LA
LUCHA DE CLASES EN EL SIGLO XXI
LOS
NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA Y EL MUNDO[1]
RESUMEN:
El trabajo analiza los movimientos sociales como expresión
de una renovada lucha de clases en pleno siglo XXI. Se considera el concepto
marxista de clase social y se actualiza el mismo considerando los más recientes
aportes de teóricos a nivel mundial. Se asume un concepto amplio de clase
trabajadora, entendiendo como tal a los diversos grupos sociales que de una u
otra forma sufren la opresión del capital, y no sólo a los obreros fabriles.
Incorporamos el concepto de multitud, el cual no disipa la función histórica de
la lucha de clases ni el principio de clase como tal, sino que las explica en
la realidad que nos toca vivir. Los movimientos sociales de la última década
han surgido tanto en el seno de regímenes autoritarios como en reconocidas
democracias liberales, expresando todos ellos la lucha de nuevos actores
políticos que enfrentan la ofensiva capitalista neoliberal tanto en los países
periféricos como en las grandes economías centrales. En ellos los obreros
fabriles encuentran sus iguales en los desocupados, en los campesinos, en las
mujeres, en los indígenas, los afrodescendientes y en toda la multitud de
manifestaciones políticas que insurgen simultáneamente contra el
neoliberalismo. Los movimientos sociales del siglo XXI permiten descartar la
teoría del “fin de la historia” de Fukuyama y replantean nuevamente la lucha de
clase como expresión inherente al sistema capitalista, no sólo como defensa de
unas determinadas condiciones de vida y de trabajo, sino también como búsqueda de
una forma más humana de concebir la organización social.
Palabras
clave: clases sociales, lucha de clases,
movimientos sociales, multitud.
INTRODUCCION
La lucha de clases en el siglo XXI ha trascendido las
expresiones clásicas manifestadas en los siglos anteriores y que sirvieron a
los grandes teóricos del marxismo para formular sus propuestas sobre las
estrategias a seguir para alcanzar una sociedad alternativa al capitalismo.
Pretendemos aquí reflexionar teóricamente sobre la relación entre las ideas
marxistas sobre las clases sociales, y cómo estas se empalman con la nueva
realidad de una lucha de clases encabezada por los llamados “movimientos
sociales”. De la tradicional confrontación entre burguesía y proletariado, que
predominó hasta mediados del siglo XX, se ha pasado a nuevos escenarios de confrontación
en los cuales participan otros grupos sociales distintos a los trabajadores
industriales, e incluso estos trabajadores ya no son el sector mayoritario ni
“dirigente” de los procesos de cambio social de la actual centuria.
SOBRE
EL CONCEPTO DE CLASE SOCIAL.
Las clases sociales no constituyen una creación teórica del
marxismo. La existencia de clases sociales fue reconocida desde la misma Grecia
antigua, por autores como Aristóteles, quien dividía a la sociedad entre
esclavos y hombres libres. En su obra La Política, Aristóteles establece
incluso una relación entre el predominio de determinadas clases sociales y las
formas de gobierno existentes.
En la obra de Carlos Marx no encontramos una definición
detallada sobre las clases sociales. En el capítulo LII del tomo tercero de El
Capital, titulado “Las Clases”, Marx inició el proceso de definir a las clases
sociales, pero el manuscrito nunca fue culminado por el autor (Marx, 1980-a:
888).
En ese manuscrito, Marx se refiere a los obreros
asalariados, los capitalistas y los terratenientes, como las tres grandes
clases de la sociedad capitalista moderna. De lo expuesto por Marx en esa y
otras obras, podemos deducir que su concepto de clases sociales consideraba un
nivel de abstracción que partía del análisis del modo de producción de una
sociedad determinada (en este caso, del modo de producción capitalista) (Dos
Santos, 1976: 24).
Como los modos de producción tienen una dinámica propia
derivada de las relaciones contradictorias que se desarrollan en su seno,
(tanto a nivel de las fuerzas productivas como de las relaciones de producción
que asumen los seres humanos en el proceso de producción social), el concepto o
la definición de las clases sociales en un modo de producción determinado va
ligado al desarrollo de la lucha de clases.
Las clases sociales son resultado de esas relaciones
antagónicas presentes en cada modo de producción, y el estudio de las mismas va
ligado a la comprensión del concepto de lucha de clases. Para Marx la lucha de
clases era “el motor de la historia”, el mecanismo que originaba los cambios en
las sociedades. Más específicamente, Marx hizo énfasis en que la lucha de
clases conducía a que una formación social determinada fuera sustituida por
otra[4].
Los marxistas del siglo XX utilizaron la conceptualización
de las clases sociales que propusiera el principal teórico y dirigente de la
revolución soviética, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin[5]:
“Las clases son grandes grupos de hombres (y mujeres, agregamos
nosotros) que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de
producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se
encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones en gran parte
quedan establecidas y formuladas en las leyes), por el papel que desempeñan en
la organización social del trabajo, y consiguientemente, por el modo y la
proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las
clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo de
otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social” (Lenin; 1971-a: 228).
Esta definición implica una serie de aspectos básicos que
aún hoy siguen definiendo el papel de los trabajadores dentro del capitalismo
globalizado:
1.
Las clases sociales responden a
épocas históricas determinadas. Cada formación económico-social genera sus
propias clases sociales. La clase obrera, o clase trabajadora como preferimos
denominarla hoy en día, ha tenido su desarrollo fundamental en el sistema
económico capitalista. Aunque no dejamos de reconocer que en términos
históricos, se pueden haber identificado relaciones salariales en otros
sistemas productivos distintos al capitalismo, sólo que en los mismos esa forma
de relación productiva no estaba generalizada.
2.
La existencia de clases sociales
presupone la desigualdad entre los miembros del colectivo humano específico.
Implica un reparto inequitativo de la riqueza social. Los hombres y mujeres de
la sociedad estudiada se involucran en el sistema productivo de diferentes
formas. Cada una de esas formas de relación con la producción implica ventajas
o desventajas para cada uno de esos grupos humanos. Las profundas diferencias
sociales que genera el capitalismo, tanto en la época de los clásicos marxistas
(mediados del siglo XIX e inicios del siglo XX) como en estas primeras décadas
del siglo XXI, son la constatación más contundente de la existencia de clases
sociales.
3.
Estas distintas formas de
relacionarse con el sistema productivo se establecen en las leyes y normas de
la sociedad específica.
4.
El aspecto fundamental que establece
esas diferencias sociales es la relación con los medios de producción. Más específicamente,
por las relaciones de propiedad para con esos medios de producción. En el
capitalismo, los trabajadores no poseen propiedad sobre los medios productivos,
sólo cuentan con su propia fuerza de trabajo, la cual tienen que vender para
poder subsistir, empleándose al capitalista, quien es propietario de los medios
de producción (las fábricas, las tierras).
5.
La existencia de clases sociales
implica también que las mismas participan de diferentes formas en la
“organización social del trabajo”. La burguesía, propietaria de los medios de
producción en el capitalismo, es la que organiza, dirige y administra las
fábricas y centrales agrícolas. El trabajador, aún hoy en día, poco o nada
incide en esa labor de “organizar el trabajo”.
Esta concepción de Lenin sobre las clases sociales ha sido
enfrentada recientemente por una serie de autores marxistas que interpretan de
forma diferente el pensamiento de Marx y que califican a las definiciones del
tipo de Lenin como “sociológicas”.
Richard Gunn[6]
establece que el pensamiento de Marx consideró a las clases como una relación
social (Gunn, 2005: 19). Esto implica oponerse al criterio “sociológico” que
define a las clases como grupos de personas, pues eso sería absolutizar las
relaciones sociales, cuando en la realidad del sistema capitalista, una misma
persona, o un grupo de individuos en particular, puede estar sometido (incluso
a lo largo del día) a diferentes tipos de relaciones sociales.
Para este autor, la sociedad burguesa (la relación
capital-trabajo) está presente, totalmente presente, aunque de manera
cualitativamente diferente, en cada uno de los individuos que forman los
momentos o partes de la sociedad (Gunn, 2005: 29). Apoyándose en Lukács,
considera fundamental recurrir al concepto de totalidad, en el sentido de que
para entender el concepto de clase social hay que considerar la totalidad de
las relaciones sociales existentes en el capitalismo.
La definición de clase social va implícita en la noción
misma de lucha de clases. Marx habla de que la clase obrera se convierte
propiamente en una clase cuando es “clase para sí”, y que eso se logra sólo a
través de la lucha política (Marx, 1979: 142).
“Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la
población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta
masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una
clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha,…
esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende
se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una
lucha política” (Marx,
Miseria de la Filosofía).
Por ello insiste Gunn en que la clase obrera no puede ser
vista como un lugar específico, así como sería erróneo igualmente las
consideraciones del “marxismo sociológico” referentes a la clase obrera como
“clase dirigente” del proceso revolucionario, y a la necesidad de alianzas con
otras clases sociales (las llamadas clases medias, pequeña burguesía, etc.). Hasta
el mismo concepto de partido de la clase obrera queda en entredicho y Gunn
termina considerándolo como “variación de un modelo burgués”. Para este autor,
“la política auténticamente marxista
equivale a una política de tipo anarquista” (Gunn, 2005: 26).
En un sentido similar, Werner Bonefeld[7]
argumenta que la revolución socialista implica el final del concepto de clase,
diferenciándose de quienes la consideran como el triunfo de la “clase obrera”.
Puesto que la clase obrera se deriva de una relación social, la relación entre
el trabajo asalariado y el capital, al desaparecer dicha relación desaparece la
clase obrera como tal (Bonefeld, 2005: 39). Para este autor, más que establecer
en nombre de quién se actúa, hay que definir en qué lado de la división de
clases se encuentra uno.
El triunfo revolucionario y la instauración del socialismo
implicarían la desaparición de las relaciones de producción capitalistas, es
decir, la desaparición del trabajo asalariado y del capital, y con ello, la
desaparición misma de la clase obrera en tanto su consideración anterior como
“clase” propia del sistema capitalista. Sin capitalismo, sin explotación del
trabajo asalariado, dejaría de existir también la clase obrera como tal.
En la misma dirección, autores como Michael Hardt y Toni
Negri proponen repensar las tradicionales ideas sobre las relaciones de clase,
propias de la izquierda comunista y socialista (Hardt y Negri, 2008: 89).
Reconocen que con el término “clase obrera” generalmente se ha hecho referencia
sólo a los trabajadores industriales, excluyendo a los trabajadores precarios,
a las mujeres del trabajo doméstico, a los trabajadores de la agricultura, etc.
En contraposición proponen la categoría de “multitud”, concebida como la suma
de la singularidad y la cooperación, como una realidad en la que colectivos
sociales diferentes se organizan de forma autónoma, pero que son capaces de
colaborar entre ellos.
“Lo que nosotros afirmamos es que existe la posibilidad de una
concepción mucho más tolerante y común del trabajo y, por lo tanto, de una
organización política abierta y horizontal del mismo, basada en esa noción de
singularidad y cooperación que da cuerpo al concepto de multitud” (Hardt y Negri, 2008: 89).
Hardt y Negri identifican a los nuevos movimientos antiglobalización
como expresión de esa “multitud”. Y lejos de concebirse como una propuesta
teórica acomodaticia, los autores engranan este concepto de multitud en una
perspectiva teórica general que se identifica con la transformación
revolucionaria del capitalismo globalizado: “el único camino para realizar la democracia de la multitud es el de la
revolución” (Hardt y Negri, 2008: 79).
Otro autor de recientes participaciones en la política
latinoamericana, como Heinz Dieterich, a quien se atribuye el término
“Socialismo del Siglo XXI”, también defiende una perspectiva ampliada de
“sujeto de cambio” en el actual capitalismo globalizado. Dieterich reconoce que
la clase obrera seguirá siendo un “destacamento fundamental” de la lucha
transformadora, pero probablemente no constituirá su “fuerza hegemónica”
(Dieterich, 2007: 149). Lo que él denomina la “comunidad de víctimas del
capitalismo neoliberal” es más amplia, es multicultural, pluriétnica,
policlasista, de ambos géneros y global, integrada por todos aquellos que
coincidan en la necesidad de democratizar a fondo la economía, la política, la
cultura y los sistemas de coerción física de la sociedad mundial.
Entre esa comunidad de víctimas que son potenciales sujetos
de cambio, Dieterich ubica a los sectores precarios, los indígenas, las
mujeres, los intelectuales críticos, los cristianos progresistas, las ONG’s
independientes (Dieterich, 2007: 150).
Suscribimos este concepto de la clase obrera en un sentido
amplio, como una relación social, superando la visión anterior que la entendía
como un lugar específico, como un grupo de personas claramente delimitado. Esta
concepción implica asumir un concepto sobre las clases sociales más amplio,
complejo y flexible que el que anteriormente impuso la “sociología leninista”. Por clase trabajadora se entiende entonces
a los diversos grupos sociales que de una u otra forma sufren la opresión del
capital, y no sólo a los obreros fabriles. En esta visión amplia de la
clase trabajadora, entran las amas de casa, los desempleados, los movimientos
indígenas, ecologistas, pacifistas, de diversidad sexual, de afrodescendientes,
los movimientos estudiantiles, campesinos, de profesionales, los
cooperativistas, e incluso los sectores de pequeños productores y pequeños
comerciantes.
EL
ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES.
Las primeras teorías que intentaron explicar a los
movimientos sociales, se ubicaron en una explicación psicológica de los mismos,
considerándolos como producto de la alienación, la ansiedad, la frustración y
la atomización social, es decir, como formas de conducta desviada. Por ejemplo,
el estudio de Gustave Le Bon, Psicología de las masas, 1895 (Pérez, 1993: 149);
y los sociólogos de la llamada Escuela de Chicago: Ralph Turner, Lewis Killiam,
Talcott Parsons, Neil Smelser y Robert Merton (Aranda, 2000: 227). Estas
teorías fueron desplazadas progresivamente, luego de los grandes movimientos de
la década de los 60, por dos grandes tendencias que intentaban buscar las
raíces sociales de la protesta colectiva: la teoría de la movilización de
recursos, desarrollada principalmente en los Estados Unidos, y la teoría de la
construcción de la identidad colectiva, desarrollada en la Europa occidental (López, 2007: 25).
Las teorías sobre los movimientos sociales tienen su referente
en las sociedades de Europa Occidental y los Estados Unidos, y su aplicabilidad
en las sociedades latinoamericanas es relativa. Además, dichas teorías fueron
formuladas en un período histórico de relativa estabilidad política en los
centros del capitalismo mundial, particularmente en el período de la llamada
posguerra, durante el cual los sistemas representativos y los mecanismos de
participación no estaban sometidos a las presiones que hoy día, en el contexto de
la profunda crisis económica que estamos presenciando en los países de la Unión
Europea y en los propios Estados Unidos.
El estudio de los movimientos sociales sufrió un cambio de
paradigma a raíz de los grandes movimientos de protesta de la década de 1960
(Rubio, 2004: 3). Luego de los 60, ya no se podía aceptar que los participantes
en las protestas fueran individuos anómicos e irracionales, como habían
defendido los seguidores de las teorías sobre la sociedad de masas; los nuevos
investigadores habían descubierto que se trataba de individuos racionales, bien
integrados a la sociedad, miembros de organizaciones, y que en sus acciones de
protesta estaban impulsados por objetivos concretos, valores generales,
intereses claramente articulados y cálculos racionales de estrategia (Pérez,
1993: 162).
La teoría de la movilización de recursos, formulada por
autores como Charles Tilly, John McCarthy, Mayer Zald, Doug McAdam y Sidney
Tarrow, plantea que para que surja un movimiento social no basta con las
razones para la protesta (privaciones, etc), sino que es fundamental disponer
de recursos y de oportunidades para la acción colectiva, haciendo énfasis
principal en la existencia de la organización como recurso fundamental para la
movilización (Mc Adam, 1996) (Tarrow, 1997).
Por tanto,
no es la privación o el malestar social, sino la prosperidad lo que facilita la
aparición y el auge de los movimientos sociales, pues la prosperidad es la que
permite disponer de mayores recursos. Tanto de mayores recursos personales,
debido a la adhesión de individuos por razones de conciencia, es decir, de
individuos que al tener resueltos sus problemas vitales básicos, disponen de
recursos excedentes en tiempo, dinero y energía para dedicarlos a las
actividades del movimiento ; como de recursos materiales más abundantes.
En cuanto a la organización, se hace énfasis en la
diferencia entre la organización de los movimientos sociales de protesta con
las organizaciones burocráticas tradicionales (partidos, sindicatos, etc.). Las
organizaciones de los movimientos sociales contienen grupos diversos, sin un
mando único, con multiplicidad de liderazgos y de objetivos, y con canales de
comunicación entre sí. En algunos casos, dichas organizaciones evolucionan
hacia su institucionalización burocrática, pero ello ocurre sólo cuando el
mismo movimiento social ha perdido su potencia movilizadora inicial.
En cuanto a las oportunidades para la acción colectiva, la
teoría de la movilización de recursos plantea que los movimientos sociales son una forma de hacer política por otros
medios, y más en concreto, por los
únicos medios con que cuentan los grupos desprovistos de poder y que por ello
no consiguen acceder a las formas institucionalizadas de acción política.
Los cambios favorables en el sistema político permiten que
surjan movimientos sociales: uno de ellos es la mejora en la situación
habitualmente poco favorable de los grupos de oposición. Un segundo factor es
la aparición de crisis políticas, cuando la posición hegemónica de los grupos o
coaliciones dominantes se debilitan a consecuencia de la crisis, generando una
ampliación de las oportunidades políticas para los grupos opositores. Un tercer
elemento sería la ausencia o el uso restringido de la represión estatal, lo
cual suele ocurrir en conexión con los dos factores ya citados.
Otro aporte teórico a considerar para esta investigación
está representado en la teoría de la construcción de la identidad colectiva,
cuyos principales representantes son, entre otros, Alberto Melucci (Melucci,
1990), Alain Touraine (Touraine, 1990) y Claus Offe (Offe, 1988).
Esta teoría presta especial atención a los cambios
estructurales del sistema capitalista que han dado origen a los nuevos
movimientos sociales. En ruptura con el paradigma tradicional que veía a los
movimientos sociales como expresión del enfrentamiento entre empresarios y
trabajadores, o de manera más general, como una lucha de clases cuyo principal
protagonista era el movimiento obrero, plantea la novedad de los movimientos
estudiantiles, feministas, ecologistas y pacifistas, para poner algunos
ejemplos, los cuales tienen poco o nada que ver con la clase obrera. Hay nuevos
actores, nuevos objetivos, y nuevas formas de acción social. La explicación
radica en que el desarrollo del capitalismo, en los países industrializados
fundamentalmente, fortaleció a un importante sector de clases medias que
suministró la base social para los nuevos movimientos.
Enfatizan los europeos en las diferencias entre las
organizaciones de los nuevos movimientos sociales con las organizaciones
formales tradicionales. Las primeras están caracterizadas por la actividad, la
participación, el compromiso y la acción consciente; las segundas en cambio
están jerarquizadas, con división de tareas y pasividad de la mayoría de sus
miembros.
En los movimientos, el líder es un activista, la legitimidad
se basa en el carisma, las relaciones entre los miembros tienen fuertes
componentes emocionales, la lucha se dirige a objetivos ideales y se plantea en
forma de rupturas radicales, y el público al que el movimiento atrae es joven
en su mayoría. En cambio, las organizaciones formales tienen como dirigentes a
administradores o gestores, su legitimidad es de carácter burocrático, las
relaciones internas están dominadas por la racionalidad, y la lucha se dirige a
la realización, aunque sea parcial, de los objetivos y a la consolidación de
los logros alcanzados; predominando en las mismas las personas de mediana edad.
La espontaneidad, la informalidad y el bajo grado de
diferenciación, tanto horizontal como vertical, son los rasgos definitorios de
los nuevos movimientos sociales en el terreno de la organización. Esto
explicaría la falta de continuidad características en estos movimientos. Esta
discontinuidad se plantea como la presencia vinculada de dos etapas en la
existencia de los movimientos sociales: una etapa de “latencia”, en la cual se
experimentan los nuevos modelos culturales, opuestos a los códigos sociales
dominantes, y se fortalecen los recursos y el entramado cultural para la
movilización posterior; y la etapa de movilización propiamente dicha.
Alberto Melucci distingue tres tipos básicos de movimientos
sociales: los movimientos reivindicativos, los movimientos políticos y los
movimientos de clase (Pasquino, 1996: 208). El primer caso busca imponer
cambios en los procedimientos de asignación de los recursos socio-económicos.
El segundo busca incidir en el acceso a los canales de participación política y
modificar las relaciones de fuerza. El tercer tipo de movimientos tiene por
objetivo volcar el ordenamiento social, transformando el modo de producción y
las relaciones de clase.
Tanto la teoría de la movilización de recursos como la de
identidades colectivas, coinciden en valorar la acción de los movimientos
sociales por medios organizados no tradicionales, es decir, al margen de los
partidos políticos hegemónicos y de los sindicatos y gremios mayoritarios.
Autores como Cohen (1985) y Di Marco (2003)
consideran que ambos enfoques no son incompatibles y elaboran una síntesis de
los mismos. Los movimientos pueden luchar por la defensa y democratización de
la sociedad civil, y por su inclusión dentro de la sociedad política. Ambos
acercamientos forman parte de una mirada compleja acerca de los movimientos
sociales: tanto la construcción de identidades colectivas como la interacción
con las instituciones del estado, son aspectos del fenómeno que deben ser
abordados simultáneamente (Di Marco, 2003: 39). El aporte de las dos teorías ya
mencionadas[8], se puede resumir así:
o Para que surja un movimiento social
no basta que existan privaciones, sino que es fundamental disponer de recursos
y de oportunidades para la acción colectiva. La organización es una condición
básica de la movilización.
o Los movimientos sociales se
desarrollan al margen de las organizaciones burocráticas tradicionales, como
los partidos y sindicatos.
o Los movimientos sociales son una
forma de hacer política por medios no convencionales, por parte de los grupos
desprovistos de poder y que no tienen acceso a las formas institucionalizadas
de acción política.
o Los movimientos sociales surgen en
medio de crisis políticas, o en el marco de procesos de apertura política que
favorecen la acción de los grupos de oposición.
o Los cambios estructurales en el
sistema capitalista han permitido la insurgencia de movimientos sociales
distintos al tradicional enfrentamiento burguesía-proletariado o
terratenientes-campesinos. La aparición de importantes sectores de clases
medias favoreció el desarrollo de movimientos estudiantiles, profesionales,
feministas, pacifistas y ambientalistas, entre otros.
o Los códigos culturales (la identidad
colectiva) entre los miembros de los movimientos sociales contribuyen a la
permanencia de los mismos.
o La espontaneidad, la informalidad y
el bajo grado de diferenciación son los rasgos definitorios de la organización
de los movimientos sociales. Los líderes de estos movimientos se basan en su
carisma y en la relación directa con todos sus miembros. Estos últimos
participan en la toma de decisiones y expresan un alto grado de conciencia y
compromiso. En contraste con las jerarquías y la pasividad existentes en las
organizaciones tradicionales.
En fecha más reciente autores como Doug Mc Adam, Charles
Tilly y Sidney Tarrow han propuesto perspectivas de análisis de los movimientos
sociales que intentan abordar la complejidad de los mismos. En su obra
“Dinámica de la contienda política” (Mc Adam, 2005), presentan un enfoque
“sincrético” que enfatiza en la relación entre actores, instituciones, y el
flujo de las políticas de enfrentamiento, que se refieren a la lucha política
colectiva (Di Marco, 2003: 37). Este enfoque busca aspectos comunes en diferentes
formas de lucha y procesos de movilización social, considerando incluso las
políticas institucionales y las no institucionales.
Superando la anterior división que dejaba el estudio de los
movimientos sociales en manos de la psiciología social, mientras la ciencia
política se encargaba de la política “normal”, estos autores consideran que en
las últimas décadas se ha superado esa división del trabajo, y que las
coaliciones, la interacción estratégica y las luchas por la identidad suceden
tanto en las políticas de instituciones establecidas como en las rebeliones,
huelgas y movimientos sociales.
Finalmente diferencian las políticas de confrontación en
inclusivas y transgresoras. En las primeras las partes en conflicto son
consideradas como actores políticos constituidos, y en las segundas al menos
una parte emplea acciones colectivas innovadoras y adopta medios de lucha
inusuales e incluso prohibidos.
Los resultados generados por la acción de los movimientos
sociales se ubican en un terreno poco estudiado y menos definido por los
investigadores. Autores como Francesco Alberoni afirman que los resultados
históricos y las consecuencias de la
acción colectiva no necesariamente se relacionan con el proyecto inicialmente
formulado por los movimientos sociales. Este autor analiza los mecanismos por
medio de los cuales el Estado busca controlar a los movimientos sociales,
mencionando entre estos: la canalización institucional del movimiento; los
impedimentos para reconocer legalmente al movimiento e impedir su
generalización; el forzar al movimiento a competir con los medios más
favorables al Estado; los métodos de infiltración; la cooptación de sus líderes
o su sustitución; y la represión violenta (Pasquino, 1996: 209).
A manera de conclusión, todos los autores de las diversas
teorías contemporáneas sobre los
movimientos sociales coinciden en afirmar que son un camino de participación política muy influyente, y que representan una de las formas modernas de
incidir sobre las elites gobernantes y las políticas que estas elites
desarrollan.
Britto García enfatiza las características básicas de los
movimientos sociales surgidos en América Latina en los últimos años:
- Surgen de
problemas reivindicativos específicos (la tierra, el agua, las mejoras
laborales, los derechos humanos, contra la represión, cuestiones de
género, igualdad étnica).
- Preponderancia de
estructuras organizativas horizontales y consensuales.
- Colaboración
entre movimientos diversos y de objetivos diferentes.
- Empleo de una
gran variedad de formas de lucha: redes de solidaridad social,
cooperativas, usos de medios alternativos, manifestaciones, protestas,
cortes viales, sin excluir la participación electoral e incluso la lucha
armada, pero sin limitarse a ellas (Britto, 2010: 48).
Di Marco (2003: 40) enfatiza en la particularidad de los
movimientos sociales de Latinoamérica, distanciándose de los autores
norteamericanos y europeos (como Tilly y Touraine) que vinculan los movimientos
sociales a los regímenes democráticos, a luchas urbanas orientadas a obtener
más ciudadanía, mejor consumo, defender culturas y conquistar autonomías
comunitarias. Los movimientos sociales surgidos en Latinoamérica en los años 70
y 80 se generaron en presencia de gobiernos autoritarios y en el marco de
condiciones de vida cada vez peores (generalización de la pobreza como
resultado de las políticas neoliberales).
En otras palabras, muchos movimientos sociales de América
Latina no surgieron en un contexto de abundancia de recursos, como sostienen
los teóricos norteamericanos, sino en el marco de grandes penurias
socioeconómicas, como serían por ejemplo los movimientos indígenas de Bolivia,
Perú y Ecuador, los movimientos campesinos representados en el Movimiento Sin
Tierra en Brasil, y los desempleados expresados en el movimiento Piquetero en
la Argentina.
Los movimientos sociales de América Latina son procesos
surgidos en la sociedad civil que se dirigen a producir transformaciones ante
situaciones que se hacen intolerables para un amplio sector de la ciudadanía,
con dinámicas que exceden el orden institucional establecido, incluyendo la
desobediencia civil y la lucha violenta de calle. Buen ejemplo de ello son los
movimientos de madres y familiares de víctimas de la represión surgidos durante
las dictaduras militares en Argentina y Chile, las organizaciones indígenas
surgidas en Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, las comunidades eclesiales de
base y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil.
Di Marco enfatiza que los movimientos latinoamericanos han
trascendido los episodios de protesta y han originado nuevas formas de
organización social que se mantienen en el tiempo. Su continuidad y permanencia
ha permitido que las nuevas organizaciones se hayan implantado en las
sociedades respectivas, más allá de su irrupción original e innovadora en el
espacio público (Di Marco, 2003: 41).
LOS
TRABAJADORES COMO CLASE Y COMO MOVIMIENTO SOCIAL.
Sobre la validez de la lucha de clases y el concepto mismo
de clase social, consideramos los debates que se suscitan actualmente, a partir
del auge del conflicto social en Latinoamérica durante las dos últimas décadas.
Lo que se puede llamar la rebelión de los pueblos latinoamericanos contra el
neoliberalismo, produjo el derrocamiento de numerosos gobiernos neoliberales,
como resultado de grandes sublevaciones populares o como colofón de las crisis
políticas derivadas de dichas sublevaciones. Esa fue la historia de Fernando Color
de Mello en Brasil (1992), Carlos Andrés Pérez en Venezuela (1993), Alberto
Fujimori en Perú (2000), Gonzalo Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005)
en Bolivia, Fernando de la Rúa en Argentina (2001), Abdalá Bucaram (1997),
Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador[9]. Estas revueltas populares dieron
origen a gobiernos de corte izquierdista que configuran situaciones inéditas en
América Latina[10].
De manera general, los reiterados triunfos electorales de
fuerzas de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia,
Ecuador, Nicaragua, Chile, Paraguay, El Salvador y Perú, y el crecimiento electoral de las mismas en
países como México y Colombia, constituyen una circunstancia sin precedentes en
la región. En ese contexto, y probablemente como generadores de esas
transformaciones políticas, diferentes movimientos sociales, como los Sin
Tierra en Brasil, los Piqueteros en Argentina, los pueblos indígenas en los
países andinos, los movimientos estudiantiles en Chile, Perú y Colombia, las
organizaciones populares en Honduras, México y Venezuela, han surgido con
fuerza relevante y actúan como elementos de definición de los procesos
políticos en sus respectivos países.
Considerando también los grandes movimientos de protesta que
surgieron en 2011 en los países centrales del capitalismo (Europa y los Estados
Unidos), a partir del Movimiento de los Indignados o 15-M en España, protesta
que se ha extendido por toda Europa y luego por los Estados Unidos, con el
movimiento de “Ocupa Wall Street”, unido a la llamada “Primavera Árabe” que
derrocó a dictaduras como las de Egipto y Túnez y ha estremecido en general a
todos los países del llamado Medio Oriente, se puede concluir que son
los movimientos sociales de protesta la expresión más actual de la lucha de
clases dentro del capitalismo globalizado.
En 2013 estos movimientos sociales se revitalizaron con las
protestas masivas ocurridas entre julio y septiembre en Turquía, Brasil y
Colombia, además de la nueva crisis en Egipto que derribó al gobierno de Mursi,
y nuevas expresiones de lucha en Grecia, Túnez y otros países.
A este respecto
consideramos los aportes de John Holloway[11]. El autor se hace la pregunta de si se puede o no
considerar lucha de clases las protestas sociales ocurridas en Latinoamérica y
el mundo en los últimos años, incluyendo aquí las rebeliones anti-neoliberales
en varios países suramericanos, las protestas contra la guerra en Irak, y los
movimientos anti-globalización. La respuesta a la que llega es que sí existe lucha
de clases, pero en la medida en que el concepto de clase no es ya un grupo de
personas en términos sociológicos, sino que clase se interpreta como un polo de
antagonismo social.
Respondiendo a quienes sostienen que el análisis marxista
del capitalismo como lucha de clases ha perdido relevancia, Holloway afirma que
el concepto de lucha de clases es importante para entender las luchas sociales
actuales, y que sería un error teórico y político abandonarlo. Para ellos,
todas las luchas sociales actuales deben ser entendidas como lucha de clases, y
no sólo las luchas de la clase trabajadora (Holloway, 2005: 10).
Holloway insiste en que al hablar de clase se enfatiza la
capacidad de los trabajadores por construir un mundo alternativo a su propia actividad
como trabajadores sujetados a la explotación del capital. La “clase” permite la
unidad que subyace bajo la rica diversidad de las luchas sociales, a la vez que
permite trascender las luchas particulares de cada grupo, y el propio carácter
reformista de la lucha, para resaltar que la lucha es por la creación de una
sociedad radicalmente diferente.
El mismo Holloway responde a la pregunta: ¿dónde está la
lucha de clases hoy? La respuesta es que la lucha de clase no sólo se sigue
manifestando en todas partes del mundo, sino que el capital ha sido
especialmente violento en los últimos años. Rememorando a Marx, recuerda que el
capital se mueve constantemente por su “hambre insaciable de trabajo
excedente”, que está permanentemente impulsado hacia adelante para intensificar
la explotación del trabajo (Holloway, 2005: 98).
El capital sólo puede lograr sus objetivos a través de la
lucha de clases. El intento generalizado del capital por transformar las
relaciones de trabajo y las relaciones sociales en general que estamos
presenciando en los países de la Unión Europea, como recetario ante la profunda
crisis económica que atraviesan esos países, es de manera visible una
manifestación de la lucha de clases, de su plena vigencia en el contexto de la
sociedad capitalista globalizada.
La lucha de clases implica por una parte el esfuerzo
permanente de los capitalistas por lograr que el resto de la población se
doblegue en su condición de asalariados y a partir de allí poder obtener
jugosas ganancias apoderándose de la plusvalía creada por los trabajadores, o
simplemente se resigne a morirse de hambre como desempleados (Sartelli, 2010:
176). Por la otra, el esfuerzo de los trabajadores en general por construir una
“manera diferente de hacer”, una forma diferente de relaciones sociales, o
simplemente por conquistar paliativos a las formas de explotación imperantes.
La existencia del capital implica la existencia de la lucha de clases, no puede
existir el uno sin el otro.
En esta misma tendencia teórica, Sergio Tischler[12]
sostiene que los movimientos sociales de la última década están reinventando la
revolución en el actual momento histórico (Tischler, 2005: 121). Este autor
establece una perspectiva crítica con relación a los efectos de la revolución
rusa sobre la lucha de clases. Para Tischler, la revolución bolchevique terminó
instaurando una nueva forma de dominación sobre los trabajadores, al
institucionalizar “la forma estado y la forma partido”, haciendo énfasis en la
toma del poder como objetivo de la lucha de clases de los trabajadores.
En realidad, la lucha de clases de los trabajadores no tiene
por objetivo el cambio del dominio de una clase por otra (como ocurrió en la
URSS), sino el fin de la dominación capitalista y de la clase como formas de
existencia del poder (Tischler, 2005: 114). Este canon “leninista” impuesto por
la revolución rusa entró en crisis a partir del derrumbe del socialismo en la
URSS y demás países de Europa Oriental, y con ello se dio pie a la redefinición
del concepto mismo de revolución y de lucha de clases.
Esta crisis del canon clásico de la lucha revolucionaria se
ha profundizado en la medida en que la ofensiva del capitalismo neoliberal ha
combatido abiertamente las formas de organización social y política de la clase
obrera, logradas mediante grandes y largas luchas en el contexto de la
resolución de la crisis de 1914-1945 y la derrota del fascismo.
A partir del advenimiento de la ofensiva neoliberal a
mediados de la década de 1970, el capitalismo afirmó que la “lucha de clases” había
sido superada y que desaparecían las contradicciones sociales que antes habían
amenazado al capitalismo. El proceso de reorganización del trabajo global
emprendido por el capital implicaba no sólo la desaparición del horizonte
revolucionario socialista, y con ello de la vigencia de los partidos
revolucionarios, sino que implicaba también la destrucción de los sindicatos y
formas similares de resistencia obrera a la explotación.
Es en este marco que las luchas populares recientes en
América Latina han evidenciado que el capitalismo neoliberal es la negación de
un mundo incluyente y justo. La realidad misma de los movimientos sociales que
se han constituido en el enfrentamiento a las políticas neoliberales es reflejo
de la vigencia de la lucha de clases y la profunda contradicción existente
entre la democracia liberal burguesa y los sujetos colectivos (Tischler, 2005:
112).
Reactivando la corriente histórico-social de resistencia
popular a distintas formas de opresión en este continente, los movimientos
latinoamericanos de la primera década del siglo XXI han creado un ambiente de
actualización de la cuestión de la clase y la lucha de clases. Al realizar en
el plano político una crítica radical al concepto de Estado como lugar central
de la política revolucionaria, los movimientos sociales han replanteado la
forma “soviet”[13]
como crítica de todas las formas de dominación (Tischler, 2005: 116).
Rememorando a Georg Lukács, Tischler valora su
reconocimiento del soviet como la forma de organización del proletariado que
permite superar “política y económicamente la cosificación capitalista” (Lukács, 1975: 87), aunque deja clara
lo limitado de su reflexión al dejarse influenciar por el canon leninista y
aceptar que el partido sea el que asuma la iniciativa en esta lucha por imponer
a los soviets.
La respuesta teórica a esta perspectiva limitada de Lukács,
la expone John Holloway con su obra “Cambiar el mundo sin tomar el poder”
(Holloway, 2002: 27). En esta obra
Holloway plantea que no se puede cambiar el mundo por medio del estado, pues el
fracaso de la revoluciones en el siglo XX así lo demuestra. Como la revolución
anticapitalista sigue siendo una necesidad, cómo hacerlo es el desafío
revolucionario del siglo XXI.
Definiendo la política revolucionaria como “antipolítica”,
Holloway establece que se debe pasar de una “política de organización” a una
“política de eventos”, en el sentido de que la lucha de clases no debe
establecer formas predeterminadas de organización de los trabajadores
(Holloway, 2002: 307). Para este autor, el problema de la lucha de los
trabajadores es desplazarse hacia una dimensión diferente de la del capital, no
comprometerse con el capital en sus propios términos (por ejemplo recurriendo a
la forma estado o la forma partido) sino avanzar hacia modos en los que el
capital no pueda existir.
Tischler termina enfatizando que los actuales movimientos
sociales han creado un lenguaje y una práctica que intenta avanzar hacia un
cambio que no será más otra trampa del poder verticalmente construido, sino la
auto-organización y la autodeterminación de los explotados y los dominados.
Para él, la lucha de clases en nuestros días es la fragua de una nueva forma de
pensar la revolución, y vivimos un tiempo de liberación de la imaginación
revolucionaria.
Volviendo a Holloway y su obra sobre cambiar el mundo sin
tomar el poder, plantea la conocida frase del movimiento zapatista en México:
“Somos gente común, es decir, rebelde”. Esta tesis zapatista, dice el autor, se
contrapone a la tesis leninista de que los obreros no pueden por sí solos tomar
conciencia revolucionaria, y que esa conciencia debe ser introducida desde
afuera, por los revolucionarios profesionales del partido. Pero los obreros de
Lenin, dice Holloway, son muy diferentes a la gente común de los zapatistas.
Para los zapatistas, la revolución no es dar una serie de
pasos, sino de expresar la rebeldía contenida. No hay pasos intermedios. El
problema no es llevar la conciencia desde fuera, sino sacar el conocimiento que
ya está presente, aunque en forma embrionaria, reprimida y contradictoria. El
proceso revolucionario es un proceso colectivo. En el capitalismo, basado en el
antagonismo clasista, todos estamos marcados por ese antagonismo; no hay nadie
que se pueda elevar por encima de estos antagonismos para mostrarnos el camino.
La única forma de avanzar es a través de la articulación colectiva. El consejo
es la forma de organización que mejor expresa la sentencia de que somos gente
común, es decir, rebeldes. En el enfoque consejista no hay ningún modelo que se
pueda aplicar. Es cuestión de hacer el camino al andar[14]
(Holloway, 2002: 260).
LOS
MOVIMIENTOS SOCIALES LATINOAMERICANOS Y EL SURGIMIENTO DE NUEVOS ACTORES
POLÍTICOS.
Las dos primeras décadas del siglo XXI han significado un
verdadero terremoto político en Latinoamérica. Se ha producido un inédito
viraje hacia la izquierda en todos o casi todos los procesos electorales del
continente, viraje que ha sido catalizado por el accionar de movimientos
populares diversos que han recreado y revitalizado las expresiones
tradicionales de la lucha revolucionaria que la izquierda desarrolló desde los
años 50 y 60 del siglo XX. Recordando que la izquierda latinoamericana se había
debatido hasta fines del siglo XX entre la estrategia reformista electoral por
una parte, y las formas de lucha armada revolucionaria por la otra, la
aparición contundente de estos movimientos sociales ha permitido construir un
escenario político impensable hace apenas una década.
Estos movimientos sociales no han sido lo suficientemente
poderosos como para “conquistar” el poder por ellos mismos, pero su accionar ha
permitido que configuraciones políticas considerablemente progresistas y de
izquierda conquisten relevantes triunfos electorales y “cabalguen” el proceso
generado por estas luchas y conflictos nacidos de la rebeldía contenida del
pueblo latinoamericano, como respuesta a los planes neoliberales aplicados
desde los años 70 y 80 en todo el continente. Ese ha sido el caso del triunfo
de Lula en Brasil, de Kirchner-Fernández en Argentina, de Correa en Ecuador, de
Evo Morales en Bolivia y del mismo Chávez en Venezuela, para colocar sólo los
ejemplos más relevantes.
Algunos autores, como Rubén Alayón[15],
consideran que esta rebelión latinoamericana contra la globalización neoliberal
ha vuelto a poner sobre el debate la discusión del concepto de “multitud”, el
cual es recuperado por Toni Negri (2000) a partir de la obra de Spinoza
(Alayón, 2007: 172). Considerando que la multitud implica una forma radical y
subversiva de considerar la democracia, al entenderla como la “totalidad de los
ciudadanos reunidos en asamblea”, y como mecanismo que permite un proceso de
socialización como “metamorfosis de los individuos en comunidad”, Alayón
considera también el concepto de “anomia”, distanciándose de su interpretación
negativa durkheiniana y reivindicando a Maffesoli (2005), el cual supera el
concepto de anomia en su visión peyorativa, y la postula como un medio para la
defensa del cuerpo social, como expresión de la “violencia fecundadora”
necesaria en todos los cuerpos sociales.
El concepto de multitud
también es reivindicado por Roland Denis (Denis, 2005: 71), quien expresa que
el mismo surge de la necesidad de recrear a un marxismo fosilizado, dándole
respuesta a la diversidad de sujetos que se rebelan contra el capitalismo en el
marco de los nuevos movimientos sociales, de las rebeliones antineoliberales
latinoamericanas, y de los movimientos antiglobalización en todo el mundo. Para
Denis, el concepto de multitud no
disipa la función histórica de la lucha de clases ni el principio de clase como
tal, sino que explica precisamente la
expresión de la clase y de la lucha de clases en la realidad que nos toca vivir.
La multitud, o la “montonera”, es el surgimiento de un nuevo sujeto rebelde
ante la tendencia constitutiva de un gobierno imperial mundial que suprime los
estados nacionales y se fundamenta en el gobierno de las multinacionales,
partiendo de la conocida tesis sobre el Imperio formulada por Toni Negri y
Michael Hardt (Negri y Hardt, 2000). La multitud es el nuevo sujeto de los
nuevos movimientos sociales: los desempleados, las mujeres, los inmigrantes,
los indígenas, los discriminados racialmente, que sin lugar a dudas son un
movimiento de productores, de obreros del mundo que buscan el autogobierno de
la cosa pública, de los recursos productivos y el rescate de la dignidad humana
que el capitalismo les ha negado.
Negri hace especial énfasis en el análisis del levantamiento
popular ocurrido en Argentina en diciembre de 2001, y que culminara con el
derrocamiento del presidente Fernando de la Rúa. (Negri, 2003: 62). En lo que
denomina el “Quilombo argentino”, considera que una nueva figura de clases
protagonizó el movimiento social: la multitud. Es en este sentido que la
multitud es un concepto de clase (Negri, 2003: 63). Negri afirma que el
concepto de clase obrera es un concepto limitado, al restringirlo al ámbito de
la producción, mientras que la multitud abarca todas las relaciones propias del
capitalismo actual.
“El trabajo de hoy no es un trabajo que se haga tanto
materialmente en las fábricas como en las redes, exprimiendo inteligencia y
constituyendo una cooperación. Los elementos innovadores del trabajo se
presentan en el interior de las redes, en las grandes extensiones cooperativas
del trabajo: ése es el verdadero trabajo. Son elementos culturales,
intelectuales, científicos, relacionales, afectivos, los que constituyen la
valorización del trabajo”. (Negri,
2003: 36).
Los explotados que surgen de esta nueva forma de
valorización del trabajo son las “multitudes” que denomina Negri. Las
manifestaciones insurreccionales de diciembre del 2001 no sólo derribaron un
gobierno, sino que principalmente abrieron un formidable período de
experimentación e innovación social, económica y política. Allí se dieron
múltiples expresiones de lucha por parte de grupos sociales hasta ese momento
muy diferenciados: clases medias urbanas y proletarios desempleados de la
periferia. Los primeros, desatando los cacerolazos, el asedio de los ahorristas
a los bancos, las asambleas barriales e interbarriales. Los segundos, con los
cortes de rutas por los piqueteros, la autogestión por los trabajadores de las
fábricas quebradas, las redes de economía solidaria. Todos confluyeron en
masivas movilizaciones que derribaron varios presidentes en pocas semanas.
Negri sacraliza el “Quilombo” argentino y ve en él una nueva
era de la confrontación de clases. Con la consigna “que se vayan todos”, las
multitudes argentinas se pronunciaron contra el modelo económico neoliberal y
el sistema político representativo. La multitud no es representable, y su
política puede considerarse la verdadera democracia, la democracia de las
multitudes. La política de la multitud muestra que sin difusión del saber y la
emergencia de lo común, no es posible encontrar las condiciones necesarias para
que una sociedad libre pueda vivir y reproducirse (Negri, 2003: 69).
Aunque un análisis del posterior desarrollo de los
acontecimientos argentinos nos revela que las masivas movilizaciones populares
(tanto de las clases medias como de los sectores de desempleados) fueron
cediendo progresivamente su fuerza e impacto en la realidad política nacional,
y en los últimos años se ha consolidado nuevamente un sistema político
representativo que sin embargo desarrolla un modelo económico muy distante del
neoliberalismo causante del descontento popular estallado en diciembre de 2001.
El gobierno de Kirchner-Fernández se ha estabilizado bajo una economía
neokeynesiana y un nacionalismo de izquierda enfrentado radicalmente (por lo
menos en lo declarativo) a los factores de poder del capitalismo global. Las
multitudes argentinas parecieran descansar, cediendo el puesto a las multitudes
que hoy insurgen con fuerza inusitada en otros países de Latinoamérica como
Chile y Colombia (rebeliones estudiantiles del 2011), en toda Europa con el
movimiento de los indignados, en la primavera árabe y en los “Ocupa Wall
Street” de los Estados Unidos.
Pensamos que aún está por verse la potencialidad histórica y
política de las multitudes que en años recientes estallan en rebelión abierta
contra el capitalismo global. Dado que la crisis mundial pareciera tener
todavía un largo desarrollo por delante, el desarrollo de grandes
movilizaciones sociales, la salida a la calle de “multitudes”, necesitarán de
análisis más profundos a medida que avancen los acontecimientos.
Otros autores como Carlos Walter postulan que la emergencia
de nuevos movimientos sociales implica también una ruptura epistemológica con
el pensamiento eurocéntrico que dominó el análisis marxista sobre la lucha de
clases (Walter, 2009: 17). A partir de la lucha por el territorio por parte de
comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes en diversos lugares de
América, Walter expone la confrontación de racionalidades distintas sobre la
noción misma de territorio y de propiedad, incluso sobre la forma en que la
sociedad humana establece su relación con la naturaleza. El aporte de Walter es
particularmente interesante en la medida en que permite reconocer que en las
luchas contra el neoliberalismo en América Latina (y probablemente en el resto
del mundo) están surgiendo nuevos paradigmas y nuevas racionalidades vinculadas
a la manera de entender la actividad productiva, y de cómo esa actividad
económica se relaciona a su vez con la naturaleza, modificando el concepto
mismo de territorio.
Para Alayón, la rebelión latinoamericana es contra la racionalización
y el disciplinamiento de las instituciones sociales. Ante el abandono por parte
del estado neoliberal de las políticas sociales, la protesta de calle se ha
convertido en el territorio de realización del deseo emancipatorio de grandes
conglomerados sociales, que se esfuerzan por construir un nuevo tejido social
que procure la recomposición de lo justo, del bienestar como promesa por venir
(Alayón, 2007: 174).
La ofensiva neoliberal destruyó los espacios en que se
manifestaban los derechos civiles y los derechos sociales que habían permitido
el proceso de construcción de ciudadanía en los estados burgueses. Con el
neoliberalismo el estado ha dejado de ser el territorio de encuentro de todos
los grupos sociales. El estado “economiza” su propio ejercicio del poder, y al
dejar a la población a expensas del mercado, impera el darwinismo social, el
“capitalismo salvaje”.
Con el neoliberalismo, las grandes masas empobrecidas de
Latinoamérica pasaron a ser ciudadanos de segunda, excluidos tanto de las
políticas de estado como de las prioridades del mercado. Alayón analiza
particularmente este proceso dentro de las organizaciones tradicionales de la
clase obrera, los partidos y los sindicatos (Alayón, 2007: 177). Con la
flexibilización laboral y la desregulación salarial el mundo sindical tiende a
desaparecer y con ello los trabajadores pierden peso específico dentro de las
prioridades del proceso económico, político y social.
Consideramos importante esta reflexión pues implica la
realidad que se vive en todo el mundo y particularmente en Latinoamérica, en la
cual la inoperancia y debilidad tanto de los sindicatos como de los partidos de
izquierda ha permitido que las luchas sociales desatadas espontáneamente los
sobrepasen ampliamente y los dejen fuera del proceso decisivo de las crisis
políticas desatadas por la ejecución de paquetes neoliberales. En este campo,
los movimientos obreros han reaccionado a posteriori, luego de las mayores
manifestaciones de protesta social, y han aprovechado el nuevo clima político
para avanzar en la construcción de nuevas organizaciones que les permitan
recuperar su espacio como actores políticos dentro del contexto de cambios que
se vive en el continente.
La ofensiva neoliberal en Latinoamérica, si bien ha relegado
del escenario de las grandes luchas sociales a la clase obrera industrial y a
la fábrica misma, ha expandido en cambio los escenarios de sindicalización y de
lucha huelguística hacia sectores denominados tradicionalmente como “capas
medias” (profesionales de la salud, profesores universitarios, empleados de la
administración pública, etc.). Aunque el neoliberalismo haya introducido
cambios en el proceso de trabajo y en la conformación de clase de los
trabajadores, se mantiene la explotación del trabajo asalariado por el capital,
aunque esta relación se diluya o se oculte mediante diversas manifestaciones de
actividad laboral (Campione y Rajland, 2006: 305).
Todo el escenario laboral neoliberal apunta a una mayor
expoliación del trabajo obrero y a descargar sobre los trabajadores el peso
fundamental de la crisis económica:
·
Extensión de la jornada de trabajo,
·
disminución de salarios,
·
presión para la no sindicalización,
·
desconocimiento de las
contrataciones colectivas,
·
facilidades para la contratación
temporal y para los despidos,
·
diversas formas de trabajo informal
o precarizado,
·
aumento de la edad para acceder a la
jubilación,
·
modificación de los regímenes de
pago por antigüedad,
·
privatización de los fondos de
pensión,
·
abandono de las políticas sociales
en salud, educación y vivienda.
·
Aumento de la tasa de desocupación.
La destrucción de las anteriores relaciones
obrero-patronales ha generado toda una gama de trabajadores por cuenta propia,
de pasantes, contratados, subcontratados (los llamados tercerizados),
cooperativistas, y del aumento significativo del desempleo abierto. Es en este
contexto socioeconómico que es imprescindible hablar de clase trabajadora en un
sentido amplio, lo que ha implicado a su vez la aparición de nuevas modalidades
de organización y de formas de lucha renovadas (Campione y Rajland, 2006: 306).
Partiendo del estudio de la rebelión popular en Argentina en
2001, de las rebeliones indígenas en Bolivia y Ecuador, de la elevada
conflictividad social en la Venezuela de los 90 y del crecimiento del PT en
Brasil, pero extensible a lo sucedido en
otros países latinoamericanos, diversos autores señalan la aparición de nuevas
formas de protesta social y nuevos actores políticos que se pueden resumir así
(Schuster, 2005: 269) (Campione y Rajland, 2006: 308) (Tapia, 2005: 339)
(Dávalos, 2005: 359) (Avritzer, 2005: 67) (Denis, 2001: 16) (Denis, 2005: 69).
·
La incorporación al conflicto social
de las grandes masas de desocupados, a través del movimiento denominado
“piqueteros” en Argentina (Flores, 2007: 188), o los comités de desempleados
petroleros en Venezuela, que implican diversas expresiones organizadas. Hasta
ahora, los desempleados tendían a ubicarse en el llamado “lumpen proletariado”
y no se les asignaba cualidades para la lucha revolucionaria. Organizaciones
obreras como la CTA en Argentina han abierto espacios para la participación
organizada de los desempleados, situación inédita en la historia anterior del
movimiento obrero.
·
La incorporación de importantes
sectores de las clases medias (profesionales, pequeños empresarios) que sufren
los efectos de la crisis económica y se movilizan en demanda de
reivindicaciones específicas, pero ampliando esta lucha a escenarios de
alianzas con otros grupos sociales populares. En la crisis que derrocó a
Fernando de La Rúa, en diciembre de 2001 en Argentina, jugaron un papel
destacado las movilizaciones de estas clases medias.
·
El surgimiento de movimientos
campesinos indígenas que desarrollan formas de lucha abandonadas por la
izquierda tradicional (movilizaciones, corte de rutas) y que rememoran las
luchas indígenas contra la opresión colonial. Desarrollados en Bolivia, Ecuador
y Perú principalmente (también en Colombia y México), han jugado papeles
destacadísimos en el proceso político de sus respectivos países, han derrocado
gobiernos (como el de Sánchez de Lozada en Bolivia en 2003) y han llevado a la
presidencia a líderes indígenas como Evo Morales.
·
El surgimiento de formas de
democracia directa en todas las expresiones organizativas de estos movimientos
sociales, junto al cuestionamiento de la institucionalidad
democrático-representativa y a las formas organizativas tradicionales como los
partidos y los sindicatos. Se ha desarrollado un cuestionamiento general a las
formas de representación política, una lucha decidida por la desburocratización
de la militancia social.
·
Este nacimiento de formas de
democracia directa se ha conceptualizado como “procesos populares
constituyentes”, articulando una voluntad popular que supera la hegemonía
histórica del populismo y que dota al pueblo de un programa propio, un proyecto
de país construido desde la acción directa, la subversión social y la
vanguardia colectiva.
·
Esta democracia directa asamblearia
urbana, manifestada en la llamada “Guerra del Agua” en Bolivia (año 2000), en
el levantamiento de diciembre de 2001 en Argentina, en la respuesta popular al
golpe de estado contra Chávez en abril de 2002 (con expresiones que parten del
levantamiento popular de febrero de 1989), ha tenido igualmente su corolario en
el desarrollo de Asambleas Constituyentes que han procedido a reformular
parcialmente las instituciones tradicionales de la democracia liberal burguesa,
tal como ha sucedido en Venezuela, en Bolivia y en Ecuador.
·
El desarrollo de expresiones
organizativas acordes a los avances tecnológicos, como lo son las llamadas
redes sociales y medios alternativos, particularmente las agencias de noticias
y páginas web comprometidas con las luchas sociales, y las radios y televisoras
comunitarias.
·
La incorporación a la lucha política
de movimientos sociales con raíces religiosas, vinculados a la Teología de la
Liberación, tal como ocurrió en los orígenes del PT brasileño (ya al respecto
habían ocurrido expresiones anteriores en el FSLN de Nicaragua y el FMLN de El
Salvador).
·
El desarrollo de significativos
movimientos campesinos como los Sin Tierra (MST) en Brasil, que también jugaron
un papel destacado en el nacimiento y fortalecimiento del PT (aunque hoy han
roto con ese partido debido a sus veleidades neoliberales y su inconsecuencia
con el programa original).
·
La revitalización del movimiento
obrero a partir del auge del conflicto social general, como ha ocurrido con el
fortalecimiento de la CTA[16]
en Argentina, la creación de la UNETE y de la CBST en Venezuela y la conducción
de las centrales sindicales bolivianas en manos de dirigentes indígenas (a
diferencia de la anterior dirigencia de izquierda proveniente de capas medias).
Han cobrado fuerza propuestas de generar acciones sindicales “globales” en
respuesta a las medidas económicas globales que promueve el neoliberalismo,
aunque por ahora no han tenido un desarrollo efectivo (Baltar, 2000: 79).
·
El desarrollo de nuevas
organizaciones obreras como los Consejos de Trabajadores, surgidas del proceso
de ocupación por los trabajadores de fábricas paradas o en proceso de quiebra
(Rebón-Saavedra, 2006: 44). Estos Consejos de Trabajadores, cuyo desarrollo más
extendido se ha producido en Venezuela y en Argentina, han permitido el nacimiento
de formas de Control Obrero como mecanismo de poder alternativo al poder de los
patronos privados capitalistas y del propio Estado (Comerzana, 2009: 162). En
este proceso también se han ensayado formas cooperativistas (Di Marco, 2004: 94).
Campione y Rajland señalan la circunstancia que luego de la
enorme ofensiva neoliberal de las décadas de 1980 y 1990, la cual buscaba
desarticular las organizaciones tradicionales de los trabajadores (sindicatos y
federaciones) y de las clases subalternas en general, que trató de sembrar por
todos los medios la ideología y los comportamientos individualistas y el
desprestigio de la acción colectiva, con el objetivo de abrirle paso a las
medidas económicas neoliberales que favorecían abiertamente la acumulación
capitalista, elevaba los niveles de explotación de los trabajadores y aumentaba
la opresión contra los sectores populares, se haya generado desde estas mismas
clases subalternas una respuesta política y organizativa alternativa, expresada
en toda esta diversidad de movimientos sociales y acompañada de un sólido
programa político renovador que de una u otra forma viene señalando el camino
de los cambios suscitados en Latinoamérica en la última década (Campione y
Rajland, 2006: 326).
Prueba más que contundente de que la lucha de clases, declarada muerta por el neoliberalismo, aún goza de
buena salud, y continúa señalando el desarrollo de los procesos políticos
tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo (rebeliones del 2011-2013:
indignados europeos, ocupas Wall Street, rebelión árabe, estudiantes chilenos, campesinos
colombianos, etc).
ALGUNAS
CONCLUSIONES. LOS TRABAJADORES COMO CLASE Y COMO MOVIMIENTO SOCIAL, EN LA
SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XXI.
A partir de las propuestas de Holloway, Gunn y Bonefeld, y
considerando los aportes de otros como Negri, Dieterich, Denis y Alayón,
reivindicamos el concepto de “clase” en un sentido amplio, sin pensar por ello
que entramos en contradicción con las ideas que al respecto formulara Carlos
Marx. Más bien nos distanciamos de la idea leninista de clase, que los
mencionados autores denominan “marxismo sociológico”, que tiende a ubicar a la
clase en un espacio cerrado y delimitado, y no como una relación social en
desarrollo que implica entenderla en su dinámica.
En ese orden, por clase trabajadora entendemos a toda una
serie de sectores sociales oprimidos por el capitalismo y que de diversas
formas se organizan y luchan para reivindicar sus derechos y proponer visiones
alternativas superadoras de la dominación del capital. Allí entran no sólo los
obreros fabriles, sino en general todos los trabajadores asalariados de la
ciudad y el campo, los desempleados, las amas de casa, las mujeres, los
jóvenes, los estudiantes, los campesinos, los indígenas, los afrodescendientes,
los inmigrantes, los comunicadores de medios alternativos, los activistas
culturales, incluso los pequeños productores y pequeños empresarios que también
sufren y se rebelan contra la opresión del capital.
Los trabajadores del siglo XXI constituyen la multitud que
se rebela contra el capitalismo neoliberal globalizado, en múltiples escenarios
y mediante diversas y novedosas formas de lucha y de organización, asumiendo
rupturas paradigmáticas que ponen en cuestionamiento los valores del sistema
político liberal y del modelo productivo capitalista, contra la unicidad de
pensamiento de la cultura occidental y contra el mismo fundamento epistémico de
la ciencia y la tecnología dominantes.
Esta clase trabajadora, a través de sus diferentes
expresiones, se constituye en actor político en la medida en que enarbola un
proyecto alternativo de sociedad o por lo menos un proyecto reivindicativo que
busca paliar de alguna forma los efectos malsanos que el capitalismo genera
sobre sus condiciones de vida y de trabajo.
Esta perspectiva amplia de la clase trabajadora nos lleva a
concluir que los movimientos sociales que desde hace más de una década pugnan
en América Latina por abrir un nuevo rumbo de construcción societal, son todos
expresión de la lucha de clases, de los intereses de clase manifestados en su
diversidad de prácticas y condiciones existenciales de vida.
Por ello, al clarificar
si la clase trabajadora puede ser considerada un movimiento social, nosotros
respondemos afirmativamente a esta cuestión. Hacemos referencia a lo que Marx,
utilizando una terminología hegeliana, llamó clase en sí y clase para sí. La
clase en sí es la que aún no toma conciencia de sus intereses y permanece
desorganizada. La clase para sí es la que asume conscientemente su
organización, sus luchas y sus objetivos en la sociedad.
La clase trabajadora latinoamericana permaneció por décadas
sometida bajo los parámetros de la dominación del capital, controlada al mismo
tiempo por las estructuras sindicales burocratizadas y por las concepciones
leninistas, que la subordinaban tanto al estado capitalista populista reinante
en este territorio, como al “partido dirigente” que impedía la manifestación
efectiva de su autonomía y autodeterminación como clase.
El debilitamiento tanto del populismo como del leninismo,
procesos muy distintos pero que se fueron dando más o menos simultáneamente
(con las crisis políticas derivadas del fracaso del modelo neoliberal, por una
parte, y con el colapso de la referencia socialista manifestada en la URSS, por
la otra), permitió que se soltaran las amarras que mantenían sometida a la
clase trabajadora, y la insurgencia demoledora de los nuevos movimientos
sociales fue determinando lo que hasta el presente es el panorama de cambio
político en América Latina y en el resto del mundo.
Los nuevos movimientos sociales expresan una perspectiva de
clase en la cual los obreros fabriles encuentran sus iguales en los
desocupados, en los campesinos, en las mujeres, en los indígenas, los
afrodescendientes y toda la multitud de manifestaciones políticas que insurgen
simultáneamente contra el neoliberalismo. Las organizaciones obreras
fundamentales ya no son las tradicionales Centrales y Confederaciones, sino los
sindicatos de base, los consejos de fábrica, las cooperativas, los movimientos
de trabajadores del campo. La vocería del movimiento de trabajadores se ha
ampliado por miles, y ya no son burocratizados dirigentes quienes asumen su
representación, sino el protagonismo directo de los colectivos de base que
asumen la lucha y enarbolan programas de acción que apuntan incluso a una
perspectiva socialista[17]
superadora del modelo productivo capitalista.
El ensayo neoliberal iniciado en los años 70 y 80, el cual
buscaba el reacomodo de las relaciones productivas capitalistas eliminando los
fundamentos del modelo keynesiano y del estado benefactor, para favorecer así
la elevación de la tasa de ganancias reorganizando los mecanismos de
explotación del trabajo, ha terminado generando una crisis cuyas dimensiones
aún no terminan de desplegarse, pero que sin duda amenaza con trastocar la
estabilidad del propio sistema-mundo capitalista.
El denominado “fin de la historia”, propuesto por Fukuyama
en la década de los 80 como período culminante del proceso histórico
civilizatorio, a desarrollarse bajo la hegemonía del neoliberalismo y del modo
de vida occidental (Fukuyama, 2002), no sólo se ha derrumbado como teoría, sino
que amenaza con arrastrar tras de sí a la propia hegemonía occidental sobre el
mundo globalizado. La burguesía mundial ha disparado el neoliberalismo, pero el
tiro le ha salido por la culata (la insurgencia de los movimientos sociales y
su propia debacle financiera).
Lo que se anunciaba como una remodelación general de las
relaciones sociales, enfatizando los principios del lucro privado, de la
competencia, del individualismo frente a los intereses colectivos, de los
proyectos empresariales multinacionales frente a las manifestaciones de los
estados nacionales y los sentimientos populares, ha terminado generando su lado
contrario. Asistimos por una parte al debilitamiento general del sistema
capitalista hegemonizado por el mundo anglosajón y que ha dominado en los
últimos tres siglos, y al mismo tiempo al nacimiento de movimientos sociales
que se enfrentan a los intentos del capital por imponer un imperio mundial
militarizado.
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[1]
Artículo publicado en la Revista de la Red de Intercátedras de Historia
de América Latina Contemporánea (Segunda época), Año 2, N° 2, Córdoba, junio de
2015. ISSN 2250.7264. Todavía no está en línea. http://publicaciones.ffyh.unc.edu.ar/index.php/RIHALC.
[2] Historiador.
Profesor de la Universidad del Zulia. Maracaibo. Correo: cruzcarrillo2001@yahoo.com.
[4] Una formación económico-social estaba constituida, según Marx, por la
estructura económica (el modo de producción), y la superestructura
jurídico-política y cultural (las formas de gobierno y de pensamiento).
[5] Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924), mejor conocido por Lenin, su pseudónimo de la clandestinidad. Principal
dirigente del Partido Bolchevique. Condujo victoriosamente la Revolución de
Octubre de 1917, primera revolución socialista que logró consolidarse en el
poder.
[6]Profesor en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de
Edimburgo, Inglaterra.
[7] Profesor en el Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de
York, Inglaterra.
[8] La Teoría de la Movilización de Recursos y la Teoría de las
Identidades Colectivas.
[9] Como dice James Petras: “Desde comienzos de la década de 1990, se
produjeron en toda América Latina movimientos extraparlamentarios
sociopolíticos masivos, acompañados por alzamientos populares a gran escala que
llevaron al derrocamiento de diez presidentes neoliberales clientes de EEUU/UE:
tres en Ecuador y Argentina, dos en Bolivia y uno en Venezuela y Brasil”.
PETRAS, James. 2006. Petras, Evo, Chávez
y el imperialismo.
http://www.voltairenet.org/article139664.html#article139664.
[10] David Brooks/La Jornada. 2008. Se
acabó la hegemonía de EEUU en América Latina. 15/05/08 - www.aporrea.org/tiburon/n114150.html
[11] Profesor del Postgrado de Sociología del Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, México.
[12] Sergio
Tischler. Profesor del Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, México.
[13] Soviet es una
palabra rusa que se traduce en “consejo”. Los soviets rusos eran consejos de
trabajadores organizados en las fábricas, zonas campesinas y en el mismo
ejército, tanto en la revolución de 1905 como en 1917.
[14] Frase o consigna usada por los zapatistas: “preguntando caminamos”.
[15] Profesor e investigador de la Escuela de Trabajo Social en la
Universidad Central de Venezuela y UBV, Caracas. Fallecido en diciembre de
2011.
[16] Central de Trabajadores de Argentina, surgida de un desprendimiento de
la tradicional CGT.
[17] Perspectiva socialista que intenta diferenciarse del llamado
“socialismo real” que imperó en la URSS y demás países del Europa del este.
Para ello Heinz Dieterich acuñó el término de “Socialismo del Siglo XXI”, idea
asumida por Hugo Chávez en Venezuela y por otros gobernantes latinoamericanos
como Evo Morales en Bolivia (Dieterich, 2007: 22). El socialismo del siglo XXI
reivindica la democracia participativa y la economía social, en contraste con
el viejo modelo de partido único y economía estatizada que aplicaran los
soviéticos.