UN NUEVO DEBATE SOBRE LA AMÉRICA
PREHISPÁNICA.
¿SE PUEDE SEGUIR LLAMANDO NUEVO MUNDO?
(ponencia presentada en el Congreso de Antropologías del Sur. Mérida. Octubre de 2016)
Universidad del Zulia. Maracaibo. Venezuela.
INTRODUCCION
Recientes
investigaciones arqueológicas, antropológicas, lingüísticas, paleo climáticas y
genéticas han puesto en duda los conocimientos científicos predominantes
referidos a la historia del poblamiento americano y sobre las primeras
civilizaciones surgidas en su territorio.
Al
poner en cuestionamiento todo el discurso “científico” que las diferentes
disciplinas influidas por el eurocentrismo elaboraron para justificar la
pretendida superioridad cultural de la civilización occidental -y con ello su
dominio colonial y neocolonial sobre el mundo globalizado-, se hace
imprescindible reconstruir el discurso histórico, filosófico y antropológico
sobre lo que fuimos y somos como continente.
La
idea de concebir a América como el “Nuevo Mundo” se ha derrumbado ante las
evidencias arqueológicas que retrasan en decenas de miles de años la entrada de
seres humanos al continente y que colocan a los Andes suramericanos en el
origen mismo de las primeras grandes civilizaciones de la humanidad. Unas
sociedades complejas y sofisticadas, que nada tienen que envidiarle a las que
se desarrollaron en el resto de continentes, comienzan a emerger poco a poco,
trastocando todos los discursos científicos, todos los prejuicios culturales y
todas las justificaciones perversas que sirvieron de sustento a la aniquilación
casi completa de milenios de civilización que se suscitó en los siglos
siguientes a la invasión europea.
Con
el presente trabajo pretendemos introducir en el debate académico de Venezuela
estos temas fundamentales que obligan a redefiniciones en el campo de la
antropología, de la historia, de la sociología, de la lingüística, de la
biología y de prácticamente todas las ciencias en su desarrollo específico
dentro del continente americano. Abordaremos tres aspectos de los mencionados,
que consideramos figuran entre los fundamentales para el debate universitario:
el origen del poblamiento americano; las sociedades andinas de Norte Chico y
las civilizaciones amazónicas. Sin pretender ser expertos en estos temas, a los
cuales nos hemos acercado a través de la cátedra de Historia de América en la
Licenciatura de Antropología de la Universidad del Zulia, asumimos el
compromiso de impulsar espacios de investigación y debates científicos
orientados al conocimiento de la América antes de Colón.
Recuperar
la memoria de la humanidad en América es imprescindible para valorar
adecuadamente los aportes civilizatorios que millones de personas desarrollaron
durante milenios en casi absoluta incomunicación con el resto del mundo
habitado.
Una
historia de cuarenta mil años espera por ser conocida, difundida y comprendida,
para bien del futuro de la actual sociedad globalizada.
1. ORIGEN Y ANTIGÜEDAD DEL POBLAMIENTO AMERICANO
El origen del poblamiento de América, y la fecha
probable en que se inició dicho poblamiento ha sido objeto de polémica desde
hace más de un siglo. En las últimas décadas del siglo XX y comienzos del siglo
XXI, las investigaciones genéticas han arrojado luces en dónde la arqueología y
la lingüística no habían podido dictar verdades aparentemente definitivas. El
método científico utilizado son los estudios basados en el ADN mitocondrial.
Todos los seres humanos poseemos dos genomas. El ADN
de los cromosomas, estudiado en el célebre proyecto Genoma Humano, finalizado
el año 2000. El segundo es el ADN presente en las mitocondrias, cuyo mapa fue
establecido en 1981. El ADN mitocondrial de toda mujer es idéntico no sólo al
ADN mitocondrial de su madre, sino también al ADN mitocondrial de la madre de
ésta, y así sucesivamente durante muchas generaciones. No ocurre lo mismo en el
caso de los varones. Dado que los padres no proporcionan ADN mitocondrial al
embrión, la sucesión se estudia exclusivamente por línea materna.
A finales de la década de 1970, varios científicos
descubrieron que el ADN mitocondrial de un determinado grupo étnico podía
proporcionar las claves de su ascendencia. De acuerdo con los términos
científicos, las personas que tienen mitocondrias similares pertenecen al mismo
“haplogrupo”. Y si dos grupos étnicos poseen el mismo haplogrupo, esa es la
prueba molecular de que están emparentados: sus miembros pertenecen a la misma línea materna.
En 1990, una investigación encabezada por Douglas
Wallace (Universidad de California), descubrió que el 96,9 % de los indígenas
americanos sólo tienen cuatro haplogrupos mitocondriales, lo que confirma la
homogeneidad genética de los pobladores originarios del continente. Como tres
de esos cuatro haplogrupos son comunes en el sur de Siberia, y dadas las reglas
de trasmisión del ADN mitocondrial, los genetistas consideran irrefutable la
conclusión de que los indígenas americanos y los pobladores de Siberia tienen
antepasados comunes.
Por otra parte, en las últimas décadas se ha
demostrado que las sociedades indias eran más antiguas, más fabulosas y más
complejas de lo que incluso hace sólo veinte años se creía posible. Los
arqueólogos no sólo han adelantado la fecha de entrada de la humanidad en
América; también han aprendido que las primeras sociedades de grandes
dimensiones habían madurado antes de lo que se pensaba: casi dos mil años
antes, y además, en una parte diferente del hemisferio.
La fecha del poblamiento americano se estableció
durante décadas en base al yacimiento Clovis, en Nuevo México, descubierto en
1929 y estudiado a partir de 1933. La fecha exacta del yacimiento Clovis no
pudo conocerse sino a partir de 1949, con el descubrimiento del método del
Carbono 14, el cual permite saber con bastante exactitud la antigüedad de
restos vegetales, animales y humanos. En 1958, Vance Haynes, arqueólogo de la
Universidad de Arizana, determinó la antigüedad de Clovis entre 13.500 y 12.900
años atrás.
A partir de este descubrimiento, se elaboró una teoría
que explicaba el poblamiento americano mediante una oleada migratoria que había
atravesado por tierra desde Siberia hasta Alaska cruzando el estrecho de Bering,
aprovechando que durante el Pleistoceno el nivel de los mares descendió hasta
120 metros en algunos sitios, y la franja de tierra entre la península
siberiana de Chukotsk y la península Seward en Alaska, habían quedado unidas
debido al mencionado descenso del nivel del mar, pues la profundidad del
estrecho de Bering es de sólo 36 metros.
Pero cualquier grupo humano que atravesara Beringia se
encontraría luego con una barrera infranqueable constituida por dos enormes
placas de hielo que cubrían el Canadá occidental, de miles de metros de
profundidad y tres mil doscientos kilómetros de largo. Hubo un breve período en
que ese obstáculo pudo haber sido superado por grupos humanos, con la aparición
de un “corredor libre de hielo” que se habría formado durante el proceso de
finalización de la Edad del Hielo, entre trece y catorce mil años atrás. Haynes
formuló esa teoría en 1964, concluyendo que por allí habían pasado los primeros
pobladores de Clovis, surgida unos setecientos años después, y que todas las
sociedades indias americanas descendían de esos primeros pobladores Clovis
(Fiedel, 1996: 70).
A esta teoría del corredor libre de hielo se sumó la
tesis del exterminio masivo de especies animales, exterminio que habría sido
perpetrado por los mismos pobladores originarios de Clovis. Investigadores que
son al mismo tiempo activistas del movimiento indígena estadounidense, como
Denny y Vine Deloria (citados por Charles Mann), sostienen que esta acusación
sobre el exterminio masivo de especies animales por parte de los primeros
pobladores indios del continente es un ardid elaborado por investigadores
blancos que pretenden descalificar de esa manera a los indígenas originarios
(Mann, 2006: 220).
Las dudas sobre el llamado Consenso Clovis comenzaron
a fortalecerse a partir de la década de 1980. Por el lado de los estudios
lingüísticos, los investigadores se encontraban desconcertados ante la
extraordinaria variedad y fragmentación de las lenguas indias. A lo largo y ancho
de América los indios hablan unas 1.200 lenguas distintas, que han sido
clasificadas en 180 familias lingüísticas. En contraste, Europa posee en total
sólo 4 familias lingüísticas: la indoeuropea, la ugro-finesa, la vasca y la
turca. Los lingüistas siempre se han preguntado cómo podrían haber desarrollado
los indios americanos tantas lenguas en los trece mil años transcurridos desde
Clovis, cuando los europeos habían desarrollado sólo cuatro en los 40.000 años
transcurridos desde la llegada de los humanos a ese continente.
Pero el golpe que comenzó a derrumbar el Consenso
Clovis se dio en 1994, cuando los genetistas Douglas Wallace y James Neel,
recurriendo a la velocidad de cambio genético como parámetro, estudiaron 18
grupos indios americanos, y calcularon el momento en que el grupo original
había emigrado a América, estableciendo que había ocurrido entre 22.414 y
29.545 años, lo que implicaba más de diez mil años antes de Clovis (Neel y
Wallace, 1994).
En 1997, otros genetistas, Sandro Bonatto y Francisco
Salzano, de la Universidad Federal de Río Grande Do Sul, en Porto Alegre,
estudiaron el cuarto haplogrupo (Neel y Wallace habían centrado su estudio en
los tres haplogrupos que también son comunes en Asia). Considerando las
diferencias genéticas acumuladas entre los miembros del haplogrupo A, Bonatto y
Salzano calcularon que los indígenas americanos habían abandonado el continente
asiático entre 33.000 y 43.000 años atrás, una antigüedad mucho mayor que la
calculada por Neel y Wallace (Bonatto y Salzano, 1997).
Las investigaciones arqueológicas también comenzaron a
rebatir el Consenso Clovis, al conocerse los resultados de excavaciones
adelantadas en Monte Verde, Chile, por Tom Dillehay, de la Universidad de
Kentucky, y Mario Pino, de la Universidad de Chile en Valdivia. Iniciados en
1977, sólo se publicaron los primeros resultados entre 1989 y1997, llegando a
la conclusión que Monteverde había estado habitado por los paleoindios hace por
lo menos 12.800 años. Encontraron además otros yacimientos inferiores que
llevan su antigüedad hasta 32.000 años. Como Monteverde, en el sur de Chile, se
encuentra a 16.000 kilómetros del estrecho de Bering, los arqueólogos
calcularon que para atravesar América desde su extremo septentrional hasta el
meridional les habría llevado varios milenios, lo que hacía imposible que los
pobladores de Monteverde hubieran ingresado al continente al mismo tiempo de
los habitantes de Clovis, hace 13.000 años, sino muchos miles de años antes
(Mann, 2006: 228).
Una teoría que ha cobrado fuerza en años recientes,
empujada por la ausencia casi total de pruebas que demuestren la teoría del
corredor libre de hielo, se refiere a que los paleoindios hicieron el recorrido
del continente americano siguiendo la costa del Pacífico. Investigaciones
recientes han demostrado que incluso en plena Edad del Hielo, existieron
refugios templados en las orillas marítimas, con islotes de árboles y hierba en
medio del paisaje de hielo. Saltando de un refugio a otro, los paleoindios
pudieron recorrer la costa en los últimos cuarenta mil años. Incluso
embarcaciones primitivas podrían haber cruzado toda la costa pacífica de América
del Norte y América del Sur en 10 ó 15 años.
Una
investigación de la Universidad de Copenhague
publicada en 2016, sugiere que el llamado corredor libre de hielo se convirtió
en habitable por los humanos sólo hace 12.600 años, esto es casi 1.000 años
después de la formación de la cultura Clovis, lo que significa que los primeros
americanos no pudieron penetrar al continente desde Alaska por el corredor
libre de hielo canadiense, sino que tanto los grupos que desarrollaron la
cultura Clovis, como también las culturas pre-Clovis, tomaron la ruta costera
del Pacífico[4].
En 1997 una comisión de expertos, incluyendo a Vance
Haynes, visitó Monteverde y concluyó que era un yacimiento real, a pesar de las
profundas diferencias personales que allí se expresaron entre Dillehay y
Haynes. Pero en 1999, Stuart Fiedel, arqueólogo de Alexandria, Virginia,
repitió de nuevo las descalificaciones contra Monteverde y reavivó la polémica,
la cual hasta el presente está lejos de concluir.
Como afirma Charles Mann, si tomamos en cuenta que la
Edad del Hielo hizo inhabitable a la Europa al norte del valle del Loira hasta
hace 18.000 años, que Gran Bretaña estuvo despoblada hasta el 12.500 a.c., pues
estaba cubierta de glaciares, y si se parte de la existencia de Monteverde como
yacimiento real, como creen la mayoría de los especialistas actuales, el
continente americano no debería llamarse el “Nuevo Mundo”. Cuando Europa
septentrional estaba desprovista de población humana y cubierta de glaciares,
en América, desde Alaska hasta Chile, los pueblos indígenas originarios ya
desarrollaban sus culturas (Mann, 2006: 235).
2. CARAL Y LAS PRIMERAS GRANDES CIVILIZACIONES DE LA
HUMANIDAD
A partir de investigaciones realizadas a fines de la
década de 1990 por los arqueólogos peruanos Ruth Shady Solís, Arturo Ruiz
Estrada y Manuel Aguirre Morales, y los estadounidenses Jonathan Haas y Winifred
Creamer, se ha podido determinar que en el norte de Perú se desarrollaron hace
unos cinco mil años varios grandes asentamientos humanos encabezados por la
ciudad de Caral, que constituirían los primeros complejos urbanos de la
humanidad después de Sumeria.
Con estos descubrimientos, que se han confirmado
gracias a las dataciones con carbono 14 en los primeros años de este siglo XXI,
el continente americano ha pasado a ocupar los primeros lugares en el orden de
nacimiento de las grandes civilizaciones humanas, implicando con ello un vuelco
considerable en la valoración de las culturas indígenas precolombinas,
despreciadas históricamente por la civilización occidental, desprecio que ha
servido de justificación permanente para perpetuar diversos y complejos
mecanismos de sometimiento económico, político y sociocultural hacia los países
de Nuestra América.
En total se han descubierto al menos 25 ciudades en la
región del valle del río Supé y otros valles aledaños, en Norte Chico, a unos
210 kilómetros de Lima. Su existencia se conocía desde comienzos del siglo XX,
y la misma ciudad de Caral había sido estudiada a partir de 1948, pero no se
había determinado su antigüedad. Fue en 1997 cuando Ruth Shady publicó los
primeros resultados de sus investigaciones en Caral, cuyas dataciones de
carbono 14 determinaron el horizonte de cinco mil años de antigüedad, dejando
muy atrás a los Olmecas, que se desarrollaron en Mesoamérica 1.200 años
después, y a la cultura Chavín, en los andes peruanos, que surgiría 2.100 años
más tarde que Caral (Shady Solis, 1997).
De acuerdo al fechado de radiocarbono realizado por
Haas, Huaricanga tendría una antigüedad de 3.500 años a.c., constituyendo hasta
ahora el centro urbano más antiguo de la región. Otros centros urbanos de ese
período, que se ubican en zonas ecológicas distintas (costa, sierra y selva
alta), son Áspero, la Galgada, Piruro, Kotosh, Huaricoto, Allpacoto,
Chupacigarro Este, Chupacigarro Centro, Chupacigarro Oeste, Pueblo Nuevo,
Huacache, Peñico, Miraya y El Paraíso.
Se considera a Caral como una ciudad sagrada que
constituía el centro político y ceremonial de los habitantes del resto de
ciudades y pueblos de la región. El descubrimiento de Caral permite incorporar
a esa región de los Andes americanos como una de las fuentes primigenias de la
civilización humana, uniéndose al Valle de los ríos Tigris y Eufrates en el
actual Irak, cuna de la civilización Sumeria y del sistema político más antiguo
que se conozca; el delta del Nilo, en Egipto; el valle del río Indo, en
Pakistán; el valle del río Amarillo o Huang He, en el este de China; y
Mesoamérica. Sorprende que sea apenas en el siglo XXI que la humanidad haya
hecho conciencia científica de la existencia de Caral como territorio origen de
la civilización.
En contraste con el resto de territorios primigenios
de las civilizaciones humanas, caracterizados por valles fértiles soleados y
bien irrigados, con largas extensiones de subsuelo rico en abonos, los cuales
facilitaron la agricultura intensiva, como los que existían en los ríos Tigris,
Eufrates, Nilo, Indo y Huang He, el territorio de Caral y los complejos urbanos
cercanos era yermo, nuboso, casi desprovisto de lluvia, sísmica y
climáticamente inestable, una zona con muchas limitaciones desde el punto de
vista agronómico.
Norte Chico se compone de cuatro estrechos valles
fluviales (Huaura, Supe, Pativilca y Fortaleza), que convergen sobre una franja
costera de 48 kilómetros de largo. La ciudad sagrada, que cubre
un área aproximada de 50 hectáreas, está conformada por más de 32 conjuntos
arquitectónicos de diversa magnitud y función, incluyendo seis edificaciones
piramidales y una serie de construcciones medianas y pequeñas, entre templos,
sectores residenciales, plazas públicas, anfiteatro, almacenes, altares, calles,
etc.
La sociedad de Caral se sustentaba en una economía
mixta, basada en actividades agrícolas complementadas con la pesca en el mar y
el río, con la recolecta de moluscos y con el aprovechamiento de los recursos
vegetales y animales del abundante monte ribereño y de las lomas. Los constructores
de Caral tuvieron conocimientos de arquitectura, geometría y astronomía.
Supieron combinar formas y planos, ordenar los edificios en el espacio, de
acuerdo a un plan preconcebido, en un contexto artístico de intenso carácter
religioso. El ordenamiento espacial previo, la extensión del espacio construido
y la diversidad de estructuras sugieren un patrón definidamente urbano. La
ciudad fue construida, destruida, reconstruida y remodelada permanentemente, en
un contexto ritual. Cambió de diseño arquitectónico y de técnicas constructivas
a través del tiempo.
Caral tuvo una organización jerarquizada, con
estamentos sociales bien definidos: campesinos, pescadores y los especialistas,
que eran autoridades religiosas o gestores. En algunos casos, los edificios
estuvieron cercados por murallas que separaban al personal que los ocupaban del
resto de la comunidad. Asimismo, en los complejos excavados existen ambientes
que contienen estructuras escalonadas, que recuerdan al «usnu» incaico, símbolo
del poder o importancia de la autoridad social. El bajo desarrollo tecnológico
fue reemplazado por un alto nivel de organización social, que utilizó a la
religión como instrumento para el manejo de la fuerza de trabajo humana.
Para alimentar a la pujante población de Norte
Chico, sus pobladores aprendieron a irrigar las tierras. El producto más
importante de este sistema de irrigación fue el algodón. La actividad textil
constituyó el centro de la cultura de Caral, sirviendo de objeto clave de
intercambio en el comercio regional, al igual que los productos del mar
(anchoas y sardinas) que provenían de ciudades costeras como Áspero.
Los trabajadores, además de realizar las
actividades económicas de subsistencia, estaban obligados a prestar servicios
permanentes en las obras públicas (modo de producción tributario): explotación
de canteras, traslado de los bloques de piedra, algunos de grandes dimensiones,
para la construcción y remodelación permanente de las edificaciones. Esta forma
de sometimiento social implicó la existencia de una fuerte ideología en la que
basaba su poder la elite dominante. Con ello, la cultura de Caral permitió el
surgimiento de formas de dominación social que la humanidad no conocía hasta
entonces, o que en todo caso habían comenzado a desarrollarse un poco antes en
Mesopotamia, cuya distancia geográfica y la barrera marítima hacían imposible
que se conocieran en América.
.
Las dimensiones de las construcciones de Caral y
ciudades cercanas indican que tuvo que utilizar mano de obra proveniente de las
comunidades de los valles vecinos, Huaura, Pativilca y Fortaleza. La ideología
de los gobernantes de Caral logró hegemonizar el territorio de los valles
cercanos y convirtió a la ciudad en el centro ceremonial de una cultura que se
desarrolló por varios siglos, entre los años 3.000 y 1.500 a.c.
Finalmente, después de varios siglos de ocupación,
los habitantes de la ciudad sagrada decidieron abandonarla, no sin antes
enterrar todas las construcciones con densas capas de guijarros, piedras
cortadas y cantos rodados, cumpliendo con determinadas ofrendas a la usanza
tradicional. Nada se dejó al descubierto. El clima, a través de los cuatro milenios
siguientes, se encargó de acumular arena y contribuir en esta obra de
enterramiento cultural.
3. CIVILIZACIONES
AMAZONICAS
“Practicaron la agricultura durante siglos.
Pero en vez de destruir el terreno, lo mejoraron. Algo que hoy en día aún no se
conoce en las tierras del trópico”.
Los
investigadores de la Cuenca Amazónica, hasta hace unos 30 años, caracterizaron
a las poblaciones precolombinas que habitaron ese territorio como pequeñas
tribus que practicaban la agricultura de tala y quema, en combinación con la
caza, pesca y recolección, las cuales constituían grupos humanos cuyos poblados
apenas alcanzaban los mil habitantes. Estas limitaciones se derivaban, según
las conclusiones de investigadores como Betty Meggers y Clifford Evans,
arqueólogos del Smithsonian Institute, de Boston (USA), de las condiciones
impuestas por el “suelo pobre” de la región amazónica, erosionado por la
intensa lluvia y el calor de la jungla, que agota sus minerales y pudre sus
compuestos orgánicos vitales. Meggers llegó a proponer una “ley de limitación medioambiental de la
cultura”, que dice que “el nivel al
que una cultura puede llegar depende del potencial agrícola del entorno en que
vive”. Pero investigaciones posteriores han permitido refutar estas
conclusiones, a partir de la existencia de grandes espacios fértiles en la
Selva Amazónica, territorios boscosos que habrían sido construidos por grandes
civilizaciones hasta ahora desconocidas por el mundo científico (Mann: 2006.
373).
La
comprobación de la existencia de la llamada “Terra Preta”, suelos muy fértiles
que ocuparían hasta un 12 % del territorio amazónico (recientes investigaciones
-2015- de Charles Clement y otros reducen al 3 % dicho territorio, que aun así
sigue siendo muy extenso), cuyo origen estaría en las mismas poblaciones
indígenas precolombinas, ha originado nuevas investigaciones que han dado un
vuelco total a las conclusiones anteriores de Meggers y Evans, y una civilización
hasta ahora desconocida comienza a rebelarse ante la humanidad del siglo XXI.
Otra
arqueóloga, Anna Roosevelt, publicó en 1991 el resultado de sus investigaciones
sobre el poblado de Marajó, ubicado en una isla de la desembocadura del
Amazonas. A contraposición de lo que Meggers y Evans afirmaron sobre el mismo
poblado cincuenta años antes, Roosevelt concluyó que Marajó fue uno de los
logros culturales indígenas más extraordinarios del Nuevo Mundo, un centro
neurálgico que existió durante más de mil años, que posiblemente tenía más de
100.000 habitantes, y abarcaba miles de kilómetros cuadrados (Lehmann, 2010).
La
cultura de Marajó habría sido tan ordenada, hermosa y compleja como la que existió
en otros lugares de América como Cuzco y Tenochtitlán. Sus gobernantes habrían
dirigido sin necesidad de imponer un gran aparato estatal de control, como
hicieron los Incas y Aztecas. En concordancia con la afirmación de Michel de
Montaigne en 1580 (citado por Mann), “los
habitantes del Amazonas no conocen los números, no tienen palabras para
gobernantes o superior político, ni costumbre de subordinación, ni ricos ni
pobreza … ni ropa, agricultura o metales. Viven sin esfuerzo ni trabajo en una
generosa jungla que les proporciona con prodigalidad todo lo que necesitan”.
Las
investigaciones de Roosevelt en otro lugar, la Cueva de Pedra Pintada (Estado
de Pará, Brasil), encontró restos de poblamiento humanos de 13.000 años de
antigüedad. Datación que es un elemento más que refuerza la tesis del
poblamiento temprano del continente americano, y que confronta la tesis de la
cultura Clovis. En otro estrato de la misma cueva, Roosevelt encontró restos de
ocupación humana con 6.000 años de antigüedad, presentando gran cantidad de
cerámica de colores, constituyendo la cerámica más antigua que se haya
encontrado en las Américas. Este pueblo que elaboraba cerámica hace seis mil
años es una demostración, según Roosevelt, de que el territorio Amazónico no
constituyó un entorno limitador del desarrollo cultural, sino que fue una
fuente de innovación social y tecnológica muy importante.
Otros
arqueólogos como Michael Heckenberger (Universidad de Florida), James Petersen
(Universidad de Vermont), Eduardo Goes Neves (Universidad e Sao Paulo) y Robert
Bartone (Universidad de Maine), a partir de 1994, investigaron yacimientos
arqueológicos en el Amazonas central. A diferencia de Meggers, la cual había
afirmado 20 años antes que la cuenca del río tenía escasa importancia arqueológica,
encontraron más de 30 yacimientos en la unión del Amazonas con el Río Negro. La datación con carbono indicó
que esos yacimientos tenían unos tres mil años de antigüedad, y que en el año
1000 a.c. constituían asentamientos humanos muy grandes.
En
uno de esos 30 yacimientos excavaron 10 montículos de tierra hechos por la mano
del hombre. En uno de ellos descubrieron 10 enterramientos, incluyendo una gran
urna funeraria. La técnica para construir los montículos incluía la
incorporación de millones de trozos de cerámica partida, la cual una parte de
ella parece haber sido elaborada con el fin expreso de ser desechada en la elaboración
de los montículos. En un solo montículo calcularon que existían 40 millones de
piezas de cerámica partida, lo que sugiere que el tamaño del grupo humano que
los construyó debía ser enorme (muy superior a los mil habitantes que puso
Meggers como límite superior de las poblaciones amazónicas).
En
2003, Heckenberger, Petersen y Neves publicaron algunas conclusiones de su
investigación, en la cual habían encontrado restos de 19 grandes aldeas unidas
por una red de amplios caminos y que formaban parte de un plan regional
sumamente elaborado, las cuales existían para los años 1250 y 1440 d.c. Por las
dimensiones de los restos encontrados, el conjunto de esas poblaciones podían
albergar de 200.000 a 400.000 habitantes (que las convertiría en una de las zonas más densamente pobladas del
mundo para la época), cifra totalmente contrapuesta con las aportadas por
Meggers.
El
gran aporte de esta civilización amazónica sería la Terra Preta, la
construcción de Junglas Antropogénicas capaces de alimentar a centenares de
miles de personas y que se perpetúan en el tiempo. Los pueblos indígenas de
esta región desarrollaron una agricultura que, a la postre, culminó en una
revolución agraria y cultural. Se produjo una estructuración
político-social de gran alcance que vinculaba a diversos pueblos aborígenes de
etnias distintas. En consecuencia, la Amazonía debiera entenderse como un
paisaje cultural y centro de domesticación de diversas plantas y animales, en
cuya transformación intervinieron numerosos pueblos (pertenecientes, entre
otras, a las familias lingüísticas Arahuaca, Pano, Tupi-Guaraní, Caribeñas y
Tipití).
Como
afirma Charles Mann: “Durante mucho
tiempo unos pobladores inteligentes, que conocían trucos que nosotros aún
estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la Amazonia sin
destruirla. Ante un problema ecológico, lo indios lo resolvían. En vez de
adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en pleno proceso de formación de
la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder” (Mann, 2006: 410).
La terra preta se compone de una compleja mezcla
de:
·
suelo estéril original de la cuenca amazónica
llamado oxisol ( de un color amarillo rojizo ).
·
carbón vegetal.
·
fragmentos de objetos de cerámica.
·
desechos orgánicos: residuos vegetales, heces
animales y huesos de pescado.
·
varios miles de microorganismos de diferentes
tipos.
La “Terra Preta” es famosa por su gran
productividad e incluso se extrae ilegalmente para luego ser vendida como
mezcla para macetas y enmiendas del suelo en Brasil y Bolivia. Se utilizan
sobre todo para producir cultivos comerciales como la papaya (lechosa) y el
mango, que crecen alrededor de tres veces más rápidamente que en los suelos
infértiles de los alrededores. Su mayor fertilidad se debe a los altos niveles
de materia orgánica y los nutrientes como el nitrógeno, fósforo, potasio y
calcio. Comparado con el suelo circundante, la Terra Preta puede contener tres
veces más fósforo y nitrógeno, y como su color indica, contiene mucho más
carbono (150 g de carbono por kg de suelo, frente a 20-30 g para el normal) y
además sus estratos son mucho más espesos (desde 45 cm. hasta 1,5 mts. de
profundidad). El carbón vegetal reduce significativamente la pérdida de
nutrientes a causa de la lluvia, reteniéndolos con fuerza a los agregados del
suelo.
Además, el mayor logro de los pueblos amazónicos
sigue vivo. Los científicos del suelo que analizan la Terra Preta han
encontrado en ella características asombrosas, especialmente su capacidad para
mantener los niveles de nutrientes durante cientos de años. La investigación
realizada por Heckenberger incluyó un huerto contemporáneo de lechosas
(papayos) que se basa en un terreno de Terra Preta cuyas cerámicas componentes
tiene una datación de mil años, lo que sugiere que el terreno ha conservado sus
nutrientes durante un milenio.
La existencia de la Terra Preta descarta que la
agricultura de “tala y quema” haya sido la técnica utilizada para cultivar la
tierra por los indígenas amazónicos. Investigadores como Robert Carneiro,
William Balée y Brian Ferguson, han concluido que el despeje de la vegetación
selvática del Amazonas era imposible con las hachas de piedra de las que
disponían los indígenas, pues implica un trabajo 20 veces superior (en tiempo)
al que se necesita con las hachas de metal introducidas por los europeos (Mann,
2006: 400).
De acuerdo con estos investigadores, la técnica
utilizada por los Yanomamis contemporáneos, de tala y quema de conucos mediante
cultivos itinerantes, surgió luego de la invasión europea, cuando los yanomamis
se vieron obligados a desplazarse de sus lugares originales en la cuenca del
Amazonas, huyendo de las enfermedades y de las incursiones en busca de
esclavos. Luego de un período en que practicaron la caza-recolección
seminómada, los Yanomamis consiguieron en el siglo XVII las herramientas de
metal que les permitieron desarrollar esa técnica agrícola de tala y quema que
Meggers creyó que constituía el sistema original de cultivo de los indígenas
precolombinos.
Según Charles Clement, botánico antropólogo del
Instituto Nacional Brasileño de Investigación Amazónica, en Manaos, los
primeros habitantes del Amazonas no desbrozaron la jungla como método para
cultivar, sino la reemplazaron por una que se adaptara a la utilización por
parte de los seres humanos. En vez de centrar su agricultura en cosechas
anuales, se centraron en la gran diversidad de árboles del Amazonas (Clement,
Denevan, Heckenberger, 2010).
En vez de plantar yuca y otros cultivos anuales en
sus huertos hasta que la jungla los invadiese, plantaron una selección de
árboles junto con la yuca (mandioca). De las 138 especies cultivables del
Amazonas, más de la mitad son árboles. Los visitantes del Amazonas se asombran
de que pueden pasearse por la jungla y coger constantemente frutas de los
árboles, dice Clement. Eso se debe a que hubo gente que los plantó. Pasean por
antiguos huertos.
Uno de esos árboles amazónicos es el Pejibaye, cuyo
rendimiento por hectárea es mucho más productivo que el arroz, el frijol o el
maíz. Este árbol no sólo suministra frutas, ricas en betacaroteno, vitamina C y
proteínas, sino que al secarse permite hacer harina para tortillas, al
cocinarse y fermentarse permite hacer cerveza, y su madera muy dura también es
utilizada. Consideran que el Pejibaye fue producto de hibridación utilizando
palmeras de distintas zonas cercanas, hace miles de años. A diferencia del maíz
o la yuca, el pejibaye no necesita de cuidados por parte de los humanos. Cuando
los yanomamis y otras tribus amazónicas abandonaron sus poblados en la cuenca
del río huyendo de los europeos, lograron subsistir por décadas alimentándose
de los huertos, de las selvas antropogénicas de sus antecesores.
CONCLUSIONES
La historia de la América precolombina debe
reescribirse. Esa es la conclusión fundamental a la que se llega a partir de
las más recientes investigaciones científicas en arqueología, genética,
lingüística, antropología y estudios paleoclimáticos. Las últimas décadas del
siglo XX y las dos primeras del siglo XXI han servido para modificar de una
manera bastante radical la percepción sobre el poblamiento americano y sobre
las culturas que se desarrollaron en este continente antes de la llegada de los
europeos.
Aunque la existencia de grandes civilizaciones como
los Aztecas e Incas había sido aceptada y estudiada desde hace varios siglos,
la valoración general sobre las culturas precolombinas, incluyendo a estos
grandes imperios, se ha modificado en la medida en que los investigadores han
roto con los prejuicios culturales impuestos por el racismo eurocentrista, y se
han aportado nuevos datos y perspectivas que colocan a la América antes de 1491
como un territorio en el cual surgieron importantes procesos civilizatorios que
aún hoy no se conocen del todo, pero que de manera indudable colocan a la
América en los primeros lugares del desarrollo cultural de la humanidad.
Abordando sólo tres aspectos de numerosos
escenarios de investigación que están en pleno desarrollo: el origen del
poblamiento americano, la civilización Caral como cultura primigenia a nivel
mundial, y las civilizaciones amazónicas, aún por conocerse en profundidad
éstas últimas, hemos intentado alertar sobre el necesario cambio de paradigma
que debe producirse al valorar al continente americano en el contexto de la
historia mundial.
El proceso de invasión, conquista y saqueo que se
produjo a partir de 1492 en América, introdujo simultáneamente un discurso
justificador, el cual fue perfeccionándose con los años y que sigue vivo en
pleno siglo XXI. Ese discurso parte de considerar que los habitantes de América
poseían una cultura inferior a la europea, y que por tanto era plenamente
justificado su sometimiento y dominación, como mecanismo que los impulsara
hacia un “estado civilizatorio” del cual eran incapaces de alcanzar por sí
mismos.
En la práctica, la invasión europea significó la
destrucción sistemática de todas las culturas originarias de América,
incluyendo los grandes imperios de los Incas y los Aztecas, el saqueo
generalizado de nuestras riquezas naturales (saqueo que aún pervive) y el
sometimiento esclavista de la población indígena que logró sobrevivir al
exterminio guerrerista europeo y a las enfermedades por ellos transmitidas.
Miles de años de civilización se disolvieron en
pocos siglos de conquista y colonia. Con el tiempo, tanto los colonizadores
como los colonizados terminaron olvidando la enorme riqueza cultural con la
cual se tropezaron Colón y demás conquistadores. El discurso discriminador y
negador de las culturas americanas terminó como fuente de verdad, y los posteriores
desarrollos culturales republicanos de los siglos XIX y XX reprodujeron las
explicaciones eurocéntricas sobre nuestros orígenes y nuestro pasado
precolombino.
Consideramos que el auge de investigaciones
científicas que revalorizan las culturas precolombinas y echan por tierra los
falsos discursos de científicos defensores de las históricas formas de
dominación imperialista occidental, tienen que ver con el resurgimiento general
de la lucha de clases en Nuestra América en las últimas tres décadas.
No por casualidad, estas nuevas perspectivas
científicas que redescubren una riqueza cultural que había sido sepultada por
siglos de opresión colonial-imperial, convergen en el tiempo con las luchas y
las conquistas que los pueblos latinoamericanos han logrado en casi todos los
países de Nuestra América desde fines del siglo anterior y las primeras décadas
del presente.
Postulamos un conocimiento
histórico y antropológico que reivindique nuestra identidad nuestramericana,
para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear
las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto
material como espiritual de nuestras sociedades. Cada pueblo, al encontrar sus
propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la
historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria de las sociedades
originarias americanas es una de las tareas teóricas principales de esta hora
de cambios.
Maracaibo, Tierra del Sol
Amada. 26 de septiembre de 2016.
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[1] Historiador. Profesor Titular de
la Universidad del Zulia. Facultad Experimental de Ciencias. Licenciatura de
Antropología. Correo: cruzcarrillo2001@yahoo.com.
[2] Estudiante de la Licenciatura de
Antropología de la Universidad del Zulia. Correo: antropolatina@hotmail.com
[3] Estudiante de la Licenciatura de
Antropología de la Universidad del Zulia. Correo: mileidy2424@hotmail.com
[4]
El hombre no llegó a América por el corredor libre de hielo. 13/08/2016. http://www.lagranepoca.com/ciencia-y-tecnologia/noticias/79973-el-hombre-no-llego-a-america-por-el-corredor-libre-de-hielo-dice-estudio-de-dna.html.
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