Esa Izquierda Traidora / Los cambios en la geopolítica mundial
Roberto López Sánchez - www.aporrea.org
- www.aporrea.org/internacionales/a275735.html
Casi sin darnos cuenta se produjeron en los últimos años cambios en el
orden global que han trastocado los parámetros de análisis para
caracterizar los distintos actores de la lucha de clases mundial. Esos
cambios son los que generan la gran confusión que impera hoy entre los
luchadores revolucionarios venezolanos que se dejan llevar por el
discurso de Nicolás Maduro y demás miembros de la elite gobernante, y
que terminan creyendo que la lucha contra el imperialismo yanqui pasa
por defender el gobierno del requete falso presidente "obrero".
El capitalismo occidental, hegemónico desde la época de Colón, está
atravesando un franco declive económico, político y socio-cultural, que
lo conducirá a perder en pocas décadas (tal vez en pocos años) ese
predominio que por más de cinco siglos ha mantenido sobre todas las
sociedades del globo terrestre. Ha surgido en las últimas décadas un
capitalismo "oriental" encabezado por China, Rusia e India que en corto
tiempo superarán a los Estados Unidos y al resto de las principales
economías occidentales.
Ese capitalismo oriental no tiene la tradición guerrerista que occidente
heredó del imperio romano, tradición asumida a través de los siglos por
la Inglaterra colonialista, la Francia napoleónica, la Alemania
hitleriana, y por los Estados Unidos en todas sus variantes. Aunque los
países que los europeos llaman orientales terminaron desarrollando todos
el mismo modo de producción capitalista industrial que originalmente
surgió en Inglaterra, sus expresiones particulares en Asia probablemente
se derivan de sus antiguos y milenarios modos de producción tributarios
(lo que Marx denominó modo de producción asiático), sistemas
productivos y sus respectivos sistemas político-culturales que
mantuvieron considerables diferencias con el esclavismo propio de Grecia
y Roma.
El caso es que se ha conformado un nuevo sistema-mundo en donde ya
existe, de hecho, otro bloque de poder alterno a occidente, representado
fielmente en China y su Organización de Cooperación de Shanghai
(integrada por China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán,
Tayikistán y Uzbekistán), su propio banco de desarrollo (el Banco
Asiático de Inversiones en Infraestructura, creado por China en 2014,
está integrado por 84 países, y es equivalente a los tradicionales
organismos multilaterales Banco Mundial y FMI), y sus respectivas
alianzas militares, particularmente entre China y Rusia.
Este bloque de poder alternativo a occidente, que en lo económico está
en pleno proceso de desplazar a los Estados Unidos y sus países del G7
como las principales economías del mundo, y que en lo militar también
acechan la hegemonía guerrerista mantenida por décadas por los Estados
Unidos, no existía como tal en los últimos dos siglos. Pero su
existencia actual está siendo determinante en la manera como se ha
desarrollado el proceso político venezolano, sobre todo a partir de la
muerte de Chávez.
La China de hoy, aunque dirigida por algo que se autodenomina Partido
Comunista, no tiene nada que ver con el socialismo que una vez inspiró
la lucha revolucionaria encabezada por Mao Tse Tung (ahora se dice Mao
Xe Dong). China es una gran potencia capitalista, la segunda del mundo y
muy próxima a desplazar a los Estados Unidos en su capacidad productiva
y militar. Su sistema productivo capitalista explota a sus
trabajadores, contamina sus ciudades y desequilibra el ambiente tanto o
más que occidente.
Rusia por su parte, es la antítesis del socialismo que le precedió, como
lo pregona a los cuatro vientos el propio Putin. Es una potencia
capitalista que emerge de la profunda crisis a la que la lanzó el
hundimiento del estado socialista soviético en las décadas de 1980 y
1990.
Ni China ni Rusia, y tampoco algún otro país de ese nuevo bloque
capitalista oriental, enarbolan programas anticapitalistas, socialistas,
de liberación de los pueblos, ni nada que se le parezca. A lo más que
llegan es a exigir cumplimiento al orden mundial instaurado después de
1945 y condensado en la ONU y demás instituciones internacionales.
La existencia de este bloque oriental es el que le ha permitido a un
gobierno como el de Nicolás Maduro mantenerse en el poder, sin necesidad
de doblegarse totalmente ante el imperialismo occidental. Porque este
gobierno que se dice "obrerista", "revolucionario" y "socialista", ha
terminado reproduciendo el mismo camino entreguista y traidor que
siguieron los adecos a partir de 1959 (y que habían seguido también las
anteriores revoluciones populares venezolanas: Páez, Guzmán y Gómez).
El modelo económico que ejecuta Maduro es totalmente capitalista, y más
específicamente es una variante del neoliberalismo más salvaje jamás
aplicado en la América Latina. Los niveles de explotación del trabajo
asalariado por el capital en Venezuela han llegado al extremo de generar
una oleada migratoria sin precedentes en la historia reciente del
subcontinente (tanto por la cantidad de personas como por el corto
tiempo en que se ha producido). Los programas neoliberales aplicados en
los 70 por las dictaduras del cono sur, que también generaron grandes
oleadas migratorias, aupadas además por la represión política fascista,
están siendo superados por las ejecutorías de Nicolás Maduro, quien hoy
hasta sería felicitado por Milton Friedman si viviera.
El salario mínimo venezolano no llega ni a la octava parte del salario
mínimo del país considerado más pobre de América, Haití. Los niveles de
hambre, pobreza y miseria en Venezuela se han elevado exponencialmente
en apenas cinco años. Por otra parte, el plan productivo del madurismo
ha repotenciado el rentismo petrolero y minero, que por décadas se
consideraron características negativas a superar por un modelo
productivo alternativo al capitalismo dependiente imperante desde la
colonia.
En lo político, el gobierno de Maduro ha confiscado desde 2016 todos los
espacios democráticos de la sociedad venezolana, desde las elecciones
sindicales y universitarias, hasta la representación de partidos
libremente organizados, pasando por el control casi total de los medios
de comunicación principales (diarios y televisoras), y la instauración
de un sistema judicial que ha desaparecido la justicia, que ha borrado
la vigencia de la constitución y las leyes, y que actúa en base a las
órdenes que le dicta el poder ejecutivo.
En lo laboral, Maduro ha liquidado las contrataciones colectivas de
todos los sectores de trabajadores, ha aplanado los salarios,
desaparecido el ascenso por méritos, aniquilado la profesionalización y
la especialización laboral, y ha terminado instaurando un régimen
cercano a la esclavitud y la indigencia de los asalariados.
En materia de represión política, Maduro mantiene centenares de presos
políticos, muchos de los cuales son sometidos a torturas (como lo han
documentado organizaciones independientes de derechos humanos) y hasta
uno de ellos, el concejal Fernando Albán, fue lanzado por una ventana
del Sebin para asesinarlo. Otros presos que son producto de
retaliaciones entre fracciones internas, como los de PDVSA, los dejan
morir en las cárceles por falta de atención médica (práctica usual en la
dictadura de Juan Vicente Gómez hace cien años), como sucedió con el
ministro de petróleo Nelson Martínez. Actualmente hay 15 directivos
sindicales de Ferrominera, Venalum y Alcasa como presos políticos en
tribunales militares (práctica usual en el gobierno de Carlos Andrés
Pérez en la década de 1970).
Yo en lo particular me incorporé a la lucha revolucionaria cuando era
estudiante en la USB en enero de 1977, protestando porque un alumno y
militante revolucionario que estaba detenido en la Disip fue lanzado por
el balcón de uno de los bloques del 23 de enero cuando ejecutaban un
allanamiento (Javier Divasson Guillén). Casualmente esa policía asesina,
la misma que el año anterior había matado a Jorge Rodríguez, argumentó
que Divasson se había "suicidado", como lamentablemente repite hoy el
fiscal general del madurismo con relación al concejal Albán.
En materia de antiimperialismo, el gobierno de Maduro ha contratado con
las multinacionales del oro más cuestionadas del mundo occidental, como
la Gold Reserve y la Barrick Gold (canadienses). La primera incluso fue
expulsada del territorio nacional por el gobierno de Chávez, y Maduro la
volvió a traer y le pagó la demanda que nos había realizado en el Ciadi
(tribunal internacional del cual Chávez se había salido). La Barrick,
por su parte, está denunciada en varios países de Latinoamérica por
contaminación con cianuro (en Argentina y en República Dominicana, que
sepamos) y por destrucción ambiental.
También ha contratado Maduro con las principales multinacionales
petroleras de los Estados Unidos, como la Chevron-Texaco, y con empresas
norteamericanas desconocidas en el mundo petrolero, pero que pertenecen
a amigos de Donald Trump (ver:
https://www.aporrea.org/energia/n336507.html). Los contratos petroleros
recién firmados reproducen las cláusulas antinacionales de los viejos
contratos de la dictadura gomecista, prácticas que se habían superado en
Venezuela desde el gobierno de Medina, en 1943.
Los 15 motores y las zonas especiales decretadas por Maduro responden a
los viejos planes neoliberales de los años 80 en Latinoamérica, con la
creación de las industrias maquiladoras, caracterizadas por la ausencia
de regulaciones laborales, escasos controles ambientales y muy baja
recaudación impositiva para el Estado.
Junto con el gobierno de Maduro se ha consolidado una nueva burguesía
nacional, la boliburguesía (sin que haya dejado de existir la vieja
burguesía cuarta republicana). Esa nueva burguesía se ha apoderado, por
ejemplo, de casi todos los medios de comunicación nacionales, como el
diario El Universal, el Bloque de Armas (diario Meridiano y Meridiano
TV), la Cadena Capriles (diario Últimas Noticias), Globovisión, y
creadas nuevas televisoras como el canal I. Sus nuevos dueños, como Raúl
Gorrín y Wilmer Ruperti, constituyen testaferros directos de los altos
dirigentes del gobierno madurista, y financistas de todos los lujos y
prebendas con las cuales se compran conciencias militares y judiciales.
Gorrín, por ejemplo, es el socio de Alejandro Andrade, ex-tesorero de la
nación hoy detenido en USA por el desfalco de miles de millones de
dólares del erario público nacional. Ruperti, entre otras cosas, es el
que paga los abogados de los sobrinitos presos por narcotráfico en Nueva
York. Por su parte la vieja burguesía también participa del festín
rentista, y PDVSA ha contratado con Oswaldo Cisneros, mientras Maduro ha
financiado gustosamente a Alberto Vollmer con 19 millones de dólares
para fabricar ron!!!!
El "socialismo obrerista" de Nicolás Maduro es en la realidad un
gobierno neoliberal disfrazado de estalinista del siglo XXI, que
establece alianzas económicas tanto con el capitalismo occidental como
el oriental, y que se ha sostenido financieramente y en la geopolítica
global gracias al respaldo muy interesado de las superpotencias
emergentes China y Rusia (interesados no en defender la "revolución
bolivariana" hoy inexistente y que a ellos ni les importa, sino en la
explotación privilegiada de nuestras riquezas petroleras y mineras).
El régimen de Nicolás Maduro representa esa izquierda traidora que bajo
un discurso pseudo socialista se ha entregado en los brazos del
capitalismo global. Maduro y quienes le acompañan son objetivamente unos
traidores a todos los ideales de transformación que se enarbolaron en
Venezuela durante las décadas de 1980 y 1990, sobre todo a partir de la
rebelión popular o Caracazo del 27 de febrero de 1989. Este gobierno no
puede ser respaldado ni de refilón. Es un gobierno antinacional,
antiobrero, antipopular. La lucha contra el actual intervencionismo
yanqui representado en Guaido no puede hacerse fortaleciendo al gobierno
de Maduro.
La propuesta de retomar el cumplimiento de los mecanismos democráticos
consagrados en la constitución nacional, permitiendo que el pueblo
soberano se exprese mediante un referéndum, para la convocatoria
inmediata de un proceso eleccionario de todos los poderes públicos,
previa modificación del CNE y acordando las suficientes garantías
jurídicas que eliminen el poder de facto que viene ejerciendo el actual
TSJ, es la única salida democrática, popular y revolucionaria, que puede
evitar, además, una guerra civil o la consolidación de un régimen con
características de dictadura estalinista del siglo XXI.
Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 10 de febrero de 2019.
Articulo leido aproximadamente 2351 veces
|