CARAL: LA NUEVA HISTORIA
DESCOLONIZADA DE AMÉRICA
LA HISTORIA RECIEN DESCUBIERTA DEL CONTINENTE AMERICANO
MODIFICA COMPLETAMENTE EL PENSAMIENTO DOMINANTE REFERIDO AL DESARROLLO DE LAS
CIVILIZACIONES HUMANAS[i]
El
mundo globalizado, a partir de los siglos XV-XVI, se desarrolló bajo un
discurso dominante que impusieron las élites absolutistas de la Europa
Occidental, discurso que luego continuaron las burguesías nacionales y
prolongaron hasta el presente quienes han controlado el capitalismo global. Ese
discurso fue construido bajo la necesidad de justificar la expansión de las
potencias europeas hacia el resto de continentes, estableciendo a partir de
allí que todo lo europeo es universalmente válido y que su cultura posee una
actividad creadora y dinámica superior al resto de sociedades del mundo.
Dicho
discurso parte de considerar que las llamadas sociedades clásicas de Grecia y
Roma constituyeron la “cuna de las grandes civilizaciones humanas”, y esa
cultura greco-romana ha sido impuesta a
nivel mundial como paradigma de la supuesta “superioridad” de las sociedades
europeas sobre el resto de pueblos del planeta tierra.
Entendemos al mundo occidental según la
conceptualización aportada por Antonio Soto:
“Debemos
aclarar previamente que entendemos como Occidente a toda Europa, Rusia
incluida, a América del Norte, a Australia, Nueva Zelanda y a Sudáfrica. No es
pues un término geográfico, sino más bien cultural. De allí se supone que no
existe un Oriente y que las llamadas sociedades orientales sólo lo son para
Europa. Si desde nuestro país debemos señalar la ubicación de otros
continentes, observamos que nuestro Occidente es el Asia y nuestro Oriente está
formado por Europa y África. Sin embargo, como europeos, norteamericanos y
australianos se denominan a sí mismos occidentales, debemos utilizar dicho
término para referirnos a ellos”.
Todo
el pensamiento occidental de los últimos siglos se ha fundamentado en la
cultura del Renacimiento europeo (siglos XV-XVI), considerado como recuperación
de las antiguas civilizaciones greco-romanas, y se puede considerar que buena
parte de todos los desarrollos teóricos en el campo de las ciencias: en la
economía, la política, la filosofía, la sociología, la antropología, la
historia, la educación, la matemática, la física, la química, la biología, la
agronomía, la medicina, la arquitectura y demás ciencias, tienen sus principios
fundamentales a partir de las ideas renacentistas y su posterior desarrollo por
el pensamiento occidental en los cinco siglos siguientes.
Incluso
el marxismo, entendido como cuerpo teórico de las luchas anticapitalistas de
los trabajadores, también tiene un fundamento eurocéntrico, engarzado en ese
principio básico de considerar la superioridad cultural de la civilización que
dio origen al actual sistema capitalista dominante.
En
este discurso eurocéntrico sobre la historia del mundo, que denominan “historia
universal”, la población del continente americano es un actor que ingresa
bastante tardíamente en el proceso histórico. Un continente poblado con mucha
posterioridad al resto de continentes, al cual se le reconocen la existencia de
varias civilizaciones medianamente desarrolladas, pero que en términos
generales han sido consideradas en un estadio inferior a la cultura que invadió
América a partir de las carabelas de Colón, razón que explicaría la
aniquilación de los imperios existentes para inicios del siglo XVI (Incas y
Aztecas) por parte de ese pequeño contingente de aventureros españoles que
inició tres siglos de genocidio, etnocidio y saqueo.
Al
designar como el “Nuevo Mundo” a América, las élites europeas construyeron un
referente que nos designaba como un territorio casi virgen, escasamente
habitado, cuyos pobladores calificaban en el concepto de “salvajes”. En el
mejor de los casos, unos salvajes con ciertos destellos de inteligencia que les
permitieron crear civilizaciones difíciles de explicar para el eurocentrismo,
como los Mayas, y construir maravillas arquitectónicas como Machu-Picchu. Pero
salvajes al fin, que habían ingresado al torrente civilizatorio a partir de la
conquista y colonización europea. Un continente que no tenía nada relevante que
aportar al desarrollo científico-cultural de la humanidad, más allá de algunas
manifestaciones exóticas reducidas a las secciones periféricas de los museos y
las enciclopedias (López, Suárez y Rodríguez, 2019: 20).
Todo
el conocimiento científico y todos los valores culturales que hoy imperan en
Nuestra América, que se continúan reproduciendo y expandiendo en universidades,
medios de comunicación, redes sociales, instituciones públicas, empresas
privadas, en los núcleos familiares y comunidades populares, sigue siendo
básicamente eurocéntrico.
Desde
la época colonial, buena parte de las élites criollas se hicieron reproductoras
de ese mismo discurso justificador de la dominación europea en América. En el
período republicano y ya entrado el siglo XX con sus luchas populares influidas
por la óptica marxista, sectores mayoritarios de las élites políticas tanto de
derecha como de izquierda asumieron la misma perspectiva eurocéntrica
explicativa de una “historia universal” cuya columna vertebral parte de la
antigua Grecia, en la cual los americanos nos ubicamos en las extremidades
inferiores de la humanidad.
La
izquierda latinoamericana, repitiendo a los manuales soviéticos, ha reproducido
y sigue haciéndolo en pleno siglo XXI, una visión de la historia humana que
desconoce completamente el desarrollo de las grandes civilizaciones que milenios
antes de Grecia y Roma se erigieron en América, África y Asia. Ante la
periodización de los historiadores europeos, impuesta a nivel mundial gracias a
la hegemonía de occidente, es decir: Prehistoria - Edad Antigua - Edad Media –
Edad Moderna – Edad Contemporánea, los marxistas soviéticos reprodujeron el
mismo esquema unilineal pero con otros nombres: Comunismo Primitivo –
Esclavismo – Feudalismo – Capitalismo – Socialismo.
Las
mayoritarias sociedades tributarias, que el mismo Carlos Marx definió como “modo
de producción asiático”, y que predominaron en casi todas las grandes
civilizaciones originarias de la humanidad, en Sumeria, Egipto, India, China, y
también en América, han sido ignoradas por ese discurso histórico eurocéntrico
(SotoAvila, 1994: 33-34)[ii].
La
mayoría de las sociedades evolucionaron de la sociedad sin clases a la forma
tributaria. El esclavismo dominante en la antigüedad clásica europea
(Grecia-Roma) fue una excepción y no la regla. El esquema unilineal
eurocéntrico hasta ahora dominante sólo refleja las etapas de la historia de
Europa occidental. Es imprescindible elaborar esquemas de desarrollo de las
distintas civilizaciones en cada uno de los continentes, en los cuales el modo
de producción tributario sería una constante, salvo la mencionada excepción
europea (Amin, 1989: 26).
Al
tomar la historia de Europa como eje de la “historia universal”, la perspectiva
global se tergiversa totalmente, pues en vez de considerar a las demás culturas
por lo que ellas son en sí mismas, estas adquieren interés desde el momento en
que entran en contacto con el mundo europeo. La “entrada” en la historia de los
pueblos no europeos sólo se produce al contactar con Europa. La historia
europea es la que decide cuándo, cómo y por qué otros pueblos tienen acceso a
la historia, cuándo pueden aspirar a la historicidad. De acuerdo con esa
perspectiva eurocéntrica, se habla entonces del “descubrimiento” cuando los
europeos entran en contacto con otras culturas, como ha ocurrido con su
narración de la invasión al continente americano.
El
llamado mundo occidental y cristiano le ha impuesto al resto del mundo su
propia explicación de la historia, presentándola como si fuera “universal”. De
acuerdo con ello, el derecho romano, la filosofía griega, la religión cristiana,
la democracia griega, la música, la pintura, el modo de vida, característicos
de la cultura occidental, deben constituirse en el patrón de referencia para el
resto de pueblos del mundo. Particularmente se ha fortalecido la tendencia a
atribuir la ciencia a Occidente, despreciando sistemáticamente todos los
aportes científicos provenientes de culturas no europeas. Pero el supuesto de
que todo lo europeo u occidental es universalmente válido es una falacia.
El
resultado del eurocentrismo ha sido el predominio de una visión completamente
falsa y tergiversada sobre nuestra historia como humanidad. Un desconocimiento
casi total sobre la extensamente rica experiencia civilizatoria del mundo no
europeo, y particularmente de la historia americana antes de la invasión
colonial iniciada con la llegada de Colón.
Pero
las cuatro últimas décadas han aportado investigaciones en distintos campos de
la ciencia que están derrumbando todos los falsos mitos sobre la superioridad
europea y las pretendidas limitaciones de las culturas americanas. El calibre
de los nuevos descubrimientos es tal que voltean completamente al eurocentrismo
hasta ahora dominante, y aportan una visión de la historia humana en donde
América pasa a jugar un papel de primer orden como territorio de las primeras
grandes civilizaciones, junto a Mesopotamia, y como espacio continental que
albergó manifestaciones culturales extremadamente sofisticadas y aún casi
desconocidas en toda su amplitud como sociedades complejas, cuya experiencia
civilizatoria tiene mucho que aportar al devenir futuro de la raza humana
(Mann, 2005: 51)[iii].
LA NUEVA INFORMACIÓN
SOBRE LA AMÉRICA INDÍGENA.
Haciendo
una enumeración de los principales aportes de la ciencia a la nueva historia
americana, podemos mencionar:
1.
La fecha de ingreso de
los primeros grupos humanos al continente americano, que hasta el presente se
ubicaba en unos 13.000 años atrás, de acuerdo a la tesis que postula al
yacimiento “Clovis” como la manifestación primaria de ocupación humana en
América, ha retrocedido hasta llegar a aproximaciones entre 23 y 43 mil años,
de acuerdo a los estudios arqueológicos y genéticos más recientes (Neel y
Wallace, 1994: 1158) (Bonatto y Salzano, 1997: 1866). Hace 18.000 años, América
se encontraba habitada por los seres humanos en toda su extensión, desde Alaska
hasta el sur de Chile y Argentina. En contraste, el continente europeo, que
atravesaba el último glaciar (Würm), se encontraba bajo los hielos y
deshabitado en buena parte de su extensión. El término “Nuevo Mundo” para designar
al continente americano se ha demostrado como completamente inadecuado y
equivocado (López Sánchez, 2017-a).
2. El
descubrimiento de la civilización de Caral, en Perú, cuya antigüedad se remonta
a 3500 años antes de nuestra era (5.500 años de antigüedad), constituye uno de
los datos históricos más contundentes acerca del notable desarrollo cultural de
los pueblos americanos varios milenios antes del florecimiento de Grecia y Roma
(López Sánchez, 2017-b). En el comienzo del siglo XXI se ha podido constatar
que tres mil años antes de la Grecia clásica los antiguos peruanos ya
construían pirámides (la ciudad de Caral cuenta con seis pirámides) y se
organizaban en sociedades complejas. A
partir de investigaciones realizadas a fines de la década de 1990 por los
arqueólogos peruanos Ruth Shady Solís, Arturo Ruiz Estrada y Manuel Aguirre
Morales, y los estadounidenses Jonathan Haas y WinifredCreamer, se ha podido
determinar que en el norte de Perú se desarrollaron hace unos cinco mil años
varios grandes asentamientos humanos encabezados por la ciudad de Caral, que
constituirían los primeros complejos urbanos de la humanidad después de
Sumeria. En total se han descubierto al menos 20 centros urbanos en la región
del valle del río Supé y otros valles aledaños, en Norte Chico, a unos 210
kilómetros de Lima. Fue en 1997 cuando Ruth Shady publicó los primeros
resultados de sus investigaciones en Caral, cuyas dataciones de carbono 14
determinaron el horizonte de cinco mil años de antigüedad, dejando muy atrás a
los Olmecas, que se desarrollaron en Mesoamérica 1.200 años después, y a la
cultura Chavín, en los andes peruanos, que surgiría 2.100 años más tarde que
Caral. De acuerdo al fechado de radiocarbono, Huaricanga tendría una antigüedad
de 3.500 años a.c., constituyendo hasta ahora el centro urbano más antiguo de
la región. Otros centros urbanos de ese período, que se ubican en zonas
ecológicas distintas (costa, sierra y selva alta), son Áspero, la Galgada,
Piruro, Kotosh, Huaricoto, Allpacoto, Chupacigarro Este, Chupacigarro Centro,
Chupacigarro Oeste, Pueblo Nuevo, Huacache, Peñico, Miraya y El Paraíso. En
una época en que los griegos apenas superaban el neolítico, las sociedades
indígenas americanas de Norte Chico, en Perú, desarrollaban un amplio escenario
cultural que perduró por unos dos mil años. Hoy tenemos la certeza de que los
antiguos peruanos desarrollaron una gran civilización con instituciones
estadales, centros urbanos, agricultura, sistemas de riego y redes de comercio
casi 30 siglos antes que los griegos (ShadySolis, 2006: 85). La gran
envergadura de las construcciones públicas implicó la organización de una forma
de estado expresados en trabajo tributario, dirigido por una elite teocrática
no militarista (no hay indicios ni de guerras ni de murallas defensivas). Caral
constituye una de las dos primeras civilizaciones humanas que por cuenta propia
desarrollaron formas de gobierno estadal (la otra es Sumeria) (Shady Solís,
2002: 58).
3. Con estos descubrimientos, que se han confirmado
gracias a las dataciones con carbono 14 en los primeros años de este siglo XXI,
el continente americano ha pasado a ocupar los primeros lugares en el orden de
nacimiento de las grandes civilizaciones humanas, implicando con ello un vuelco
considerable en la valoración de las culturas indígenas precolombinas,
despreciadas históricamente por la civilización occidental, desprecio que ha
servido de justificación permanente para perpetuar diversos y complejos mecanismos
de sometimiento económico, político y sociocultural hacia los países de Nuestra
América.
4.
Diferentes
investigaciones arqueológicas, antropológicas y de ecología histórica,
desarrolladas durante las dos últimas décadas del siglo pasado y lo que va del
presente siglo han permitido el reciente descubrimiento de una gran
civilización indígena en el territorio amazónico suramericano, que existió
durante varios milenios antes de la conquista europea (Balee, 2013: xiv). La
existencia de selvas construidas por humanos (Roosevelt, 2014:70), a partir de
tierras fértiles elaboradas por dichas sociedades en un proceso de varios
milenios de experimentación agrícola, y la constatación de centros poblados con
decenas de miles de habitantes, alimentados con un sistema de agricultura
intensiva muy sofisticado, permite afirmar que la Amazonia albergó una
civilización de entre 8 y 10 millones de personas en el período precolombino
(Clement y otros, 2015: 2). La "Terra Preta”, base de las selvas
producidas por humanos, echa por tierra la vieja tesis del “conuco de tala y
quema” como sistema agrícola originario de los indígenas suramericanos,
colocando a este último como un sistema de “emergencia y subsistencia” que se
desarrolló en el siglo XVII luego del desalojo de los pueblos amazónicos de sus
bosques antropogénicos. Los indígenas amazónicos construyeron sus propios
bosques como sistema altamente sofisticado de cultivo, utilizando una
tecnología que aún hoy no se ha interpretado totalmente, pero que puede aportar
mucho al futuro de la humanidad, al aprender las respuestas que nuestros
indígenas dieron ante los desafíos del ambiente y de cómo modificaron ese
ambiente para su propio beneficio.
5.
Recientes
investigaciones (en 2018) han identificado las ruinas de más de 60.000
casas, palacios, súper carreteras y otros asentamientos humanos que han estado
ocultos durante siglos bajo las selvas del norte de Guatemala. Este
hallazgo es un gran avance en la investigación arqueológica de la civilización
maya. El descubrimiento se realizó gracias al uso de la tecnología LIDAR (llamada
así por las siglas en inglés de Laser
ImagingDetection and Ranging, -Detección y medición de imágenes con láser-), un dispositivo que les permitió remover
digitalmente los árboles de las imágenes aéreas de las ciudades mayas,
revelando las ruinas de una civilización precolombina que era mucho más
compleja y estaba más interconectada de lo que la mayoría de los especialistas
en la civilización maya habían supuesto (Canuto y otros, 2018: 2). Las imágenes
proporcionadas por el escaneo de LiDAR muestran redes de súper carreteras que
conectaban centros urbanos, canteras y sistemas complejos de irrigación y
terrazas para la agricultura, actividad que les permitió alimentar a cientos de
trabajadores tributarios encargados de construir las grandes ciudades. Estos resultados demuestran que Centroamérica
albergó una civilización avanzada y compleja comparable con la antigua Grecia.
El estudio con LIDAR de la ciudad de Tikal ha permitido descubrir una extensión
desconocida hasta ahora de las áreas urbanas, que indican que dicha ciudad tuvo
cuatro veces más población de la que hasta ahora se había calculado. "Visto en su conjunto, las
terrazas y canales de riego, embalses, fortificaciones y calzadas revelan una asombrosa
cantidad de modificación de la tierra hecha por los mayas en todo su paisaje en
una escala previamente inimaginable", cuenta el
investigador Francisco Estrada-Belli. Lo que hace estimar la población de 10 a 15 millones de
personas en lugar de siete, durante el período Clásico Tardío (650-800
dC). Un hallazgo que sorprendió a los arqueólogos fue la compleja red de
calzadas que unían a las ciudades mayas en el área. Las carreteras elevadas,
que permitieron el paso fácilmente incluso durante las temporadas de lluvia,
eran suficientemente amplias y esto sugiere que
fueron muy transitadas y utilizadas para el comercio. El
estudio a fondo de los sistemas de escritura, numéricos y astronómicos de
civilizaciones americanas como la Maya, permiten conocer la profunda
sofisticación de sus conocimientos científicos. Entre otras cosas, los Mayas
fueron los primeros en usar el cero dentro de un sistema numérico. Los Mayas
fueron el pueblo más avanzado en su calendario y cálculos astronómicos para la
época en que existieron. Estrada-Belli finaliza diciendo: "Necesitaremos 100 años para analizar todos
los datos y realmente entender lo que estamos viendo".
6. La
población americana al momento de la invasión europea era realmente muy
superior a la que se le ha adjudicado en el discurso eurocéntrico que califica
al continente como un territorio casi deshabitado. Cuando Colón emprendió su
viaje en 1492, en América habían más habitantes que en toda Europa Occidental.
Sólo en la meseta central de México habitaban 25 millones de personas, mientras
España y Portugal juntos no llegaban a los 10 millones. Para el momento de la
llegada de los europeos a América, este continente poseía entre 90 y 112
millones de habitantes, más poblado que toda Europa (Dobyns, 1983) (Cook y
Bora, 1979). La aplicación de la reciente tecnología LIDAR al estudio de los
sitios arqueológicos precolombinos pudiera aumentar considerablemente esa cifra
poblacional. Esta grandiosa población indígena de América fue diezmada en el
trascurso de un siglo debido principalmente a los efectos de las enfermedades
trasmitidas por los invasores europeos. Se calcula que entre comienzos del
siglo XVI y el XVII América perdió el 90 % de su población indígena debido a
las enfermedades, acompañado por el genocidio-etnocidio desarrollado por los
conquistadores europeos para derrotar la resistencia y someter al trabajo
esclavo a los indoamericanos. El ocultamiento expreso de la gran cantidad de
población indígena americana al momento de la invasión europea ha tenido por
objetivo legitimar el argumento de que era perfectamente lícito y admisible
apoderarse de un territorio deshabitado, o que estaba escasamente poblado por
unos pocos “salvajes”.
7. La
enorme riqueza cultural de las sociedades americanas antes de la llegada
europea se refleja en la gran diferencia numérica entre las lenguas indígenas
de América y las existentes en Europa. Los estudios lingüísticos han demostrado
que los indígenas americanos hablaban unas 1.200 lenguas distintas, que han
sido clasificadas en 180 familias lingüísticas. En contraste, Europa sólo posee
8 familias lingüísticas (entre ellas, la indoeuropea, la ugro-finesa, la vasca
y la turca). Una variedad lingüística que echa por tierra la afirmación
anterior que establecía un poblamiento del continente de sólo 13 mil años, que
es el tiempo aceptado por la arqueología oficial norteamericana para la llegada
del hombre al continente americano, usando como patrón los yacimientos
denominados Clovis. Notable contraste entre las 180 familias lingüísticas de
América con las tan sólo 8 familias lingüísticas en Europa, lo que sugiere que
la llegada de los primeros seres humanos a nuestro continente debió ocurrir en
una fecha muy distante a la que sugiere la tesis Clovis, considerando en el
caso europeo que ese continente tendría 40 mil años habitado por el homo
sapiens, lo que permite sugerir que América pudiera tener un tiempo incluso
mayor para el ingreso de los primeros humanos a este territorio.
8. Las
sociedades que se desarrollaron en América en modo alguno pudieran considerarse
como pertenecientes a estadios culturales inferiores a las existentes en el
resto de continentes. Como afirma Charles Mann: “El Imperio Inca para 1492 constituía el imperio más vasto de la tierra.
Más extenso que la China de la dinastía Ming, mayor que la Rusia en expansión
de Iván El Grande, mayor que el imperio de Songhay en el Sahel o que la
poderosa Zimbabue en las mesetas de África occidental, mayor que el Imperio
Otomano, mayor que el imperio Azteca y mucho mayor que cualquier estado
europeo, el territorio de los incas se extendía a lo largo de treinta y dos
grados de latitud, equivalente a la distancia entre San Petesburgo (Rusia) y El
Cairo (Egipto)”. Ciudades como Tenochtitlán, capital del imperio Azteca,
constituía un centro urbano de mayores dimensiones que cualquier ciudad europea
de la época. La América precolombina desarrolló otras ciudades con poblaciones
de por lo menos 100.000 habitantes, como Teotihuacán en México, Chan Chan en
Perú, Tikal en Guatemala y Marajó en Brasil. Mucho se ha escrito sobre las
maravillas arquitectónicas de los Incas, Mayas y Aztecas, junto a otros pueblos
indoamericanos. Pensar nada más que en Caral hay pirámides que superan los
cuatro mil años de antigüedad, y todavía están en pie, es reconocer la grandeza
de las civilizaciones americanas, equiparables a cualquier otra expresión
civilizatoria del globo.
9. El
conocimiento científico aplicado a la agricultura tiene su mejor ejemplo en el
maíz, considerado en términos de producción el cultivo más importante del
mundo. El desarrollo del maíz, principal alimento de todas las grandes
civilizaciones americanas, se considera hoy en día como un milagro de la
ingeniería genética desarrollado por los indígenas de Mesoamérica (difícil
incluso de lograr en la actualidad). El maíz es una planta que no posee
especies silvestres, y se calcula que lo desarrollaron los mesoamericanos
mediante la hibridación de plantas silvestres, hace unos 6.000 años. El maíz no
fue domesticado, fue creado por los indígenas mesoamericanos. En México se han
identificado más de 50 cepas híbridas de maíz, genéticamente diferenciables, de
las que se desprenden hasta 5 mil variedades en Mesoamérica. El cultivo del
maíz fue desarrollado por los indígenas mediante la Milpa, que es un campo en
el cual se plantan una docena de cultivos a la vez, entre ellos maíz,
aguacates, múltiples variedades de calabazas y frijoles, melones, tomates,
ajíes, amaranto. Los cultivos de la milpa son complementarios tanto nutritiva
como ambientalmente. A diferencia de otros sistemas de cultivo en distintos
continentes, incluso en la actualidad, que generan un agotamiento del suelo a
largo plazo, aunque se recurra a fertilizantes artificiales, rotación de
cultivos y dejar el campo en barbecho por un tiempo, la Milpa existe en lugares
de Mesoamérica que han sido cultivados en forma continua y sistemática desde
hace cuatro mil años y que siguen siendo productivos. La Milpa es el único
sistema que permite esa clase de explotación a largo plazo. Al crear el Maíz,
los indígenas no sólo crearon una nueva especie, sino que crearon un nuevo
entorno en el cual situarlo, si se considera que no existen variedades silvestres
de ese cereal en América. Los indígenas americanos desarrollaron tres quintas
partes de los cultivos actuales en el mundo global, entre ellos el maíz, la
papa, la mandioca (yuca), el tomate, el pimiento (ajíes), las calabazas
(auyamas) y otras cucurbitáceas (melones, pepinos, patillas) y muchas
variedades de alubias (granos), el aguacate, el cacao y muchas otras plantas
alimenticias de consumo mundial. Además de otros vegetales fundamentales como
el algodón y el tabaco (Mann, 2006: 241).
10. Los
indígenas americanos transformaron a gran escala amplios espacios territoriales
para su propio beneficio. Ya hemos mencionado las selvas antropogénicas de la
Amazonia, que lanzan al basurero de las especulaciones pseudocientíficas las
tesis que predominaron por siglos de considerar a la selva amazónica un paisaje
virgen, sin intervenir, en el cual los seres humanos que allí residieron lo
hicieron prácticamente al mismo nivel que los animales, sin modificarlo en
ningún aspecto. Pero esa remodelación del paisaje se desarrolló también en
muchos otros lugares del continente. Por ejemplo los Iroqueses en Norteamérica,
que todos los otoños prendían fuego a los bosques, las llanuras y las praderas
para desbrozar los montes de toda hierba y sustancia nociva, a fin de que se
desarrollase mejor la primavera siguiente. Los indígenas norteamericanos, como
afirma Charles Mann, aplicaban el mismo principio ecológico de “sucesión”,
mediante el cual la naturaleza siempre se ha servido del fuego como medio para
remodelar los paisajes. Gracias al fuego cazaban ciervos en el noreste,
caimanes en los Everglades, búfalos en las praderas, saltamontes en la Gran
Cuenca, conejos en California, alces en Alaska. En lugar de domesticar a los
animales para alimentarse con su carne, los indígenas adaptaban los ecosistemas
para fomentar la reproducción de los alces, ciervos y osos. Los indígenas
lograron movilizar hacia el este a los bisontes de sus praderas en el oeste,
mediante el uso del fuego. Los grandes bosques con los cuales se encontraron
los primeros europeos en Norteamérica, que interpretaron como “jardines”
naturales, ralos y desprovistos de malezas, a través de los cuales podían
recorrerlos con caballos y carruajes, no eran en lo absoluto “naturales”, sino
conformados a través de los siglos por los mismos indígenas. El desarrollo de
la agricultura se realizó a la vez que conservaban bosques para la caza
mientras reforestaban con diversos tipos de nueces y frutos secos (nueces,
bellotas, avellanas, castañas). Como afirma el historiador William Cronon,
citado por Charles Mann: “cuando los
iroqueses cazaban bisontes obtenían un alimento que habían contribuido a
producir. Pocos observadores ingleses podían percatarse de este detalle. La
gente acostumbrada a la domesticación de animales carecía de los instrumentos
conceptuales adecuados para comprender que los indios practicaban una modalidad
agropecuaria propia”.
11. La
remodelación del paisaje también se presentó en los Aztecas: su sistema de
agricultura desarrollado sobre el lago Texcoco mediante las chinampas, balsas
que flotaban sobre las aguas, demuestra una inventiva científica propia de
sociedades avanzadas. Las culturas de los andes suramericanos, de las cuales el
imperio Inca fue su última expresión, constituyeron (y siguen existiendo en la
actualidad) el único lugar de la tierra en donde millones de personas, contra
toda lógica aparente, viven a más de tres mil metros de altitud sobre el nivel
del mar. En ningún otro lugar de la tierra ha vivido una población tantos miles
de años en circunstancias tan precarias. Los Incas construyeron una telaraña de
senderos empedrados que abarcaba un total de 40.000 kilómetros, incluyendo la
denominada “Gran Muralla del Perú”, de 65 kilómetros de longitud, que todavía
no ha sido investigada debidamente por los arqueólogos. Destacan también los
gigantescos trabajos de remoción de tierras que les permitió construir enormes
terrazas para el cultivo con sus respectivos canales de irrigación, que
asemejaban grandes escaleras que iban desde el fondo de los valles hasta las
cimas de las montañas, las cuales aún se pueden observar en diversos sitios de
los Andes.
12. Los
Quipus, cuerdas y nudos de colores elaborados por los Incas, que eran
considerados hasta ahora un complejo mecanismo de contabilidad, están siendo descifrados
como sistema de escritura que se perdió en la memoria de los tiempos al
colapsar la cultura de los Incas ante el avasallamiento militar y cultural
español, acompañado de la brutal pérdida poblacional en muy poco tiempo debido
a las enfermedades trasmitidas por los invasores (Hyland, Warey Clark, 2014)
(Urton,2002). Esta hipótesis sobre los Quipus como sistema de escritura, está
siendo comprobada por las recientes investigaciones de Sabine Hyland (2014),
Gary Urton y Manuel Medrano (2018). Se demostraría una vez más la alta
sofisticación de las culturas americanas. Según los cronistas españoles que
observaron el uso de quipus, estos textos de cuerdas codificaban información
numérica, como los pagos de tributos, así como la narrativa, historias reales
(Hyland, 2015: 1). Los quipus forman un código binario que se asemeja al
lenguaje informático de la actualidad, y han atraído el interés de
investigadores en universidades como Harvard (Medrano y Urton, 2018). Los
quipus desafían nuestra noción de lo que es la “escritura verdadera”. Estas
cuerdas anudadas mantenían registros numéricos, históricos y religiosos con
gran eficiencia de un imperio centralizado, altamente organizado. Los quipus
implican una combinación de la vista y el tacto, donde el color se combina con
las sensaciones táctiles de dirección de nudos y torsión de hilos para
transmitir lo que significan.La civilización indígena más grande del hemisferio
occidental desarrolló un sistema de escritura en tres dimensiones.Los Incas
comunicaron sus preocupaciones más íntimas a través de una estética en que la
vista y el tacto estaban inextricablemente entrelazadas (Hyland,2015: 3). En
cierta forma, el sistema de escritura de los Incas rompe con todos los sistemas
de escritura registrados en el resto del mundo, e integra una perspectiva
tridimensional y táctil no conocida hasta ahora.
¿SE PUEDE SEGUIR
LLAMANDO NUEVO MUNDO?
La
idea de concebir a América como el “Nuevo Mundo” se ha derrumbado ante las
evidencias arqueológicas que retrasan en decenas de miles de años la entrada de
seres humanos al continente y que colocan a los Andes suramericanos en el
origen mismo de las primeras grandes civilizaciones de la humanidad. Unas sociedades
complejas y sofisticadas, que nada tienen que envidiarle a las que se
desarrollaron en el resto de continentes, comienzan a emerger poco a poco,
trastocando todos los discursos científicos, todos los prejuicios culturales y
todas las justificaciones perversas que sirvieron de sustento a la aniquilación
casi completa de milenios de civilización que se suscitó en los siglos
siguientes a la invasión europea.
Recuperar
la memoria de la humanidad en América es imprescindible para valorar
adecuadamente los aportes civilizatorios que millones de personas desarrollaron
durante milenios en casi absoluta incomunicación con el resto del mundo
habitado. Una historia de más de cuarenta mil años espera por ser conocida,
difundida y comprendida, para bien del futuro de la actual sociedad
globalizada.
La historia de la América
precolombina debe reescribirse (López, Piñango y Suárez, 2018). Esa es la
conclusión fundamental a la que se llega a partir de las más recientes
investigaciones científicas en arqueología, genética, lingüística, antropología
y estudios paleoclimáticos. Las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras
del siglo XXI han servido para modificar de una manera bastante radical la
percepción sobre el poblamiento americano y sobre las culturas que se
desarrollaron en este continente antes de la llegada de los europeos.
Aunque la existencia de grandes
civilizaciones como los Aztecas e Incas había sido aceptada y estudiada desde
hace varios siglos, la valoración general sobre las culturas precolombinas,
incluyendo a estos grandes imperios, se ha modificado en la medida en que los
investigadores han roto con los prejuicios culturales impuestos por el racismo
eurocentrista, y se han aportado nuevos datos y perspectivas que colocan a la
América antes de 1492 como un territorio en el cual surgieron importantes
procesos civilizatorios que aún hoy no se conocen del todo, pero que de manera
indudable colocan a la América en los primeros lugares del desarrollo cultural
de la humanidad.
El proceso de invasión, conquista
y saqueo que se produjo a partir de 1492 en América, introdujo simultáneamente
un discurso justificador, el cual fue perfeccionándose con los años y que sigue
vivo en pleno siglo XXI. Ese discurso parte de considerar que los habitantes de
América poseían una cultura inferior a la europea, y que por tanto era
plenamente justificado su sometimiento y dominación, como mecanismo que los
impulsara hacia un “estado civilizatorio” del cual eran incapaces de alcanzar
por sí mismos.
En la práctica, la invasión
europea significó la destrucción sistemática de todas las culturas originarias
de América, incluyendo los grandes imperios de los Incas y los Aztecas, el
saqueo generalizado de nuestras riquezas naturales (saqueo que aún pervive) y
el sometimiento esclavista de la población indígena que logró sobrevivir al
exterminio guerrerista europeo y a las enfermedades por ellos transmitidas.
Miles de años de civilización se
disolvieron en pocos siglos de conquista y colonia. Con el tiempo, tanto los
colonizadores como los colonizados terminaron olvidando la enorme riqueza
cultural con la cual se tropezaron Colón y demás conquistadores. El discurso
discriminador y negador de las culturas americanas terminó como fuente de
verdad, y los posteriores desarrollos culturales republicanos de los siglos XIX
y XX reprodujeron las explicaciones eurocéntricas sobre nuestros orígenes y
nuestro pasado precolombino.
Postulamos un conocimiento
histórico y antropológico que reivindique nuestra identidad nuestramericana,
para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear
las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto
material como espiritual de nuestras sociedades. Cada pueblo, al encontrar sus
propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la
historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria de las sociedades
originarias americanas es una de las tareas teóricas principales del momento
actual.
Desde principios del siglo
XIX se produjo en Nuestra América[iv]
un pensamiento propio que intenta ver y pensar nuestras sociedades con un
proyecto americanista autónomo que busca apartarse de la subordinación a las
potenciales occidentales que han dominado directa o indirectamente esta parte
del mundo desde la época de Colón. Este pensamiento nuestramericano ha sido
escasamente estudiado y considerado en los escenarios académicos de Venezuela.
Incluso algunos de sus principales autores son totalmente desconocidos en el
medio universitario del país.
El pensamiento americanista que comenzó a surgir
desde el siglo XIX ha enfrentado durante dos siglos a una corriente contraria
que podemos llamar civilizatoria (CorvalanMarquez, 2015: 24), que en los hechos
ha actuado como representante criolla de los intereses foráneos en Nuestra
América, pues considera a nuestras sociedades como apéndices de la cultura
europeo occidental y valora nuestros desarrollos societales en la medida en que
se asemejan a los modelos del capitalismo liberal que esas naciones
representan.
Con
las nuevas aportaciones científicas sobre la historia real de las sociedades
que habitaron el continente durante milenios anteriores a la invasión europea,
se abre un campo de reflexión y debate que fortalece considerablemente esta
perspectiva americanista. Toda esta contundente realidad que aportan las
recientes investigaciones arqueológicas, antropológicas, lingüísticas, paleo
climáticas y genéticas sobre el pasado americano, contribuyen a fortalecer una
tendencia epistemológica, filosófica y política que ha buscado desde la época
de la independencia definir un camino propio y soberano para el desarrollo de
los pueblos de Nuestra América.
Afirmaciones como la de Stuart Fiedel,
prominente arqueólogo estadounidense, en las palabras iniciales de su obra:
“Prehistoria de América”: “Cuando Cristóbal Colón desembarcó en una isla de
las Bahamas a la que llamó San Salvador … América y sus habitantes pasaron
repentinamente de la prehistoria a la historia, esto es, al período en el cual
los acontecimientos se recuerdan por medio de documentos escritos”(Fiedel,1996: 19), que implican concebir a
los pueblos indígenas americanos como pertenecientes a estadios muy atrasados
de evolución socio-cultural, están actualmente en total cuestionamiento en
virtud de todas estas recientes investigaciones que voltean completamente lo
que se conocía como la historia de la América precolombina, e incluso modifican
la propia historia de la humanidad en su conjunto.
La conciencia sobre nuestro pasado y
sobre cómo el mismo puede repercutir y ayudar a resolver los gruesos nudos
civilizatorios de la humanidad en el siglo XXI, es una tarea de grandes
implicaciones y de mucha pertinencia para las nuevas generaciones de investigadores
y de líderes sociales.
El pensamiento propio de Nuestra
América, surgido en el siglo XIX, fortalecido en el XX y que se adentra en la
actual crisis civilizatoria del siglo XXI, espera por los aportes que se deben
extraer de ese pasado precolombino que apenas comenzamos a conocer.
Este vuelco del conocimiento que por
décadas predominó en el mundo científico sobre la América precolombina implica
una alerta para los ciudadanos al momento de valorar la información que se
recibe tanto en los medios académicos como en la opinión pública (medios de
información, redes sociales), sobre el pasado del continente americano. Luego
de 1492 se construyó un discurso y se erigieron unas sociedades que negaron
totalmente los milenios de grandes civilizaciones que se habían desarrollado
anteriormente, hasta el punto que luego de medio milenio y pese a todos los
avances, aún podemos afirmar que el desconocimiento y la ignorancia sobre
nuestro pasado es lo que prevalece.
Las implicaciones teóricas, filosóficas,
de estos recientes descubrimientos sobre nuestro pasado antes de Colón, no
solamente para el pensamiento de Nuestra América, sino para la humanidad toda,
aún están por verse. El discurso eurocéntrico predominante durante cinco siglos
está en proceso de derrumbe total ante la certeza de que milenios antes de la
civilización clásica en Grecia y Roma, existían en América diferentes
sociedades de alta sofisticación, de considerable extensión y numerosamente
pobladas.
El Nuevo Mundo americano, anteriormente valorado
como prístino, salvaje, casi deshabitado y muy poco avanzado en términos
civilizatorios, se comienza a presentar en contrario como cuna de las primeras
grandes civilizaciones humanas y cuyos secretos se van revelando a medida que
la ciencia avanza en sus investigaciones.
“Practicaron la agricultura durante siglos.
Pero en vez de destruir el terreno, lo mejoraron. Algo que hoy en día aún no se
conoce en las tierras del trópico”.
“Durante mucho tiempo unos pobladores inteligentes, que conocían trucos
que nosotros aún estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la
Amazonia sin destruirla. Ante un problema ecológico, los indios lo resolvían.
En vez de adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en pleno proceso de
formación de la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder”.
Charles Mann.
Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 6
de abril de 2020.
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*Historiador.
Doctor en Ciencias Políticas. Profesor Titular de la Universidad del Zulia.
Licenciatura de Antropología. Maracaibo, Venezuela. Correo: cruzcarrillo2001@gmail.com. El presente texto proviene de un artículo de mi autoría que ha sido aprobado para ser publicado en la revista Cuadernos Latinoamericanos N° 56 de Julio-Septiembre/2019.
[i]El presente
ensayo es una primera aproximación al debate en torno a la nueva historia del
continente americano. No son ideas totalmente acabadas, sino un primer intento
por abordar el impacto teórico que sobre todo el conocimiento científico
implica estos descubrimientos que cambian la historia de la humanidad.
[ii]Esta reflexión
crítica sobre la periodización histórica unilineal impuesta por el
eurocentrismo la escuchamos por primera vez de nuestro profesor Antonio Soto
Avila, quien para 1990 dictaba la materia Africa y Medio Oriente en la mención
Ciencias Sociales - Área de Historia, de la Escuela de Educación de LUZ.
[iii] La primera
información a la que tuvimos acceso sobre los nuevos descubrimientos
científicos referidos a la América precolombina fue en 2009 al leer la obra de
Charles Mann, “1491. Una nueva Historia de las Américas antes de Colón”. En
2009 inicié el dictado de la materia Historia de América en la nueva
Licenciatura de Antropología que arrancó ese año en LUZ, y encontrar el libro
de Mann en una librería de Maracaibo fue un maravilloso descubrimiento a partir
del cual hemos iniciado la reflexión que en este ensayo intentamos resumir.
[iv]Recuperando a José Martí, Nuestra América abarca todos los territorios
del continente fuera de los Estados Unidos y Canadá. En esta perspectiva que
considera los nuevos descubrimientos sobre toda la América precolombina, el concepto
de Nuestra América debería extenderse al continente completo, pues el tiempo
durante el cual los estadounidenses han dominado y expoliado a los pueblos
latinoamericanos y caribeños es demasiado corto para suprimir las decenas de
siglos durante los cuales los indígenas norteamericanos desarrollaron
importantes expresiones culturales que hoy siguen siendo casi desconocidas. En
esta nueva interpretación, Nuestra América ya no estaría solamente referida a
un territorio, sino también a un tiempo histórico hasta ahora silenciado e
ignorado (su ámbito territorial dependería del espacio temporal que se
estudie).