sábado, 3 de enero de 2015

EL PROTAGONISMO POPULAR EN LA HISTORIA DE VENEZUELA Raíces históricas del proceso de cambios

EL PROTAGONISMO POPULAR EN LA HISTORIA DE VENEZUELA

 Raíces históricas del proceso de cambios[1]


Roberto López Sánchez[2]. Departamento de Ciencias Humanas, Facultad Experimental de Ciencias. La Universidad del Zulia. Av. Universidad. Edif. Grano de Oro. Apartado 526. Maracaibo, Venezuela. Correo: cruzcarrillo2001@yahoo.com.


INTRODUCCION

El proceso de transformaciones sociopolíticas que atraviesa Venezuela a partir del triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998 ha sido presentado por las fuerzas opositoras como un rayo en cielo despejado. Como si la sociedad venezolana hubiera marchado por décadas en perfecta armonía social,  como si las contradicciones y conflictos de orden político, económico, social y cultural hubieran sido hasta ahora cuestiones de escasa relevancia en el país, quienes se opusieron a Chávez, y ahora al gobierno de Nicolás Maduro, acusan al chavismo de haber dividido a la sociedad en pobres y ricos, en oprimidos y opresores, de fomentar un odio de clase nunca antes visto en estas tierras, y de azuzar un enfrentamiento entre clases que no tendría precedentes históricos.

Esta presentación de la realidad hecha por los opositores a Chávez y a la revolución bolivariana es, en el mejor de los casos, inexacta, y muy probablemente, tendenciosa.

Nuestra historia es exactamente todo lo contrario a como pretenden presentarla ahora. Si algo ha destacado en Venezuela desde la época colonial es precisamente el espíritu de rebeldía de sus pobladores. La lucha de clases en Venezuela no la inventó Chávez, como tampoco la inventaron los historiadores, marxistas y no marxistas, cuando realizaron sus estudios durante los siglos XIX y XX.

La confrontación entre grupos sociales antagónicos existe desde la época colonial, presentándonos un panorama de rebeliones populares reiteradas a lo largo de los siglos, cuyas repercusiones en lo social y cultural han incidido en el proceso de cambios que hoy atraviesa Venezuela. Como pretendemos argumentar con el presente ensayo.

El proceso que encabezó Hugo Chávez hasta 2012, y que hoy dirige Nicolás Maduro, constituye la reiteración de un proceso de insurgencia popular que se inició en Venezuela desde finales del siglo XVIII. La crisis de la sociedad colonial en Venezuela permitió la irrupción protagónica de las masas populares en nuestra historia. Y desde esa época hasta el presente, el pueblo llegó para quedarse, pues cada vez que un régimen político se ha colocado de espaldas a los intereses populares, la insurgencia social ha vuelto a manifestarse por medio de reiteradas revoluciones políticas que en su momento han desplazado del poder a la elite dominante.

Nuestra historia está caracterizada por las continuas revoluciones políticas en las cuales un grupo insurgente de raíces populares derroca al previamente existente. Así ocurrió en  el proceso independentista,  y continuó con la Guerra Federal en 1859-1863, con la Revolución Restauradora de los andinos en 1899, con la revolución democrática en 1945 y 1958 y finalmente con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia en 1999, aunque en éste último año el desplazamiento de la elite en el poder se haya realizado mediante un proceso electoral (a diferencia de todas las revoluciones previas en las cuales la violencia fue la determinante para la sustitución de las élites en el poder).

El chavismo no ha dividido a la sociedad venezolana. Ella siempre ha estado dividida, como lo están todas las sociedades del mundo capitalista globalizado. Lo que ha hecho el chavismo es retomar las ancestrales tradiciones de lucha popular, apoyándose en el discurso crítico que el movimiento revolucionario venezolano elaboró durante la década de los ochenta, y en la propia protesta social de esos años. La lucha popular está inseparablemente ligada al nacimiento de Venezuela como república.
           
La lucha popular en Venezuela, manifestada desde hace más de dos siglos, alcanzó considerables logros en la guerra de independencia y en la guerra federal, al destruir el bloque social dominante del período colonial y a sus herederos del período republicano, contribuyendo a fortalecer el espíritu igualitario que anida en todos los habitantes de estas tierras, y enraizando los principios democráticos que forman parte fundamental de nuestra cultura.

El proceso de independencia permitió la irrupción del único proyecto nacionalista burgués de nuestra historia, el enarbolado por Simón Bolívar y sus seguidores, quienes perseguían la construcción de una superpotencia hispanoamericana que enfrentara de tú a tú a las grandes potencias de la época y garantizara nuestro desarrollo soberano e independiente. La República de Colombia, la independencia de un inmenso territorio desde Venezuela hasta Bolivia, y el Congreso de Panamá, fueron las más destacadas realizaciones de este proyecto.

El triunfo federalista en 1863 aplacó por varias décadas la participación popular en el proceso histórico venezolano, al hacer suyas constitucionalmente las consignas fundamentales que en 1781, 1812-1814, 1816, 1846 y 1859 se habían enarbolado como objetivos de la lucha del pueblo. Así lo reconoce Germán Carrera Damas al afirmar que “los sectores populares y los ex­-esclavos habían salido de la escena política por obra de los logros sociopolíticos de la Federación” (Carrera Damas, 1995: 13).

Pensamos que esa lucha popular no se revitalizó hasta 1928, cuando en un contexto social transformado por la explotación petrolera y la consolidación del Estado burgués, la lucha social resurgió nuevamente planteando las mismas aspiraciones democráticas e igualitarias que habían caracterizado al siglo XIX.

Sin embargo, en la propia Revolución Liberal Restauradora encabezada por Cipriano Castro en 1899 se produjeron escenarios de lucha nacionalista como fue la confrontación contra la conspiración de la denominada “Revolución Libertadora”, mezcla de los intereses de banqueros y comerciantes criollos y de las aspiraciones imperiales de las compañías y potencias europeas y de los propios Estados Unidos.

Luego de las jornadas de lucha que encabezaron estudiantes, jóvenes oficiales y activistas obreros en 1928 contra Juan Vicente Gómez, al fallecer el dictador en diciembre de 1935, se produce un renacimiento de las luchas populares en Venezuela, que van a determinar los acontecimientos políticos en el siguiente medio siglo.

1936 fue el año estelar de este renacimiento del movimiento popular, influido ahora por las teorías revolucionarias marxistas. La revolución de octubre de 1945 permitió finalmente alcanzar las consignas democráticas decimonónicas, y el 23 de enero de 1958 consolidó dicho logro en un sistema democrático representativo. Este proceso de nacimiento de la democracia burguesa en pleno siglo XX tuvo entre sus características las manifestaciones insurreccionales del pueblo caraqueño y de otras ciudades del país, cuyas fechas más significativas fueron el 14 de febrero de 1936, el 18 de octubre de 1945 y el 23 de enero de 1958. Junto a esta participación popular, se manifestaron igualmente rebeliones militares de la joven oficialidad comprometida con proyectos de transformación social, como ocurrió en 1928, 1945, 1952, 1958 y 1962.

La democracia liberal burguesa surgida de los acontecimientos de enero de 1958, nació traicionando los intereses populares. El Pacto de Punto Fijo significó la hipoteca de todas las posibilidades de cambio implícitas en el nuevo régimen. Y nuevamente las fuerzas populares intentaron realzar los intereses de las mayorías, recurriendo a la lucha armada, pero los errores cometidos por el vanguardismo y el oportunismo de una dirigencia incapaz y tránsfuga condujeron a una derrota cuyas consecuencias durarían décadas.

Luego de tres décadas de hegemonía partidista y democracia liberal burguesa, el 27 de febrero de 1989 el pueblo nuevamente se hizo presente en nuestro proceso histórico. Ya estaba anunciado por el resurgir de la lucha social desde mediados de la década de los 80. Y el régimen respondió desatando la más sangrienta represión de la Venezuela del siglo XX.

El 27-F hizo renacer el espíritu de lucha que dormitaba en la memoria histórica de nuestro pueblo. A partir de febrero del 89 Venezuela comenzó a ser otra. El protagonismo popular, usurpado por los partidos políticos puntofijistas, recobró su identidad propia. Y la represión gubernamental dividió definitivamente al país en dos, como había ocurrido antes en 1812, en 1859 y en 1928. La reiterada lucha popular manifestada entre 1987 y 1991 aportó el discurso y la justificación que necesitaban los militares que insurgieron en 1992.

Las decenas de venezolanos que ofrendaron su sangre en las calles de la patria, los centenares de heridos, detenidos y perseguidos, las organizaciones populares que valientemente, sin mayor apoyo de la izquierda institucional y de los intelectuales “progresistas”, conducían la conflictividad social, enfrentando la opresión y la corrupción de un régimen que se había colocado totalmente de espaldas al sentir popular, fueron los grandes creadores del proceso de cambios iniciado a partir del 27 de febrero de 1989.

Pretendemos con el presente trabajo presentar un breve repaso por las diferentes facetas de ese protagonismo popular a lo largo de nuestra historia, intentando suministrar las herramientas básicas para un análisis global del proceso político que actualmente atravesamos. Creemos que en el seno del pueblo venezolano existen, como legado del pasado, una serie de elementos culturales y sociopolíticos que nos colocan como una sociedad donde la conciencia de igualitarismo social y de derechos democráticos de la población están profundamente arraigados, y aunque hay momentos en que dichos valores permanecen aletargados, pudiendo durar décadas así, también constituyen una reiteración histórica las revoluciones políticas[3] y los alzamientos e insurrecciones populares. Lo único nuevo en el proceso chavista es que los cambios, por ahora, se han dado sin que haya mediado una confrontación violenta[4].

Es imprescindible reescribir nuestra historia; lo que se conoce es la versión burguesa de la misma. No podemos elaborar una propuesta de cambios basándonos en interpretaciones que son movidas por intereses ajenos a los de las grandes mayorías populares. Postulamos un conocimiento histórico que reivindique nuestra identidad latinoamericana, para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto material como espiritual de nuestros pueblos. Cada pueblo, al encontrar sus propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria histórica de los oprimidos es una de las tareas teóricas principales de esta hora de cambios.





1.  LA INSURRECCION DE LOS COMUNEROS O EL NACIMIENTO DE LA AUTONOMÍA POPULAR.

Durante el período colonial existieron numerosas manifestaciones de resistencia indígena y afroamericana ante los desmanes de la explotación europea. Con el paso del tiempo, se comenzaron a presentar también luchas de los propios colonos descendientes de los europeos, como ocurrió con la rebelión de Juan Francisco de León en 1749.

Somos de la opinión que el levantamiento comunero de 1781 constituyó un punto de inflexión que terminó con la relativa estabilidad política del régimen colonial español y abrió paso a las rebeliones sociales que culminarían cuatro décadas después en la independencia del continente suramericano.

El 16 de marzo de 1781 se inició en la Villa del Socorro (Virreinato de la Nueva Granada) el movimiento insurgente que se rebeló contra la imposición y aumento de impuestos que en fechas recientes había comenzado a aplicar la Corona española en sus posesiones coloniales americanas, como parte de la reorganización general que se llevaba a cabo en la Real Hacienda. Los comuneros del Socorro extendieron su rebeldía a gran parte del territorio de la Nueva Granada, levantando un ejército de 20.000 hombres que, bajo el mando de Juan Francisco Berbeo y José Antonio Galán, obligó a las autoridades realistas de Santa Fe de Bogotá a firmar en junio de 1781 las llamadas “Capitulaciones de Zipaquirá”, en las cuales se derogaban todas las medidas impositivas tomadas por la Corona (Posada, 1975: 52).

El 1º de julio del mismo año se extendió la rebelión al territorio de la recién creada Capitanía General de Venezuela, al sublevarse San Antonio del Táchira, con el apoyo de los jefes comuneros que en los días anteriores habían tomado a Pamplona y Cúcuta (Muñoz Oraa, 1971: 88).

La rebelión comunera de los andes venezolanos abarcó el territorio de los actuales Estados Táchira y Mérida, llegando hasta los límites con Trujillo. Los comuneros tomaron bajo su control las ciudades de San Cristóbal, La Grita y Mérida, además de pueblos como Bailadores, Lobatera, San Faustino, Estanques, Lagunillas de Mérida, Ejido y Timotes. En Guayana hubo un intento fracasado por levantar a la población y apoyar la insurgencia comunera, y en el pueblo de El Tocuyo se produjeron manifestaciones de simpatías hacia la rebelión andina. Incluso en Caracas aparecieron pasquines en el Ayuntamiento capitalino exigiendo la derogación de los impuestos protestados por los comuneros, so pena de no ofrecer resistencia alguna ante la eventual llegada de la rebelión (Muñoz, 1971: 130).

Desde el mismo momento en que la rebelión neogranadina amenazó con extenderse al territorio venezolano, las autoridades realistas comenzaron a promover diversas medidas tendientes a evitar o neutralizar el eventual levantamiento de las provincias de la capitanía general. Al producirse la toma por los insurgentes de las ciudades de San Cristóbal, La Grita y Mérida, estas medidas se tradujeron en el envío inmediato de fuerzas militares desde Maracaibo y Caracas con el objetivo de hacer frente a los comuneros, evitar la propagación de la rebelión, retomar el control realista de los territorios ocupados por los rebeldes, y hacer presos a los principales cabecillas del levantamiento, a los cuales se les abriría proceso por el delito de traición a la Corona.

Luego de la toma de Timotes por los comuneros, el 8 de agosto de 1781, los mismos intercambiaron comunicaciones con una delegación del mantuanaje trujillano, que se había instalado en la cercana población de La Mesa con el fin de evitar el ingreso de los rebeldes a dicho territorio. La llegada a La Mesa de las fuerzas militares veteranas enviadas desde Maracaibo por el gobernador de la Provincia, Manuel de Ayala, el 16 de agosto, determinó que los comuneros desistieran de su propósito de entrar por la fuerza al territorio trujillano, retirándose los mismos a Mérida. Con esto se truncaba la fase de expansión del movimiento rebelde y se daba inicio al proceso que culminaría con la desbandada de los insurgentes y la posterior campaña represiva desatada contra los mismos por las autoridades realistas.

El levantamiento comunero involucró a miles de personas, en un territorio escasamente poblado, y representó las contradicciones presentes en el seno de la sociedad colonial. En el marco de las reformas adelantadas por los Borbones en la Corona Española, había sido creada en 1776 la Intendencia de Ejército y Real Hacienda, con jurisdicción sobre las entonces Provincias de Venezuela, Cumaná, Guayana, Maracaibo y las islas de Trinidad y Margarita, punto de partida para la creación el año siguiente de la Capitanía General de Venezuela. Los objetivos de la Intendencia estaban dirigidos a centralizar las actividades de la Real Hacienda, modernizando la administración colonial con el fin de aumentar los ingresos fiscales que percibía la Corona española. En lo concreto, se orientaba a perseguir el contrabando, a incrementar las actividades productivas, colonizadoras y comerciales, a perfeccionar la administración de justicia en materia de real hacienda,  a mejorar la recaudación de impuestos y a establecer una serie de nuevos impuestos y medidas de control sobre las actividades económicas de la colonia. Su implementación en Venezuela le fue confiada a José Abalos a fines de 1776 (Arellano Moreno, 1982: 332).

Además de cobrar impuestos como el Donativo y el derecho de Alcabala, que había sido aumentado de 2 % a 4 % en 1778, la Intendencia  desarrolló una política de Estancos, dirigida a ejercer un mayor control sobre la producción y venta de ciertos productos de importancia. En función de ellos se estableció el Estanco de la Sal en 1777, el Estanco de Naipes en 1778, el Estanco del Aguardiente en 1781, y el Estanco del Tabaco en 1780. Junto a todo esto, se estableció el llamado Nuevo Impuesto, que consistía en el pago de tres pesos más por cada carga de tabaco y de otros productos que se exportaban (Arellano, 1982: 336).

Todas estas medidas afectaron profundamente la situación económica de los diversos sectores de la población. Los blancos ricos o mantuanos se enfrentaron a la Intendencia a través de los diversos Ayuntamientos, pues dichas medidas afectaban todo un sistema de evasión de impuestos y de comercio de contrabando que se había hecho fuerte en la sociedad colonial. A los sectores desposeídos, blancos pobres, pardos, indios y negros libres, los aumentos en los impuestos agravaron su ya precaria situación económica, y la política de estancos les arrebató una serie de actividades económicas que eran el sustento de numerosas familias pobres. Tal era el caso de la fabricación casera de aguardiente y de cigarrillos, actividad con la cual subsistían numerosas familias en la región andina, región productora de caña de azúcar y de tabaco.

La oposición a las medidas de la Intendencia alcanzó su punto culminante en la insurrección de los comuneros de los andes, insurrección que despertó simpatías en muchas otras regiones de Venezuela. El levantamiento de los Comuneros de los Andes venezolanos se relaciona directamente con el levantamiento indígena ocurrido en Tinta, Perú, el 14 de mayo de 1780, cuando el cacique descendiente de los Incas, José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru, se rebeló contra las medidas del Visitador de Real Hacienda del Perú, Chile y Río de la Plata, José Antonio de Areche, medidas que eran de corte similar a las que tomó la Intendencia en territorio venezolano.

El levantamiento de los comuneros de los andes tuvo indudablemente un carácter espontáneo. Si bien existía un clima general de descontento hacia las medidas de la Intendencia, el desarrollo mismo de la insurrección refleja que no había planes preconcebidos en cuanto al rumbo que tomaría el conflicto. Un factor fundamental en el levantamiento fue la masiva participación de los sectores sociales desposeídos: blancos pobres, pardos, indios y negros. Estos sectores carecían de la más elemental instrucción, pues el analfabetismo abarcaba en esa época a sectores de la misma clase dominante, como se desprende de los interrogatorios hechos a los comuneros que fueron detenidos luego de concluido el levantamiento (Contreras Serrano, 1952: 25).

Las condiciones de vida de estos sectores sociales, sobre todo la de los pardos, indios y negros, eran infrahumanas. Unida al bárbaro sistema esclavista aplicado contra los negros africanos, estaba la explotación despiadada de las comunidades indígenas que habitaban la zona, las cuales eran bastante numerosas; los indios padecían el abuso de los cobros tributarios, el exceso de trabajo y el progresivo despojo de sus tierras. Los pardos (mestizos) y los blancos pobres trabajaban como jornaleros o peones en las haciendas de los mantuanos, y muchas familias vivían en tierras propiedad de los terratenientes en condiciones de pisatarios o medianeros (Brito Figueroa, 1987:1257).

En el levantamiento comunero participaron principalmente los sectores ubicados en el estamento intermedio: los blancos de orilla, mestizos, mulatos, zambos y negros libres; una capa de pequeños labradores y productores urbanos (pequeños comerciantes, bodegueros, dependientes, poseedores de tierras de escasa extensión); una categoría de trabajadores libres pero sometidos a la explotación económica de los ricos propietarios (jornaleros, peones, artesanos, sirvientes); los colonos libres que trabajaban las tierras de la oligarquía y pagaban una renta en especie o en trabajo.

Junto al estamento intermedio, participan los indígenas (que eran muy numerosos en la zona andina, en la cual existían numerosos pueblos de indios), además de una pequeña fracción de los blancos ricos (que no fueron precisamente los terratenientes más poderosos de la zona). De allí que los propios protagonistas del levantamiento se designan COMUNEROS, pues pertenecían al común, al pueblo oprimido. Sus líderes visibles fueron Juan José García de Hevia, Vicente de Aguiar (blancos propietarios de tierras) y el mestizo Francisco Javier de Angulo.

Los planes hechos por los comuneros en la hacienda El Trapiche, cerca de Cúcuta, y luego en La Grita, consideraba entre sus objetivos la toma de las ciudades de Mérida, Barinas y Trujillo, como punto de partida para el posterior avance de las fuerzas comuneras hacia Maracaibo y hacia Caracas. Se consideró de vital importancia el que todos los hombres mayores de 14 años se entrenaran en el uso de las armas de fuego, y se responsabilizó a los que tenían formación militar para que suministraran dicha experiencia a los inexpertos. El armamento de los comuneros fue variable y escaso: pistolas, escopetas, espadas, lanzas, flechas y garrotes conformaron un pequeño arsenal que consideraron como insuficiente para presentar batalla a las fuerzas militares veteranas enviadas desde Maracaibo por las autoridades españolas.

Pese a tener objetivos tan ambiciosos como el extender la rebelión a Maracaibo y Caracas, lo que implicaba de hecho el deponer a las autoridades realistas y el establecimiento de una nueva forma de gobierno en el territorio de la Capitanía General, los comuneros carecían de un plan concreto y de un programa claro para la acción. Si bien su conducta en todos los pueblos y ciudades que ocuparon fue el deponer a las autoridades realistas y nombrar a sus propios capitanes,  aparentemente no lanzaron consignas que implicaran que la independencia del dominio español figuraba entre sus fines (según se desprende de los documentos de la época; en ello coinciden todos los que han investigado dicho proceso).

El levantamiento comunero se orientó principalmente, como dijimos antes, contra las medidas de la Intendencia. En cada lugar que se incorporaba a la insurgencia eran depuestos de inmediato los empleados de la Real Hacienda, se tomaban los dineros de dicha dependencia y se repartía entre el pueblo el tabaco, chimó, aguardiente y demás bienes que se pudieran localizar en las oficinas adscritas a la Intendencia. Al mismo tiempo se abolieron los estancos, cesó el pago del Donativo y del Nuevo Impuesto, se restablecía el derecho de Alcabala al 2 % y se exoneraba a los indios del pago de tributos pendientes.

El equipo de gobierno que los comuneros organizaron en cada comunidad sublevada estaba dirigido por los respectivos capitanes (de los cuales García de Hevia fue designado como Capitán General), con sus ayudantes, tenientes, alfereces, procuradores, escribanos, sargentos, cabos y otros. Es de resaltar que la participación neogranadina fue mínima, y que la insurrección en tierras venezolanas fue promovida fundamentalmente por habitantes de estas tierras.

El levantamiento comunero representó la rebeldía andina ante la brutal explotación a la que era sometida la mayoría de la población tanto por los representantes de la corona como por parte de la oligarquía territorial criolla. La proclama enviada por los comuneros a los habitantes de Trujillo es muy clara a este respecto:

“...pues oprimidos como los israelitas en Egipto bajo el yugo cruel de aquel impío faraón, se han fabricado ladrillos de plata a costa de la tierra de nuestros propios cuerpos, mojada con la sangre de nuestras propias venas y cocidos en el horno de su codicia. Esto es en los nuevos pechos e imposiciones de que día en día han ordenado sus desordenadas conciencias. Ya podemos decir que estos alquimistas hallaron la piedra de filosofar para hacer oro a costa de nuestros bienes ... basta ya de martirios y ver morir de hambre a nuestros padres, mujeres, hijos y familias” (Muñoz, 1971: 142).

Los comuneros significaron la primera gran manifestación autónoma de los sectores populares venezolanos. El movimiento revolucionario de los comuneros ha sido menospreciado conscientemente por los historiadores tradicionales, y para muchos venezolanos es todavía desconocido.

El levantamiento, aunque se orientó fundamentalmente contra los representantes de la Real Hacienda, tenía una tendencia general a cuestionar las duras condiciones de vida a que era sometida la mayoría popular. En la carta del común de Mérida a sus capitanes (Muños Oraa, 1971: 80), se observa esta tendencia: “...pues S.M. sabe que no es razón que porque cuatro o cinco se enriquezcan y triunfen a costa de los pobres, todos los demás perezcan como lo estamos experimentando con los alcabaleros”. Existía de hecho un nivel de conciencia que explicaba la riqueza de la oligarquía (y de las mismas autoridades coloniales) como obtenida gracias, exclusivamente, a la explotación del trabajo ajeno. Los comuneros tomaron una serie de medidas para utilizar los bienes de los ricos hacendados de la región como sustento de las tropas rebeldes, acciones promovidas fundamentalmente por los jefes comuneros García de Hevia y Francisco Javier de Angulo.

La insurrección de los comuneros de los andes en 1781 fue reflejo de las contradicciones sociales presentes en la colonia, y representó indudablemente los intereses de las masas desposeídas que sufrían una explotación extrema a manos de las autoridades coloniales y la oligarquía criolla. Pero los sectores de propietarios que se incorporaron a la misma ya comenzaban a pensar en la ruptura de los nexos coloniales con España, como lo testimonian las gestiones posteriores adelantadas en 1783 en Curazao por Vicente de Aguiar, ayudante de García de Hevia durante el levantamiento, buscando apoyo del gobierno inglés para promover la insurgencia en la Nueva Granada y la Provincia de Maracaibo (según Castillo Lara, 1981:149).

El mismo Intendente José de Abalos ratificó en su momento esta apreciación sobre los objetivos independentistas implícitos en el alzamiento de los comuneros. En un informe enviado al Rey Carlos III el 24 de septiembre de 1781, refiriéndose a los sublevados en los andes, menciona el “desafecto de estos naturales a España y en el vehemente deseo de la independencia y, siempre que las cosas permanezcan bajo el actual sistema, estoy conociendo con bastante dolor mío el que sin tardar largo tiempo se verificará el intento de conseguirla, para lo que no cesaran de influir los enemigos de la Corona” (Rodríguez, 1976:58).

Es poco conocida una carta enviada a Francisco de Miranda por el padre de Simón Bolívar, un año antes del nacimiento de nuestro Libertador. Es una carta del 24 de febrero de 1782, dirigida a Miranda por Juan Vicente Bolívar, Martín Tovar y el Marqués de Mijares, en la cual exponen su resentimiento hacia la dominación española:

“...el maldito señor ministro Galvez (más cruel que Nerón y Felipe II juntos) lo aprueba todo y sigue tratando a los americanos, no importa de que estirpe, rango o circunstancias, como si fuesen unos esclavos viles ...no nos queda más recurso que la repulsa de una insoportable e infame opresión ...y a la menor señal nos encontrará prontos para seguirle como nuestro caudillo hasta el fin y derramar a última gota de nuestra sangre en cosas honrosas y grandes. Bien sabemos lo que ha pasado por el vecindario de Santa Fe y en el Cuzco, pero no nos agrada el resultado y temiendo iguales consecuencias no hemos querido dar un paso, ni lo daremos sin su consejo...”.

Es evidente que ya para ese entonces los mantuanos caraqueños soñaban con la independencia. En la misma carta finalizan autorizando a Miranda “para que en nombre nuestro y de toda la provincia pacte y contrate con nuestro pleno poder y consentimiento; y aun más allá si lo tuviese usted por conveniente con potencias extranjeras a fin de conseguir el rescate de tan maldito cautiverio”. (Archivo de Miranda, volumen XV,1938: 68).
























2. LAS INSURRECCIONES Y CONSPIRACIONES DE FINALES DEL XVIII Y COMIENZOS DEL XIX.

El análisis historiográfico referente al período de crisis de la sociedad colonial y el proceso de independencia, hasta el presente ha dejado de lado la consideración de los objetivos que perseguían los sectores sociales desposeídos y oprimidos por el régimen colonial que imperaba en la América hispana. Las luchas de los esclavos, por ejemplo, han sido denominadas “guerra social”, con la intención de escamotearle objetivos políticos a la misma, limitándola a un contenido puramente “reivindicativo”.

“...se advierte claramente que los pardos y esclavos prosiguen sus luchas propias por el logro de reivindicaciones de carácter social, sin llegar a conjugarse con la lucha movida por los criollos(Carrera Damas, 1991:54).

Este mismo historiador  Germán Carrera Damas, plantea abiertamente sus “dudas sobre el alcance revolucionario de algunos de estos movimientos”, y agrega “no conozco ninguna prueba documental directa del pensamiento, de los propósitos ni de los anhelos de los esclavos que participaban en los movimientos” (ob.cit., p.47). De esta forma, los historiadores se hacen eco de los mismos prejuicios que en la época colonial existían contra quien no fuera blanco e ilustrado.

Es evidente que entre la población esclava, por su nulo o escaso nivel de educación formal, y además por las herencias multiculturales traídas de África, la escritura no podía ser el medio fundamental para comunicarse entre sí y transmitir las ideas que promovían la insurgencia. Los objetivos de las insurrecciones de esclavos no pueden buscarse entonces en pretendidos documentos que muy probablemente nunca existieron; hay que analizar sus acciones, método mucho más eficaz, pues los hechos históricos deben juzgarse principalmente no por lo que los hombres dijeron de las mismas, sino por los hechos que llevaron a cabo.

Como planteó Carlos Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte:

“..así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son” (Marx, 1951: 247).

Igual método debe aplicarse al analizar las luchas y conspiraciones de los pardos y de los blancos sin poder económico, y de manera general este mecanismo debería preponderar en todo análisis histórico.

Aunque la perspectiva histórica oficial ha colocado a toda la población no mantuana como carente de un proyecto propio de nación, distinto del enarbolado por los blancos criollos acaudalados durante el proceso de crisis de la sociedad colonial en Venezuela, lo cierto es que los afrovenezolanos, los indígenas, la población mestiza en general, y los blancos llamados de “orilla” figuran reiteradamente como actores de primer orden en las confrontaciones bélicas y conspiraciones que se suceden en Venezuela desde fines del siglo XVIII y hasta bien entrado el siglo XIX. La feliz culminación del proceso independentista sólo pudo ser posible cuando los mantuanos incorporaron a su programa político las reivindicaciones fundamentales de los sectores sociales que hoy podemos llamar “populares”.

La independencia fue producto de una “alianza de clases” y sectores sociales, en la cual hubo ciertamente un sector hegemónico, los mantuanos, el cual sin embargo se debilitó considerablemente en el mismo proceso de la guerra emancipadora, viéndose obligados por las circunstancias a compartir su antigua hegemonía colonial con los nuevos sectores de blancos de orilla y mestizos que adquirieron poder por su actuación como militares patriotas. 

El equilibrio de las castas en Venezuela fue seriamente afectado por la tormenta revolucionaria, que hizo posible, aquí más que en otras partes, la emergencia de dirigentes de origen social muy bajo”. (Halperin Donghi, 1972: 68).

En el período de crisis de la sociedad colonial hispana en América, afloraron las profundas contradicciones sociales que implicaban el sometimiento de los pueblos indígenas, de los esclavos africanos, de la población mestiza en general y de los blancos que no poseían poder económico (pequeños comerciantes, bodegueros, dependientes, agricultores medios, artesanos. La óptica oficial coloca a estos sectores sociales como incapaces de enarbolar objetivos particulares en sus rebeliones, las cuales son caracterizadas como reacción natural ante las duras condiciones de vida y de trabajo que existían durante la colonia.

No está de más recordar aquí la inhumana forma de dominación que constituía la esclavitud; los esclavos eran africanos o descendientes directos de pueblos africanos, capturados brutalmente y sometidos a la esclavitud desde ese momento y hasta su muerte, condición que transmitían a sus descendientes. Los investigadores coinciden en que por lo menos unos diez millones de africanos fueron trasladados a América como esclavos durante el régimen colonial.  La esclavitud es la mayor degradación a que puede ser sometida una persona, y esto lo aplicaban los europeos y los blancos criollos propietarios como si fuera lo más normal.

Bajo nuestra óptica, los países europeos, y más exactamente la burguesía comercial que hizo fortuna mediante la llamada “trata negrera”, cometieron un verdadero genocidio contra el continente africano (además del que cometían contra la población indígena de América), y son ellos quienes deberían ser calificados como “salvajes”. El carácter “ilustrado” de los mantuanos no les confiere ninguna justificación moral ni social para haber aplicado el régimen esclavista y haberse enriquecido a costa de él. Por el contrario, constituye algo así como el “pecado original” de nuestra burguesía. Si hoy en día se considera que los judíos tienen plenos derechos para reclamar indemnizaciones por el genocidio cometido contra su pueblo hace más de cincuenta años, con más razón las poblaciones amerindias y afroamericanas tienen más derechos aún para exigir su reivindicación como pueblos por el genocidio-etnocidio cometido por los europeos y sus descendientes criollos en América[5].

En este proceso, cada grupo social luchó por llevar a cabo sus propios intereses, su propio proyecto de nación, estuviera o no plasmado en documentos escritos. No es un único proyecto nacional que comienza a perfilarse a partir de 1810-1811. Son diversas maneras de entender la sociedad, de concebir un nuevo orden social, de acuerdo a los intereses de cada grupo que estaba irreconciliablemente enfrentado a los otros (como el caso de la contradicción entre esclavistas y esclavos). Los historiadores han concebido hasta ahora que el único proyecto nacional viable era el que surgió de los blancos criollos acaudalados (los mantuanos). Si bien se reconoce el carácter autónomo de las luchas de los negros y mestizos, no se considera que una nación dirigida por los negros y/o los pardos pudo hacerse realidad en el transcurso de la crisis del colonialismo en Venezuela[6].

Recordemos que la mayoría de la población era parda (50 %), contra apenas un 20 % de blancos, los cuales se subdividían en peninsulares, mantuanos y blancos de orilla (pobres). El resto de la población la conformaban los esclavos (15 %) y los indígenas (15 %) (Cardozo, 1986: 193). Los indígenas supervivientes, en su mayoría, no estaban integrados a la sociedad colonial ni existían mayores posibilidades de conocer su número exacto. La gran mayoría de la población la conformaban los mestizos (pardos), los negros esclavos y los negros libres. Junto a los blancos de orilla, terminaban significando una mayoría avasallante ante el escaso número de familias mantuanas. No obstante el poder socio-económico estaba en manos de esa minoría mantuana, que aspiraba a independizarse en lo político de la tutela colonial española.

Las manifestaciones de lucha popular más destacadas antes de la independencia fueron la insurrección de José Leonardo Chirino, y las conspiraciones de Gual y España, y de Francisco Javier Pirela. La insurrección de José Leonardo Chirino en la Sierra de Coro estalló el 10 de mayo de 1795. El programa de la insurrección coreana se basaba principalmente en la liberación de los esclavos y la abolición de la esclavitud, en la eliminación de los tributos y estancos que sometían a la población mestiza libre, y en el ajusticiamiento de los blancos criollos que eran ricos propietarios (Brito Figueroa, 1985: 226).

La insurrección fracasó por el rápido despliegue militar ejecutado por los mantuanos de Coro, los cuales desataron toda una brutal represión contra el movimiento subversivo y sus bases de apoyo en la Sierra. En un primer momento, más de 150 negros y pardos fueron pasados por las armas, y más de 50 condenados a presidio (Quintero, 1996: 130-131). José Leonardo Chirino fue capturado en la Sierra de Coro en agosto de 1795 y ejecutado en Caracas en diciembre de 1796. Su cabeza y sus manos fueron cortadas y colocadas en lugares públicos para que sirvieran de escarmiento al resto de la población esclava y mestiza.

Sobre la pretendida vinculación de la insurrección de los negros de Coro con las ideas de la Revolución Francesa, y más específicamente con las ideas de los “jacobinos negros” que para la época ya comenzaban a actuar en Santo Domingo, se ha escrito mucho[7] tanto a favor como en contra. Los argumentos en contra se basan precisamente en la ausencia de fuentes distintas a las de las autoridades coloniales que reprimieron el alzamiento; los argumentos a favor destacan el papel jugado en la conspiración por José Caridad González, negro huido de Curazao (llamados negros loangos), quien tenía cierto nivel de instrucción, defendía la idea de lograr la libertad de los esclavos y supuestamente simpatizaba con las ideas de los jacobinos negros de Santo Domingo, aunque no está suficientemente demostrado que haya siquiera conocido a Chirino (Jordán, 1996:192).

De cualquier forma, lo que debe prevalecer en el análisis histórico es la fuerza de los hechos llevados a cabo por Chirino y sus compañeros, a falta de otras pruebas documentales. Como todas las insurrecciones anteriores de los esclavos, Chirino perseguía un objetivo de venganza contra los blancos propietarios, objetivo que estaba más que justificado por las condiciones mismas del sistema esclavista. Otro objetivo era la eliminación de las cargas tributarias que imponía el sistema colonial, y que afectaba también a los negros libres, a los pardos y a los indígenas. Suprimir de hecho la esclavitud a que eran sometidos los negros era otra de sus intenciones manifiestas. Llevar a cabo estos propósitos implicaba de hecho trastocar profundamente el orden colonial y el poder de los blancos criollos, y el logro de triunfos parciales en dicha insurrección los hubiera conducido necesariamente a formular ideas políticas enfrentadas a las dominantes (en el supuesto de que no llegaron a formularse).

El declararse libres e iguales tenía necesariamente que entrar en contradicción flagrante con un sistema que estaba basado en la opresión que ejercía una minoría social sobre la mayoría, y en la dominación de un imperio sobre grandes territorios de ultramar. Ni la esclavitud ejercida por los mantuanos ni el colonialismo ejercido por España podía conciliarse con la libertad de los negros y la igualdad de los pardos. Parecieran entonces un tanto peregrinas las discusiones sobre si las luchas de los esclavos perseguían la independencia (es decir, tenían un contenido “político”), o eran “solamente” una lucha de contenido “económico-social”. Ambas facetas no pueden separarse en este análisis, y menos aún cuando lo que está de por medio es la libertad o la esclavitud de grandes contingentes humanos.

La insurrección de los negros de Coro demostró que los afrovenezolanos y la población mestiza en general ya tenían su propio programa político revolucionario, y que sus acciones no eran simples reacciones elementales ante las violencias del sistema esclavista, sino la intención manifiesta de construir un nuevo orden social basado en la igualdad y la libertad. El programa político de los afroamericanos no se podía basar ni principal ni exclusivamente en las ideas del liberalismo burgués de las revoluciones norteamericana y francesa. En los esclavos y mestizos tenía que tener un peso significativo su herencia cultural africana, de sociedades con un desarrollo político muy distinto al europeo occidental. En esta herencia cultural y política hay que buscar las razones del apoyo afroamericano a la causa realista durante el proceso de independencia, además, por supuesto, de la razón evidente de que los blancos mantuanos eran los opresores más directos de los esclavos y del resto de sectores populares.

En mayo de 1799 fue delatada la sublevación que preparaban en Maracaibo el subteniente pardo Francisco Javier Pirela, los mulatos haitianos Juan y Gaspar Agustín Bocé y el negro José Francisco Suárez, con el apoyo de indios “guajiros” y de la tripulación de barcos franceses anclados frente a las costas de la ciudad. Su objetivo era “abolir la esclavitud y aplicar la ley de los franceses”[8].

Sus planes eran:
1)    Ajusticiar al gobernador, altos empleados, nobles y blancos propietarios;
2)    Ajusticiar a las autoridades eclesiásticas y curas, exceptuando a dos;
3)    Ocupación militar de los castillos, artillería y almacenes de pólvora;
4)    Enviar emisarios a Cartagena para solicitar ayuda de los conspiradores de abril de 1799;
5)    Avisar a los indios “guajiros” para que invadieran la ciudad; y
6)    Lucha armada hasta implantar la República, la total igualdad y libertad, no descartando ningún medio violento (Brito Figueroa, ob.cit.: 235).

Al ser denunciada la conspiración, 68 de los implicados fueron detenidos y remitidos a Puerto Cabello. Esta conspiración encabezada por Pirela, de acuerdo a lo que en su momento investigaron las autoridades españolas, formaba parte de un plan más extenso que tenía por objeto difundir en el Caribe la rebelión de los jacobinos negros ya iniciada en Haití. Es muy probable que esto sea cierto, por las vinculaciones directas con el área del Caribe que existía desde el puerto de Maracaibo.

La historiografía tradicional coloca tanto a la sublevación de Chirino como a la conspiración de Pirela como “movimientos antecesores” o precursores de la independencia declarada a partir de 1810. En sentido estricto, ambos movimientos subversivos no guardaron ningún vínculo con la conspiración que los mantuanos de Caracas y centro del país iniciaron desde 1808, como tampoco lo fue la conspiración de Gual y España y las invasiones ejecutadas por Francisco de Miranda en 1806. Los blancos criollos que poseían el poder económico en la colonia (los “grandes cacaos”) nunca consideraron que los negros y los pardos formaban parte de su proyecto republicano; la incorporación de los mismos al proyecto independentista se hizo por otras razones, y más de un lustro después de iniciada la guerra de independencia, como veremos más adelante. En cuanto a los sectores liberales y revolucionarios que siendo blancos no pertenecían a la aristocracia criolla, como Gual, España y Miranda, los mantuanos enfrentaron estas conspiraciones al lado de las fuerzas realistas, y una vez estallada la lucha independentista, permitieron la participación de los blancos de orilla siempre que estuvieran subordinados política y militarmente a su programa.

3. LAS INSURRECCIONES DE ESCLAVOS Y LA LUCHA POPULAR DIRIGIDA POR BOVES.


El proceso de independencia, iniciado por los mantuanos el 19 de abril de 1810, terminó de zafar el lazo que contenía las ansias de emancipación de todos los sectores sociales que habían sufrido por tres siglos la opresión del bárbaro sistema colonial impuesto por los españoles en América. Sin proponérselo, los mantuanos abrieron la “caja de Pandora”, y las grandes mayorías sociales comenzaron a actuar de manera independiente, una vez que ya no tenían Rey al cual someterse.

La primera rebelión de pardos se produjo en Valencia a los seis días de declarada la independencia, el 11/05/1811, y se prolongó durante un mes de cruenta lucha, con saldo de varios centenares de muertos y heridos[9] (Carrera Damas, 1986:120). La represión que los mantuanos desataron contra el levantamiento de los pardos en Valencia fue la mejor demostración que en su proyecto independentista no tenían cabida los sectores populares, que sin embargo constituían la mayoría abrumadora de la población venezolana. Las rebeliones de esclavos de 1812-1813 en los Valles de Aragua, Valles del Tuy y Barlovento, y la incorporación de los esclavos a las filas de Boves, constituyeron expresiones particulares de esas ansias de liberación de los negros, pues “cualquiera que fuese la bandera seguida por estos grupos, casi siempre hacían su guerra particular”[10].

La rebelión de los esclavos en 1812[11] había sido promovida por un grupo de blancos realistas que habían repartido armas y distribuido proclamas en la región de Barlovento, llamando al levantamiento de los negros contra el gobierno patriota. Pero la rebelión alcanzó tales dimensiones que pronto los mismos blancos realistas que la indujeron se vieron amenazados y “tuvieron que huir para no ser víctimas de los negros” (Yánez, 1943: 108). Los negros avanzaban por los valles de Curiepe, Capaya, Guapo y otros lugares de Barlovento, quemando y saqueando las haciendas y caseríos, y asesinando a todos los blancos que encontraban a su paso.

Según Juan Uslar Pietri[12], basándose en las fuentes de J.M. Restrepo[13], Francisco Javier Yánez[14] y José Domingo Díaz[15], la insurrección de los negros en Barlovento, la cual amenazaba seriamente a Caracas, llevó a los mantuanos, encabezados por el Marqués de Casa León, a presionar a Miranda para que firmara inmediatamente el armisticio con el General español Monteverde, única garantía de salvación que tenían los mantuanos para escapar de la furia de sus antiguos esclavos. Esta incidencia de las sublevaciones de esclavos en la pérdida de la 1ª República es aceptada por la mayoría de los historiadores.

            Pero la insurrección de los afrovenezolanos todavía esperaba por su mejor momento, el cual lo iba a encontrar bajo la conducción del caudillo popular José Tomás Boves, el cual tenía como programa político el “armar a los esclavos contra sus amos”[16]. La lucha popular encabezada por Boves no puede ser calificada de otra forma más que la reacción natural de los sectores oprimidos ante tres siglos de brutal explotación económica y abierta discriminación racial y social. El movimiento militar dirigido por Boves era más una lucha de clases que una defensa de la corona española[17]. En su ejército, calculado aproximadamente en unos diez mil hombres, la absoluta y abrumadora mayoría estaba compuesta por negros y mestizos, y los blancos no llegaban a representar el 1% de dicha fuerza militar.

El pueblo venezolano, en sentido estricto, estaba incorporado al ejército de Boves, y la labor histórica de este ejército popular fue mucho más allá de la defensa de los intereses de la corona española. Este último objetivo no pasaba de ser un eufemismo para un ejército que estaba liquidando físicamente a toda la población blanca de Venezuela[18], y que en los hechos liquidaba también el fundamento del modo de producción esclavista que por trescientos años habían usufructuado los españoles en América. La acción triunfante de las fuerzas populares al mando de Boves estaba desestructurando todas las relaciones sociales sobre las cuales se había basado la dominación europea en el continente americano.

La conducta del ejército de Boves se repitió una y otra vez en 1813 y 1814. En cada población que era tomada, todos los blancos eran pasados a cuchillo, incluyendo a mujeres, niños y ancianos, profanando incluso los templos religiosos en donde éstos buscaban refugio. Esto ocurrió en Calabozo, en Ocumare del Tuy, en Valencia, en Aragua de Barcelona, en Cumaná, en Maturín. Esta conducta salvaje sólo puede explicarse si se considera el salvajismo que estaba implícito en el propio régimen esclavista colonial. La estrategia de aniquilación hacia la población blanca era una especie de venganza que implementaban los negros por los siglos de opresión que habían sufrido desde el mismo momento de su captura como esclavos en tierras africanas.

El avance del ejército de Boves generó el terror no sólo entre los blancos patriotas, sino incluso entre los propios españoles y otros europeos ubicados en el país, ante la amenaza real de un gobierno de los pardos y negros, al estilo del que se había impuesto en Haití. La Gaceta de Caracas, en su nº 69 del 23 de marzo de 1814, “pedía espantada que se comunicaran tales horrores a las Antillas inglesas, para que éstas prestasen ayuda y detuvieran la espantosa matanza, invocando el peligro que constituían para esas posesiones el ejemplo de los esclavos insubordinados” (Uslar, ob.cit. : 120). El propio Bolívar se dirigió al Ministro Británico de Relaciones Exteriores solicitando su ayuda, pues “el ejemplo fatal de los esclavos y el odio del hombre de color contra el blanco,  promovido y fomentado por nuestros enemigos, va a contagiar a todas las colonias inglesas...” (Citado por Uslar, p.52)[19].

La correspondencia de Martín Tovar Ponte con su esposa, citada por varios autores como Uslar Pietri  (ob.cit., p.140-144), Brito Figueroa (ob.cit., p.338) y Carrera Damas (1986), es bastante elocuente del terror presente entre los mantuanos ante el avance de las fuerzas de Boves. Una de sus frases refleja fielmente la realidad que en esos momentos se vivía: “...Este país ya no lo compone nadie; yo creo que vamos a caer en manos de los negros”[20].

Los ingleses también veían con profunda preocupación el avance de las fuerzas de Boves, como consta en la correspondencia cruzada entre varios británicos en el área del Caribe, la cual aparece publicada (en inglés) como apéndice en la mencionada obra de Juan Uslar Pietri.

Como consecuencia del infame y feroz sistema de guerra adoptado por este comandante (Boves), consistente en liberar a los esclavos y permitirles a ellos y a las gentes de color que siguen sus banderas para que asesinen a la población blanca, y en muchos casos a mujeres y niños, si Caracas o La Guaira cayeran en sus manos, para las personas y propiedades británicas no habrá el menor respeto por sus existencias...” (original en inglés, traducción nuestra; p.208).

La obra de gobierno de Boves llevaba a cabo su política de igualdad social. Los zambos, negros y demás “gente de color” gobernaban de hecho; eran ellos los que ocupaban los mejores cargos, las más altas jerarquías militares y políticas, y merecían la confianza del caudillo (Vallenilla Lanz, 1994:123). La pirámide social se había invertido (Uslar, 1962: 164).

La campaña de Boves tuvo tan magníficos resultados en términos militares, que destrozó finalmente a todas las fuerzas patriotas y condujo a la pérdida de la Segunda República. El empuje decidido de los llaneros se convirtió en una herramienta mortífera en términos militares; la fuerza que le daba a las huestes de Boves el contenido igualitario de su ejército pudo más que el tesón de los patriotas radicales (como Bolívar y Ribas) que sin embargo no tenían el apoyo popular que acompañó al caudillo. Los efectos de su actuación contra los blancos implicaron el exterminio de gran parte de la clase dominante criolla, y de la población blanca en general.

Eventualidades del proceso histórico llevaron a que Boves muriera en la batalla de Urica, y a que posteriormente su ejército fuera desmantelado por el cuerpo expedicionario que encabezaba Pablo Morillo. Estas circunstancias salvaron a los mantuanos del colapso total, y Venezuela estuvo muy cerca de ser otro Haití[21]. No pretendemos especular sobre si un eventual régimen encabezado por Boves hubiera encarnado realmente los intereses de las mayorías populares, representadas en los negros y los pardos; pero es obvio que los acontecimientos de 1814 casi liquidan totalmente el proyecto independentista mantuano, y si eso hubiera ocurrido, la historia de nuestra independencia hubiese sido otra, con protagonistas de colores “oscuros”. La fuerza del movimiento social levantado por Boves echó las bases del igualitarismo social propio de nuestro país, pues los blancos criollos nunca recuperaron totalmente el control de la sociedad venezolana, como lo habían tenido durante el período colonial.

Sobre el liderazgo de Boves en esta guerra social también se ha discutido mucho entre los historiadores. A este respecto, nos ceñimos igualmente a los hechos, a su actuación como líder de un levantamiento de esclavos y desposeídos en general, en contra de los propietarios, los blancos criollos. Esa es la característica fundamental de la obra histórica de Boves. Su condición de realista era una necesidad práctica, pues el enemigo de clase, los mantuanos, enarbolaban la bandera de la independencia. Sin embargo, es de todos conocidos la insubordinación de Boves con respecto al Capitán General Cajigal, y su casi absoluta autonomía de mando en la guerra. La muerte prematura del caudillo dejó sin resolver ese conflicto que existía entre su bandera de lucha social y los intereses colonialistas del imperio español en América, intereses abiertamente contrapuestos y no conciliables en modo alguno.

Pese a haber triunfado militarmente sobre los blancos criollos, se puede hablar del fracaso de la insurrección esclava-mestiza liderizada por Boves, en el sentido de que una vez muerto su caudillo, la misma no tuvo continuidad. Pero sus efectos fueron devastadores para una clase mantuana que aspiraba a conquistar la independencia de España manteniendo todos los privilegios de los cuales gozaba durante el régimen colonial. Luego de 1814, los mestizos y los negros se convirtieron en actores sociales de relevancia fundamental, y no podían ser excluidos de los planes que se proponían conformar una nueva sociedad en territorio suramericano.

El cambio en la estrategia patriota, formulado por Bolívar en 1815-16, al incorporar a los esclavos, mestizos y blancos de orilla al proyecto independentista mantuano, fue la consecuencia más contundente de la insurrección esclavo-mestiza de 1812-1814.

A mediados de 1814, ya los patriotas comienzan a tomar algunas medidas, como lo confirma una correspondencia del gobernador inglés de Trinidad, publicada entre los apéndices de la obra ya citada de Uslar (p.210) : “Se dice que Santiago Mariño se ha retirado a Cumaná  y a su paso a liberado a los esclavos de Barcelona, acciones similares han sido adoptadas en las cercanías de Caracas y La Guaira...Declaró que si fracasaba ahora, él organizaría un nuevo ejército liberando esclavos...”.

En razón de ello, Bolívar, al invadir nuevamente a Venezuela en 1816, decreta la liberación de los esclavos. El mérito de Bolívar consiste precisamente en haber logrado atraer para su proyecto independentista a los sectores sociales mestizos y a los propios esclavos. Aunque esa estrategia no fuera desarrollada hasta sus últimas consecuencias, ni siquiera por el mismo Bolívar, tal como se demostró en los procesos que condujeron al fusilamiento de Manuel Piar, y luego del Almirante Padilla[22].

Somos de la opinión que los efectos traumáticos causados por la rebelión popular de 1814 en la estabilidad y coherencia de la élite dominante en Venezuela, no sólo llevaron a modificar el proyecto mantuano de independencia y se siguieron manifestando a lo largo del siglo XIX, sino que sus repercusiones aún se proyectan hacia el proceso histórico contemporáneo. En el recelo de la burguesía venezolana hacia Chávez, fiel exponente del mayoritario mestizaje venezolano y de las tradiciones insurrectas que forman parte inseparable de nuestra historia, y en el enorme apoyo popular del cual goza el actual presidente, están intentando saldarse unas viejas deudas que quedaron sin resolver en 1814 y en 1860 (cuando fue asesinado Ezequiel Zamora).

La causa de que los negros no hayan podido continuar con sus planes de exterminio hacia los blancos una vez muerto Boves hay que ubicarla en la inexistencia de otros líderes que, como él, levantaran con firmeza la bandera del igualitarismo social. Buscar las razones de esta falta de líderes entre los negros y pardos es propio de la especulación, pero es indudablemente cierto que de haberse presentado en Venezuela personajes como Toussaint L’Overture, Jean Jacques Dessalines, Henri Cristophe y Alejandro Petión, los cuales dirigieron la independencia de Haití, otra hubiera sido la historia de nuestra independencia.

Otro elemento a considerar es los cambios en la situación del país luego de la Batalla de Urica. Los temores españoles con respecto a Boves llevaron al Rey a decidir que la expedición militar originalmente planificada contra los patriotas de la Argentina fuera enviada hacia Venezuela. Pablo Morillo desembarcó en Margarita a principios de 1815, al frente de un ejército regular de 11.000 a 15.000 hombres, todos peninsulares (y blancos), con la misión de controlar las desatadas fuerzas sociales que había movilizado Boves en su campaña, y terminar de pacificar al país. De esta forma, el ejército realista pasó a estar dirigido por blancos, que sustituyeron progresivamente a toda la oficialidad parda y negra que había luchado junto a Boves (muchos de estos oficiales fueron detenidos y enviados a España). Así concluía la guerra de exterminio contra los blancos, y las reivindicaciones de los negros y pardos de las huestes de Boves quedaron excluidas de los proyectos del nuevo ejército realista. Esto facilitó los planes patriotas para atraer a sus filas a los negros y mestizos.

Los valerosos llaneros que al mando de Páez decidieron en 1821 la suerte de la guerra de independencia, eran en su gran mayoría los mismos que años antes habían luchado bajo las órdenes de Boves y bajo la bandera del Rey español. Sus anhelos seguían siendo los mismos: alcanzar la libertad y la igualdad. Este objetivo les sería escamoteado por los jefes militares patriotas, incluyendo al mismo Bolívar, y luego de vencidos los españoles se inició un proceso para restablecer la estructura de poder interna que imperaba durante la colonia (Carrera Damas, 1986:132).






4. EL PROYECTO NACIONAL BOLIVARIANO Y LA NECESIDAD OLIGARCA DE CONTROLAR LAS FUERZAS POPULARES.

Los sucesos de 1812-1814 modificaron radicalmente el plan inicial que los mantuanos se habían trazado en 1810-1811. Podemos afirmar que sólo la existencia de una fracción extrema entre los mantuanos, en el sentido de su programa liberal e independentista, como lo era el grupo bolivariano, permitió que el proceso de independencia continuara y concluyera de la forma en que resultó. La radicalización de este grupo fue tal que la consigna independentista la ejecutaron hasta sus últimas consecuencias, construyendo un proyecto nacional que iba mucho más allá del territorio venezolano, objetivo inicial de la declaración de 1811.

Esa radicalización ya había comenzado en 1813 cuando Bolívar declara la guerra a muerte, intentando darle un carácter internacional a la confrontación. La guerra a muerte fue una primera estrategia, que fracasó en 1814, intentada por la fracción de extrema izquierda de los mantuanos para lograr el apoyo de la mayoría de la población mestiza y esclava.

Debido al fracaso de 1814, los mantuanos revolucionarios tuvieron que ir mucho más allá, pues se dieron cuenta que su declaración de independencia había desatado unas fuerzas sociales que amenazaban con tragárselos a ellos mismos. Es por eso que nunca figuró en su programa la posibilidad de un pacto con la metrópoli[23], ni siquiera cuando en 1820 se instaló en España un gobierno liberal (que duraría sólo tres años). La percepción de los bolivarianos sobre el proceso era que sólo con la conquista de la independencia lograrían el poder suficiente para controlar las fuerzas sociales populares que se habían desatado al calor de la guerra, y a la vez mantendrían su hegemonía sobre las otras fracciones mantuanas que miraban con recelo el proceso independentista o incluso se le oponían abiertamente. Un eventual acuerdo con España liquidaría al partido bolivariano, que como ya dijimos era la extrema izquierda de la oligarquía blanca, y lo sacaría de cualquier intento por conservar el poder.

La lucha emancipadora iniciada originalmente en Venezuela se convirtió en un feroz torbellino revolucionario que amenazaba con subvertir todas las relaciones sociales en el continente. Para la naciente burguesía internacional, sobre todo la inglesa y en menor medida la estadounidense, se convirtió en una necesidad la desarticulación de esa fuerza revolucionaria que encabezaba Bolívar. El proyecto de Bolívar era genuinamente nacionalista, y se concretó en la República de Colombia y en sus intentos por conformar una confederación de países hispanoamericanos en el Congreso de Panamá. A este mismo Congreso de Panamá asistieron representantes de Inglaterra con el único propósito de sabotear cualquier decisión a favor de una confederación hispanoamericana, y sobre todo hacer desistir a los patriotas de sus planes para liberar a Cuba y Puerto Rico. Igual objetivo llevaban los delegados estadounidenses, los cuales no lograron llegar a tiempo a las sesiones del congreso.

El objetivo del partido bolivariano era construir una especie de superpotencia hispanoamericana, que se enfrentara de tú a tú con las potencias existentes para la época, tanto a las europeas como a los Estados Unidos; a este último lo veían como un enemigo potencial a futuro, de acuerdo a las muy conocidas opiniones de Bolívar sobre ese país. El fundamento del proyecto bolivariano eran las ideas liberales burguesas que se había difundido ampliamente a partir de la Revolución Francesa, aunque para ese momento no se estuvieran aplicando consecuentemente en ningún país europeo ni en los mismos Estados Unidos.

En otras palabras, Bolívar intentaba ejecutar en América la revolución burguesa que todavía en Europa no había terminado de implantarse. Obviamente, este proyecto nacional bolivariano no tiene históricamente ninguna relación de continuidad con lo que vino después, a partir de 1830. Además, el proyecto nacional bolivariano no era específicamente venezolano, ni siquiera colombiano, sino “americano” (en el sentido de hispanoamericano). Bolívar se planteaba la unidad de todas las naciones hispanoamericanas en una gran confederación, y pensaba también liberar los territorios que aún quedaban en manos españolas. Ciertamente el partido bolivariano era en la década del 20 del siglo XIX el “fantasma” revolucionario que estremecía los cimientos del continente americano.

El período de gobierno del partido bolivariano, en la República de Colombia (1819-1830), ha quedado para la historia como el único proyecto nacionalista burgués que haya tomado cuerpo en tierras venezolanas (hasta 1998 por lo menos). Esto es lo reivindicable actualmente del pensamiento de Bolívar, su nacionalismo hispanoamericano. Bolívar no es en modo alguno el padre de la patria Venezuela, pues él nunca se conformó con erigir una pequeña y débil nación. Bolívar es el padre de una futura gran patria latinoamericana, que es lo que él intentó construir.

Por otra parte, el mismo Bolívar dedicó buena parte de sus últimos años de gobierno a promover la desarticulación del movimiento popular que había tomado fuerza durante la guerra de independencia. El proyecto bolivariano intentaba, pese a su liberalismo, mantener más o menos intacta la misma diferenciación racial y social que existía durante la colonia. En reiterados escritos, Bolívar se manifiesta temeroso de que la “pardocracia” pueda hacerse con el poder, y se pronuncia incluso en contra del mestizaje entre blancos y la población negra e india[24]. Su objetivo, como plantea en numerosos trabajos Carrera Damas, era intentar recomponer la “estructura de poder interna”, que se había dislocado a partir de 1811.

Esto implicaba evitar por todos los medios que se fortaleciera una sociedad donde los mestizos y negros tuvieran el control del poder político. Su apertura hacia los otros grupos sociales y étnicos llegaba hasta la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la igualdad formal de todos los ciudadanos ante la ley, que sin embargo era establecida con limitaciones en el proyecto de Constitución de Bolivia. Pero sus decretos a “favor” de los indígenas, eran en el fondo un mecanismo para desestructurar la propiedad comunal de la tierra y convertirla en propiedad privada, debilitando también sus liderazgos naturales al abolir los cacicazgos[25], lo que significaba la liquidación de las comunidades indígenas como tales, abriendo las puertas para su integración cultural a la sociedad criolla dominante[26].

Es evidente que Bolívar nunca superó la mentalidad racista que construyeron los europeos para justificar su dominio sobre el resto de pueblos del mundo. Su visión discriminadora sobre los indios, mestizos y negros se hace evidente en numerosos escritos, como el siguiente:

“No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de Africa y América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia (Carta a Santander, 13/06/1821).

Su visión sobre la mezcla entre las “razas” la observamos cuando se refiere al mestizo mexicano Vicente Guerrero, como el “vil aborto de una india salvaje y un feroz africano”, que derribó a Iturbide y tomó el poder en México en 1827 (citado por Henri Favre); y en carta a Santander (08/07/1826) rechaza abiertamente el mestizaje, pues el continente ya está demasiado poblado por el “compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre, y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos espúreos de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados del Africa”.

Estas ideas de Bolívar deben tomarse en cuenta al momento de construir un fundamento ideológico para la transformación de la Venezuela actual. En este sentido, el mismo Chávez, en su visión sobre Bolívar, no ha logrado trascender la perspectiva burguesa construida en el culto bolivariano, que parte de la premisa que todo el pensamiento y la obra de Bolívar es justa y aplicable en el momento actual. Nada más lejos de la realidad[27].

Páez también jugó un papel en los intentos oligarcas por desarticular los vientos revolucionarios que había levantado la guerra de independencia[28]. Como lo han planteado diversos historiadores, la misma disgregación de Colombia fue un acto promovido por los intereses más conservadores de las oligarquías de Caracas y de Bogotá, las cuales aunque actuaron defendiendo sus intereses particulares, coincidieron en las profundas reservas que le tenían al nacionalismo revolucionario del partido bolivariano.

Al mismo tiempo, la burguesía nacional e internacional también tenía interés en disolver al ejército de mestizos y ex-esclavos, y a sus dirigentes, incluyendo al mismo Páez. Como lo han demostrado historiadores como Brito Figueroa y Catalina Banko, la candidatura de José María Vargas en 1835 no fue más que una maniobra de la oligarquía comercial-financiera criolla y extranjera para desplazar a los caudillos militares del poder[29], pues éstos eran considerados potencialmente peligrosos por su tradición popular y revolucionaria desarrollada en la guerra.

La burguesía internacional intentó reiteradamente constituir una representación criolla lo suficientemente sólida y unificada como para que lograra controlar las fuerzas populares desatadas en el período 1812-1814, y que en cierta forma no fueron aplacadas por varias décadas. Al mismo tiempo, intentaba derrocar del poder al partido bolivariano, pues el mismo podía llegar a amenazar incluso la hegemonía imperial de la propia Inglaterra. Tengamos en cuenta que el ejército bolivariano había destrozado al ejército de una de las principales potencias europeas para esa época, aunque su poderío ya estuviera en declive. No es descabellado decir que el ejército patriota constituía una amenaza militar potencial para el imperio inglés y sus posesiones en América. Y de manera general, buscaba sacar del poder a todo representante del período independentista, pues todos sin excepción eran sospechosos de estar contaminados por el germen revolucionario.

El primer objetivo no fue logrado sino hasta que el triunfo de la Guerra Federal (1863) convirtió en consignas oficiales los principios de igualdad social y de lucha antioligárquica bajo los cuales las masas populares se habían incorporado al proceso independentista a partir de 1816; es decir, la burguesía tuvo que aceptar el modelo de Estado liberal democrático para poder controlar la rebelión popular, olvidándose de las tesis conservadores que intentaban de alguna manera revivir la sociedad discriminadora y oligárquica de la colonia.

El segundo objetivo, la derrota del partido nacionalista bolivariano, fue conseguido en 1830 con la disgregación de Colombia, el asesinato de Sucre, la derrota política y posterior muerte de Bolívar y las medidas de expulsión contra todos los miembros del partido bolivariano[30]. Las consecuencias de esto fueron determinantes para que se cortara cualquier posibilidad de desarrollo independiente en el sentido burgués[31]. Todos los gobernantes venezolanos a partir de 1830, sin excepción, estuvieron de una u otra forma bajo la tutela del capitalismo extranjero.

Creemos que entre las razones de la derrota del partido bolivariano estuvo su incapacidad de formular un proyecto nacional que incorporara a la población mestiza, a los indígenas y a los negros, que juntos constituían la mayoría abrumadora de la población. Esa debilidad intrínseca de los bolivarianos tiene que haber influido en el desgaste del consenso que entre 1819-1824 se constituyó para que el proceso independentista estuviera bajo su mando.

Las posibilidades de continuidad en el poder para los bolivarianos pasaban, necesariamente, por una mayor radicalización del proceso, ejecutando hasta el final los principios del liberalismo burgués, particularmente lo referido a la igualdad de los ciudadanos ante la ley, lo que implicaba terminar de desmontar todo el sistema de privilegios del que habían disfrutado los blancos criollos desde la colonia. Las alianzas sociales tenían que buscarlas precisamente en la gran mayoría popular, mestiza, india y negra, que aspiraba ver cumplidas las promesas de libertad e igualdad que los mantuanos habían formulado a partir de 1816 como “gancho” para incorporarlos a su bando independentista.

Pero Bolívar eligió precisamente el camino contrario, intentando desmontar todo el movimiento de insurgencia popular que había despertado con la declaración de independencia. Y esa fue una de las causas fundamentales de su derrota política. En esto, Bolívar y Zamora se diferencian radicalmente, pues éste último sí tomó partido por las grandes mayorías populares, de las cuales procedía, e intentó llevar hasta sus últimas consecuencias la obra que había iniciado Boves en 1814.

El tercer objetivo nunca pudieron lograrlo, y el siglo XIX estuvo gobernado primero por los generales de la independencia (Páez, Soublette y Monagas), y luego por los generales de la guerra federal (Falcón, Guzmán y Crespo). Pese a todos los esfuerzos que la burguesía internacional y sus más conspicuos representantes internos realizaron para desmontar el poder de los caudillos populares de la independencia y de la federación, esfuerzos que llegaron incluso a solicitar –en varias oportunidades- a potencias extranjeras que invadieran el país y lo convirtieran en una especie de protectorado[32], nunca se pudo conformar una clase burguesa lo suficientemente sólida en lo político y económico como para poder prescindir de los caudillos.

Esta circunstancia permitió que la memoria de la lucha social se mantuviera, aunque distorsionada, y en cierta forma se consolidara como parte inseparable de nuestra sociedad. Considero que en las reiteradas manifestaciones insurreccionales que tuvo el pueblo venezolano a lo largo del siglo XX se manifestó de alguna forma esa memoria histórica de la salvaje guerra social que se desató con la independencia y que concluyó en la Guerra Federal. A lo largo del siglo XX se expresó una lucha de clases que en muchos aspectos reivindicó el carácter popular del proceso de nacimiento de Venezuela como república.

Hoy, a comienzos del siglo XXI, la situación no ha variado mucho; precisamente las acusaciones de la burguesía hacia Chávez son principalmente por atizar la lucha de clases, abriendo las posibilidades de una nueva guerra social, de pobres contra ricos. Si algo se hace constante en nuestra historia, es la debilidad de la burguesía para contener los procesos de auge popular; a lo más que ha llegado es a transacciones, como el Tratado de Coche y el Pacto de Punto Fijo.

Pero dichos acuerdos han significado, junto a la hipoteca de las aspiraciones populares de un cambio social radical, el desplazamiento de élites políticas y económicas que durante un cierto período había hegemonizado la conducción del país. Al ocurrir esto último, la burguesía se ha encontrado con la vuelta al principio, con un eterno retorno que ha impedido la consolidación de un bloque social que garantice permanentemente la dominación capitalista en Venezuela. Desde la perspectiva de la lucha revolucionaria del pueblo, esta es una característica política muy positiva de la sociedad venezolana.

Distinta ha sido la historia de la mayoría de los países latinoamericanos, en los cuales aún integran el poder sectores descendientes de la oligarquía colonial criolla. Este elemento negativo para la burguesía ha sido positivo para el pueblo: somos probablemente el país más democrático de América, pues desde el punto de vista cultural, y también en lo político, expresamos sentimientos igualitaristas de profundo peso al momento de las grandes coyunturas históricas.








5. LA CONSPIRACION DE LOS NEGROS CARAQUEÑOS EN 1831.

Concluida la guerra de independencia, la conjura de los negros de Caracas en 1831, reseñada en el diario del cónsul británico Robert Ker Porter[33], la cual se proponía instaurar en Venezuela un “segundo Haití”, pasando por las armas a la población blanca, demuestra que la población afrovenezolana mantenía aún en esa época su propio proyecto nacional, abiertamente enfrentado al proyecto oligárquico que adelantaba Páez en alianza con los terratenientes, comerciantes y financistas.[34]

La conspiración se manifestó el 11 de mayo de 1831 con el ataque a la Cárcel de Caracas, por parte de unos cincuenta hombres, dando muerte a más de diez personas entre carceleros y policías, liberando a todos los presos y llevándose el arsenal. Las investigaciones adelantadas por las autoridades llevaron a la captura de los supuestos responsables del asalto, “en su mayoría negros y de color”. Según las estimaciones de Porter, fueron detenidos más de dieciséis hombres, además de algunas mujeres; de ellos, por lo menos once fueron fusilados. Resaltan aquí las informaciones recogidas por Porter en su diario, referidas a la extensión de la conspiración[35], que abarcaba a las “personas de color más respetables” de la ciudad.

De que había “personas respetables” involucradas en la conspiración lo comprueba otro detalle recogido por Porter, como fue la distribución por toda la ciudad de “carteles amenazadores” que trataban de intimidar a las autoridades que intentaran castigar a los detenidos, y clamaban venganza por “el asesinato” de los negros y mestizos que fueron fusilados[36]. Entre los fusilados se hallaba una mujer blanca. De cualquier manera, la conspiración era lo suficientemente extensa y organizada como para realizar propaganda escrita, en una época en que eso no era frecuente, y cubrir con ella una ciudad relativamente grande como Caracas. Porter señala que de las confesiones de los detenidos se ha concluido que sus planes eran “nada menos que el exterminio de la raza blanca” (p.111). El fantasma de Boves se alzaba de nuevo amenazante contra la oligarquía caraqueña.

 Sigue diciendo Porter que “los perpetradores  se componen de personas de las clases más bajas de los esclavos, soldados desbandados, y siento añadir, desempleados y oficiales desengañados”. Es decir, la conspiración abarcaba incluso a miembros o ex-miembros del ejército, “desengañados” por algo que Porter no aclara, pero que sin lugar a dudas era el rumbo oligárquico que había tomado la República en manos de Páez, la cual entre otras cosas había restablecido la esclavitud, abolida durante la guerra emancipadora por los libertadores.

La conspiración de los negros de Caracas en 1831 demostró, de acuerdo a los datos aportados por Porter, que existía en la población negra y mestiza un gran descontento por el rumbo que había tomado el país, y la brecha entre castas seguía tan abierta como en la época en que Boves había insurreccionado a media Venezuela. La envergadura de la conspiración quedó demostrada con el asalto victorioso a la Cárcel de Caracas. La propaganda escrita realizada a favor de la misma, demuestra que en ella estaban implicados personas de cierto nivel educativo y con recursos económicos como para llevar a cabo la publicación de “carteles”, como afirma Porter. El posterior desmantelamiento de la misma se debió probablemente al ambiente desfavorable que existía para impulsar cualquier tipo de guerra social, pues se acababa de salir de una larga guerra que había desangrado al país por los cuatro costados.

La independencia dejó sin resolver gran parte de las desigualdades sociales que anidaban en la sociedad colonial. Consecuencia de ellos fueron las luchas sociales que estallaron durante la década de 1840, y el posterior desarrollo de la Guerra Federal. La rebelión urbana del pueblo caraqueño manifestado en las acciones del 9 de febrero de 1844[37] y del 24 de enero de 1848[38], junto a la insurrección campesina desarrollada en 1846-47 en la zona central del país,  reflejaron un descontento que ya estaba implícito en la conspiración de negros y mestizos de Caracas en 1831.


















6. LAS REBELIONES URBANAS Y CAMPESINAS DE LOS AÑOS 40:


            La década de los 40 significó el resurgir de las contradicciones sociales que no habían quedado resueltas luego del proceso de independencia. La aparición del periódico “El Venezolano”, el 24 de agosto de 1840, dirigido por Antonio Leocadio Guzmán y alrededor del cual se va a organizar la Sociedad Liberal o Partido Liberal, favoreció indirectamente la incorporación de las masas populares a la lucha política que se escenificaba en el país.

El Partido Liberal se constituyó como represente de la oligarquía terrateniente que, a lo largo del período hegemonizado por José Antonio Páez, fue desplazada progresivamente del poder que compartía con los sectores que dominaban el comercio y las finanzas. Al criticar la política económica desarrollada por los gobiernos paecistas, los liberales tenían que difundir las difíciles condiciones de vida de las grandes mayorías sociales, y al hacer esto agitaban de nuevo los anhelos igualitarios que Boves y Bolívar habían promovido en su tiempo.

            Al profundizarse en 1842-43 la crisis económica debido a la baja de precios de los productos exportables, el descontento popular comenzó a manifestarse en una serie de eventos que condujeron al colapso del régimen paecista. El 9 de febrero de 1844 el pueblo de Caracas, movilizado ante el tribunal que enjuiciaba a Antonio Leocadio Guzmán por sus críticas al Banco Nacional, logró bajo presión que Guzmán fuera absuelto de los cargos que se le imputaban. En las elecciones municipales de 1844, los liberales triunfaron en el Cantón Caracas, aunque pierden en el resto del país. El 6 de julio de 1846 se produjo un alzamiento de los caleteros del puerto de La Guaira. Finalmente, en septiembre de 1846, estalla una insurrección campesina y antiesclavista en los llanos centrales, dirigida por Francisco José Rangel y Ezequiel Zamora.

            Ezequiel Zamora, joven comerciante de 29 años para 1846, acababa de ser electo concejal en Villa de Cura, como candidato de los liberales. Dicha elección fue anulada por el ejecutivo, al igual que en todos los casos del interior del país en los cuales los resultados electorales significaron derrotas gubernamentales[39]. Ante esta situación, se comenzaron a difundir llamados a la rebelión armada entre las filas liberales.

El 1º de septiembre estalló la primera sublevación liberal, al alzarse en la Sierra de Carabobo Francisco Rangel, campesino mestizo y antiguo soldado de las tropas llaneras del general Zaraza en la Guerra de Independencia. Antonio Leocadio Guzmán se opuso a la rebelión armada y buscó entablar negociaciones con Páez. Zamora y otros, descontentos ante la actitud de Guzmán, deciden incorporarse a la rebelión campesina. Pero la inexperiencia militar de Zamora favoreció su pronta derrota ante las fuerzas militares paecistas, comandadas por veteranos de la independencia. No obstante, las guerrillas liberales se mantienen durante varios meses, siendo Zamora el último liberal en ser derrotado y capturado, en marzo de 1847.

            La insurrección campesina de 1846-47 no contó con el apoyo de los principales jefes del Partido Liberal, comenzando por el mismo Guzmán. Tal vez por esta causa se vio reducido su poder de convocatoria hacia las grandes masas populares que apoyaban a los liberales. Tampoco fue capaz de extenderse a otras regiones del país como el Oriente, Barquisimeto, Coro, Zulia y los Andes. Sin embargo, el espíritu de lucha social se revitalizó, con el surgimiento de líderes que, como Ezequiel Zamora, jugarían un papel destacado en la década siguiente. Al mismo tiempo, la rebelión liberal campesina contribuyó a minar las bases en que se sustentaba el poder conservador de Páez, propiciando los acontecimientos del 24 de enero de 1848, cuando el asalto popular al Congreso significó el colapso del poder hegemónico paecista.  El siguiente período en el cual la familia Monagas ejerció el control del poder político, atenuó momentáneamente las contradicciones sociales gracias al apoyo inicial que los liberales le dieron a su gobierno.        






























7. LA GUERRA FEDERAL COMO CULMINACIÓN DE LA INSURGENCIA POPULAR INDEPENDENTISTA.


El estallido de la Guerra Federal en 1859 fue más que una lucha por la implantación del sistema federal de gobierno[40], y se manifestó principalmente como una insurrección campesina que planteaba las mismas aspiraciones de las rebeliones de esclavos en 1812-1814. Su antecedente más inmediato lo constituyó la rebelión campesina de 1846-47, en la cual había tenido destacada participación el mismo Ezequiel Zamora. La guerra federal significó el epílogo de este terremoto social que se desató en el proceso de disolución del sistema colonial español en Venezuela.

Como afirmó Armas Chitty, “la Federación completó la guerra de independencia, pues la misma ansia igualitaria que pregonaban los soldados de Zamora, los encarbonados de Espinoza y los llaneros desnudos de Zoilo Medrano puede apreciarse en los mismos llaneros que llevaba Boves al combate” (1969: 107). O como dijo Vallenilla Lanz : “Zamora, por su gran pericia militar, por su desprendimiento, por su heroísmo, por la dureza de su carácter y por el influjo que tuvo en nuestras masas populares, a nadie más que a Boves puede comparársele...” (1994: 193).

Los objetivos de la insurrección campesina que se desarrolló desde el 20 de febrero de 1859 y que estuvo encabezada por Ezequiel Zamora se referían a la igualación de las clases sociales, el reparto de tierras, supresión de contribuciones, echar del gobierno a los opresores y terminar con la oligarquía. Como bien dice Brito Figueroa, para las masas campesinas ese era el verdadero significado de la palabra Federación (o Feberación, como erróneamente decían los campesinos analfabetos).

Se ha argumentado que estos objetivos no aparecen en los programas principales de la Federación, aunque sí aparecen en multitud de cartas, proclamas, alocuciones y órdenes generales de Zamora y de sus más inmediatos colaboradores. Compartimos aquí la opinión de Brito Figueroa, al decir que dichos programas eran producto de acuerdos entre las fracciones del liberalismo, es decir, de acuerdos entre los revolucionarios zamoristas y los conciliadores seguidores de Falcón y Guzmán Blanco; esto explicaría la ausencia de las principales consignas de Zamora en dichos programas (Brito, 1981: 472).

Entre esas consignas de Zamora destacan: “Horror a la oligarquía”, “Oligarcas temblad”, “Tierras y hombres libres”, “Igualación social”, “el imperio de la mayoría”, de acuerdo a las investigaciones de Federico Brito Figueroa y otros autores como Villanueva, Irazábal y Pérez Arcay.


El biógrafo de Zamora, Laureano Villanueva, menciona la conocida frase de Zamora:

Lo que debe cogerse son los ganados, bestias y tiendas de los godos, porque con esas propiedades es con lo que ellos se imponen, y oprimen al pueblo. A los godos se debe dejar en camisa, pero la gente del pueblo, igual a usted, se respeta y se protege”. (1955: 250).

El mismo Villanueva se refiere a las motivaciones de Zamora: “Su ambición constante consistía en servir al pueblo, a la manera de Tiberio Graco, con ciertas ideas utópicas de socialismo y de igualdad de bienes (1955: 162).

Para Zamora la Federación implicaba una profunda democratización de la sociedad. Sus palabras de febrero de 1859 son muy elocuentes a este respecto:

La Federación encierra en el seno de su poder el remedio de todos los males de la patria. No. No es que los remedia, es que los hará imposibles... Volveremos la espalda, ya para siempre,  a las tiranías, a las dictaduras, a todos los disfraces de la detestable autocracia” (Landaeta, 1961: 286).

Zamora significó un liderazgo diferente al ejercido por los caudillos tradicionales que surgieron en Venezuela a lo largo del siglo XIX ; como afirma Catalina Banko: “Con Ezequiel Zamora nace otro tipo de caudillo, cuyo poder no se sustenta en la propiedad latifundista, al estilo de Páez o de los Monagas, ni en el control coercitivo de la masa campesina, sino en bases programáticas identificadas con la causa federal y la ‘regeneración’ de Venezuela” (Banko, 1996: 189).

Zamora representaba los genuinos intereses de las masas campesinas, de los desposeídos, que nuevamente enarbolaban la “guerra social” que había desatado Boves en 1813, con el fin de destruir el poder político y económico de la oligarquía, y construir en cambio una nueva sociedad basada en los principios políticos del liberalismo burgués, cuyo respeto y aplicación estricta, pensaba Zamora, permitirían la felicidad del pueblo[41].

El carácter de Zamora es el de un hombre sobrio y dueño de sí mismo. Su conducta privada es casi monacal. No bebe. No juega. Come sobriamente. Su cultura no es muy amplia, pero conoce bien su oficio militar. Un poco de Historia Antigua y mucho de historia nacional le sirven para dialogar con gentes cultas, que seguramente han debido asombrarse de la cultura de este jefe de montoneras”. (Mujica, 1982:125).

Podemos agregar que Zamora no realizó una reivindicación específica de la obra de Bolívar, ni se auto calificó como heredero del libertador en particular; Zamora se refirió a la culminación de la obra de “los patriotas de 1811”, hablando siempre en plural.

La manifestación particular de la revolución federal renovó las atrocidades que contra los vencidos cometían uno y otro bando; para el ejército gubernamental implicaba castigar a los rebeldes, y para los federales la violencia era nuevamente el arma justiciera contra la opresión socioeconómica y la dominación política de los oligarcas. Zamora intentó controlar esta violencia, como lo demuestra el fusilamiento de Martín Espinoza a mediados de 1859, por las atrocidades que este jefe federal cometía contra la población civil.

Como dice Villanueva, “el intento de Zamora era valerse de aquellas montoneras para sostener la guerra, mientras la suerte le proporcionaba modos de formar un ejército reglado, con que maniobrar y destruir los del gobierno en acciones campales y decisivas” (1955: 223).

En la Guerra Federal coexistieron dos intereses en el bando liberal[42] : unos, que deseaban promover la constitución de un régimen de libertades formales, democrático burgués, que limitara el poder que hasta el momento había mantenido la oligarquía heredera de los mantuanos de la colonia; este sector estaba integrado en lo fundamental por personajes ilustrados y que pertenecían a sectores sociales poseedores (sobre todo terratenientes), y estaba liderizado por Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco. Los otros, la mayoría, los campesinos y algunos intelectuales radicalizados, que pregonaban las reivindicaciones igualitarias que permanecían sin cumplirse desde la guerra de independencia; esta era la fracción que encabezaba Ezequiel Zamora.

Es evidente que la ausencia de una obra política por parte de Zamora explica sus debilidades teóricas; por ello tuvo que apoyarse en los intelectuales del liberalismo para darle contenidos programáticos a su revolución campesina y popular. Un análisis biográfico de Zamora permite concluir que sus méritos militares y organizativos superaban con creces a su formación política.

Los principios liberales de la federación, compartidos por Zamora, pueden analizarse en el pronunciamiento de la ciudad de Barinas, luego que ésta fuera ocupada por las fuerzas militares de Zamora el 18 de  mayo de 1859 (Castillo, 1996: 14). En dicho pronunciamiento se establecen como “principios del Gobierno Federal” lo siguiente:

“La abolición de la pena de muerte. Libertad absoluta de la prensa. Libertad de tránsito, de asociación, de representación y de industria. Prohibición perpetua de la esclavitud. Inviolabilidad del domicilio, exceptuando los casos de delitos comunes judicialmente comprobados. Inviolabilidad de la correspondencia y de los escritos privados. Libertad de cultos... Inmunidad de la discusión oral de todas especies. Inviolabilidad de la propiedad. Derecho de residencia a voluntad del ciudadano. Independencia absoluta del Poder Electoral, que ni antes de su ejercicio ni después de él dependa de ninguno de los funcionarios de los demás ramos de la administración. Elección universal, directa y secreta del Presidente de la República, del Vicepresidente, de todos los legisladores, de todos los magistrados de orden político, y de todos los jueces. Creación de la milicia armada nacional. Administración de justicia gratuita en lo secular. Abolición de la prisión por deuda. Derecho de los venezolanos a la asistencia pública en los casos de invalidez o escasez general. Libertad civil y política individual; consciente primero en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; y segundo, en la facultad de hacer sin obstáculo todo lo que la ley no haya expresamente calificado de falta o delito. Seguridad individual: prohibición del arresto o prisión sino por causa criminal precedida evidencia de la comisión de un delito, y los indicios vehementes de la culpabilidad” (Landaeta, 1961: 321).

Como se puede ver, son cuestiones fundamentales de la democracia burguesa que aún hoy muchas de ellas esperan por cumplirse en Venezuela. El hecho de que haya pasado más de un siglo y aún no se haya ejecutado a plenitud dicho programa democrático burgués, revela fehacientemente el carácter revolucionario de dichas propuestas al ser enarboladas por el movimiento insurreccional campesino que encabezó Zamora.

No compartimos la opinión de Carrera Damas al establecer que el “Programa de Zamora era una mezcla abigarrada de ideas conservadoras con supuestos propósitos revolucionarios populares” (1985:21); y que en contraste, el “Programa de Falcón” expresaba en términos inequívocos la naturaleza del radical cambio sociopolítico que perseguía la federación (p.23).

Carrera Damas se limita aquí a valorar las propuestas democrático-burguesas que institucionalizó la federación con la Constitución de 1864 (y que él considera que recoge la “formulación definitiva del proyecto nacional venezolano”, ob.cit., p.27). Al mismo tiempo, sugiere que las propuestas revolucionarias del Programa de Zamora “no eran alcanzables”. Pero olvida considerar que más allá de la lucha por implantar los principios liberales, la Guerra Federal era una lucha contra las clases dominantes, por aniquilar su poder económico y político, objetivo que se puso al alcance de las fuerzas militares de Zamora luego de la batalla de Santa Inés, en diciembre de 1859.

Al respecto mencionamos estas palabras dichas por Zamora: “...todo con el propósito de infundir a la tropa amor al pueblo y odio a los ricos, aunque fueran liberales...”. (Carrera Damas, 1985:22). En la Batalla de Santa Inés, el 9 de diciembre de 1859, Zamora derrotó al cuerpo de ejército principal del gobierno central. La estrategia de Zamora en esta batalla es considerada una obra maestra del arte militar, imitada incluso por academias militares norteamericanas[43].

La muerte de Zamora, en enero de 1860, y la inoperante conducción militar de Falcón, que condujo a la derrota de Coplé, el 17 de febrero de 1860, impidió la inminente y aplastante victoria federal que se había anunciado gracias al genio militar de Zamora en Santa Inés[44]. Esta es la realidad de los hechos, el triunfo de la insurrección campesina era perfectamente realizable, y con él, muchas de sus consignas como la de “horror a la oligarquía”, “igualación social”, y el “imperio de la mayoría”. Es obvio que no podía esperarse la instauración de un régimen democrático popular, inexistente en ese momento en país alguno, en una sociedad agraria como la nuestra.

En contraste con la imagen que de Zamora tenían los jefes federales, Juan Crisóstomo Falcón no queda muy bien parado ante la historia. Héctor Mujica dice al respecto: “Es bien claro desde el comienzo que tanto Falcón como Guzmán Blanco representan la conciliación, la posibilidad de un entendimiento con el enemigo” (Mujica, 1982:122).
El mismo Emilio Navarro dice sobre Falcón lo siguiente:

“Por el conocimiento que tuve del General Juan Crisóstomo Falcón desde sus primeros días en la política, comprendí que este jefe era sumamente superfluo en la línea política...mi padre, el Coronel Carlos Navarro, como el modesto y sabio José Melitón Toledo andaban en pos de él, evitándole una multitud de flaquezas que diariamente cometía Falcón en Coro, con los enemigos del partido liberal, uniéndoseles en sus complots, ofreciéndoles sus servicios, méritos y prestigios a sus propios enemigos. Sólo con la ambición de figurar representaba este tristísimo papel, que los legítimos liberales trataban de disimular” (ob.cit., p.108).

Falcón fue acusado en su momento por una buena parte de los jefes federales de ser el responsable directo de la muerte de Zamora. Brito Figueroa en su  obra Tiempo de Ezequiel Zamora asume estas acusaciones, y concluye que Zamora fue asesinado por un espaldero de Falcón, de apellido Morón. Según otro jefe federal, el Coronel Joaquín Rodríguez, afirmaba que Guzmán Blanco, disgustado con Falcón  en una ocasión, afirmó que este era responsable directo del asesinato de Zamora.

Lo más probable es que un eventual triunfo de Zamora hubiera conducido a la consolidación de una nueva clase dominante, pero el dinamismo que hubiera aportado al desarrollo del país pudo haber sido mucho mayor al que desarrollaron los liberales timoratos como Falcón y Guzmán. Probablemente nuestro desarrollo dependiente y subordinado al imperialismo extranjero hubiera tenido facetas más favorables a los intereses nacionales y populares.

La prematura muerte de Zamora, el 10 de enero de 1860, favoreció que finalmente prevalecieran quienes deseaban un cambio puramente formal, el cual se concretó con la firma del Tratado de Coche, el 24 de abril de 1863. Con este tratado se concretó un simple cambio de opresores en el gobierno, sólo que en lugar de conservadores y constitucionalistas, se proclamaron liberales y federales. Pero la estructura económica, la que constituía el fundamento material de la oligarquía, continuó intacta, y al lado de los viejos apellidos que controlaban la riqueza territorial agraria, monopolizaban el comercio y la usura, comenzaron a figurar apellidos de origen “oscuro” (Brito Figueroa, ob.cit., p.478).

Al igual que en 1814, la muerte del líder que guiaba el movimiento revolucionario de las masas, Ezequiel Zamora, dejó inconclusas las aspiraciones del campesinado. La Federación bajo la conducción de Falcón y Guzmán Blanco terminó siendo una caricatura de lo que originalmente había delineado Zamora. Nuevamente, la ausencia de un sólido liderazgo colectivo que continuara la lucha cercenó las posibilidades de triunfo de los desposeídos.

Zamora, con sus acciones, llegó a infundir verdadero terror a la oligarquía. Al ocurrir su muerte, el alivio que sintieron fue tal que Juan Vicente González llegó a escribir: “Bala afortunada. Bendita sea mil veces la mano que la dirigió”. Opiniones así nunca fueron dirigidas en cambio a otros connotados jefes federalistas como Falcón y Guzmán Blanco. La causa era que Zamora no representaba exclusivamente los ideales federales y liberales; principalmente defendía la causa de los desposeídos, su guerra era una guerra contra los poderosos, contra los oligarcas en general, y su objetivo era la igualdad social, objetivo difuso que correspondía al imaginario de la época en una sociedad agraria como la nuestra.

El triunfo de la Guerra Federal no fue en modo alguno el triunfo de la causa por la que luchaban los campesinos alzados bajo el mando de Zamora. Una vez más, al igual que en la guerra de independencia, las aspiraciones de los desposeídos quedaban inconclusas, y lo más que se alcanzó fue la formalidad de las leyes. La esencia del Tratado de Coche  fue la de acabar con la insurrección campesina que amenazaba seriamente la estabilidad de las clases dominantes.

Como dijo Carlos Irazábal: “El triunfo de la guerra fue también la traición a la insurrección del pueblo. Este es el contenido de clase del tratado de Coche, cuyo objetivo sustancial fue poner fin a la guerra y estrangular la revuelta de la masa campesina” (Irazábal, 1980:252).

A este respecto Carrera Damas, en su afán de defender el proyecto nacional burgués, plantea:

“El Tratado de Coche es un paso coherente en la dirección fundamental seguida por la clase dominante desde 1811-1812, y tal consistía en restablecer y consolidar la estructura del poder interna, desquiciada primero por las guerras de independencia y amenazada luego de definitivo colapso por la Guerra Federal. Fue la conciencia de esta posibilidad inminente lo que condujo a poner término a la contienda”. (Carrera Damas, 1985:27).

Sin embargo, el triunfo de la federación terminó de destruir el complejo material e intelectual de la colonia (Irazábal, 1980:254). Por ser algo más que un enfrentamiento entre poderes y proyectos políticos, la federación tuvo hondas repercusiones sociales, pues las reclamaciones federalistas fueron identificadas con la lucha contra la opresión en sentido global, en lo económico, político y social (Banko, 1996: 191). La federación tuvo una amplia significación para la sociedad venezolana de la época, pues no fue solamente un modelo político para la organización de la República, sino que se convirtió en sinónimo de libertad para los sectores desposeídos. Lo que se inició como un enfrentamiento por el poder político entre dos fracciones de las clases dominantes, se convirtió en una auténtica guerra social contra la opresión de las clases oligárquicas.

La Revolución Federal tuvo como una de sus principales consecuencias el consolidar las bases del igualitarismo social que caracteriza a la sociedad venezolana actual (Pérez Arcay, 1977: 166). La derrota militar y política de los godos (derrota que fue sólo parcial)[45] permitió el desarrollo posterior de ese sentimiento igualitarista, aunque en términos socioeconómicos haya surgido una nueva oligarquía dirigente que se apoderó de las tierras y de las instituciones financieras y comerciales.

La Guerra Federal le dio culminación formal a las promesas hechas por la oligarquía durante la independencia, aunque en los hechos se haya mantenido la misma estructura de poder socioeconómico. El federalismo fue una revolución triunfante en lo ideológico, y esa circunstancia permitió a la burguesía aplacar la rebelión social por varias décadas.

Cuando hemos dicho que el actual proceso de cambios debe evitar un nuevo Tratado de Coche, estamos alertando sobre la posibilidad cierta de que el proceso chavista termine siendo pura ideología, y las estructuras que sustentan la dominación política y económica del capitalismo globalizado simplemente sean renovadas para un nuevo engaño contra el pueblo. Y cuando alertamos sobre la necesidad de consolidar un liderazgo colectivo del proceso de cambios para garantizar su continuidad en el tiempo, estamos cuestionando el liderazgo mesiánico  que hoy nuevamente se ha entronizado en las fuerzas populares, y proponiendo la necesaria reconstrucción política y organizativa de un movimiento popular revolucionario que asuma el rumbo de la revolución popular en Venezuela.













8. EL DESPERTAR DE LA LUCHA POPULAR EN LA VENEZUELA PETROLERA.


Luego de la Guerra Federal, hubo una pausa de más de sesenta años de adormecimiento de las luchas populares, hasta que en 1928 resurgieron en un contexto socioeconómico y político totalmente distinto al que predominó hasta los inicios del siglo XX. Las razones de esta situación son diversas. Por una parte es evidente que la ausencia de un liderazgo sólido y de un programa político coherente desgastaron las rebeliones populares desatadas a raíz del proceso independentista en Venezuela. Por otro lado, la incorporación de muchas de las consignas de la lucha popular al orden constitucional a partir de 1863-64, contribuyó a desarmar ideológicamente a los sectores radicales. El “triunfo” federalista, que más que triunfo fue un pacto burgués de gobernabilidad, terminó por controlar el huracán social que se había iniciado en 1812.

Pero la estabilidad política de la élite dominante no se logró tampoco en ese momento, ni posteriormente. Creemos que un legado de la independencia ha sido la incapacidad de la burguesía internacional para consolidar en Venezuela una fracción capaz de garantizar a mediano y largo plazo el ejercicio de su dominación. El grupo que inicialmente actuó como liquidador del proyecto revolucionario bolivariano, encabezado por Páez, fue barrido en 1863 por el triunfo federal. Los federalistas a su vez fueron desplazados por la insurrección triunfante de los andinos, en 1899, la cual implicó un nuevo cambio total de actores en el ejercicio del gobierno. A los andinos también les llegó su hora en 1945, cuando ocurre la primera gran crisis política del sistema capitalista dependiente en el siglo XX. Este movimiento de 1945 había comenzado a gestarse desde 1928. A su vez, el bloque dominante que asumió el poder en 1945 y se consolidó a partir de 1958 también ha sido barrido por los triunfos electorales de Hugo Chávez y el MVR en 1998, 1999, 2000, 2004 y 2005, y por la derrota de todos los intentos de acabar por la fuerza con la revolución bolivariana.

Cuando la lucha popular resurgió en 1928 ya el contexto y los protagonistas eran otros. Venezuela había pasado a ser un país petrolero, urbano, con nuevas clases sociales y nuevos tipos de relaciones con el capitalismo mundial. Pero en el fondo de todo el movimiento social antigomecista, que luego reventará ampliamente en 1936, estaban de nuevo las mismas aspiraciones populares inconclusas de la guerra de independencia y de la guerra federal: alcanzar la igualdad social y  la democracia política. La influencia marxista en este nuevo movimiento popular incorporó al programa de cambios el carácter antiimperialista de la revolución que nuevamente se planteaba, propuesta que como ya dijimos estaba embrionaria en el proyecto bolivariano.

Los acontecimientos del año 28 revelan el inicio de un proceso político en el cual ya se perfilan los sectores sociales protagónicos. En las luchas populares de 1928 confluyen sectores de una nueva clase media que ha surgido gracias al petróleo, y que aporta al movimiento popular los elementos teóricos marxistas que aquí en Venezuela tardaron bastante en llegar, si la comparamos con países como Argentina o México. A la vez ya está embrionario un movimiento obrero en los grandes centros urbanos como Caracas. Y se manifiestan también los oficiales jóvenes de las fuerzas armadas, como ocurrió en el alzamiento militar del 7 de abril, conspiración vinculada estrechamente al movimiento estudiantil y al liderazgo obrero que recién surgía. Estos tres sectores sociales serán determinantes en la consolidación de la democracia liberal burguesa, y en el hundimiento definitivo de los regímenes dictatoriales que habíamos heredado del siglo XIX.

De la élite intelectual del 28 se formarán los grandes partidos políticos de la Venezuela moderna, como AD, URD y el PCV. COPEI surgirá de sectores conservadores que comenzaron a activar a la muerte de Gómez, rompiendo también con los patrones políticos tradicionales. De estos partidos, Acción Democrática logró definir un programa más viable, pues incorporó en un mismo proyecto a los trabajadores, las clases medias intelectuales, los grupos de jóvenes oficiales de las fuerzas armadas, y a una burguesía naciente que deseaba romper con el atraso agrícola característico del siglo anterior. Esta alianza le permitió alcanzar el poder el 18 de octubre de 1945, culminando así la instauración de la democracia liberal burguesa en Venezuela, objetivo que estaba plasmado desde 1811 pero que por diferentes razones históricas no pudo concretarse hasta ese momento. Acción Democrática desarrolló en su táctica política diversas iniciativas que contribuyeron a confiscar la participación popular a favor del control partidista sobre el movimiento de masas y las instituciones políticas.

1936 fue por excelencia el año de la participación popular, en el cual los partidos políticos logran organizarse y ampliar su radio a toda la nación. La manifestación semi-insurreccional del 14 de febrero constituyó una expresión de las capacidades populares para incidir en el proceso político que se abría, y el llamado “Programa de Febrero” de López Contreras no fue una concesión graciosa del presidente, como algunos historiadores pretender hacer ver, sino una conquista de la lucha popular.

López escogió entre dos vías que se le presentaban para enfrentar el movimiento social de 1936: podía optar por la represión abierta, tal como había contribuido durante décadas como ministro del gomecismo. El otro camino, que fue el aplicado, era el de la apertura política, la cual siempre fue concebida como un proceso controlado firmemente por el gobierno. Con la intervención gubernamental en la huelga petrolera y los decretos de expulsión contra dirigentes políticos considerados comunistas, López retrocedió a los métodos dictatoriales gomecistas, aunque las medidas represivas por él tomadas nunca tuvieron la envergadura de su predecesor.

A partir de 1937 la lucha popular estuvo dirigida desde la clandestinidad por el partido unificado de las izquierdas, el PDN, que agrupaba a los distintos sectores políticos  revolucionarios que se habían perfilado luego de los sucesos del 28. En el PDN estaban juntos quienes después conformarían los partidos AD, PCV (durante la existencia del PDN, existió a la vez el partido comunista como organización clandestina) y URD. Mientras Betancourt se pronunciaba por un partido policlasista, y los comunistas por un partido de los trabajadores, Jóvito Villalba favorecía la creación de un partido de la pequeña burguesía (Ellner, 1980:77).

En el período 36-45 se inició un proceso que pudiéramos llamar de “partidización” de la lucha popular y de la confrontación política en general. La población comienza a identificarse con los partidos que comienzan a conformarse, principalmente Acción Democrática (fundado en 1941), el Partido Comunista (que sólo alcanzó la legalidad en 1945), URD (fundado en 1946) y COPEI (1946). Todos estos partidos tenían sus raíces en el año 28 y el 36. De aquí en adelante prevalecerán quienes puedan asociar su vocación de poder con el apoyo de un aparato partidista significativo. El derrocamiento de Medina y la caída de la dictadura de Pérez Jiménez se debieron en parte a las debilidades de las fuerzas políticas que los apoyaban. Para 1945, podemos decir que el movimiento social ya no es tan espontáneo y autónomo, sino que en las direcciones partidistas reside el control sobre el mismo. No obstante, ello no impide que el golpe del 18 de octubre se convierta en un acto de masiva participación popular, circunstancia ignorada por la mayoría de los historiadores[46].

El período 1945-48 sirvió para consolidar la hegemonía de Acción Democrática en el movimiento obrero y en el campesino. Se conformaron centenares de sindicatos, como nunca antes en la historia del país, y se consolidó un proceso de participación organizada de los sectores populares en los asuntos políticos del país. En cierta forma, el trienio adeco ejecutó el programa de la federación, en lo que respecta a la instauración de una democracia liberal burguesa. Ese es el mérito histórico de AD.

Los adecos resolvieron en 1945 el problema del poder, que la izquierda no había podido abordar desde el año 36. Mientras el gomecismo se desmoronaba a lo largo de los regímenes de López y Medina, no existió sin embargo una propuesta revolucionaria de parte de la izquierda. Los comunistas actuaron sin vocación de poder, como nuevamente lo repetirían en 1958. La alianza de AD con los sectores de oficiales jóvenes de las Fuerzas Armadas resolvió el estancamiento político que vivía la lucha popular; su audacia les permitió derrocar a Medina y dar inicio a la instauración de la democracia liberal, caro anhelo del pueblo desde antes de 1810.

El retraso histórico en instaurar la democracia burguesa le otorgaba dos caras a este proceso: por una parte se conquistaban libertades nunca antes ejercidas por el pueblo, pero por el otro se fortalecía la sujeción al capitalismo extranjero, pues como hemos dicho antes, la burguesía venezolana nunca ha sido realmente nacionalista.

La ambivalencia del momento permitía que en AD existieran también fuerzas políticas claramente antagónicas: sectores ya definidos en su compromiso con el imperialismo y la burguesía criolla, como era el caso de Betancourt, y sectores marxistas y revolucionarios que consideraban que el proceso había que profundizarlo en beneficio de los intereses populares y nacionales, quienes luego del 58 darían origen al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

 El derrocamiento del gobierno adeco en 1948 llevó a la dirección de este partido a renegar de todo lo popular y antiimperialista en su programa, y ya en 1958 Acción Democrática era un partido (por lo menos el sector dominado por Betancourt) totalmente al servicio del capital internacional y más específicamente de los Estados Unidos. El régimen surgido del 23 de enero del 58, consolidado a partir del Pacto de Punto Fijo y el triunfo electoral de Betancourt en diciembre del mismo año, expresará hasta los tuétanos esa hegemonía partidista sobre la sociedad que había comenzado a construirse desde 1936, confiscando el proceso de participación popular que había hecho posible los cambios políticos del 36 y el derrocamiento de Pérez Jiménez en enero del 58.

Para 1958, AD constituía un partido que llevaba en sus espaldas 30 años de experiencia en cada uno de sus dirigentes, los cuales habían pasado por la cárcel, la clandestinidad, el exilio, la actividad legal, el ejercicio de gobierno y la conspiración armada. Experiencia que le serviría para sortear los obstáculos y consolidar un modelo de país de acuerdo a los criterios de su líder fundamental, Rómulo Betancourt. Muy distinta la realidad que hoy se le presenta al MVR y a Chávez, quienes llegaron al poder sin mayor experiencia política, sin definiciones programáticas ni ideológicas claras, y lo que es más grave, sin tener conciencia de esas debilidades.




















9. LA OPORTUNIDAD PERDIDA DEL 23 DE ENERO DEL 58 Y LOS FRACASOS DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO[47].

LA TACTICA DE 1958:

            El 23 de enero de 1958 nuevamente el movimiento popular recobra la iniciativa política, expresado, al igual que en 1936 y 1945, en las acciones promovidas por los principales partidos políticos: Acción Democrática, el Partido Comunista, URD y COPEI.  El llamado a huelga realizado por la Junta Patriótica termina convirtiéndose en una insurrección espontánea, donde sectores mal organizados de los barrios populares comenzaron a combatir militarmente con las fuerzas policiales del régimen dictatorial. Ante la posibilidad de una confrontación militar cuyo resultado no estaba claro (fuerzas de la armada y algunas guarniciones habían entrado en rebelión), el dictador huye y su régimen se derrumba en cuestión de horas.

La caída de Pérez Jiménez genera otra profunda crisis política en el aparato de dominación burgués. Prácticamente no existen instituciones, ni cuerpos policiales, unas fuerzas armadas divididas, y el pueblo en plena efervescencia de participación política, organizado, armado y en la calle. Las únicas instituciones con credibilidad y con capacidad para acometer la situación son los mismos partidos políticos, aunque sumamente débiles en lo organizativo por los efectos de la eficaz represión selectiva que la dictadura aplicó durante una década.  Estaban dadas todas las condiciones para promover un proceso revolucionario, pero los hechos demostrarán que no había organizaciones revolucionarias dispuestas a ello.

Una vez derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez las fuerzas consideradas revolucionarias, ubicadas en el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y en sectores significativos de Acción Democrática (AD) se plegaron a los esfuerzos que realizaban la burguesía criolla y el imperialismo norteamericano para restituir el poder burgués en el país, promoviendo el establecimiento de un régimen democrático representativo, el sistema político de partidos.

Para ello realizaron un análisis fuertemente influido por los esquemas pseudo marxistas predominantes en casi todas las organizaciones revolucionarias de América Latina, los cuales consideraban que la “etapa democrático burguesa” era un paso previo en la búsqueda de transformaciones sociales más profundas. La teoría de las etapas decía que no se podía llegar al socialismo sin pasar primero por la democracia burguesa, y el seguimiento fiel de esta burda teoría fue uno de los errores cruciales del movimiento revolucionario venezolano en 1958.

En función de ello se ejecutó una táctica que desmovilizaba a la población, buscando contribuir a la edificación de una “paz social” que sirviera de sustento al nuevo régimen democrático. El “Pacto Obrero-Patronal” firmado en abril de 1958 por los representantes empresariales y los líderes sindicales de todos los partidos (principalmente de AD y el PCV), el desarme de las milicias populares que espontáneamente se habían constituido en los barrios caraqueños durante las jornadas insurreccionales del 23 de enero, y la desestimulación de las movilizaciones y protestas de calle cercenaron el impulso revolucionario generado en el transcurso de la lucha por derrocar al dictador, y subordinaron todas las posibilidades de cambio a la gestión futura de los partidos políticos en funciones de gobierno. A este respecto dice Moisés Moleiro:

“El movimiento popular venezolano se equivocó totalmente al valorar la situación originada por la caída de Pérez Jiménez, y fue víctima de una especie de mistificación grotesca que se llamaba la teoría de las etapas... El partido que había inventado la táctica y había tenido el mérito de derrocar a la dictadura con su política, el PC, fue al mismo tiempo el más culpable de haber supuesto que no hubiera necesidad de ulteriores transformaciones” (Blanco Muñoz, 1982: 195).

La gran movilización social que se generó con la caída de la dictadura que demostró reiteradas veces su capacidad para lograr cambios, entre los que destacan las grandes movilizaciones populares que sacaron de la Junta de Gobierno a los militares perezjimenistas Casanova y Romero Villate, las que restituyeron en su cargo al ingeniero municipal Celso Fortoul (luego de ser destituido éste por el gobierno de Larrazábal), la que enfrentó con las armas en la mano los intentos de golpe gorilistas de julio y de septiembre de 1958,entre otros, no fue aprovechada por los revolucionarios. Por el contrario dicha movilización social fue mediatizada para contribuir a una rápida institucionalización que sólo beneficiaría a la burguesía venezolana, a los imperialistas gringos y a sus nuevos socios: los partidos firmantes del Pacto de Punto Fijo, AD, COPEI y URD.

La situación de resquebrajamiento de los mecanismos de dominación del Estado Burgués, que se mantuvo a lo largo del año 58, logró ser superada por las clases dominantes contando para ello con el concurso de las fuerzas que se suponía representaban a las posiciones revolucionarias.

La táctica de los revolucionarios en 1958 reveló un profundo desprecio por las acciones de las masas populares, al subordinar las posibilidades de cambio a los logros que se obtendrían con la acción política organizada y dirigida por el “partido de vanguardia”. Más específicamente, el cambio social surgiría al apoyar la consolidación de un régimen democrático burgués que significaba la enajenación de la participación popular en la conducción política de la sociedad, pues dicha participación se delegaría en los partidos, quedando limitada la población a votar cada cinco años para elegir a sus “representantes”.

Como plantea Pedro Guevara, “la democracia pluralista es democracia, sí, pero de élites” (Guevara, 1989: 34). O como argumenta Bachrach, “la pasividad política de la gran mayoría del pueblo no se toma como un elemento deficiente del funcionamiento de la democracia, sino por el contrario, como una condición necesaria para permitirle a la élite funcionar en forma creativa” (Guevara, 1989: 35). Es decir, los revolucionarios optaron por defender la consolidación de un régimen que castraría la participación popular y entronizaría el poder de los partidos políticos.

Los negativos  resultados del sistema político instaurado en 1958 afloraron sobre todo a partir de 1989, y constituyeron el elemento fundamental de la crisis política que se inició a partir de ese momento. La falta de legitimidad de la democracia de partidos, debido a sus enormes vicios y fracasos, condujo a la victoria electoral del chavismo en 1998. El proceso de cambios ha permitido replantear la cuestión de la participación popular, al colocar en el tapete de discusión nuevas formas de organización política que no enajenen las capacidades autogestionarias de la población.


LA LUCHA ARMADA EN LA DECADA DE 1960.


Las primeras medidas del gobierno de Rómulo Betancourt, electo en diciembre de 1958, revelaron rápidamente el error cometido por la izquierda luego de la caída de la dictadura. El triunfo revolucionario en Cuba, en enero de 1959, agregó el ejemplo necesario para una rectificación política que llegó un poco tarde, y que estaría signada por la desesperación y la improvisación. Betancourt desarrolló toda una política de provocación que buscaba llevar a las fuerzas de izquierda al terreno de la confrontación violenta, elemento que necesitaba tanto para cohesionar a las fuerzas armadas en torno al proyecto democrático burgués, como para derrotar más fácilmente a las fuerzas que habían quedado fuera del Pacto de Punto Fijo. Esta estrategia betancurista se manifestó en la represión violenta de las movilizaciones populares, en el asalto a los sindicatos que no eran controlados por Acción Democrática, y en la expulsión de los sectores radicales que existían dentro de AD, originando esto último el nacimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en 1960.

La izquierda pasó de la conciliación de clases en 1958 a un radicalismo fuera de tiempo en los años 60, demostrando con esto su incapacidad para interpretar la realidad presente en el país. El momento culminante del auge popular había quedado atrás en el 58, pero la izquierda no percibió esto, y creyendo poseer una fuerza social que sólo existía en su imaginación, se lanzó a una serie de combates decisivos que generaron una desastrosa derrota cuyas repercusiones durarían décadas.

Aunque deba reconocerse que el proceso de lucha armada de los 60 implicó para la izquierda un encuentro consigo misma, en el sentido que por primera vez en la historia intentó ir más allá de las consignas liberales y socialdemócratas, y se planteó “tomar el cielo por asalto”, en una lucha de claro contenido socialista y revolucionario. Lamentablemente, no era el momento histórico, y el error estratégico del 58 se enmendó con otro peor.

La lucha armada se manifestó en tres tácticas fundamentales: la promoción de alzamientos militares que serían apoyados por movilizaciones populares orientadas por el PCV y el MIR, táctica que se ejecutó fundamentalmente en el año 1962; el impulso de una lucha guerrillera urbana que buscaba impedir el proceso electoral de 1963; y finalmente la lucha guerrillera rural como estrategia de largo plazo, que se consolidó como línea fundamental de la izquierda a principios de 1964.

Estas tres tácticas se sucedieron y fracasaron una tras otra, demostrando cada vez más el desfase que existía entre las políticas de los revolucionarios y la realidad del país. Cada una de estas tácticas colocaba a la participación popular en un plano secundario, y daba preeminencia a la acción de las “vanguardias”, ya fueran civiles o militares. La revolución era concebida como el resultado de la acción heroica de un pequeño grupo de audaces, y no como el resultado de la movilización masiva de los sectores populares. Como lo plantea Lino Martínez:

“Yo siempre he pensado que hubo un gravísimo error en esa orientación que se trazó el PC: haber puesto el alzamiento militar por delante del movimiento popular. Eso decidió la suerte del movimiento revolucionario... Esa evidencia de que estábamos jugando al golpe de mano, que estábamos desarrollando una política inmediatista, tenía que producir una gran decepción en los sectores que ya habían adquirido cierta conciencia política y que sabían que uno de los recursos que tenía el movimiento revolucionario era la fuerza de las masas, los sectores populares dispuestos a pelear en la calle. Ese hecho tiene que haber producido ese fenómeno del escepticismo y del desánimo. Todo ello unido a la derrota efectiva y real, porque Betancourt, política y militarmente, nos dio una paliza” (Blanco Muñoz, 1982: 45).

Los levantamientos militares de 1962, el de Carúpano ocurrido en el mes de mayo, y el de Puerto Cabello durante el mes de junio, carecieron de la más elemental coordinación. En vez de unificar esfuerzos en un sólo movimiento militar revolucionario, los sectores de izquierda, nacionalistas y antiimperialistas presentes en las fuerzas armadas venezolanas se lanzaron uno tras otro a insurrecciones que por su debilidad estaban destinadas al más completo fracaso. Treinta años después los militares revolucionarios volvieron a cometer el mismo error, al insurgir separadamente el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992. Con esto pareciera demostrarse la afirmación que sostiene que somos un pueblo que no conoce su historia.

Las elecciones de 1963 y su alto porcentaje de votación, pese a los intentos de boicot y el llamado a la abstención militante por parte de las fuerzas insurrectas[48], confirmó la derrota de la izquierda y la estabilización del régimen democrático burgués. Sin embargo, la izquierda decidió continuar la lucha por medio de la guerrilla rural, acelerando con ello el desgaste de las debilitadas fuerzas revolucionarias, alejándolas aún más del movimiento popular.

La guerrilla rural, como forma de lucha planteada en Venezuela durante la década del 60, y continuada por pequeños grupos en los años 70 y 80, no fue el resultado de la radicalización de un movimiento campesino, ni se derivó tampoco de un auge general de la lucha de clases en el país, pues la misma estaba en franco declive. La centralización y el urbanismo generados por el crecimiento de la industria dependiente y motorizada por el petróleo, habían movilizado a gruesos contingentes campesinos hacia las grandes ciudades, en busca de mejores condiciones de vida. Con ello se despobló el campo y se disminuyó significativamente la posibilidad de que el campesinado sirviera como base social revolucionaria.

De manera que la guerrilla rural surgió un tanto artificialmente, promovida por la vanguardia, la cual ante su derrota política y militar en las ciudades se replegó al campo como mecanismo de supervivencia. Aunque esto nunca fue explícitamente reconocido, y en ese momento se le denominó una nueva “ofensiva revolucionaria”.

La rectificación de los errores del 58 se hizo cometiendo nuevos y más graves errores. La confusión teórica y el oportunismo presentes en el PCV y en el MIR los llevó a una política de bandazos y aventuras, sin trascender la concepción mesiánica del cambio social. La derrota sufrida en los años 60 dejó el campo libre para la consolidación del bipartidismo AD-COPEI al frente de la democracia burguesa. Fracasaban una vez más las estrategias que colocaban a las masas como espectadoras del proceso de transformación social, elemento que será característico en todas las actuaciones de la izquierda venezolana, como reflejo fiel de las influencias teóricas del movimiento comunista internacional.


LA LUCHA PARLAMENTARIA EN LAS DECADAS DEL 70 Y 80.


Luego de la derrota de la lucha armada, el grueso de las fuerzas sobrevivientes de la izquierda se lanzó a una rectificación que buscaba retomar los vínculos con las masas por medio de la acción legal parlamentaria, mientras un pequeño sector decidía continuar con el enfrentamiento armado. Como resultado de la derrota de los 60 se generó una fragmentación de la izquierda, surgiendo diversos partidos que reclamaban para sí la justeza de las nuevas tácticas a ejecutar.

Entre los que promovieron la línea parlamentaria destacaron el Movimiento al Socialismo (MAS), surgido de una división del PCV; el mismo Partido Comunista; el MIR (un sector de su dirigencia que optó por reconstruirlo); a los que se uniría el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), surgido en 1968 de otra división de Acción Democrática. Entre los que continuaron la lucha armada figuraron el Partido de la Revolución Venezolana (PRV-FALN), desprendido del PCV; Bandera Roja (BR) y Organización de Revolucionarios (OR), surgidos ambos del fragmentado MIR.

La lucha parlamentaria no resolvió la desvinculación de la izquierda con el pueblo, pues la misma fue concebida burocráticamente, promoviendo una línea de conciliación de clases, en contraste con el excesivo radicalismo de la década anterior. Ante la población, los partidos de izquierda no lograron levantarse como alternativa de cambio ante el bipartidismo AD-COPEI. La izquierda se convirtió en negociante de los conflictos, en sublimadora de la lucha de clases, en mecanismo de amortiguamiento del descontento popular, pasando de críticos rabiosos de la sociedad capitalista a defensores fervientes de la misma, amoldándose a las exigencias formales de la democracia burguesa y limitándose a ser una fuerza electoral más.

Electoralmente la izquierda no alcanzó mayores logros, y por el contrario, las décadas de los 70 y 80 significaron el fortalecimiento del bipartidismo en el sistema político venezolano. Con el advenimiento de la crisis, a comienzos de los años 80, comenzó a surgir un nuevo movimiento popular de base que ya no tenía a la izquierda como referencia, sino que se organizó autónomamente, comenzando a protagonizar el renacimiento del conflicto social, el cual había amainado considerablemente por más de 20 años. Esta orientación no ideológica de los movimientos sociales de base que encabezaron la lucha popular en los 80 y 90, facilitó que los grupos militares insurgentes del 92 tomaran su discurso y sus consignas, ya que al hacerlo no implicaba necesariamente una identificación con ideas marxistas o socialistas.

La fracción de la izquierda que se mantuvo en la lucha armada permaneció aislada casi totalmente del proceso político nacional, teniendo sólo una influencia limitada en algunos sectores estudiantiles y universitarios. Tanto el reformismo parlamentario como el vanguardismo foquista tenían un tronco común: el papel protagónico del partido por encima del protagonismo popular. La progresiva constatación del fracaso de estas concepciones por parte de individualidades y grupos organizados de la base del movimiento popular, dieron paso a nuevas formas organizativas, democráticas y autogestionarias, opuestas al verticalismo tradicional de los partidos. Estas nuevas concepciones alimentaron las luchas populares que resurgieron en 1987 como respuesta a los efectos de la crisis sobre las condiciones de vida de la población.















10. EL RENACIMIENTO DE LA LUCHA POPULAR A PARTIR DE 1987.


En abril-mayo de 1987 estallaron una serie de conflictos estudiantiles que revitalizaron la lucha de clases en el país, abriéndose un período de conflictos sociales que conducirían a una nueva situación política en Venezuela, en la cual grandes sectores de la población, que habían permanecido pasivos en las décadas anteriores, comenzaron a movilizarse en defensa de sus derechos, amenazados por los efectos de la crisis económica y por las políticas gubernamentales ante la misma. Se configura así un cuadro donde lo resaltante es el conflicto social, el enfrentamiento de clases, en contraste con la situación que se vivía desde los años 60, de pasividad social y de conciliación de las contradicciones interclasistas (aunque debe entenderse que esa pasividad social no fue nunca en términos absolutos).

En este período hubo una primera etapa de resurgimiento de las luchas y movilizaciones callejeras, a partir del llamado “marzo merideño”, serie de protestas suscitadas por el asesinato de un estudiante de la Universidad de los Andes en Mérida. En esta etapa predominaron las acciones del movimiento estudiantil, etapa que culmina con la insurrección espontánea del 27 y 28 de febrero de 1989. El 27 de febrero constituyó una gigantesca movilización popular desarrollada en Caracas y otras ciudades del país, jamás vista en la historia de la Venezuela petrolera, de carácter espontáneo, la cual demostró el profundo descontento que anidaba en gruesos sectores del pueblo venezolano, debido a la no-satisfacción de necesidades y aspiraciones prometidas por el sistema democrático.

Entre las causas de este levantamiento popular de febrero del 89, ubicamos como principales las siguientes:

·      La crisis económica como consecuencia del agotamiento del modelo de crecimiento basado en el usufructo de la renta petrolera. En particular, las diferentes políticas implementadas por los gobiernos de Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, partían de descargar sobre la población trabajadora el peso fundamental de la crisis.
·      El agotamiento del sistema político democrático representativo, que no satisfizo las expectativas generadas en la población y que por el contrario deterioró sus condiciones de vida, mientras los gobernantes se hacían millonarios mediante el robo de los dineros públicos, a la vez que restringían cada día los derechos democráticos más elementales[49].
·      El derrumbe de las expectativas favorables que se habían generado en la población a raíz del triunfo electoral de Carlos Andrés Pérez, cuando el gobierno anunció sus primeras medidas económicas y las puso en práctica, principalmente el aumento de precios de la gasolina y del transporte público (el segundo como consecuencia directa del primero), situación que catalizó al máximo el descontento y la frustración que ya anidaban en el pueblo.
·      La carencia de mecanismos legales de protesta que en otros países han demostrado su eficacia para drenar el descontento popular hacia vías institucionales. La CTV había actuado como apaciguadora de las luchas de los trabajadores, evitando huelgas y movilizaciones, vendiendo los contratos colectivos y reprimiendo ellos mismos a los sectores obreros que se ubican en posiciones de lucha. Ante la ausencia de estas vías legales de lucha, sólo quedaba la acción violenta como alternativa para las masas populares.
·      La experiencia de lucha del pueblo venezolano, el cual por tradición histórica entiende que, en última instancia, sus derechos sólo los puede conquistar y garantizar mediante la movilización, luchando incluso con las armas en la mano si la situación lo amerita. La resistencia indígena y cimarronera, la Guerra de Independencia, la Guerra Federal, la Resistencia contra las dictaduras de Gómez y de Pérez Jiménez, y la lucha armada de la década de 1960, son sólo los momentos estelares de esa larga tradición de lucha del pueblo venezolano[50].

El 27 de febrero significó la más elemental expresión de la lucha de clases. Fue una lucha de pobres contra ricos, como lo reconoció Carlos Andrés Pérez en ese momento. Dentro de su espontaneidad, su objetivo difuso fue principalmente el atentar contra la propiedad privada y propiciar una muy elemental redistribución de la riqueza. Tal vez derivado de que los sucesos no estuvieron sujetos a un plan político previo de algún partido u organización popular, la protesta se manifestó en una esfera que es consecuencia de la explotación sobre los trabajadores, como lo es la distribución, y no abordó la cuestión de fondo, la causa última de la explotación capitalista, o sea, la producción.

Los saqueos se realizaron contra pequeños locales y grandes centros comerciales; los mismos alcanzaron niveles irracionales al destruir todo a su paso, incluso fábricas. Otras formas de lucha manifestadas el 27-F fueron las manifestaciones callejeras, las cuales determinaron el inicio de la insurrección al producirse protestas espontáneas en Caracas y Guarenas por el aumento de precios en el transporte público; y la lucha armada en los barrios, que constituyó el epílogo del alzamiento[51]

Que el pueblo haya recurrido en forma espontánea a enfrentar militarmente a los cuerpos represivos del Estado se explica, apartando las condiciones objetivas de la coyuntura, por la tradición de lucha que demostró Caracas y la zona central del país a lo largo del siglo XX. Recordemos los sucesos de febrero, marzo y abril de 1928, la protesta del 14 de febrero de 1936, la participación popular el 18 de octubre del 45 y la insurrección del 22-23 de enero de 1958.

Siendo una expresión de la fuerza potencial que anida en las masas populares, el 27-F fue un alzamiento que no encajaba en ninguno de los esquemas tradicionales de los partidos “marxistas” o socialistas de la izquierda venezolana. La ausencia de esta izquierda en los sucesos fue notoria; el alzamiento ocurrió sin que nadie lo hubiera convocado, pasando las masas por encima de quienes decían ser su vanguardia. El pueblo se lanzó a la revolución sin avisarles primero a los revolucionarios.

Si bien no reivindicamos la desorganización y la ausencia de plataforma política de los sucesos del 27-F, ni creemos que acciones como los saqueos contribuyan a fortalecer al movimiento popular y a sus luchas, consideramos que constituyó la respuesta espontánea del pueblo a décadas de marginamiento del proceso político venezolano. Las tácticas vanguardistas y mesiánicas desarrolladas por la izquierda se estrellaron ante la realidad de un pueblo alzado que no respetaba liderazgos burocráticos.

Pese a su espontaneidad, los sucesos del 27-28 de febrero de 1989 marcaron un hito en la historia de Venezuela, y sus repercusiones generaron los alzamientos militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, junto a un crecimiento general del conflicto social que tuvo un punto culminante en mayo de 1993 cuando la Corte Suprema acordó enjuiciar a CAP, y éste fue destituido por el Congreso como presidente de la República, hecho jamás visto en nuestra historia. La desestabilización del sistema político iniciada el 27 de febrero de 1989 condujo directamente al triunfo electoral de Chávez en 1998. Este último no puede explicarse si no se entiende la trascendencia histórica de la rebelión popular de 1989. La rebelión popular del 27 de febrero de 1989 significa en términos históricos, al igual que el período 1812-1814, un punto de inflexión en el cual el movimiento popular pasa nuevamente a ser protagonista de los acontecimientos determinantes en el rumbo de la nación.

La espontaneidad y anarquía de la protesta del 27-F reflejó el debilitamiento del tradicional control que tenían los partidos sobre el movimiento popular, como expresión del desprestigio que las estructuras partidistas habían alcanzando en los últimos años[52]. El 27 de febrero permitió la irrupción en la política nacional de sectores populares que hasta ese momento, y desde el proceso de conformación de la Venezuela moderna, habían estado mediatizados por la acción de los partidos políticos. Aún sin organización y sin propuestas claras, los desposeídos entraron en escena para intentar equilibrar la balanza en un juego en el que hasta ahora sólo intervenían los poseedores, los dueños del poder político y económico.

Al echar por tierra las tácticas parlamentarias y las tácticas foquistas desarrolladas por la izquierda, el 27-F colocó en el tapete a los nuevos movimientos sociales que surgieron a lo largo de la década de los 80 y cuyas plataformas políticas partían de modelos autogestionarios. Para 1989 podemos decir que la izquierda venezolana ya había pasado a la historia, entendiendo por ello su incapacidad para incidir ni siquiera tangencialmente en el rumbo de los acontecimientos políticos. Los partidos de izquierda que hoy apoyan a Chávez no son ni la sombra de lo que fue en su momento el movimiento revolucionario venezolano a inicios de los años 60. El debilitamiento de los partidos dio paso a un crecimiento organizativo por la base, creándose nuevas organizaciones, nuevos liderazgos, recreando las formas de lucha y formulando propuestas de participación que rompían con el férreo control partidista ejercido durante más de treinta años.

Las características más importantes en estos movimientos sociales eran las siguientes:

·      Su enfrentamiento a la injerencia de los partidos en las organizaciones sociales.
·      El liderazgo local o gremial que ejercen en diversos sectores populares.
·      El ejercicio democrático interno sobre la base de criterios autogestionarios, y sus propuestas democratizadoras hacia la sociedad en general.
·      Como rasgos negativos, su excesivo carácter local, su debilidad organizativa, y las carencias en sus definiciones programáticas más generales.

Los movimientos de base no lograron mantener una actividad y lucha social de significación luego del triunfo electoral de Rafael Caldera en 1993. La debilidad política y organizativa de este movimiento social que prácticamente se inmoló en las calles venezolanas en el período 1987-1992, permitió que durante el gobierno de Caldera el chavismo asumiera su discurso y su iniciativa política, con los resultados que todos conocemos.













11. LA CONSPIRACION MILITAR-CIVIL DE 1992.


El golpe militar del 4 de febrero de 1992 significó una nueva intentona de toma del poder por parte de jóvenes oficiales del ejército, muy influidos en su concepción mesiánica del cambio social. Constituían un sector muy significativo de la oficialidad media del ejército venezolano. El alzamiento afloró en toda su profundidad la crisis del sistema político puntofijista; se hacía evidente la profunda división presentada en las fuerzas armadas nacionales, como expresión de la crisis y descomposición de las estructuras de poder del Estado burgués, y las posibilidades que de allí se derivaban hacia un eventual cambio social,  aunque también es cierto que el 4 de febrero las masas de nuevo estuvieron ausentes.

Los militares sublevados expusieron posteriormente algunas de las causas de su acción: las numerosas protestas populares de los últimos años y su posición contraria a que se utilizaran las fuerzas militares como mecanismo represor de dichas protestas era una de ellas. Sin embargo, su acción militar no la concibieron como parte integrante de esa protesta social, para que catalizara el proceso de constitución de una alternativa popular y revolucionaria en el seno de los movimientos populares que estaban en pie de lucha. Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas y el resto de conspiradores planificaron en cambio un “golpe frío”, una acción de comandos que les hiciera con el poder para instaurar un nuevo gobierno que sí “representaría” los intereses populares.

Las buenas intenciones de Chávez y del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) repetían los viejos esquemas de la izquierda venezolana con sus tácticas mesiánicas. Una vez más, un pequeño grupo conformado por sectores medios e intelectuales de la población, y en este caso específico, de militares medios, se levantaba contra el sistema argumentando tener la solución a los males de nuestra sociedad y esperando resolverlos por sí solos.

Del balance de los errores del 4 de febrero surgió la idea de promover una acción militar con participación de la población civil, lo que desembocó en la nueva intentona golpista del 27 de noviembre de 1992. Se incorporaron nuevos sectores militares, ya no sólo del ejército, sino de la Armada, la Aviación, la Guardia Nacional e incluso de la Policía Metropolitana. La participación civil fue concebida como complemento de la acción militar central, la cual sólo se ejecutó a medias por la develación del movimiento golpista y la no-participación de unidades que originalmente estaban comprometidas en la conspiración. El fracaso de esta nueva intentona se debió a la misma concepción de fondo que anidaba en sus protagonistas; el golpe del 27 de noviembre fue una acción militar realizada fuera de tiempo, que desaprovechó la profunda crisis desatada en la primera mitad del año a raíz del 4 de febrero, que consideró que el factor “pueblo” era algo que respondería al llamado en cualquier momento, que centró los esfuerzos en la coordinación burocrática de pequeños grupos de conspiradores militares y civiles, olvidando que las revoluciones no se decretan y que el arte de la insurrección radica en saber determinar el momento preciso para plantear la lucha decisiva.

El resultado de estas intentonas golpistas no fue el derrocamiento de Carlos Andrés Pérez, como era su propósito. Pero la profundidad de la crisis le reservaba a CAP un fin muy cercano, por vías institucionales. Pérez fue el chivo expiatorio que tuvo que usar el sistema para salvarse de un colapso total.  En 1993, la candidatura y posterior triunfo electoral de Rafael Caldera se presentaba como la última carta que se jugaba el puntofijismo para sobrevivir. Pero el gobierno de Caldera le dio continuidad al programa económico neoliberal que había iniciado Pérez.

Lo acontecido en Venezuela entre 1989 y 1998 refleja el fracaso más patético de los planes burgueses para recomponer el sistema político y salir de la crisis económica. En sentido estricto, el tiro les salió por la culata. Lo que formularon como mecanismos conducentes a fortalecer su dominio político y superar la crisis económica, terminaron generando reacciones y desatando fuerzas que derrotaron no sólo a esos mecanismos “salvadores”, sino que acabaron con todo el sistema, derrumbando del poder a la élite que por cuarenta años había gobernado el país.































12. EL TRIUNFO ELECTORAL DE CHAVEZ EN 1998 COMO NUEVA MANIFESTACIÓN DE LA INSURGENCIA POPULAR.


Los resultados electorales de Chávez y el chavismo en 1998, 1999, 2000, 2004, 2005, 2006, 2008, 2009, 2010, 2012, y de Nicolás Maduro y el PSUV en 2013, constituyen un capítulo inédito de nuestra historia, pues nunca la población había manifestado por vía electoral sus aspiraciones de cambios radicales en la sociedad venezolana. Aunque creemos que ya desde 1989 se había iniciado ese proceso de expresión electoral del descontento popular, que no pudo llegar antes más allá debido a todo el sistema electoral fraudulento que controlaban las fuerzas puntofijistas[53]. Es evidente que el apoyo de un importante sector militar (aunque no necesariamente mayoritario) permitió el triunfo electoral de Chávez en 1998.

La participación electoral de la población reabrió el proceso social iniciado en 1989 y que durante el gobierno de Caldera pareció amainar. La construcción misma del MVR significó un proceso más espontáneo que dirigido, organizándose centenares de grupos populares que de una u otra forma identificó a Chávez como representante de sus aspiraciones de cambio social. La gran debilidad de todo este proceso, aún planteada, es la inexistencia de sectores revolucionarios organizados que pudieran darle coherencia política e ideológica al aluvión popular que permitió el triunfo chavista. Como ya dijimos antes, la izquierda venezolana quedó desde 1989 como artículo de museo, y los grupos autónomos surgidos en los ochenta no lograron alcanzar estructuras organizativas de carácter nacional, como tampoco llegaron a formular un programa político que reuniera cierto consenso.

La creación del PSUV a partir de 2007 no ha logrado resolver la cuestión de la dirección revolucionaria del proceso bolivariano, deficiencia que se ha mostrado con fuerza a partir de la muerte del presidente Chávez en marzo de 2013. Un partido organizado básicamente como fuerza electoral, que no elabora política ni de carácter general ni hacia los espacios particulares de intervención social.

Esta debilidad del proceso chavista ha mantenido todos estos años la posibilidad de conducirlo por el mismo camino que en el pasado siguieron todos los grupos insurgentes que asaltaron el poder desplazando a la oligarquía dominante: transarse con la burguesía y el imperialismo, traicionando a la vez los más caros anhelos populares de transformación revolucionaria de la sociedad. La tendencia espontánea del proceso lo lleva por ese camino, aunque el discurso de Chávez primero y ahora de Maduro enfatice siempre en que la revolución apenas comienza.

En este sentido, el chavismo ha estado como los adecos en 1945, debatiéndose entre el impulso de un verdadero cambio social y la presión por llegar a acuerdos de gobernabilidad con los representantes del capital nacional e internacional. Entender a cabalidad este peligro es imprescindible para formular propuestas que permitan fortalecer el carácter popular y revolucionario del proceso de cambios, derrotando políticamente a todos los sectores que dentro del chavismo aspiran simplemente a convertirse en una alternativa burguesa de recambio del sistema capitalista dependiente en Venezuela.

La situación venezolana a lo largo de la revolución bolivariana, sobre todo a partir del 2002, introdujo un cambio radical de perspectiva en el análisis de los procesos históricos. La consideración de lo que hemos llamado “EL FACTOR PUEBLO” es vital si se quiere entender a cabalidad lo que está pasando en este país. El análisis marxista tradicional no considera esta perspectiva (aunque el error no provenga del propio Marx), sino que prevalece generalmente el análisis sobre la actuación de las organizaciones (partidos, sindicatos, cuerpos militares) y de los líderes de dichas organizaciones. Es decir, los análisis siguen un modelo pre-establecido en el cual se espera que los pueblos reconozcan a determinados líderes y se organicen en determinadas instancias políticas y militares. Pero la historia nos ha enseñado que la fuerza de determinados movimientos sociales trasciende considerablemente la determinación política de quienes aparecen dirigiendo esos movimientos.

Esta limitación en el análisis afecta también al imperio. Las razones de sus fracasos en abril/2002 y en el paro petrolero, se derivan precisamente de creer que era el liderazgo de Chávez el único factor que motorizaba el proceso venezolano. Por ello la rebelión del 13 de abril los dejó atónitos, como no esperaron tampoco el estoicismo con que el pueblo aguantó los dos meses de paro empresarial.

Reacciones similares de parte de los sectores populares las hemos presenciado en 2014 con motivo de las protestas opositoras denominadas “guarimbas” y del sabotaje económico que ha generado una considerable escasez e inflación. Los movimientos populares han reaccionado exigiendo más revolución, impulsando la radicalización del proceso bolivariano, y los intentos golpistas de la oposición proimperialista han encontrado escaso eco en la población.

En Venezuela existe una situación que nosotros denominamos como INSUBORDINACIÓN POPULAR GENERALIZADA. Esta situación comenzó a gestarse a mediados de los años 80 y reventó con fuerza el 27-28 de febrero de 1989. Se mantuvo con altos y bajos en los noventa, hasta que permitió los triunfos electorales de Chávez entre 1998 y 2000, y finalmente resurgió con toda su fuerza el 13 de abril de 2002. Esta insubordinación consiste en la pérdida absoluta de credibilidad en las instancias del poder burgués y en los mecanismos tradicionales de dominación: partidos políticos, sindicatos, parlamento, tribunales, aparatos represivos, etc. Es por ello que el propio movimiento chavista es aluvional; no responde a los mecanismos tradicionales mediante los cuales un partido conquista el poder político. Casos distintos son los de Salvador Allende en Chile y Lula da Silva en Brasil, en los cuales un partido forjado a lo largo de varias décadas logra finalmente un triunfo electoral, pero sin trascender los mecanismos tradicionales del poder burgués.

La Insubordinación Popular no es nueva en Venezuela. A partir de 1812 se abrió un proceso de insubordinación popular que sólo culminó en 1863-64, con el triunfo del federalismo. Boves, Bolívar y Zamora fueron los grandes líderes de ese movimiento social que creó una sociedad venezolana mucho más democrática e igualitaria que el resto de países latinoamericanos.

A pesar de sus limitaciones, la insubordinación popular ha generado una crisis histórica de enormes dimensiones para la burguesía y su poder en Venezuela. El desmoronamiento de los partidos y las instituciones entre 1989 y 1999 alcanzó niveles de destrucción casi total, situación que se profundizó luego de los triunfos populares ante el golpe fascista de abril del 2002, el paro petrolero de 2002-2003, la guarimba de febrero-marzo del 2004, y las victorias electorales revolucionarias en 2004, 2005 y 2006.

El 2 de diciembre de 2007 la oposición triunfó en el referéndum que buscaba aprobar una reforma constitucional. Sin embargo, en las elecciones regionales de noviembre de 2008 y en el referéndum para aprobar la enmienda constitucional en febrero de 2009, la oposición fue nuevamente derrotada por el chavismo, demostrando que la revolución bolivariana conservaba buena parte de sus apoyos electorales populares.

Los resultados electorales en las parlamentarias de 2010 comenzaron a dar campanadas de alerta sobre el descenso en votos del chavismo, cuando prácticamente se equipararon los votos oficialistas y de la oposición. El triunfo de Chávez en octubre de 2012, y el posterior triunfo de Maduro en abril de 2013, fueron por márgenes más reducidos que los logrados en las elecciones presidenciales de 1998, 2000 y 2006. La oposición de derecha ha mantenido un crecimiento constante en votos desde el 2007, y amenaza con desplazar al chavismo electoralmente en cualquier elección futura (en 2015 están previstas elecciones parlamentarias).

Sin embargo, podemos afirmar que hasta hoy la burguesía en Venezuela no ha podido recuperar el liderazgo político que mantuvo por décadas y tampoco asomar alternativas institucionales viables. La profunda división presente en las fuerzas políticas de la derecha opositora es reflejo de esa crisis histórica que antes mencionamos. Un eventual ascenso al poder de la derecha proimperialista tendría escenarios de ingobernabilidad muy superiores a los que haya podido afrontar el chavismo en estos años.

Un elemento que destaca en el análisis del proceso venezolano a partir del 2001-2002, es la evidente decisión del gobierno de los Estados Unidos al intentar derrocar por cualquier medio al gobierno bolivariano y acabar con el proceso revolucionario bolivariano. Si algo sabe el imperialismo, es que las rebeliones populares sólo pueden ser aplacadas a sangre y fuego. Así ocurrió con la Comuna de París en 1871, con la Comuna de Berlín en 1919, y en América Latina tenemos ejemplos similares en El Salvador y Nicaragua de los años 30 y 80 del siglo XX, sin dejar fuera el golpe militar en Chile en 1973 y el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1953. Es de suponer que el imperio está plenamente consciente que sólo puede restituir su “orden” en Venezuela con el aplastamiento del movimiento popular revolucionario que se ha gestado en los últimos años.

El derrocamiento del presidente de Honduras Manuel Zelaya en 2009, y la destitución del presidente paraguayo Fernando Lugo en 2012, son ejemplo fiel de los intentos del gobierno de los Estados Unidos por recuperar el control de su “patio trasero”, como despectivamente se refieren a la América Latina. También hay que mencionar aquí los fracasados intentos por derrocar al presidente boliviano Evo Morales en 2008 y al presidente ecuatoriano Rafael Correa en 2010.

Ya en Venezuela en abril de 2002 se había demostrado que la burguesía no lograba hacer consenso para conducir a los organismos militares y policiales hacia la represión y masacre contra las fuerzas populares. Pensamos que esa situación sigue prevaleciendo actualmente, y que por tanto no existen condiciones internas para que la revolución bolivariana sea aplastada de la forma como lo fue el gobierno de Allende en Chile. Sólo una intervención militar extranjera pudiera cambiar esa correlación de fuerzas en lo militar. Y esa posibilidad no es tan fácil de concretarse.

A mediano plazo, la perspectiva del movimiento popular y del propio Nicolás Maduro sigue siendo favorable. Aún con la eventual salida del chavismo del poder, ya sea electoralmente o con un golpe de estado, la burguesía no tiene condiciones favorables para crear un consenso social que facilite la gobernabilidad. Todo lo contrario. Un gobierno de la derecha significaría con toda seguridad el exacerbamiento de todas las contradicciones y luchas sociales, incluso dentro de las fuerzas armadas y los cuerpos policiales. La única manera de detener este proceso es con un genocidio como el cometido en los países del cono sur, pero  como ya dijimos, la burguesía no tiene capacidad actualmente, en términos históricos, para ejecutar algo así. Las fuerzas bolivarianas podrían regresar nuevamente al poder en cualquier escenario político futuro. De eso no debe haber dudas.

La certeza que tenemos es que cada día se generan y profundizan las condiciones para que en Venezuela ocurra una verdadera revolución social. Ese proceso implicaría la derrota definitiva de la burguesía criolla que por 170 años mantuvo al país como furgón de cola del imperialismo de turno, y la apertura a un verdadero poder popular, a una sociedad de democracia participativa y protagónica, que surgiría ante el mundo como la alternativa ante la incapacidad del modelo liberal parlamentario y del neoliberalismo económico para resolver las grandes necesidades de los pueblos. Implicaría también, y como condición necesaria, el desplazamiento de toda la burocracia que se plegó a Chávez en forma oportunista, sin compartir en absoluto los fundamentos nacionalistas y populares de los cambios que el presidente propuso, y que ha venido siendo una traba tanto para el cumplimiento de los planes socioeconómicos gubernamentales como para la participación popular efectiva en la conducción de dichos planes.

La eventual consolidación de la revolución bolivariana, depende también de los procesos políticos que se vayan suscitando en toda la América Latina. Circunstancias favorables, como los triunfos electorales de sectores nacionalistas e izquierdistas en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Chile y El Salvador, y el crecimiento de los movimientos sociales que luchan en Perú, Colombia, México, y otros países, deberían dar paso a una etapa de mayor consolidación en la cual gobiernos revolucionarios similares al venezolano se concreten en dichos países. De no ocurrir así, la revolución venezolana pudiera ser cercada progresivamente por las fuerzas imperialistas, y su futuro estaría en entredicho.

A este respecto, iniciativas desarrolladas en los últimos años, como la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA), el Banco del Sur, el acuerdo de defensa suramericano, la formación de la UNASUR, y la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) responden a esta tendencia nacionalista e izquierdista que ha cobrado fuerza en Latinoamérica.

Como mencionamos antes, el derrocamiento del presidente de Honduras Manuel Zelaya, quien había incorporado a su país al ALBA, y la destitución de Fernando Lugo en Paraguay son muestra de que la actual etapa de cambios sociopolíticos de los países latinoamericanos sigue teniendo poderosos enemigos y tendrá que sortear amenazas y agresiones antes de poder consolidarse como una nueva etapa del desarrollo histórico continental.

Otro factor internacional que se mueve a favor del proceso bolivariano es el surgimiento de nuevos polos de poder en el mundo global, como la Organización de Cooperación de Shangai y el grupo BRICS, que se oponen directamente al centro de poder mundial que desde hace siglos domina el capitalismo mundial, encabezado por los Estados Unidos, el G7, los países de la OTAN, y los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Junto a esto, el desenvolvimiento de la crisis económica que afecta al capitalismo global desde el 2007-2008, y que no asoma ser superada por lo menos en el próximo lustro, junto a la exacerbación de los escenarios de guerra en el Medio Oriente, en Ucrania y en Asia Central, conforman un cuadro de permanente crisis económica y política que afecta a los centros del poder mundial y que dificulta sus estrategias hacia América Latina.










13. UN BALANCE DEL PROCESO BOLIVARIANO A LA MUERTE DE HUGO CHÁVEZ EN 2013.

Hugo Chávez falleció oficialmente el 5 de marzo de 2013, dejando inconclusa la revolución bolivariana que propusiera y encabezara desde su triunfo electoral en diciembre de 1998. No obstante, su obra histórica dejó una profunda huella en las luchas de los pueblos por su liberación, considerando estos cinco aspectos que desarrollamos a continuación:

·         Revitalizó a nivel continental la lucha anti imperialista como no se presentaba desde el proceso independentista de la América hispana a comienzos del siglo XIX. Aunque las manifestaciones de lucha contra los imperios occidentales se siguieron manifestando en Nuestra América durante estos 200 años, ha sido a partir de Chávez que se ha configurado una fuerza continental que actúa como bloque ante el imperialismo mundial encabezado por los Estados Unidos. El anti-imperialismo pregonado por Chávez se combina con su propuesta de “Mundo Multipolar” enfrentada a la guerrerista hegemonía estadounidense.

·         Resucitó la propuesta de integración continental que formulara como proyecto histórico Francisco de Miranda, y que Simón Bolívar intentara convertir en realidad mediante varias iniciativas (como la creación de la Gran Colombia y la realización del Congreso de Panamá). Hoy esa propuesta de integración del territorio que Miranda denominó Incanato y José Martí bautizara como Nuestra América, se expresa en instituciones que comienzan a dar sus primeros pasos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), la UNASUR, el Acuerdo de Defensa Suramericano y el Banco del Sur. Este proyecto de integración continental que permaneció congelado durante casi doscientos años fue colocado nuevamente por Hugo Chávez como una realidad política palpable, asumida por prácticamente todos los gobiernos de América, proyecto integracionista que excluye expresamente a los Estados Unidos y Canadá, tal como lo pensaran en su época Miranda, Bolívar y Martí.

·         Chávez revivió la idea del Socialismo como proyecto alternativo al capitalismo neoliberal que hoy domina el mundo globalizado. Comenzó a actuar políticamente en el marco del derrumbe del comunismo soviético y del descrédito general de las ideas marxistas, sobre todo debido a las graves desviaciones que se habían suscitado en la URSS y otros países socialistas, las cuales finalmente condujeron a su colapso entre 1989 y 1991. A pesar de este contexto claramente contrario a cualquier propuesta que reivindicara el socialismo como proyecto viable, Chávez logró imponerse a la propaganda capitalista que inundaba Venezuela y al resto del mundo, consiguiendo que millones de venezolanos y de latinoamericanos asumieran el proyecto del llamado Socialismo del Siglo XXI. En este plano, Chávez vinculó las ideas marxistas europeas con los aportes latinoamericanos, y conformó una propuesta política que integraba simultáneamente al aporte cultural indígena, la resistencia afroamericana, el nacionalismo independentista del cual Bolívar fue su máxima expresión, y a todas las manifestaciones de lucha y resistencia suscitadas en el continente en los últimos quinientos años.

·         Chávez infringió al modelo económico capitalista y neoliberal la más dura derrota que ha sufrido en tiempos recientes. Desde la derrota del ALCA como proyecto imperialista que los Estados Unidos promovían para mantener los mecanismos de dominación y dependencia sobre nuestras economías latinoamericanas, hasta los triunfos electorales sucesivos de fuerzas izquierdistas y nacionalistas que postulaban en sus programas de gobierno el desarrollo de medidas distanciadas de las recetas de shock neoliberales que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nos impusieran en las décadas de 1980 y 1990. Hoy en América Latina se fortalece la única propuesta alternativa que se enfrenta al dominio del capital financiero y que intenta formular recetas económicas que rompen con la hegemonía de los centros de poder mundial.

·         Chávez contribuyó a formular un modelo de organización social que rompe radicalmente con el Estado Liberal Burgués que el capitalismo ha impuesto en todo el mundo, al proponer el poder real de las comunidades organizadas en Consejos Comunales y Comunas. El Estado Comunal que constituye la columna vertebral del Proyecto Nacional Simón Bolívar es un aporte histórico de gran magnitud al permitir a los ciudadanos del mundo asumir formas de organización social que permiten un genuino Poder Popular alternativo a la institucionalidad engañosa del Estado Burgués a través de sus distintas modalidades. Aunque este modelo de organización ya había sido experimentado en La Comuna de París (1871) y en la Revolución Soviética (1917), entre otras experiencias históricas, fue Chávez quien lo trajo nuevamente como programa de acción inmediata para las luchas revolucionarias de los pueblos.

Aunque existen otros aspectos igualmente relevantes en los cuales Chávez dejó su impronta histórica, los cinco puntos anteriores lo colocan muy por encima de cualquiera de nuestros gobernantes entre 1830 y 1998. Esto no significa que toda la obra política de Chávez tenga que ser necesariamente reivindicada. Sobre eso ya existirá tiempo para debatir, sobre todo al calor de los acontecimientos históricos que están por venir.

La obra histórica de Hugo Chávez constituye el programa político que deben abrazar todos los pueblos del mundo en esta época de cambios revolucionarios. Los movimientos sociales que en años recientes se han rebelado en todo el mundo contra los modelos neoliberales y los gobiernos pseudodemocráticos tutelados por el imperialismo, reconocen en Hugo Chávez un liderazgo político que se deriva directamente de los puntos anteriores. El impacto de Chávez en el auge de la lucha de clases mundial de esta última década, todavía tendrá su desarrollo en los tiempos por venir.

CONCLUSIONES.


Las limitaciones de la lucha de los desposeídos no le quitan relevancia a la misma. Luego de 1830, la inestabilidad política será la característica fundamental de Venezuela, debido a la falta de consenso entre las fracciones de las clases dominantes en torno al “proyecto nacional” a aplicar en el país, y por la presión de la lucha popular que reiteradamente se manifestó. Aunque los desposeídos no lograron hacerse con el poder político, sus actos insurreccionales han dejado la huella en nuestra sociedad.

Enfatizamos la necesidad de incorporar, en el estudio de nuestra historia, las actuaciones de las distintas clases oprimidas que a lo largo del proceso histórico-social han reflejado e intentado hacer hegemónicos sus propios intereses. Replantear la historia de los vencidos y hurgar en las raíces de nuestra nacionalidad puede contribuir a comprender mejor la complejidad de nuestra realidad actual, cuando Venezuela vive un profundo proceso de cambios en los cuales por primera vez, desde la derrota del proyecto nacionalista bolivariano en 1830, se comienza a perfilar un programa de desarrollo nacional independiente y soberano, y se abren constitucionalmente canales de participación popular que hasta el presente estuvieron siempre confiscados por las elites políticas al servicio del capital internacional.

Si bien Chávez y su programa adolecieron de grandes insuficiencias teóricas y políticas, no es menos cierto que su gobierno representó la primera oportunidad en la historia de Venezuela que las fuerzas populares han tenido el poder al alcance de la mano. La quiebra absoluta de los mecanismos políticos mediante los cuales la burguesía internacional ejerció su dominio en el país desde 1936-45 hasta 1998, particularmente la bancarrota de los partidos políticos burgueses y de la institucionalidad surgida del Pacto de Punto Fijo, ha abierto espacios de participación popular que lamentablemente no han sido aprovechados suficientemente por la debilidad de las organizaciones populares y revolucionarias. No obstante, sigue siendo posible el renacer de un movimiento revolucionario que tome la dirección del proceso de cambios.

Hoy, cuando la humanidad se debate entre la irracionalidad de la guerra imperialista y el no menos irracional modelo económico neoliberal, se hace imprescindible replantear el modelo de sociedad que queremos para nuestro país y para toda la América Latina. Una mejor comprensión de nuestro pasado histórico puede contribuir a esa labor.

Maracaibo, septiembre de 2014[54].





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·      USLAR PIETRI, Juan. (1962). Historia de la rebelión popular de 1814. Edime. Caracas-Madrid.
·      VALLENILLA LANZ, Laureano. (1994). Cesarismo Democrático. 2ª Edición. Monte Ávila Editores. Caracas (Venezuela).
·      VILLANUEVA, Laureano. (1955). Ezequiel Zamora. Editorial Nueva Segovia. Barquisimeto (Venezuela).











[1] El presente ensayo fue publicado por primera vez en 2008 como folleto y en 2009 como libro. A partir de textos elaborados desde 1997, en los cuales abordamos inicialmente el estudio de lo que llamamos el “proyecto nacional afrovenezolano de la guerra de independencia”, hemos culminado en la redacción de una relectura de nuestro proceso histórico a partir de la lucha de clases, considerando el protagonismo popular en los cambios fundamentales que han signado nuestra historia como nación. Hemos actualizado y corregido la presente edición, e incorporado algunos aspectos nuevos.
[2] Historiador. Doctor en Ciencias Políticas. Magíster en Historia de Venezuela. Profesor Titular. Facultad Experimental de Ciencias. Universidad del Zulia. Departamento de Ciencias Humanas. Coordinador del Diplomado en Formación Sindical, Consejos de Trabajadores y Prevención Laboral. Militante de la causa popular.
[3] Entendiendo por ello el desplazamiento de la élite dominante por un nuevo grupo de raíces populares, que procede a modificar el aparato institucional del Estado mediante reformas o procesos constituyentes
[4] Nos referimos a que no ha existido una situación de guerra civil. Ha existido violencia, expresada particularmente el 11, 12 y 13 de abril de 2002, durante el paro petrolero de 2002-2003, en la llamada guarimba, de febrero-marzo de 2004, manifestada nuevamente en febrero-marzo de 2014. Sin dejar de mencionar los dos centenares de líderes campesinos e indígenas asesinados por el sicariato al servicio de los grandes propietarios de tierras.
[5] En el Congreso Antirracista celebrado en Sudáfrica en septiembre/2001, diversas organizaciones y países formularon la idea de que el capitalismo occidental debe compensar económicamente a los descendientes de millones de esclavos que durante cuatro siglos trabajaron como mano de obra gratuita en las posesiones coloniales europeas en América y contribuyeron en forma decisiva al poderío económico actual de la Europa occidental y los Estados Unidos.
[6] Como ocurrió en Haití, que es la demostración histórica más contundente de esa posibilidad.
[7] Véase la obra José Leonardo Chirino y la insurrección de la Serranía de Coro de 1795. Insurrección de Libertad o Rebelión de Independencia. Luis Cipriano Rodríguez y otros.  ULA - UCV- LUZ - UNEFM. Mérida. 1996. 225 pp.
[8] Archivo General de la Nación. Tomo LXXIX, fs.110. Citado por Brito Figueroa, p.234-235.
[9] Carrera Damas (1995: 60) cita a Narciso Coll y Prat en su descripción de los ocurrido en Valencia, luego que los pardos rechazaran el acuerdo suscrito entre el ayuntamiento y Miranda: ...”cayó la ciudad en anarquía, las castas entregadas al pillaje y a la embriaguez, se reconcentraron en la plaza mayor, en el convento de San Francisco, y en uno de los cuarteles, y comenzando ya a hacer la defensa de la igualdad y libertad, incendiaron los libros parroquiales en que por clases estaban sentadas las personas, hicieron profugar a los blancos, y continuaron su inútil resistencia hasta el doce de agosto (de 1811), en que se rindieron a discreción, quedando entre tanto muertos dos mil y quinientos hombres”. Coll y Prat, Narciso. Memoriales sobre la independencia de Venezuela. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1960.
[10] Camacho, Antonieta . Materiales, t.4. Citado por  Federico Brito Figueroa : El problema tierra y esclavos en la historia de Venezuela. 1985.
[11] “...en el interior del país se levantaban montoneras armadas de esclavos insurrectos que iban por los campos y haciendas de Barlovento saqueando y matando blancos con el fin determinado de dirigirse a Caracas a realizar la venganza de su larga opresión y a establecer un gobierno popular dirigido por los negros” (Uslar, 1962 : 51).
[12]Ob.cit. p.53.
[13] Historia de la Revolución de la República de Colombia. 4 tomos. 1858. (Uslar, 1962 : 52).
[14] Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde que se declaró independiente hasta el año de 1821. 3 tomos. Edit. Elite. Caracas. 1943. (Uslar, 1962 :52).
[15] Recuerdo sobre la rebelión de Caracas. Imprenta de León Amarita. Madrid. 1829. (Uslar, 1962 :53).
[16] Capitán Wawell. Memorias de un oficial de la Legión Británica. Biblioteca Ayacucho. Madrid. 1917. p.57. (Uslar, 1962 : 93).
[17] “Boves y Rosete tenían bajo sus órdenes al menos siete u ocho mil hombres, dentro de los cuales no había más de cincuenta blancos o españoles europeos, y mil de color libres ; el resto era de esclavos, de negros y de zambos” William Robinson . Remarques sur les Désastres des Provinces de Caracas. París. 1817.p.175. (Uslar,1962 : 97). Para 1812, Andrés Bello, Luis López Méndez y Manuel Palacio Fajardo calcularon la presencia de 62.000 esclavos en Venezuela ; citado por Rodríguez Lorenzo, ob.cit., p.55.
[18] Memorial presentado al Rey por el Pbro. don José Ambrosio Llamozas, Vicario General del Ejército de Barlovento, en las provincias de Venezuela. 31 de julio de 1815. Boletín de la Academia de la Historia. Nº 71. p.578. “El comandante General Boves desde el principio de la campaña manifestó el sistema que había propuesto y del cual jamás se separó: ...la destrucción de todos los blancos, conservando y halagando a las demás castas... repartiendo las casas y los bienes de los muertos y desterrados entre los pardos y dándoles papeletas de propiedad”.p.225. Pablo Morillo afirma : “La mortandad y la desolación que una guerra tan cruel ha ocasionado va disminuyendo... la raza de los blancos, y casi no se ven sino gentes de color, enemigos de aquellos, quienes ya han intentado acabar con todos” (citado por Uslar, p.192). Llamozas dice: “A consecuencia de este sistema (la táctica de Boves) han desaparecido los blancos; en Cumaná sólo han quedado cinco u ocho del país” (p.101).
[19] Simón Bolívar. Obras Completas. Tomo 1. Edit. Lex. La Habana. 1947. p.98. (Uslar, ob.cit. : 138).
[20] Boletín de la Academia de la Historia. nº 70. pp. 385 a 423. (Uslar, ob.cit., p.143).
[21] País que conquistó su independencia mediante una insurrección de esclavos y mestizos, y donde toda la población blanca fue exterminada.
[22] Sin embargo Bolívar se arrepintió del fusilamiento de ambos, reconociendo que había influido en esa decisión su condición de mestizos, y reconociendo al mismo tiempo que no fusiló a Santander por el hecho de ser blanco y miembro de la oligarquía. “Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa; en adelante no habrá más justicia para castigar el más feroz asesino, porque la vida de Santander es el pendón de las impunidades más escandalosas” (Carta a Páez). “Lo que más me atormenta es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar y de Padilla. Dirán, con sobrada justicia, que yo no he sido débil sino a favor de ese infame blanco, que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria” (Carta a Briceño Méndez). Podemos comentar aquí que la interpretación que hizo Hugo Chávez del fusilamiento de Piar se distancia de estas reflexiones de Bolívar, al justificarlo para evitar la “anarquía” (en el discurso dado en Ciudad Bolívar con motivo de la visita de Fidel Castro, en agosto/2001).  Nosotros opinamos que el fusilamiento de Piar y de Padilla forma parte de los actos más negativos de la vida de Bolívar, junto a la entrega de Miranda ante los españoles, y el asesinato de los presos españoles antes que Boves ocupara Caracas en 1814.
[23] Bolívar le escribe a Santander el 30 de mayo de 1820: ... “Nuestro partido está tomado, retrogradar es debilidad y ruina para todos. Debemos triunfar por el camino de la revolución, y no por otro”.
[24] Historiadores como Carrera Damas, Brito Figueroa y Juan Uslar Pietri han profundizado en estas opiniones de Bolívar y otros mantuanos sobre la amenaza de un eventual gobierno de los morenos. Henri Favre por su parte ha explicitado la visión abiertamente discriminadora que sobre los indígenas se forma Bolívar luego de su experiencia en los Andes ecuatorianos y peruanos, en la cual la mayor resistencia armada la encontró precisamente en pueblos indígenas que luchaban bajo las banderas monárquicas (Favre, Henri. S/f. Latinoamérica. Anuario de Estudios Latinoamericanos n°20. UNAM. México).
[25] Recordemos que la corona española había reconocido los derechos indígenas a poseer la tierra comunalmente, y a mantener su organización tradicional, es decir, los títulos de caciques.
[26] Decretos del 4 de julio de 1825, en el Cuzco.
[27] De haber coincidido en tiempos históricos, un liderazgo como el de Hugo Chávez, de raíces populares y mestizas, hubiese sido confrontado ferozmente por Simón Bolívar. De ello no pueden quedar dudas.
[28] Sin dejar de reconocer que fue José Antonio Páez quien logró construir un ejército popular, atrayendo para la causa patriota a las mismas fuerzas llaneras que habían combatido bajo el mando de Boves. Sin ese ejército de llaneros al mando de Páez, difícilmente se hubieran logrado los triunfos militares como Boyacá, Carabobo, Pichincha y Ayacucho. El mismo Morillo reconoció el papel de los llaneros en diversos escritos dirigidos al rey español.
[29] Maniobra que terminó fracasando, a la vez que se consolidaba la hegemonía de Páez, con el cual siempre tuvo entendimiento en términos de programa de gobierno la oligarquía comercial criolla y extranjera.
[30] Entre los cuales figuraba mi retatarabuelo, el para ese momento general de división José de la Cruz Carrillo, que era gobernador en Cúcuta. A Carrillo se le prohibió ingresar al territorio colombiano. Otro de los expulsados, incluso de Venezuela, fue el general Rafael Urdaneta.
[31] En contraste con el camino seguido por la oligarquía venezolana, los Estados Unidos iniciaron, a fines del siglo XVIII, un proceso de desarrollo independiente con respecto a Inglaterra y al resto de potencias europeas, que los condujo al cabo de un siglo a convertirse en uno de los principales países capitalistas del mundo.
[32] Por ejemplo, en la carta que Fermín Toro le envió al embajador estadounidense en Caracas, Benjamín Shilelds, luego de los sucesos de enero de 1848 (20/05/1848): “Elementos de orden, amor a las instituciones, una sociedad culta y moral, existen en Venezuela, y estos elementos no deben perecer; y basta el apoyo de una gran nación para darles, sin derramamiento de sangre, el triunfo, y asegurarles sin violencia un imperio duradero. ¿Cuál es esta gran nación a quien la providencia ha conferido el humano y honroso destino de ejercer la tuición, no de fuerza, sino de mediación y de consejo sobre esta sociedad que padece? Sin duda los Estados Unidos”. Citado por Rafael Cartay, Historia económica de Venezuela, 1830-1900.
[33] Publicado por Walter Dupoy : “La conjura de los negros de Caracas de 1831 según el diario de Sir Robert Ker Porter”. Cuadernos Afro-Americanos. UCV. Caracas. 1975. p.103.
[34] La referencia que hace el cónsul con fecha 16 de diciembre de 1830 habla del arresto de un negro que quiso “seducir a la soldadesca diciendo que era tiempo para hacer aquí algo ya que no había ahora gobierno en el país y que Venezuela debía tornarse en un segundo Haití ; que todos los blancos debían ser asesinados, y que él tenía una fuerte banda de negros que lo ayudarían en la ejecución de esa gloriosa tarea”.
[35] “La ramificación de crímenes es mucho más extensa de lo que primeramente se imaginó, y algunas de las personas de color más respetables (según la confesión de los prisioneros) están mezcladas en ella” (p.109).
[36] “Durante los dos o tres días anteriores a la ejecución...carteles de intimidación fueron lanzados muy profusamente en varios de los principales barrios de Caracas” (p.109).
[37] Las críticas hechas por los liberales a la forma de actuación del Banco Nacional provoca la apertura de un juicio contra Antonio Leocadio Guzmán, en su condición de responsable de la imprenta El Venezolano. Pero la congregación de miles de personas en el tribunal el día del juicio (9 de febrero de 1844), presiona el veredicto de absolución para Guzmán.
[38] El pueblo asalta el Congreso y acaba con el gobierno de la oligarquía conservadora, fortaleciéndose en el poder José Tadeo Monagas, apoyado por los liberales.
[39] Lo que demuestra que en materia de fraudes electorales, las clases dominantes venezolanas han tenido una larga y fecunda experiencia.
[40] “La guerra federal adquiere progresivamente un nuevo matiz en la medida que los sectores explotados se incorporan a la lucha en busca de sus propias reivindicaciones”. Catalina Banko. Las luchas federalistas en Venezuela. 1996: 177.
[41] Ver al respecto las proclamas de Zamora del 7/3/1859 en Coro, del 29/3/1859 en San Felipe y otros documentos que aparecen en la obra de Landaeta Rosales, Biografía del valiente ciudadano General Ezequiel Zamora.
[42] “Existió entonces una nítida diferencia entre dirigentes y masa en lo concerniente al contenido de la federación” (Irazábal, 1980:251).
[43] Véase a este respecto la obra de Jacinto Pérez Arcay sobre la guerra federal.
[44] Zamora tenía bajo su mando, al momento de su muerte, a 23.500 soldados de los tres ejércitos federales que lo habían reconocido como Jefe. Luego de Santa Inés la oligarquía caraqueña inició planes urgentes para huir hacia las Antillas (Brito Figueroa, 1981:435).
[45] Carrera Damas hace énfasis en que la “solución política” de la guerra federal, antes que la solución militar, salvó a la oligarquía criolla del colapso total como clase dominante.
[46] Mi abuelo, José María López Ferrero, empleado público que no era activista político, y mi tío, Eduardo López Ferrero, participaron en el asalto popular contra el Cuartel San Carlos, en Caracas, guarnición que fue abandonada por los militares medinistas, y cuyo parque fue totalmente saqueado por el pueblo. El señor Cipriano Gómez, obrero, también me contó en 1982 su participación personal en dicho asalto, del cual había sacado “dos cajas de revólveres”.
[47] Este punto fue desarrollado por el autor en el trabajo “Las Luchas Por El Cambio Social En Venezuela: 1958-1997. La Democracia Autogestionaria Como Alternativa Ante La Democracia De Partidos”. En: OLIVAR, N. y MONZANT, J. Coord. 1998. “23 de Enero de 1958. 40 años de democracia: una perspectiva zuliana”. Gobernación del Estado Zulia. Maracaibo (Venezuela).

[48] El PCV, el MIR, y los organismos que formalmente coordinaban la política insurreccional y que incluían a los militares sublevados: el Frente de Liberación Nacional y las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, FLN-FALN.
[49]  “El primer gran saqueo, el que nunca llegará a cuantificarse, fue el arrase generalizado que se desencadenó con ebriedad de dólares durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez... El segundo gran saqueo fue y sigue siendo el de la fuga masiva de dólares y las ganancias desmesuradas ... que algunos calculan en alrededor de los 35 mil millones” (Hernández, 1989: 114). Habría que agregar ahora el nuevo saqueo cometido en 1994 por los banqueros prófugos de la justicia venezolana.
[50]  “Todos parecen estar de acuerdo en que los sucesos de febrero representan la más significativa acción de protesta social ocurrida en el país desde 1958 y, para otros, la más importante incluso desde la Guerra Federal de 1858-1863... uno no puede evitar la tentación de concluir que Caracas y otras ciudades de Venezuela comparten en la perspectiva comparada algunas de las características de una suerte de tipo ideal de ciudad potencialmente insurrecta” (Barrios-Ferrer, 1990: 59-61).
[51] El periodista Régulo Párraga relató en un artículo publicado en El Nacional las vicisitudes del enfrentamiento armado ocurrido en la noche del 1º de marzo en los bloques del 23 de enero en Caracas, el cual  duró por lo menos 12 horas. Cf. “Noche de terror” en El día que bajaron los cerros. Editorial Ateneo de Caracas. Caracas. 1989. p.61.
[52]  “Los sucesos recientes de lo que hablan es, entre otras cosas, de la irrupción desbocada del sentimiento de exclusión tratando de hacer justicia, intentando hacerse oír. Una clase, o mejor dicho, un sector amorfo de la sociedad que no se siente representado ni por las direcciones sindicales, ni por ninguno de los partidos que conforman nuestro sistema político” (Hernández, 1989: 115).

[53] Por ejemplo, los resultados de las elecciones presidenciales de 1993 fueron siempre objeto de dudas y sospechas acerca de quién había sido realmente el ganador. La aparición en basureros de miles de urnas y de votos, pareció confirmar la creencia popular de que el verdadero ganador había sido Andrés Velásquez (candidato de la Causa R y apoyado por sectores de izquierda), y que el triunfo de Rafael Caldera (fundador y máximo líder del partido Copei, quien se lanzó como “independiente” en dichas elecciones) no fue más que un “arreglo” del Consejo Supremo Electoral, controlado para ese entonces por el bipartidismo adeco-copeyano. Pero ya antes, en las elecciones regionales de 1989 y 1992, candidatos de la izquierda habían ganado importantes gobernaciones y alcaldías del país, incluyendo la alcaldía de Caracas (Aristóbulo Istúriz, de la Causa R, en 1992).
[54] Lo fundamental del presente trabajo fue concluido en octubre de 2001. Lo actualizamos en 2005 y en 2009 considerando el desarrollo reciente del proceso político venezolano. Hoy en septiembre de 2014 hemos incorporado algunas informaciones relevantes de años recientes.

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