del poder.

En febrero de 2013, antes de que se anunciara la muerte del comandante, en artículo publicado en Aporrea (“Poder del pueblo y continuidad del proceso revolucionario”, http://www.aporrea.org/actualidad/a160175.html), advertíamos que la salida de Chávez del poder generaba una crisis de gobernabilidad “en la cual se van a producir constantes reacomodos cuyos protagonistas y tendencias no se pueden predecir con exactitud”.

Decíamos además: “el actual liderazgo chavista va a deteriorarse a medida que pase el tiempo. Las causas: ninguno de ellos posee las cualidades de líder que tiene Chávez y por tanto ninguno está en condiciones de generar el consenso que existía cuando Chávez estaba al frente del gobierno. El deterioro del consenso implicará un deterioro de la gobernabilidad sobre las instituciones nacionales, regionales y locales. De manera general, se puede decir que la revolución bolivariana tendrá dificultades para su continuidad en el largo plazo con el actual liderazgo que ha constituido el entorno inmediato de Chávez durante estos 14 años”.

El desarrollo de esa ingobernabilidad lo resumíamos así:

1. Una lucha interna por un nuevo reparto del poder dentro del chavismo.
2. Un deterioro de ese liderazgo ante el pueblo venezolano que respalda al proceso.
3. Una amplia conspiración del imperio por penetrar a los distintos liderazgos civiles y militares del chavismo para irrumpir desde allí propiciando la caída del proceso revolucionario.

Todos estos procesos se han venido desarrollando luego de la muerte de Chávez, tal como lo consideramos en ese artículo que escribimos entre diciembre 2012 y enero/febrero de 2013.

Concluíamos el citado documento afirmando que “el alejamiento de Chávez del poder abriría un escenario de incertidumbre y posible crisis política en Venezuela, incorporando amenazas a la continuidad del proceso revolucionario y abriendo las puertas para que la burguesía internacional y sus aliados internos intenten retomar por diferentes medios el poder político”.

También proponíamos alternativas políticas a desarrollar para prevenir el colapso de la revolución: “La garantía de continuidad del proceso revolucionario dependerá del surgimiento de nuevas formas de liderazgo popular colectivo que nazca al calor de la difícil confrontación política que será la característica de los meses y años venideros”.

“De no producirse el fortalecimiento de dicho liderazgo revolucionario alternativo, es probable que terminen predominando las tendencias reformistas que dentro de la burocracia chavista empujan a un acuerdo general con la burguesía criolla y el imperialismo yanqui como fórmula para “salvar y mantener” el proceso bolivariano.
De imponerse esta última tendencia, se puede producir progresivamente la retoma del poder por el imperialismo, y los líderes reformistas y conciliadores provenientes del chavismo pudieran progresivamente ser desplazados por más confiables líderes de la burguesía tradicional. Ese proceso pudiera llevar varios años, incluso todo el período presidencial actual (2013-2019)”.

Hasta hoy, 29 de diciembre de 2014, los hechos políticos en Venezuela marchan de acuerdo a nuestras previsiones de hace dos años. El gobierno no ha propiciado el desarrollo de nuevas formas de liderazgos revolucionarios que incorporen al pueblo organizado y que actúen como alternativa ante la continuidad burocrática del estilo de gobierno neoadeco que se ha impuesto progresivamente en el chavismo.

En contrario, el gobierno ha venido reduciendo progresivamente su base de apoyo popular y expulsando del círculo gobernante no sólo a connotados miembros de esa burocracia, sino a importantes activistas revolucionarios y comunicadores alternativos a los cuales se les han cerrado las puertas en todas las instancias gubernamentales.

A estas alturas veo muy difícil que se vaya a cumplir en algún momento el golpe de timón que exigiera el presidente Chávez el 20 de octubre de 2012 (aunque todavía no descarto este escenario, tal vez por mantener la esperanza de que la revolución pueda sostenerse y salir de esta profunda crisis que la amenaza seriamente).

Por otra parte, considerando las recientes sanciones contra funcionarios venezolanos aprobadas por Obama, y la ola de rumores que la derecha viene propiciando en el país, creo que el gobierno de los Estados Unidos busca acabar con la revolución bolivariana tratando de producir un acto de fuerza que parta desde el propio chavismo (tal como lo preveíamos en el documento de 2013 ya citado), aprovechando la profundización creciente de la crisis económica. Si Maduro saliera del poder se abriría la puerta para el caos en Venezuela. Cualquier cosa pudiera suceder, y la mayoría de ellas podrían ser muy negativas para las grandes mayorías populares que han respaldado este proceso revolucionario.

Por el momento observamos con preocupación que se continúa con el deterioro de la imagen gubernamental y se presentan cada vez más flancos por donde el enemigo puede atacarnos y derrotar de manera definitiva a la revolución bolivariana. Este deterioro puede llegar en un tiempo relativamente cercano al derrumbe propiamente dicho, ya sea por una derrota electoral, o porque se produzca un acto de fuerza que saque del poder al chavismo.

Hasta ahora no observamos un proceso que permita repotenciar al grupo dirigente. Los eventos realizados este año: el congreso del PSUV, el congreso del GPP, el congreso de la CBST y otros eventos similares, se limitaron a reproducir una serie de clichés, no tuvieron un debate real sobre los grandes temas de la crisis venezolana, fueron eventos teledirigidos que reunieron activistas para hacer bulto y aplaudir. De ellos no ha salido fuerza social alguna que pueda incidir en la realidad de la calle, en la verdadera confrontación de clases que se desarrolla en los centros de trabajo y en las instituciones públicas.

En aras de avanzar por el camino de la construcción de ese liderazgo revolucionario alternativo, en la Plataforma Zuliana en Defensa de los Trabajadores y la Nación, que agrupa a una decena de colectivos populares, nos hemos propuesto realizar en Maracaibo en el primer mes de 2015 una asamblea de movimientos sociales que debata los fundamentos políticos, económicos y organizativos que deben guiar a estos colectivos revolucionarios a lo largo del difícil año que se avecina.

Deseando a todos los venezolanos de buena voluntad que pasen unas felices fiestas de fin de año en compañía de familiares y amigos, nos veremos nuevamente en el 2015 en la primera trinchera de la lucha de clases por el socialismo.
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miércoles, 5 de agosto de 2015

LA LUCHA DE CLASES EN EL SIGLO XXI
LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA Y EL MUNDO[1]


Roberto López Sánchez[2]. Carmen Alicia Hernández Rodríguez[3]. Maracaibo, Venezuela.

RESUMEN:

El trabajo analiza los movimientos sociales como expresión de una renovada lucha de clases en pleno siglo XXI. Se considera el concepto marxista de clase social y se actualiza el mismo considerando los más recientes aportes de teóricos a nivel mundial. Se asume un concepto amplio de clase trabajadora, entendiendo como tal a los diversos grupos sociales que de una u otra forma sufren la opresión del capital, y no sólo a los obreros fabriles. Incorporamos el concepto de multitud, el cual no disipa la función histórica de la lucha de clases ni el principio de clase como tal, sino que las explica en la realidad que nos toca vivir. Los movimientos sociales de la última década han surgido tanto en el seno de regímenes autoritarios como en reconocidas democracias liberales, expresando todos ellos la lucha de nuevos actores políticos que enfrentan la ofensiva capitalista neoliberal tanto en los países periféricos como en las grandes economías centrales. En ellos los obreros fabriles encuentran sus iguales en los desocupados, en los campesinos, en las mujeres, en los indígenas, los afrodescendientes y en toda la multitud de manifestaciones políticas que insurgen simultáneamente contra el neoliberalismo. Los movimientos sociales del siglo XXI permiten descartar la teoría del “fin de la historia” de Fukuyama y replantean nuevamente la lucha de clase como expresión inherente al sistema capitalista, no sólo como defensa de unas determinadas condiciones de vida y de trabajo, sino también como búsqueda de una forma más humana de concebir la organización social.

Palabras clave: clases sociales, lucha de clases, movimientos sociales, multitud.

INTRODUCCION

La lucha de clases en el siglo XXI ha trascendido las expresiones clásicas manifestadas en los siglos anteriores y que sirvieron a los grandes teóricos del marxismo para formular sus propuestas sobre las estrategias a seguir para alcanzar una sociedad alternativa al capitalismo. Pretendemos aquí reflexionar teóricamente sobre la relación entre las ideas marxistas sobre las clases sociales, y cómo estas se empalman con la nueva realidad de una lucha de clases encabezada por los llamados “movimientos sociales”. De la tradicional confrontación entre burguesía y proletariado, que predominó hasta mediados del siglo XX, se ha pasado a nuevos escenarios de confrontación en los cuales participan otros grupos sociales distintos a los trabajadores industriales, e incluso estos trabajadores ya no son el sector mayoritario ni “dirigente” de los procesos de cambio social de la actual centuria.

SOBRE EL CONCEPTO DE CLASE SOCIAL.

Las clases sociales no constituyen una creación teórica del marxismo. La existencia de clases sociales fue reconocida desde la misma Grecia antigua, por autores como Aristóteles, quien dividía a la sociedad entre esclavos y hombres libres. En su obra La Política, Aristóteles establece incluso una relación entre el predominio de determinadas clases sociales y las formas de gobierno existentes.

En la obra de Carlos Marx no encontramos una definición detallada sobre las clases sociales. En el capítulo LII del tomo tercero de El Capital, titulado “Las Clases”, Marx inició el proceso de definir a las clases sociales, pero el manuscrito nunca fue culminado por el autor (Marx, 1980-a: 888).

En ese manuscrito, Marx se refiere a los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, como las tres grandes clases de la sociedad capitalista moderna. De lo expuesto por Marx en esa y otras obras, podemos deducir que su concepto de clases sociales consideraba un nivel de abstracción que partía del análisis del modo de producción de una sociedad determinada (en este caso, del modo de producción capitalista) (Dos Santos, 1976: 24).

Como los modos de producción tienen una dinámica propia derivada de las relaciones contradictorias que se desarrollan en su seno, (tanto a nivel de las fuerzas productivas como de las relaciones de producción que asumen los seres humanos en el proceso de producción social), el concepto o la definición de las clases sociales en un modo de producción determinado va ligado al desarrollo de la lucha de clases.

Las clases sociales son resultado de esas relaciones antagónicas presentes en cada modo de producción, y el estudio de las mismas va ligado a la comprensión del concepto de lucha de clases. Para Marx la lucha de clases era “el motor de la historia”, el mecanismo que originaba los cambios en las sociedades. Más específicamente, Marx hizo énfasis en que la lucha de clases conducía a que una formación social determinada fuera sustituida por otra[4].

Los marxistas del siglo XX utilizaron la conceptualización de las clases sociales que propusiera el principal teórico y dirigente de la revolución soviética, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin[5]:

“Las clases son grandes grupos de hombres (y mujeres, agregamos nosotros) que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones en gran parte quedan establecidas y formuladas en las leyes), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo de otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social” (Lenin; 1971-a: 228).

Esta definición implica una serie de aspectos básicos que aún hoy siguen definiendo el papel de los trabajadores dentro del capitalismo globalizado:

1.      Las clases sociales responden a épocas históricas determinadas. Cada formación económico-social genera sus propias clases sociales. La clase obrera, o clase trabajadora como preferimos denominarla hoy en día, ha tenido su desarrollo fundamental en el sistema económico capitalista. Aunque no dejamos de reconocer que en términos históricos, se pueden haber identificado relaciones salariales en otros sistemas productivos distintos al capitalismo, sólo que en los mismos esa forma de relación productiva no estaba generalizada.
2.      La existencia de clases sociales presupone la desigualdad entre los miembros del colectivo humano específico. Implica un reparto inequitativo de la riqueza social. Los hombres y mujeres de la sociedad estudiada se involucran en el sistema productivo de diferentes formas. Cada una de esas formas de relación con la producción implica ventajas o desventajas para cada uno de esos grupos humanos. Las profundas diferencias sociales que genera el capitalismo, tanto en la época de los clásicos marxistas (mediados del siglo XIX e inicios del siglo XX) como en estas primeras décadas del siglo XXI, son la constatación más contundente de la existencia de clases sociales.
3.      Estas distintas formas de relacionarse con el sistema productivo se establecen en las leyes y normas de la sociedad específica.
4.      El aspecto fundamental que establece esas diferencias sociales es la relación con los medios de producción. Más específicamente, por las relaciones de propiedad para con esos medios de producción. En el capitalismo, los trabajadores no poseen propiedad sobre los medios productivos, sólo cuentan con su propia fuerza de trabajo, la cual tienen que vender para poder subsistir, empleándose al capitalista, quien es propietario de los medios de producción (las fábricas, las tierras).
5.      La existencia de clases sociales implica también que las mismas participan de diferentes formas en la “organización social del trabajo”. La burguesía, propietaria de los medios de producción en el capitalismo, es la que organiza, dirige y administra las fábricas y centrales agrícolas. El trabajador, aún hoy en día, poco o nada incide en esa labor de “organizar el trabajo”.

Esta concepción de Lenin sobre las clases sociales ha sido enfrentada recientemente por una serie de autores marxistas que interpretan de forma diferente el pensamiento de Marx y que califican a las definiciones del tipo de Lenin como “sociológicas”.

Richard Gunn[6] establece que el pensamiento de Marx consideró a las clases como una relación social (Gunn, 2005: 19). Esto implica oponerse al criterio “sociológico” que define a las clases como grupos de personas, pues eso sería absolutizar las relaciones sociales, cuando en la realidad del sistema capitalista, una misma persona, o un grupo de individuos en particular, puede estar sometido (incluso a lo largo del día) a diferentes tipos de relaciones sociales.

Para este autor, la sociedad burguesa (la relación capital-trabajo) está presente, totalmente presente, aunque de manera cualitativamente diferente, en cada uno de los individuos que forman los momentos o partes de la sociedad (Gunn, 2005: 29). Apoyándose en Lukács, considera fundamental recurrir al concepto de totalidad, en el sentido de que para entender el concepto de clase social hay que considerar la totalidad de las relaciones sociales existentes en el capitalismo.

La definición de clase social va implícita en la noción misma de lucha de clases. Marx habla de que la clase obrera se convierte propiamente en una clase cuando es “clase para sí”, y que eso se logra sólo a través de la lucha política (Marx, 1979: 142).

“Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha,… esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política” (Marx, Miseria de la Filosofía).

Por ello insiste Gunn en que la clase obrera no puede ser vista como un lugar específico, así como sería erróneo igualmente las consideraciones del “marxismo sociológico” referentes a la clase obrera como “clase dirigente” del proceso revolucionario, y a la necesidad de alianzas con otras clases sociales (las llamadas clases medias, pequeña burguesía, etc.). Hasta el mismo concepto de partido de la clase obrera queda en entredicho y Gunn termina considerándolo como “variación de un modelo burgués”. Para este autor, “la política auténticamente marxista equivale a una política de tipo anarquista” (Gunn, 2005: 26).

En un sentido similar, Werner Bonefeld[7] argumenta que la revolución socialista implica el final del concepto de clase, diferenciándose de quienes la consideran como el triunfo de la “clase obrera”. Puesto que la clase obrera se deriva de una relación social, la relación entre el trabajo asalariado y el capital, al desaparecer dicha relación desaparece la clase obrera como tal (Bonefeld, 2005: 39). Para este autor, más que establecer en nombre de quién se actúa, hay que definir en qué lado de la división de clases se encuentra uno.

El triunfo revolucionario y la instauración del socialismo implicarían la desaparición de las relaciones de producción capitalistas, es decir, la desaparición del trabajo asalariado y del capital, y con ello, la desaparición misma de la clase obrera en tanto su consideración anterior como “clase” propia del sistema capitalista. Sin capitalismo, sin explotación del trabajo asalariado, dejaría de existir también la clase obrera como tal.

En la misma dirección, autores como Michael Hardt y Toni Negri proponen repensar las tradicionales ideas sobre las relaciones de clase, propias de la izquierda comunista y socialista (Hardt y Negri, 2008: 89). Reconocen que con el término “clase obrera” generalmente se ha hecho referencia sólo a los trabajadores industriales, excluyendo a los trabajadores precarios, a las mujeres del trabajo doméstico, a los trabajadores de la agricultura, etc. En contraposición proponen la categoría de “multitud”, concebida como la suma de la singularidad y la cooperación, como una realidad en la que colectivos sociales diferentes se organizan de forma autónoma, pero que son capaces de colaborar entre ellos.

“Lo que nosotros afirmamos es que existe la posibilidad de una concepción mucho más tolerante y común del trabajo y, por lo tanto, de una organización política abierta y horizontal del mismo, basada en esa noción de singularidad y cooperación que da cuerpo al concepto de multitud” (Hardt y Negri, 2008: 89).

Hardt y Negri identifican a los nuevos movimientos antiglobalización como expresión de esa “multitud”. Y lejos de concebirse como una propuesta teórica acomodaticia, los autores engranan este concepto de multitud en una perspectiva teórica general que se identifica con la transformación revolucionaria del capitalismo globalizado: “el único camino para realizar la democracia de la multitud es el de la revolución” (Hardt y Negri, 2008: 79).

Otro autor de recientes participaciones en la política latinoamericana, como Heinz Dieterich, a quien se atribuye el término “Socialismo del Siglo XXI”, también defiende una perspectiva ampliada de “sujeto de cambio” en el actual capitalismo globalizado. Dieterich reconoce que la clase obrera seguirá siendo un “destacamento fundamental” de la lucha transformadora, pero probablemente no constituirá su “fuerza hegemónica” (Dieterich, 2007: 149). Lo que él denomina la “comunidad de víctimas del capitalismo neoliberal” es más amplia, es multicultural, pluriétnica, policlasista, de ambos géneros y global, integrada por todos aquellos que coincidan en la necesidad de democratizar a fondo la economía, la política, la cultura y los sistemas de coerción física de la sociedad mundial.

Entre esa comunidad de víctimas que son potenciales sujetos de cambio, Dieterich ubica a los sectores precarios, los indígenas, las mujeres, los intelectuales críticos, los cristianos progresistas, las ONG’s independientes (Dieterich, 2007: 150).

Suscribimos este concepto de la clase obrera en un sentido amplio, como una relación social, superando la visión anterior que la entendía como un lugar específico, como un grupo de personas claramente delimitado. Esta concepción implica asumir un concepto sobre las clases sociales más amplio, complejo y flexible que el que anteriormente impuso la “sociología leninista”. Por clase trabajadora se entiende entonces a los diversos grupos sociales que de una u otra forma sufren la opresión del capital, y no sólo a los obreros fabriles. En esta visión amplia de la clase trabajadora, entran las amas de casa, los desempleados, los movimientos indígenas, ecologistas, pacifistas, de diversidad sexual, de afrodescendientes, los movimientos estudiantiles, campesinos, de profesionales, los cooperativistas, e incluso los sectores de pequeños productores y pequeños comerciantes.

EL ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES.

Las primeras teorías que intentaron explicar a los movimientos sociales, se ubicaron en una explicación psicológica de los mismos, considerándolos como producto de la alienación, la ansiedad, la frustración y la atomización social, es decir, como formas de conducta desviada. Por ejemplo, el estudio de Gustave Le Bon, Psicología de las masas, 1895 (Pérez, 1993: 149); y los sociólogos de la llamada Escuela de Chicago: Ralph Turner, Lewis Killiam, Talcott Parsons, Neil Smelser y Robert Merton (Aranda, 2000: 227). Estas teorías fueron desplazadas progresivamente, luego de los grandes movimientos de la década de los 60, por dos grandes tendencias que intentaban buscar las raíces sociales de la protesta colectiva: la teoría de la movilización de recursos, desarrollada principalmente en los Estados Unidos, y la teoría de la construcción de la identidad colectiva, desarrollada en la Europa occidental (López, 2007: 25).

Las teorías sobre los movimientos sociales tienen su referente en las sociedades de Europa Occidental y los Estados Unidos, y su aplicabilidad en las sociedades latinoamericanas es relativa. Además, dichas teorías fueron formuladas en un período histórico de relativa estabilidad política en los centros del capitalismo mundial, particularmente en el período de la llamada posguerra, durante el cual los sistemas representativos y los mecanismos de participación no estaban sometidos a las presiones que hoy día, en el contexto de la profunda crisis económica que estamos presenciando en los países de la Unión Europea y en los propios Estados Unidos.

El estudio de los movimientos sociales sufrió un cambio de paradigma a raíz de los grandes movimientos de protesta de la década de 1960 (Rubio, 2004: 3). Luego de los 60, ya no se podía aceptar que los participantes en las protestas fueran individuos anómicos e irracionales, como habían defendido los seguidores de las teorías sobre la sociedad de masas; los nuevos investigadores habían descubierto que se trataba de individuos racionales, bien integrados a la sociedad, miembros de organizaciones, y que en sus acciones de protesta estaban impulsados por objetivos concretos, valores generales, intereses claramente articulados y cálculos racionales de estrategia (Pérez, 1993: 162).

La teoría de la movilización de recursos, formulada por autores como Charles Tilly, John McCarthy, Mayer Zald, Doug McAdam y Sidney Tarrow, plantea que para que surja un movimiento social no basta con las razones para la protesta (privaciones, etc), sino que es fundamental disponer de recursos y de oportunidades para la acción colectiva, haciendo énfasis principal en la existencia de la organización como recurso fundamental para la movilización (Mc Adam, 1996) (Tarrow, 1997).

Por tanto, no es la privación o el malestar social, sino la prosperidad lo que facilita la aparición y el auge de los movimientos sociales, pues la prosperidad es la que permite disponer de mayores recursos. Tanto de mayores recursos personales, debido a la adhesión de individuos por razones de conciencia, es decir, de individuos que al tener resueltos sus problemas vitales básicos, disponen de recursos excedentes en tiempo, dinero y energía para dedicarlos a las actividades del movimiento ; como de recursos materiales más abundantes.

En cuanto a la organización, se hace énfasis en la diferencia entre la organización de los movimientos sociales de protesta con las organizaciones burocráticas tradicionales (partidos, sindicatos, etc.). Las organizaciones de los movimientos sociales contienen grupos diversos, sin un mando único, con multiplicidad de liderazgos y de objetivos, y con canales de comunicación entre sí. En algunos casos, dichas organizaciones evolucionan hacia su institucionalización burocrática, pero ello ocurre sólo cuando el mismo movimiento social ha perdido su potencia movilizadora inicial.

En cuanto a las oportunidades para la acción colectiva, la teoría de la movilización de recursos plantea que los movimientos sociales son una forma de hacer política por otros medios, y más en concreto, por los únicos medios con que cuentan los grupos desprovistos de poder y que por ello no consiguen acceder a las formas institucionalizadas de acción política.

Los cambios favorables en el sistema político permiten que surjan movimientos sociales: uno de ellos es la mejora en la situación habitualmente poco favorable de los grupos de oposición. Un segundo factor es la aparición de crisis políticas, cuando la posición hegemónica de los grupos o coaliciones dominantes se debilitan a consecuencia de la crisis, generando una ampliación de las oportunidades políticas para los grupos opositores. Un tercer elemento sería la ausencia o el uso restringido de la represión estatal, lo cual suele ocurrir en conexión con los dos factores ya citados.

Otro aporte teórico a considerar para esta investigación está representado en la teoría de la construcción de la identidad colectiva, cuyos principales representantes son, entre otros, Alberto Melucci (Melucci, 1990), Alain Touraine (Touraine, 1990) y Claus Offe (Offe, 1988).

Esta teoría presta especial atención a los cambios estructurales del sistema capitalista que han dado origen a los nuevos movimientos sociales. En ruptura con el paradigma tradicional que veía a los movimientos sociales como expresión del enfrentamiento entre empresarios y trabajadores, o de manera más general, como una lucha de clases cuyo principal protagonista era el movimiento obrero, plantea la novedad de los movimientos estudiantiles, feministas, ecologistas y pacifistas, para poner algunos ejemplos, los cuales tienen poco o nada que ver con la clase obrera. Hay nuevos actores, nuevos objetivos, y nuevas formas de acción social. La explicación radica en que el desarrollo del capitalismo, en los países industrializados fundamentalmente, fortaleció a un importante sector de clases medias que suministró la base social para los nuevos movimientos.

Enfatizan los europeos en las diferencias entre las organizaciones de los nuevos movimientos sociales con las organizaciones formales tradicionales. Las primeras están caracterizadas por la actividad, la participación, el compromiso y la acción consciente; las segundas en cambio están jerarquizadas, con división de tareas y pasividad de la mayoría de sus miembros.

En los movimientos, el líder es un activista, la legitimidad se basa en el carisma, las relaciones entre los miembros tienen fuertes componentes emocionales, la lucha se dirige a objetivos ideales y se plantea en forma de rupturas radicales, y el público al que el movimiento atrae es joven en su mayoría. En cambio, las organizaciones formales tienen como dirigentes a administradores o gestores, su legitimidad es de carácter burocrático, las relaciones internas están dominadas por la racionalidad, y la lucha se dirige a la realización, aunque sea parcial, de los objetivos y a la consolidación de los logros alcanzados; predominando en las mismas las personas de mediana edad.

La espontaneidad, la informalidad y el bajo grado de diferenciación, tanto horizontal como vertical, son los rasgos definitorios de los nuevos movimientos sociales en el terreno de la organización. Esto explicaría la falta de continuidad características en estos movimientos. Esta discontinuidad se plantea como la presencia vinculada de dos etapas en la existencia de los movimientos sociales: una etapa de “latencia”, en la cual se experimentan los nuevos modelos culturales, opuestos a los códigos sociales dominantes, y se fortalecen los recursos y el entramado cultural para la movilización posterior; y la etapa de movilización propiamente dicha.

Alberto Melucci distingue tres tipos básicos de movimientos sociales: los movimientos reivindicativos, los movimientos políticos y los movimientos de clase (Pasquino, 1996: 208). El primer caso busca imponer cambios en los procedimientos de asignación de los recursos socio-económicos. El segundo busca incidir en el acceso a los canales de participación política y modificar las relaciones de fuerza. El tercer tipo de movimientos tiene por objetivo volcar el ordenamiento social, transformando el modo de producción y las relaciones de clase.

Tanto la teoría de la movilización de recursos como la de identidades colectivas, coinciden en valorar la acción de los movimientos sociales por medios organizados no tradicionales, es decir, al margen de los partidos políticos hegemónicos y de los sindicatos y gremios mayoritarios.

Autores como Cohen (1985) y Di Marco (2003) consideran que ambos enfoques no son incompatibles y elaboran una síntesis de los mismos. Los movimientos pueden luchar por la defensa y democratización de la sociedad civil, y por su inclusión dentro de la sociedad política. Ambos acercamientos forman parte de una mirada compleja acerca de los movimientos sociales: tanto la construcción de identidades colectivas como la interacción con las instituciones del estado, son aspectos del fenómeno que deben ser abordados simultáneamente (Di Marco, 2003: 39). El aporte de las dos teorías ya mencionadas[8], se puede resumir así:

o   Para que surja un movimiento social no basta que existan privaciones, sino que es fundamental disponer de recursos y de oportunidades para la acción colectiva. La organización es una condición básica de la movilización.

o   Los movimientos sociales se desarrollan al margen de las organizaciones burocráticas tradicionales, como los partidos y sindicatos.

o   Los movimientos sociales son una forma de hacer política por medios no convencionales, por parte de los grupos desprovistos de poder y que no tienen acceso a las formas institucionalizadas de acción política.

o   Los movimientos sociales surgen en medio de crisis políticas, o en el marco de procesos de apertura política que favorecen la acción de los grupos de oposición.

o   Los cambios estructurales en el sistema capitalista han permitido la insurgencia de movimientos sociales distintos al tradicional enfrentamiento burguesía-proletariado o terratenientes-campesinos. La aparición de importantes sectores de clases medias favoreció el desarrollo de movimientos estudiantiles, profesionales, feministas, pacifistas y ambientalistas, entre otros.

o   Los códigos culturales (la identidad colectiva) entre los miembros de los movimientos sociales contribuyen a la permanencia de los mismos.

o   La espontaneidad, la informalidad y el bajo grado de diferenciación son los rasgos definitorios de la organización de los movimientos sociales. Los líderes de estos movimientos se basan en su carisma y en la relación directa con todos sus miembros. Estos últimos participan en la toma de decisiones y expresan un alto grado de conciencia y compromiso. En contraste con las jerarquías y la pasividad existentes en las organizaciones tradicionales.

En fecha más reciente autores como Doug Mc Adam, Charles Tilly y Sidney Tarrow han propuesto perspectivas de análisis de los movimientos sociales que intentan abordar la complejidad de los mismos. En su obra “Dinámica de la contienda política” (Mc Adam, 2005), presentan un enfoque “sincrético” que enfatiza en la relación entre actores, instituciones, y el flujo de las políticas de enfrentamiento, que se refieren a la lucha política colectiva (Di Marco, 2003: 37). Este enfoque busca aspectos comunes en diferentes formas de lucha y procesos de movilización social, considerando incluso las políticas institucionales y las no institucionales.

Superando la anterior división que dejaba el estudio de los movimientos sociales en manos de la psiciología social, mientras la ciencia política se encargaba de la política “normal”, estos autores consideran que en las últimas décadas se ha superado esa división del trabajo, y que las coaliciones, la interacción estratégica y las luchas por la identidad suceden tanto en las políticas de instituciones establecidas como en las rebeliones, huelgas y movimientos sociales.

Finalmente diferencian las políticas de confrontación en inclusivas y transgresoras. En las primeras las partes en conflicto son consideradas como actores políticos constituidos, y en las segundas al menos una parte emplea acciones colectivas innovadoras y adopta medios de lucha inusuales e incluso prohibidos.

Los resultados generados por la acción de los movimientos sociales se ubican en un terreno poco estudiado y menos definido por los investigadores. Autores como Francesco Alberoni afirman que los resultados históricos  y las consecuencias de la acción colectiva no necesariamente se relacionan con el proyecto inicialmente formulado por los movimientos sociales. Este autor analiza los mecanismos por medio de los cuales el Estado busca controlar a los movimientos sociales, mencionando entre estos: la canalización institucional del movimiento; los impedimentos para reconocer legalmente al movimiento e impedir su generalización; el forzar al movimiento a competir con los medios más favorables al Estado; los métodos de infiltración; la cooptación de sus líderes o su sustitución; y la represión violenta (Pasquino, 1996: 209).

A manera de conclusión, todos los autores de las diversas teorías contemporáneas sobre los movimientos sociales coinciden en afirmar que son un camino de participación política muy influyente, y que representan una de las formas modernas de incidir sobre las elites gobernantes y las políticas que estas elites desarrollan.

Britto García enfatiza las características básicas de los movimientos sociales surgidos en América Latina en los últimos años:

  • Surgen de problemas reivindicativos específicos (la tierra, el agua, las mejoras laborales, los derechos humanos, contra la represión, cuestiones de género, igualdad étnica).
  • Preponderancia de estructuras organizativas horizontales y consensuales.
  • Colaboración entre movimientos diversos y de objetivos diferentes.
  • Empleo de una gran variedad de formas de lucha: redes de solidaridad social, cooperativas, usos de medios alternativos, manifestaciones, protestas, cortes viales, sin excluir la participación electoral e incluso la lucha armada, pero sin limitarse a ellas (Britto, 2010: 48).

Di Marco (2003: 40) enfatiza en la particularidad de los movimientos sociales de Latinoamérica, distanciándose de los autores norteamericanos y europeos (como Tilly y Touraine) que vinculan los movimientos sociales a los regímenes democráticos, a luchas urbanas orientadas a obtener más ciudadanía, mejor consumo, defender culturas y conquistar autonomías comunitarias. Los movimientos sociales surgidos en Latinoamérica en los años 70 y 80 se generaron en presencia de gobiernos autoritarios y en el marco de condiciones de vida cada vez peores (generalización de la pobreza como resultado de las políticas neoliberales).

En otras palabras, muchos movimientos sociales de América Latina no surgieron en un contexto de abundancia de recursos, como sostienen los teóricos norteamericanos, sino en el marco de grandes penurias socioeconómicas, como serían por ejemplo los movimientos indígenas de Bolivia, Perú y Ecuador, los movimientos campesinos representados en el Movimiento Sin Tierra en Brasil, y los desempleados expresados en el movimiento Piquetero en la Argentina.

Los movimientos sociales de América Latina son procesos surgidos en la sociedad civil que se dirigen a producir transformaciones ante situaciones que se hacen intolerables para un amplio sector de la ciudadanía, con dinámicas que exceden el orden institucional establecido, incluyendo la desobediencia civil y la lucha violenta de calle. Buen ejemplo de ello son los movimientos de madres y familiares de víctimas de la represión surgidos durante las dictaduras militares en Argentina y Chile, las organizaciones indígenas surgidas en Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, las comunidades eclesiales de base y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil.

Di Marco enfatiza que los movimientos latinoamericanos han trascendido los episodios de protesta y han originado nuevas formas de organización social que se mantienen en el tiempo. Su continuidad y permanencia ha permitido que las nuevas organizaciones se hayan implantado en las sociedades respectivas, más allá de su irrupción original e innovadora en el espacio público (Di Marco, 2003: 41).

LOS TRABAJADORES COMO CLASE Y COMO MOVIMIENTO SOCIAL.

Sobre la validez de la lucha de clases y el concepto mismo de clase social, consideramos los debates que se suscitan actualmente, a partir del auge del conflicto social en Latinoamérica durante las dos últimas décadas. Lo que se puede llamar la rebelión de los pueblos latinoamericanos contra el neoliberalismo, produjo el derrocamiento de numerosos gobiernos neoliberales, como resultado de grandes sublevaciones populares o como colofón de las crisis políticas derivadas de dichas sublevaciones. Esa fue la historia de Fernando Color de Mello en Brasil (1992), Carlos Andrés Pérez en Venezuela (1993), Alberto Fujimori en Perú (2000), Gonzalo Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005) en Bolivia, Fernando de la Rúa en Argentina (2001), Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador[9]. Estas revueltas populares dieron origen a gobiernos de corte izquierdista que configuran situaciones inéditas en América Latina[10].

De manera general, los reiterados triunfos electorales de fuerzas de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Chile, Paraguay, El Salvador y Perú,  y el crecimiento electoral de las mismas en países como México y Colombia, constituyen una circunstancia sin precedentes en la región. En ese contexto, y probablemente como generadores de esas transformaciones políticas, diferentes movimientos sociales, como los Sin Tierra en Brasil, los Piqueteros en Argentina, los pueblos indígenas en los países andinos, los movimientos estudiantiles en Chile, Perú y Colombia, las organizaciones populares en Honduras, México y Venezuela, han surgido con fuerza relevante y actúan como elementos de definición de los procesos políticos en sus respectivos países.

Considerando también los grandes movimientos de protesta que surgieron en 2011 en los países centrales del capitalismo (Europa y los Estados Unidos), a partir del Movimiento de los Indignados o 15-M en España, protesta que se ha extendido por toda Europa y luego por los Estados Unidos, con el movimiento de “Ocupa Wall Street”, unido a la llamada “Primavera Árabe” que derrocó a dictaduras como las de Egipto y Túnez y ha estremecido en general a todos los países del llamado Medio Oriente, se puede concluir que son los movimientos sociales de protesta la expresión más actual de la lucha de clases dentro del capitalismo globalizado.

En 2013 estos movimientos sociales se revitalizaron con las protestas masivas ocurridas entre julio y septiembre en Turquía, Brasil y Colombia, además de la nueva crisis en Egipto que derribó al gobierno de Mursi, y nuevas expresiones de lucha en Grecia, Túnez y otros países.

A  este respecto consideramos los aportes de John Holloway[11]. El autor se hace la pregunta de si se puede o no considerar lucha de clases las protestas sociales ocurridas en Latinoamérica y el mundo en los últimos años, incluyendo aquí las rebeliones anti-neoliberales en varios países suramericanos, las protestas contra la guerra en Irak, y los movimientos anti-globalización. La respuesta a la que llega es que sí existe lucha de clases, pero en la medida en que el concepto de clase no es ya un grupo de personas en términos sociológicos, sino que clase se interpreta como un polo de antagonismo social.

Respondiendo a quienes sostienen que el análisis marxista del capitalismo como lucha de clases ha perdido relevancia, Holloway afirma que el concepto de lucha de clases es importante para entender las luchas sociales actuales, y que sería un error teórico y político abandonarlo. Para ellos, todas las luchas sociales actuales deben ser entendidas como lucha de clases, y no sólo las luchas de la clase trabajadora (Holloway, 2005: 10).

Holloway insiste en que al hablar de clase se enfatiza la capacidad de los trabajadores por construir un mundo alternativo a su propia actividad como trabajadores sujetados a la explotación del capital. La “clase” permite la unidad que subyace bajo la rica diversidad de las luchas sociales, a la vez que permite trascender las luchas particulares de cada grupo, y el propio carácter reformista de la lucha, para resaltar que la lucha es por la creación de una sociedad radicalmente diferente.

El mismo Holloway responde a la pregunta: ¿dónde está la lucha de clases hoy? La respuesta es que la lucha de clase no sólo se sigue manifestando en todas partes del mundo, sino que el capital ha sido especialmente violento en los últimos años. Rememorando a Marx, recuerda que el capital se mueve constantemente por su “hambre insaciable de trabajo excedente”, que está permanentemente impulsado hacia adelante para intensificar la explotación del trabajo (Holloway, 2005: 98).

El capital sólo puede lograr sus objetivos a través de la lucha de clases. El intento generalizado del capital por transformar las relaciones de trabajo y las relaciones sociales en general que estamos presenciando en los países de la Unión Europea, como recetario ante la profunda crisis económica que atraviesan esos países, es de manera visible una manifestación de la lucha de clases, de su plena vigencia en el contexto de la sociedad capitalista globalizada.

La lucha de clases implica por una parte el esfuerzo permanente de los capitalistas por lograr que el resto de la población se doblegue en su condición de asalariados y a partir de allí poder obtener jugosas ganancias apoderándose de la plusvalía creada por los trabajadores, o simplemente se resigne a morirse de hambre como desempleados (Sartelli, 2010: 176). Por la otra, el esfuerzo de los trabajadores en general por construir una “manera diferente de hacer”, una forma diferente de relaciones sociales, o simplemente por conquistar paliativos a las formas de explotación imperantes. La existencia del capital implica la existencia de la lucha de clases, no puede existir el uno sin el otro.

En esta misma tendencia teórica, Sergio Tischler[12] sostiene que los movimientos sociales de la última década están reinventando la revolución en el actual momento histórico (Tischler, 2005: 121). Este autor establece una perspectiva crítica con relación a los efectos de la revolución rusa sobre la lucha de clases. Para Tischler, la revolución bolchevique terminó instaurando una nueva forma de dominación sobre los trabajadores, al institucionalizar “la forma estado y la forma partido”, haciendo énfasis en la toma del poder como objetivo de la lucha de clases de los trabajadores.

En realidad, la lucha de clases de los trabajadores no tiene por objetivo el cambio del dominio de una clase por otra (como ocurrió en la URSS), sino el fin de la dominación capitalista y de la clase como formas de existencia del poder (Tischler, 2005: 114). Este canon “leninista” impuesto por la revolución rusa entró en crisis a partir del derrumbe del socialismo en la URSS y demás países de Europa Oriental, y con ello se dio pie a la redefinición del concepto mismo de revolución y de lucha de clases.

Esta crisis del canon clásico de la lucha revolucionaria se ha profundizado en la medida en que la ofensiva del capitalismo neoliberal ha combatido abiertamente las formas de organización social y política de la clase obrera, logradas mediante grandes y largas luchas en el contexto de la resolución de la crisis de 1914-1945 y la derrota del fascismo.

A partir del advenimiento de la ofensiva neoliberal a mediados de la década de 1970, el capitalismo afirmó que la “lucha de clases” había sido superada y que desaparecían las contradicciones sociales que antes habían amenazado al capitalismo. El proceso de reorganización del trabajo global emprendido por el capital implicaba no sólo la desaparición del horizonte revolucionario socialista, y con ello de la vigencia de los partidos revolucionarios, sino que implicaba también la destrucción de los sindicatos y formas similares de resistencia obrera a la explotación.

Es en este marco que las luchas populares recientes en América Latina han evidenciado que el capitalismo neoliberal es la negación de un mundo incluyente y justo. La realidad misma de los movimientos sociales que se han constituido en el enfrentamiento a las políticas neoliberales es reflejo de la vigencia de la lucha de clases y la profunda contradicción existente entre la democracia liberal burguesa y los sujetos colectivos (Tischler, 2005: 112).

Reactivando la corriente histórico-social de resistencia popular a distintas formas de opresión en este continente, los movimientos latinoamericanos de la primera década del siglo XXI han creado un ambiente de actualización de la cuestión de la clase y la lucha de clases. Al realizar en el plano político una crítica radical al concepto de Estado como lugar central de la política revolucionaria, los movimientos sociales han replanteado la forma “soviet”[13] como crítica de todas las formas de dominación (Tischler, 2005: 116).

Rememorando a Georg Lukács, Tischler valora su reconocimiento del soviet como la forma de organización del proletariado que permite superar “política y económicamente la cosificación capitalista (Lukács, 1975: 87), aunque deja clara lo limitado de su reflexión al dejarse influenciar por el canon leninista y aceptar que el partido sea el que asuma la iniciativa en esta lucha por imponer a los soviets.

La respuesta teórica a esta perspectiva limitada de Lukács, la expone John Holloway con su obra “Cambiar el mundo sin tomar el poder” (Holloway, 2002: 27).  En esta obra Holloway plantea que no se puede cambiar el mundo por medio del estado, pues el fracaso de la revoluciones en el siglo XX así lo demuestra. Como la revolución anticapitalista sigue siendo una necesidad, cómo hacerlo es el desafío revolucionario del siglo XXI.

Definiendo la política revolucionaria como “antipolítica”, Holloway establece que se debe pasar de una “política de organización” a una “política de eventos”, en el sentido de que la lucha de clases no debe establecer formas predeterminadas de organización de los trabajadores (Holloway, 2002: 307). Para este autor, el problema de la lucha de los trabajadores es desplazarse hacia una dimensión diferente de la del capital, no comprometerse con el capital en sus propios términos (por ejemplo recurriendo a la forma estado o la forma partido) sino avanzar hacia modos en los que el capital no pueda existir.

Tischler termina enfatizando que los actuales movimientos sociales han creado un lenguaje y una práctica que intenta avanzar hacia un cambio que no será más otra trampa del poder verticalmente construido, sino la auto-organización y la autodeterminación de los explotados y los dominados. Para él, la lucha de clases en nuestros días es la fragua de una nueva forma de pensar la revolución, y vivimos un tiempo de liberación de la imaginación revolucionaria.

Volviendo a Holloway y su obra sobre cambiar el mundo sin tomar el poder, plantea la conocida frase del movimiento zapatista en México: “Somos gente común, es decir, rebelde”. Esta tesis zapatista, dice el autor, se contrapone a la tesis leninista de que los obreros no pueden por sí solos tomar conciencia revolucionaria, y que esa conciencia debe ser introducida desde afuera, por los revolucionarios profesionales del partido. Pero los obreros de Lenin, dice Holloway, son muy diferentes a la gente común de los zapatistas.

Para los zapatistas, la revolución no es dar una serie de pasos, sino de expresar la rebeldía contenida. No hay pasos intermedios. El problema no es llevar la conciencia desde fuera, sino sacar el conocimiento que ya está presente, aunque en forma embrionaria, reprimida y contradictoria. El proceso revolucionario es un proceso colectivo. En el capitalismo, basado en el antagonismo clasista, todos estamos marcados por ese antagonismo; no hay nadie que se pueda elevar por encima de estos antagonismos para mostrarnos el camino. La única forma de avanzar es a través de la articulación colectiva. El consejo es la forma de organización que mejor expresa la sentencia de que somos gente común, es decir, rebeldes. En el enfoque consejista no hay ningún modelo que se pueda aplicar. Es cuestión de hacer el camino al andar[14] (Holloway, 2002: 260).

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES LATINOAMERICANOS Y EL SURGIMIENTO DE NUEVOS ACTORES POLÍTICOS.

Las dos primeras décadas del siglo XXI han significado un verdadero terremoto político en Latinoamérica. Se ha producido un inédito viraje hacia la izquierda en todos o casi todos los procesos electorales del continente, viraje que ha sido catalizado por el accionar de movimientos populares diversos que han recreado y revitalizado las expresiones tradicionales de la lucha revolucionaria que la izquierda desarrolló desde los años 50 y 60 del siglo XX. Recordando que la izquierda latinoamericana se había debatido hasta fines del siglo XX entre la estrategia reformista electoral por una parte, y las formas de lucha armada revolucionaria por la otra, la aparición contundente de estos movimientos sociales ha permitido construir un escenario político impensable hace apenas una década.

Estos movimientos sociales no han sido lo suficientemente poderosos como para “conquistar” el poder por ellos mismos, pero su accionar ha permitido que configuraciones políticas considerablemente progresistas y de izquierda conquisten relevantes triunfos electorales y “cabalguen” el proceso generado por estas luchas y conflictos nacidos de la rebeldía contenida del pueblo latinoamericano, como respuesta a los planes neoliberales aplicados desde los años 70 y 80 en todo el continente. Ese ha sido el caso del triunfo de Lula en Brasil, de Kirchner-Fernández en Argentina, de Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia y del mismo Chávez en Venezuela, para colocar sólo los ejemplos más relevantes.

Algunos autores, como Rubén Alayón[15], consideran que esta rebelión latinoamericana contra la globalización neoliberal ha vuelto a poner sobre el debate la discusión del concepto de “multitud”, el cual es recuperado por Toni Negri (2000) a partir de la obra de Spinoza (Alayón, 2007: 172). Considerando que la multitud implica una forma radical y subversiva de considerar la democracia, al entenderla como la “totalidad de los ciudadanos reunidos en asamblea”, y como mecanismo que permite un proceso de socialización como “metamorfosis de los individuos en comunidad”, Alayón considera también el concepto de “anomia”, distanciándose de su interpretación negativa durkheiniana y reivindicando a Maffesoli (2005), el cual supera el concepto de anomia en su visión peyorativa, y la postula como un medio para la defensa del cuerpo social, como expresión de la “violencia fecundadora” necesaria en todos los cuerpos sociales.

El concepto de multitud también es reivindicado por Roland Denis (Denis, 2005: 71), quien expresa que el mismo surge de la necesidad de recrear a un marxismo fosilizado, dándole respuesta a la diversidad de sujetos que se rebelan contra el capitalismo en el marco de los nuevos movimientos sociales, de las rebeliones antineoliberales latinoamericanas, y de los movimientos antiglobalización en todo el mundo. Para Denis, el concepto de multitud no disipa la función histórica de la lucha de clases ni el principio de clase como tal, sino que explica precisamente la expresión de la clase y de la lucha de clases en la realidad que nos toca vivir. La multitud, o la “montonera”, es el surgimiento de un nuevo sujeto rebelde ante la tendencia constitutiva de un gobierno imperial mundial que suprime los estados nacionales y se fundamenta en el gobierno de las multinacionales, partiendo de la conocida tesis sobre el Imperio formulada por Toni Negri y Michael Hardt (Negri y Hardt, 2000). La multitud es el nuevo sujeto de los nuevos movimientos sociales: los desempleados, las mujeres, los inmigrantes, los indígenas, los discriminados racialmente, que sin lugar a dudas son un movimiento de productores, de obreros del mundo que buscan el autogobierno de la cosa pública, de los recursos productivos y el rescate de la dignidad humana que el capitalismo les ha negado.

Negri hace especial énfasis en el análisis del levantamiento popular ocurrido en Argentina en diciembre de 2001, y que culminara con el derrocamiento del presidente Fernando de la Rúa. (Negri, 2003: 62). En lo que denomina el “Quilombo argentino”, considera que una nueva figura de clases protagonizó el movimiento social: la multitud. Es en este sentido que la multitud es un concepto de clase (Negri, 2003: 63). Negri afirma que el concepto de clase obrera es un concepto limitado, al restringirlo al ámbito de la producción, mientras que la multitud abarca todas las relaciones propias del capitalismo actual.

“El trabajo de hoy no es un trabajo que se haga tanto materialmente en las fábricas como en las redes, exprimiendo inteligencia y constituyendo una cooperación. Los elementos innovadores del trabajo se presentan en el interior de las redes, en las grandes extensiones cooperativas del trabajo: ése es el verdadero trabajo. Son elementos culturales, intelectuales, científicos, relacionales, afectivos, los que constituyen la valorización del trabajo”. (Negri, 2003: 36).

Los explotados que surgen de esta nueva forma de valorización del trabajo son las “multitudes” que denomina Negri. Las manifestaciones insurreccionales de diciembre del 2001 no sólo derribaron un gobierno, sino que principalmente abrieron un formidable período de experimentación e innovación social, económica y política. Allí se dieron múltiples expresiones de lucha por parte de grupos sociales hasta ese momento muy diferenciados: clases medias urbanas y proletarios desempleados de la periferia. Los primeros, desatando los cacerolazos, el asedio de los ahorristas a los bancos, las asambleas barriales e interbarriales. Los segundos, con los cortes de rutas por los piqueteros, la autogestión por los trabajadores de las fábricas quebradas, las redes de economía solidaria. Todos confluyeron en masivas movilizaciones que derribaron varios presidentes en pocas semanas.

Negri sacraliza el “Quilombo” argentino y ve en él una nueva era de la confrontación de clases. Con la consigna “que se vayan todos”, las multitudes argentinas se pronunciaron contra el modelo económico neoliberal y el sistema político representativo. La multitud no es representable, y su política puede considerarse la verdadera democracia, la democracia de las multitudes. La política de la multitud muestra que sin difusión del saber y la emergencia de lo común, no es posible encontrar las condiciones necesarias para que una sociedad libre pueda vivir y reproducirse (Negri, 2003: 69).

Aunque un análisis del posterior desarrollo de los acontecimientos argentinos nos revela que las masivas movilizaciones populares (tanto de las clases medias como de los sectores de desempleados) fueron cediendo progresivamente su fuerza e impacto en la realidad política nacional, y en los últimos años se ha consolidado nuevamente un sistema político representativo que sin embargo desarrolla un modelo económico muy distante del neoliberalismo causante del descontento popular estallado en diciembre de 2001. El gobierno de Kirchner-Fernández se ha estabilizado bajo una economía neokeynesiana y un nacionalismo de izquierda enfrentado radicalmente (por lo menos en lo declarativo) a los factores de poder del capitalismo global. Las multitudes argentinas parecieran descansar, cediendo el puesto a las multitudes que hoy insurgen con fuerza inusitada en otros países de Latinoamérica como Chile y Colombia (rebeliones estudiantiles del 2011), en toda Europa con el movimiento de los indignados, en la primavera árabe y en los “Ocupa Wall Street” de los Estados Unidos.

Pensamos que aún está por verse la potencialidad histórica y política de las multitudes que en años recientes estallan en rebelión abierta contra el capitalismo global. Dado que la crisis mundial pareciera tener todavía un largo desarrollo por delante, el desarrollo de grandes movilizaciones sociales, la salida a la calle de “multitudes”, necesitarán de análisis más profundos a medida que avancen los acontecimientos.

Otros autores como Carlos Walter postulan que la emergencia de nuevos movimientos sociales implica también una ruptura epistemológica con el pensamiento eurocéntrico que dominó el análisis marxista sobre la lucha de clases (Walter, 2009: 17). A partir de la lucha por el territorio por parte de comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes en diversos lugares de América, Walter expone la confrontación de racionalidades distintas sobre la noción misma de territorio y de propiedad, incluso sobre la forma en que la sociedad humana establece su relación con la naturaleza. El aporte de Walter es particularmente interesante en la medida en que permite reconocer que en las luchas contra el neoliberalismo en América Latina (y probablemente en el resto del mundo) están surgiendo nuevos paradigmas y nuevas racionalidades vinculadas a la manera de entender la actividad productiva, y de cómo esa actividad económica se relaciona a su vez con la naturaleza, modificando el concepto mismo de territorio.

Para Alayón, la rebelión latinoamericana es contra la racionalización y el disciplinamiento de las instituciones sociales. Ante el abandono por parte del estado neoliberal de las políticas sociales, la protesta de calle se ha convertido en el territorio de realización del deseo emancipatorio de grandes conglomerados sociales, que se esfuerzan por construir un nuevo tejido social que procure la recomposición de lo justo, del bienestar como promesa por venir (Alayón, 2007: 174).

La ofensiva neoliberal destruyó los espacios en que se manifestaban los derechos civiles y los derechos sociales que habían permitido el proceso de construcción de ciudadanía en los estados burgueses. Con el neoliberalismo el estado ha dejado de ser el territorio de encuentro de todos los grupos sociales. El estado “economiza” su propio ejercicio del poder, y al dejar a la población a expensas del mercado, impera el darwinismo social, el “capitalismo salvaje”.

Con el neoliberalismo, las grandes masas empobrecidas de Latinoamérica pasaron a ser ciudadanos de segunda, excluidos tanto de las políticas de estado como de las prioridades del mercado. Alayón analiza particularmente este proceso dentro de las organizaciones tradicionales de la clase obrera, los partidos y los sindicatos (Alayón, 2007: 177). Con la flexibilización laboral y la desregulación salarial el mundo sindical tiende a desaparecer y con ello los trabajadores pierden peso específico dentro de las prioridades del proceso económico, político y social.

Consideramos importante esta reflexión pues implica la realidad que se vive en todo el mundo y particularmente en Latinoamérica, en la cual la inoperancia y debilidad tanto de los sindicatos como de los partidos de izquierda ha permitido que las luchas sociales desatadas espontáneamente los sobrepasen ampliamente y los dejen fuera del proceso decisivo de las crisis políticas desatadas por la ejecución de paquetes neoliberales. En este campo, los movimientos obreros han reaccionado a posteriori, luego de las mayores manifestaciones de protesta social, y han aprovechado el nuevo clima político para avanzar en la construcción de nuevas organizaciones que les permitan recuperar su espacio como actores políticos dentro del contexto de cambios que se vive en el continente.

La ofensiva neoliberal en Latinoamérica, si bien ha relegado del escenario de las grandes luchas sociales a la clase obrera industrial y a la fábrica misma, ha expandido en cambio los escenarios de sindicalización y de lucha huelguística hacia sectores denominados tradicionalmente como “capas medias” (profesionales de la salud, profesores universitarios, empleados de la administración pública, etc.). Aunque el neoliberalismo haya introducido cambios en el proceso de trabajo y en la conformación de clase de los trabajadores, se mantiene la explotación del trabajo asalariado por el capital, aunque esta relación se diluya o se oculte mediante diversas manifestaciones de actividad laboral (Campione y Rajland, 2006: 305).

Todo el escenario laboral neoliberal apunta a una mayor expoliación del trabajo obrero y a descargar sobre los trabajadores el peso fundamental de la crisis económica:

·         Extensión de la jornada de trabajo,
·         disminución de salarios,
·         presión para la no sindicalización,
·         desconocimiento de las contrataciones colectivas,
·         facilidades para la contratación temporal y para los despidos,
·         diversas formas de trabajo informal o precarizado,
·         aumento de la edad para acceder a la jubilación,
·         modificación de los regímenes de pago por antigüedad,
·         privatización de los fondos de pensión,
·         abandono de las políticas sociales en salud, educación y vivienda.
·         Aumento de la tasa de desocupación.

La destrucción de las anteriores relaciones obrero-patronales ha generado toda una gama de trabajadores por cuenta propia, de pasantes, contratados, subcontratados (los llamados tercerizados), cooperativistas, y del aumento significativo del desempleo abierto. Es en este contexto socioeconómico que es imprescindible hablar de clase trabajadora en un sentido amplio, lo que ha implicado a su vez la aparición de nuevas modalidades de organización y de formas de lucha renovadas (Campione y Rajland, 2006: 306).

Partiendo del estudio de la rebelión popular en Argentina en 2001, de las rebeliones indígenas en Bolivia y Ecuador, de la elevada conflictividad social en la Venezuela de los 90 y del crecimiento del PT en Brasil,  pero extensible a lo sucedido en otros países latinoamericanos, diversos autores señalan la aparición de nuevas formas de protesta social y nuevos actores políticos que se pueden resumir así (Schuster, 2005: 269) (Campione y Rajland, 2006: 308) (Tapia, 2005: 339) (Dávalos, 2005: 359) (Avritzer, 2005: 67) (Denis, 2001: 16) (Denis, 2005: 69).

·         La incorporación al conflicto social de las grandes masas de desocupados, a través del movimiento denominado “piqueteros” en Argentina (Flores, 2007: 188), o los comités de desempleados petroleros en Venezuela, que implican diversas expresiones organizadas. Hasta ahora, los desempleados tendían a ubicarse en el llamado “lumpen proletariado” y no se les asignaba cualidades para la lucha revolucionaria. Organizaciones obreras como la CTA en Argentina han abierto espacios para la participación organizada de los desempleados, situación inédita en la historia anterior del movimiento obrero.
·         La incorporación de importantes sectores de las clases medias (profesionales, pequeños empresarios) que sufren los efectos de la crisis económica y se movilizan en demanda de reivindicaciones específicas, pero ampliando esta lucha a escenarios de alianzas con otros grupos sociales populares. En la crisis que derrocó a Fernando de La Rúa, en diciembre de 2001 en Argentina, jugaron un papel destacado las movilizaciones de estas clases medias.
·         El surgimiento de movimientos campesinos indígenas que desarrollan formas de lucha abandonadas por la izquierda tradicional (movilizaciones, corte de rutas) y que rememoran las luchas indígenas contra la opresión colonial. Desarrollados en Bolivia, Ecuador y Perú principalmente (también en Colombia y México), han jugado papeles destacadísimos en el proceso político de sus respectivos países, han derrocado gobiernos (como el de Sánchez de Lozada en Bolivia en 2003) y han llevado a la presidencia a líderes indígenas como Evo Morales.
·         El surgimiento de formas de democracia directa en todas las expresiones organizativas de estos movimientos sociales, junto al cuestionamiento de la institucionalidad democrático-representativa y a las formas organizativas tradicionales como los partidos y los sindicatos. Se ha desarrollado un cuestionamiento general a las formas de representación política, una lucha decidida por la desburocratización de la militancia social.
·         Este nacimiento de formas de democracia directa se ha conceptualizado como “procesos populares constituyentes”, articulando una voluntad popular que supera la hegemonía histórica del populismo y que dota al pueblo de un programa propio, un proyecto de país construido desde la acción directa, la subversión social y la vanguardia colectiva.
·         Esta democracia directa asamblearia urbana, manifestada en la llamada “Guerra del Agua” en Bolivia (año 2000), en el levantamiento de diciembre de 2001 en Argentina, en la respuesta popular al golpe de estado contra Chávez en abril de 2002 (con expresiones que parten del levantamiento popular de febrero de 1989), ha tenido igualmente su corolario en el desarrollo de Asambleas Constituyentes que han procedido a reformular parcialmente las instituciones tradicionales de la democracia liberal burguesa, tal como ha sucedido en Venezuela, en Bolivia y en Ecuador.
·         El desarrollo de expresiones organizativas acordes a los avances tecnológicos, como lo son las llamadas redes sociales y medios alternativos, particularmente las agencias de noticias y páginas web comprometidas con las luchas sociales, y las radios y televisoras comunitarias.
·         La incorporación a la lucha política de movimientos sociales con raíces religiosas, vinculados a la Teología de la Liberación, tal como ocurrió en los orígenes del PT brasileño (ya al respecto habían ocurrido expresiones anteriores en el FSLN de Nicaragua y el FMLN de El Salvador).
·         El desarrollo de significativos movimientos campesinos como los Sin Tierra (MST) en Brasil, que también jugaron un papel destacado en el nacimiento y fortalecimiento del PT (aunque hoy han roto con ese partido debido a sus veleidades neoliberales y su inconsecuencia con el programa original).
·         La revitalización del movimiento obrero a partir del auge del conflicto social general, como ha ocurrido con el fortalecimiento de la CTA[16] en Argentina, la creación de la UNETE y de la CBST en Venezuela y la conducción de las centrales sindicales bolivianas en manos de dirigentes indígenas (a diferencia de la anterior dirigencia de izquierda proveniente de capas medias). Han cobrado fuerza propuestas de generar acciones sindicales “globales” en respuesta a las medidas económicas globales que promueve el neoliberalismo, aunque por ahora no han tenido un desarrollo efectivo (Baltar, 2000: 79).
·         El desarrollo de nuevas organizaciones obreras como los Consejos de Trabajadores, surgidas del proceso de ocupación por los trabajadores de fábricas paradas o en proceso de quiebra (Rebón-Saavedra, 2006: 44). Estos Consejos de Trabajadores, cuyo desarrollo más extendido se ha producido en Venezuela y en Argentina, han permitido el nacimiento de formas de Control Obrero como mecanismo de poder alternativo al poder de los patronos privados capitalistas y del propio Estado (Comerzana, 2009: 162). En este proceso también se han ensayado formas cooperativistas  (Di Marco, 2004: 94).

Campione y Rajland señalan la circunstancia que luego de la enorme ofensiva neoliberal de las décadas de 1980 y 1990, la cual buscaba desarticular las organizaciones tradicionales de los trabajadores (sindicatos y federaciones) y de las clases subalternas en general, que trató de sembrar por todos los medios la ideología y los comportamientos individualistas y el desprestigio de la acción colectiva, con el objetivo de abrirle paso a las medidas económicas neoliberales que favorecían abiertamente la acumulación capitalista, elevaba los niveles de explotación de los trabajadores y aumentaba la opresión contra los sectores populares, se haya generado desde estas mismas clases subalternas una respuesta política y organizativa alternativa, expresada en toda esta diversidad de movimientos sociales y acompañada de un sólido programa político renovador que de una u otra forma viene señalando el camino de los cambios suscitados en Latinoamérica en la última década (Campione y Rajland, 2006: 326).

Prueba más que contundente de que la lucha de clases, declarada muerta por el neoliberalismo, aún goza de buena salud, y continúa señalando el desarrollo de los procesos políticos tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo (rebeliones del 2011-2013: indignados europeos, ocupas Wall Street, rebelión árabe, estudiantes chilenos, campesinos colombianos, etc).

ALGUNAS CONCLUSIONES. LOS TRABAJADORES COMO CLASE Y COMO MOVIMIENTO SOCIAL, EN LA SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XXI.

A partir de las propuestas de Holloway, Gunn y Bonefeld, y considerando los aportes de otros como Negri, Dieterich, Denis y Alayón, reivindicamos el concepto de “clase” en un sentido amplio, sin pensar por ello que entramos en contradicción con las ideas que al respecto formulara Carlos Marx. Más bien nos distanciamos de la idea leninista de clase, que los mencionados autores denominan “marxismo sociológico”, que tiende a ubicar a la clase en un espacio cerrado y delimitado, y no como una relación social en desarrollo que implica entenderla en su dinámica.

En ese orden, por clase trabajadora entendemos a toda una serie de sectores sociales oprimidos por el capitalismo y que de diversas formas se organizan y luchan para reivindicar sus derechos y proponer visiones alternativas superadoras de la dominación del capital. Allí entran no sólo los obreros fabriles, sino en general todos los trabajadores asalariados de la ciudad y el campo, los desempleados, las amas de casa, las mujeres, los jóvenes, los estudiantes, los campesinos, los indígenas, los afrodescendientes, los inmigrantes, los comunicadores de medios alternativos, los activistas culturales, incluso los pequeños productores y pequeños empresarios que también sufren y se rebelan contra la opresión del capital.

Los trabajadores del siglo XXI constituyen la multitud que se rebela contra el capitalismo neoliberal globalizado, en múltiples escenarios y mediante diversas y novedosas formas de lucha y de organización, asumiendo rupturas paradigmáticas que ponen en cuestionamiento los valores del sistema político liberal y del modelo productivo capitalista, contra la unicidad de pensamiento de la cultura occidental y contra el mismo fundamento epistémico de la ciencia y la tecnología dominantes.

Esta clase trabajadora, a través de sus diferentes expresiones, se constituye en actor político en la medida en que enarbola un proyecto alternativo de sociedad o por lo menos un proyecto reivindicativo que busca paliar de alguna forma los efectos malsanos que el capitalismo genera sobre sus condiciones de vida y de trabajo.

Esta perspectiva amplia de la clase trabajadora nos lleva a concluir que los movimientos sociales que desde hace más de una década pugnan en América Latina por abrir un nuevo rumbo de construcción societal, son todos expresión de la lucha de clases, de los intereses de clase manifestados en su diversidad de prácticas y condiciones existenciales de vida.

Por ello, al clarificar si la clase trabajadora puede ser considerada un movimiento social, nosotros respondemos afirmativamente a esta cuestión. Hacemos referencia a lo que Marx, utilizando una terminología hegeliana, llamó clase en sí y clase para sí. La clase en sí es la que aún no toma conciencia de sus intereses y permanece desorganizada. La clase para sí es la que asume conscientemente su organización, sus luchas y sus objetivos en la sociedad.

La clase trabajadora latinoamericana permaneció por décadas sometida bajo los parámetros de la dominación del capital, controlada al mismo tiempo por las estructuras sindicales burocratizadas y por las concepciones leninistas, que la subordinaban tanto al estado capitalista populista reinante en este territorio, como al “partido dirigente” que impedía la manifestación efectiva de su autonomía y autodeterminación como clase.

El debilitamiento tanto del populismo como del leninismo, procesos muy distintos pero que se fueron dando más o menos simultáneamente (con las crisis políticas derivadas del fracaso del modelo neoliberal, por una parte, y con el colapso de la referencia socialista manifestada en la URSS, por la otra), permitió que se soltaran las amarras que mantenían sometida a la clase trabajadora, y la insurgencia demoledora de los nuevos movimientos sociales fue determinando lo que hasta el presente es el panorama de cambio político en América Latina y en el resto del mundo.

Los nuevos movimientos sociales expresan una perspectiva de clase en la cual los obreros fabriles encuentran sus iguales en los desocupados, en los campesinos, en las mujeres, en los indígenas, los afrodescendientes y toda la multitud de manifestaciones políticas que insurgen simultáneamente contra el neoliberalismo. Las organizaciones obreras fundamentales ya no son las tradicionales Centrales y Confederaciones, sino los sindicatos de base, los consejos de fábrica, las cooperativas, los movimientos de trabajadores del campo. La vocería del movimiento de trabajadores se ha ampliado por miles, y ya no son burocratizados dirigentes quienes asumen su representación, sino el protagonismo directo de los colectivos de base que asumen la lucha y enarbolan programas de acción que apuntan incluso a una perspectiva socialista[17] superadora del modelo productivo capitalista.

El ensayo neoliberal iniciado en los años 70 y 80, el cual buscaba el reacomodo de las relaciones productivas capitalistas eliminando los fundamentos del modelo keynesiano y del estado benefactor, para favorecer así la elevación de la tasa de ganancias reorganizando los mecanismos de explotación del trabajo, ha terminado generando una crisis cuyas dimensiones aún no terminan de desplegarse, pero que sin duda amenaza con trastocar la estabilidad del propio sistema-mundo capitalista.

El denominado “fin de la historia”, propuesto por Fukuyama en la década de los 80 como período culminante del proceso histórico civilizatorio, a desarrollarse bajo la hegemonía del neoliberalismo y del modo de vida occidental (Fukuyama, 2002), no sólo se ha derrumbado como teoría, sino que amenaza con arrastrar tras de sí a la propia hegemonía occidental sobre el mundo globalizado. La burguesía mundial ha disparado el neoliberalismo, pero el tiro le ha salido por la culata (la insurgencia de los movimientos sociales y su propia debacle financiera).

Lo que se anunciaba como una remodelación general de las relaciones sociales, enfatizando los principios del lucro privado, de la competencia, del individualismo frente a los intereses colectivos, de los proyectos empresariales multinacionales frente a las manifestaciones de los estados nacionales y los sentimientos populares, ha terminado generando su lado contrario. Asistimos por una parte al debilitamiento general del sistema capitalista hegemonizado por el mundo anglosajón y que ha dominado en los últimos tres siglos, y al mismo tiempo al nacimiento de movimientos sociales que se enfrentan a los intentos del capital por imponer un imperio mundial militarizado.


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[1] Artículo publicado en la Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea (Segunda época), Año 2, N° 2, Córdoba, junio de 2015. ISSN 2250.7264. Todavía no está en línea. http://publicaciones.ffyh.unc.edu.ar/index.php/RIHALC.
[2] Historiador. Profesor de la Universidad del Zulia.  Maracaibo. Correo: cruzcarrillo2001@yahoo.com.
[3] Abogada Laboralista. Maracaibo. Correo: carmenaliciahr@yahoo.com.
[4] Una formación económico-social estaba constituida, según Marx, por la estructura económica (el modo de producción), y la superestructura jurídico-política y cultural (las formas de gobierno y de pensamiento).
[5] Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924), mejor conocido por Lenin,  su pseudónimo de la clandestinidad. Principal dirigente del Partido Bolchevique. Condujo victoriosamente la Revolución de Octubre de 1917, primera revolución socialista que logró consolidarse en el poder.
[6]Profesor en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Edimburgo, Inglaterra.
[7] Profesor en el Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de York, Inglaterra.
[8] La Teoría de la Movilización de Recursos y la Teoría de las Identidades Colectivas.
[9] Como dice James Petras: “Desde comienzos de la década de 1990, se produjeron en toda América Latina movimientos extraparlamentarios sociopolíticos masivos, acompañados por alzamientos populares a gran escala que llevaron al derrocamiento de diez presidentes neoliberales clientes de EEUU/UE: tres en Ecuador y Argentina, dos en Bolivia y uno en Venezuela y Brasil”. PETRAS, James. 2006. Petras, Evo, Chávez y el imperialismo. http://www.voltairenet.org/article139664.html#article139664.
[10] David Brooks/La Jornada. 2008. Se acabó la hegemonía de EEUU en América Latina. 15/05/08 - www.aporrea.org/tiburon/n114150.html
[11] Profesor del Postgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, México.
[12] Sergio Tischler. Profesor del Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, México.
[13] Soviet es una palabra rusa que se traduce en “consejo”. Los soviets rusos eran consejos de trabajadores organizados en las fábricas, zonas campesinas y en el mismo ejército, tanto en la revolución de 1905 como en 1917.
[14] Frase o consigna usada por los zapatistas: “preguntando caminamos”.
[15] Profesor e investigador de la Escuela de Trabajo Social en la Universidad Central de Venezuela y UBV, Caracas. Fallecido en diciembre de 2011.
[16] Central de Trabajadores de Argentina, surgida de un desprendimiento de la tradicional CGT.
[17] Perspectiva socialista que intenta diferenciarse del llamado “socialismo real” que imperó en la URSS y demás países del Europa del este. Para ello Heinz Dieterich acuñó el término de “Socialismo del Siglo XXI”, idea asumida por Hugo Chávez en Venezuela y por otros gobernantes latinoamericanos como Evo Morales en Bolivia (Dieterich, 2007: 22). El socialismo del siglo XXI reivindica la democracia participativa y la economía social, en contraste con el viejo modelo de partido único y economía estatizada que aplicaran los soviéticos.