miércoles, 13 de mayo de 2020



CARAL: LA NUEVA HISTORIA
DESCOLONIZADA DE AMÉRICA
Roberto López Sánchez*

LA HISTORIA RECIEN DESCUBIERTA DEL CONTINENTE AMERICANO MODIFICA COMPLETAMENTE EL PENSAMIENTO DOMINANTE REFERIDO AL DESARROLLO DE LAS CIVILIZACIONES HUMANAS[i]

El mundo globalizado, a partir de los siglos XV-XVI, se desarrolló bajo un discurso dominante que impusieron las élites absolutistas de la Europa Occidental, discurso que luego continuaron las burguesías nacionales y prolongaron hasta el presente quienes han controlado el capitalismo global. Ese discurso fue construido bajo la necesidad de justificar la expansión de las potencias europeas hacia el resto de continentes, estableciendo a partir de allí que todo lo europeo es universalmente válido y que su cultura posee una actividad creadora y dinámica superior al resto de sociedades del mundo.

Dicho discurso parte de considerar que las llamadas sociedades clásicas de Grecia y Roma constituyeron la “cuna de las grandes civilizaciones humanas”, y esa cultura greco-romana ha sido  impuesta a nivel mundial como paradigma de la supuesta “superioridad” de las sociedades europeas sobre el resto de pueblos del planeta tierra.

Entendemos al mundo occidental según la conceptualización aportada por Antonio Soto:

Debemos aclarar previamente que entendemos como Occidente a toda Europa, Rusia incluida, a América del Norte, a Australia, Nueva Zelanda y a Sudáfrica. No es pues un término geográfico, sino más bien cultural. De allí se supone que no existe un Oriente y que las llamadas sociedades orientales sólo lo son para Europa. Si desde nuestro país debemos señalar la ubicación de otros continentes, observamos que nuestro Occidente es el Asia y nuestro Oriente está formado por Europa y África. Sin embargo, como europeos, norteamericanos y australianos se denominan a sí mismos occidentales, debemos utilizar dicho término para referirnos a ellos”.

Todo el pensamiento occidental de los últimos siglos se ha fundamentado en la cultura del Renacimiento europeo (siglos XV-XVI), considerado como recuperación de las antiguas civilizaciones greco-romanas, y se puede considerar que buena parte de todos los desarrollos teóricos en el campo de las ciencias: en la economía, la política, la filosofía, la sociología, la antropología, la historia, la educación, la matemática, la física, la química, la biología, la agronomía, la medicina, la arquitectura y demás ciencias, tienen sus principios fundamentales a partir de las ideas renacentistas y su posterior desarrollo por el pensamiento occidental en los cinco siglos siguientes.

Incluso el marxismo, entendido como cuerpo teórico de las luchas anticapitalistas de los trabajadores, también tiene un fundamento eurocéntrico, engarzado en ese principio básico de considerar la superioridad cultural de la civilización que dio origen al actual sistema capitalista dominante.

En este discurso eurocéntrico sobre la historia del mundo, que denominan “historia universal”, la población del continente americano es un actor que ingresa bastante tardíamente en el proceso histórico. Un continente poblado con mucha posterioridad al resto de continentes, al cual se le reconocen la existencia de varias civilizaciones medianamente desarrolladas, pero que en términos generales han sido consideradas en un estadio inferior a la cultura que invadió América a partir de las carabelas de Colón, razón que explicaría la aniquilación de los imperios existentes para inicios del siglo XVI (Incas y Aztecas) por parte de ese pequeño contingente de aventureros españoles que inició tres siglos de genocidio, etnocidio y saqueo.

Al designar como el “Nuevo Mundo” a América, las élites europeas construyeron un referente que nos designaba como un territorio casi virgen, escasamente habitado, cuyos pobladores calificaban en el concepto de “salvajes”. En el mejor de los casos, unos salvajes con ciertos destellos de inteligencia que les permitieron crear civilizaciones difíciles de explicar para el eurocentrismo, como los Mayas, y construir maravillas arquitectónicas como Machu-Picchu. Pero salvajes al fin, que habían ingresado al torrente civilizatorio a partir de la conquista y colonización europea. Un continente que no tenía nada relevante que aportar al desarrollo científico-cultural de la humanidad, más allá de algunas manifestaciones exóticas reducidas a las secciones periféricas de los museos y las enciclopedias (López, Suárez y Rodríguez, 2019: 20).

Todo el conocimiento científico y todos los valores culturales que hoy imperan en Nuestra América, que se continúan reproduciendo y expandiendo en universidades, medios de comunicación, redes sociales, instituciones públicas, empresas privadas, en los núcleos familiares y comunidades populares, sigue siendo básicamente eurocéntrico.

Desde la época colonial, buena parte de las élites criollas se hicieron reproductoras de ese mismo discurso justificador de la dominación europea en América. En el período republicano y ya entrado el siglo XX con sus luchas populares influidas por la óptica marxista, sectores mayoritarios de las élites políticas tanto de derecha como de izquierda asumieron la misma perspectiva eurocéntrica explicativa de una “historia universal” cuya columna vertebral parte de la antigua Grecia, en la cual los americanos nos ubicamos en las extremidades inferiores de la humanidad.

La izquierda latinoamericana, repitiendo a los manuales soviéticos, ha reproducido y sigue haciéndolo en pleno siglo XXI, una visión de la historia humana que desconoce completamente el desarrollo de las grandes civilizaciones que milenios antes de Grecia y Roma se erigieron en América, África y Asia. Ante la periodización de los historiadores europeos, impuesta a nivel mundial gracias a la hegemonía de occidente, es decir: Prehistoria - Edad Antigua - Edad Media – Edad Moderna – Edad Contemporánea, los marxistas soviéticos reprodujeron el mismo esquema unilineal pero con otros nombres: Comunismo Primitivo – Esclavismo – Feudalismo – Capitalismo – Socialismo.

Las mayoritarias sociedades tributarias, que el mismo Carlos Marx definió como “modo de producción asiático”, y que predominaron en casi todas las grandes civilizaciones originarias de la humanidad, en Sumeria, Egipto, India, China, y también en América, han sido ignoradas por ese discurso histórico eurocéntrico (SotoAvila, 1994: 33-34)[ii].

La mayoría de las sociedades evolucionaron de la sociedad sin clases a la forma tributaria. El esclavismo dominante en la antigüedad clásica europea (Grecia-Roma) fue una excepción y no la regla. El esquema unilineal eurocéntrico hasta ahora dominante sólo refleja las etapas de la historia de Europa occidental. Es imprescindible elaborar esquemas de desarrollo de las distintas civilizaciones en cada uno de los continentes, en los cuales el modo de producción tributario sería una constante, salvo la mencionada excepción europea (Amin, 1989: 26).

Al tomar la historia de Europa como eje de la “historia universal”, la perspectiva global se tergiversa totalmente, pues en vez de considerar a las demás culturas por lo que ellas son en sí mismas, estas adquieren interés desde el momento en que entran en contacto con el mundo europeo. La “entrada” en la historia de los pueblos no europeos sólo se produce al contactar con Europa. La historia europea es la que decide cuándo, cómo y por qué otros pueblos tienen acceso a la historia, cuándo pueden aspirar a la historicidad. De acuerdo con esa perspectiva eurocéntrica, se habla entonces del “descubrimiento” cuando los europeos entran en contacto con otras culturas, como ha ocurrido con su narración de la invasión al continente americano.

El llamado mundo occidental y cristiano le ha impuesto al resto del mundo su propia explicación de la historia, presentándola como si fuera “universal”. De acuerdo con ello, el derecho romano, la filosofía griega, la religión cristiana, la democracia griega, la música, la pintura, el modo de vida, característicos de la cultura occidental, deben constituirse en el patrón de referencia para el resto de pueblos del mundo. Particularmente se ha fortalecido la tendencia a atribuir la ciencia a Occidente, despreciando sistemáticamente todos los aportes científicos provenientes de culturas no europeas. Pero el supuesto de que todo lo europeo u occidental es universalmente válido es una falacia.

El resultado del eurocentrismo ha sido el predominio de una visión completamente falsa y tergiversada sobre nuestra historia como humanidad. Un desconocimiento casi total sobre la extensamente rica experiencia civilizatoria del mundo no europeo, y particularmente de la historia americana antes de la invasión colonial iniciada con la llegada de Colón.

Pero las cuatro últimas décadas han aportado investigaciones en distintos campos de la ciencia que están derrumbando todos los falsos mitos sobre la superioridad europea y las pretendidas limitaciones de las culturas americanas. El calibre de los nuevos descubrimientos es tal que voltean completamente al eurocentrismo hasta ahora dominante, y aportan una visión de la historia humana en donde América pasa a jugar un papel de primer orden como territorio de las primeras grandes civilizaciones, junto a Mesopotamia, y como espacio continental que albergó manifestaciones culturales extremadamente sofisticadas y aún casi desconocidas en toda su amplitud como sociedades complejas, cuya experiencia civilizatoria tiene mucho que aportar al devenir futuro de la raza humana (Mann, 2005: 51)[iii].

LA NUEVA INFORMACIÓN SOBRE LA AMÉRICA INDÍGENA.

Haciendo una enumeración de los principales aportes de la ciencia a la nueva historia americana, podemos mencionar:

1.      La fecha de ingreso de los primeros grupos humanos al continente americano, que hasta el presente se ubicaba en unos 13.000 años atrás, de acuerdo a la tesis que postula al yacimiento “Clovis” como la manifestación primaria de ocupación humana en América, ha retrocedido hasta llegar a aproximaciones entre 23 y 43 mil años, de acuerdo a los estudios arqueológicos y genéticos más recientes (Neel y Wallace, 1994: 1158) (Bonatto y Salzano, 1997: 1866). Hace 18.000 años, América se encontraba habitada por los seres humanos en toda su extensión, desde Alaska hasta el sur de Chile y Argentina. En contraste, el continente europeo, que atravesaba el último glaciar (Würm), se encontraba bajo los hielos y deshabitado en buena parte de su extensión. El término “Nuevo Mundo” para designar al continente americano se ha demostrado como completamente inadecuado y equivocado (López Sánchez, 2017-a).

2.      El descubrimiento de la civilización de Caral, en Perú, cuya antigüedad se remonta a 3500 años antes de nuestra era (5.500 años de antigüedad), constituye uno de los datos históricos más contundentes acerca del notable desarrollo cultural de los pueblos americanos varios milenios antes del florecimiento de Grecia y Roma (López Sánchez, 2017-b). En el comienzo del siglo XXI se ha podido constatar que tres mil años antes de la Grecia clásica los antiguos peruanos ya construían pirámides (la ciudad de Caral cuenta con seis pirámides) y se organizaban en sociedades complejas. A partir de investigaciones realizadas a fines de la década de 1990 por los arqueólogos peruanos Ruth Shady Solís, Arturo Ruiz Estrada y Manuel Aguirre Morales, y los estadounidenses Jonathan Haas y WinifredCreamer, se ha podido determinar que en el norte de Perú se desarrollaron hace unos cinco mil años varios grandes asentamientos humanos encabezados por la ciudad de Caral, que constituirían los primeros complejos urbanos de la humanidad después de Sumeria. En total se han descubierto al menos 20 centros urbanos en la región del valle del río Supé y otros valles aledaños, en Norte Chico, a unos 210 kilómetros de Lima. Fue en 1997 cuando Ruth Shady publicó los primeros resultados de sus investigaciones en Caral, cuyas dataciones de carbono 14 determinaron el horizonte de cinco mil años de antigüedad, dejando muy atrás a los Olmecas, que se desarrollaron en Mesoamérica 1.200 años después, y a la cultura Chavín, en los andes peruanos, que surgiría 2.100 años más tarde que Caral. De acuerdo al fechado de radiocarbono, Huaricanga tendría una antigüedad de 3.500 años a.c., constituyendo hasta ahora el centro urbano más antiguo de la región. Otros centros urbanos de ese período, que se ubican en zonas ecológicas distintas (costa, sierra y selva alta), son Áspero, la Galgada, Piruro, Kotosh, Huaricoto, Allpacoto, Chupacigarro Este, Chupacigarro Centro, Chupacigarro Oeste, Pueblo Nuevo, Huacache, Peñico, Miraya y El Paraíso. En una época en que los griegos apenas superaban el neolítico, las sociedades indígenas americanas de Norte Chico, en Perú, desarrollaban un amplio escenario cultural que perduró por unos dos mil años. Hoy tenemos la certeza de que los antiguos peruanos desarrollaron una gran civilización con instituciones estadales, centros urbanos, agricultura, sistemas de riego y redes de comercio casi 30 siglos antes que los griegos (ShadySolis, 2006: 85). La gran envergadura de las construcciones públicas implicó la organización de una forma de estado expresados en trabajo tributario, dirigido por una elite teocrática no militarista (no hay indicios ni de guerras ni de murallas defensivas). Caral constituye una de las dos primeras civilizaciones humanas que por cuenta propia desarrollaron formas de gobierno estadal (la otra es Sumeria) (Shady Solís, 2002: 58).

3.      Con estos descubrimientos, que se han confirmado gracias a las dataciones con carbono 14 en los primeros años de este siglo XXI, el continente americano ha pasado a ocupar los primeros lugares en el orden de nacimiento de las grandes civilizaciones humanas, implicando con ello un vuelco considerable en la valoración de las culturas indígenas precolombinas, despreciadas históricamente por la civilización occidental, desprecio que ha servido de justificación permanente para perpetuar diversos y complejos mecanismos de sometimiento económico, político y sociocultural hacia los países de Nuestra América.

4.      Diferentes investigaciones arqueológicas, antropológicas y de ecología histórica, desarrolladas durante las dos últimas décadas del siglo pasado y lo que va del presente siglo han permitido el reciente descubrimiento de una gran civilización indígena en el territorio amazónico suramericano, que existió durante varios milenios antes de la conquista europea (Balee, 2013: xiv). La existencia de selvas construidas por humanos (Roosevelt, 2014:70), a partir de tierras fértiles elaboradas por dichas sociedades en un proceso de varios milenios de experimentación agrícola, y la constatación de centros poblados con decenas de miles de habitantes, alimentados con un sistema de agricultura intensiva muy sofisticado, permite afirmar que la Amazonia albergó una civilización de entre 8 y 10 millones de personas en el período precolombino (Clement y otros, 2015: 2). La "Terra Preta”, base de las selvas producidas por humanos, echa por tierra la vieja tesis del “conuco de tala y quema” como sistema agrícola originario de los indígenas suramericanos, colocando a este último como un sistema de “emergencia y subsistencia” que se desarrolló en el siglo XVII luego del desalojo de los pueblos amazónicos de sus bosques antropogénicos. Los indígenas amazónicos construyeron sus propios bosques como sistema altamente sofisticado de cultivo, utilizando una tecnología que aún hoy no se ha interpretado totalmente, pero que puede aportar mucho al futuro de la humanidad, al aprender las respuestas que nuestros indígenas dieron ante los desafíos del ambiente y de cómo modificaron ese ambiente para su propio beneficio.

5.      Recientes investigaciones (en 2018) han identificado las ruinas de más de 60.000 casas, palacios, súper carreteras y otros asentamientos humanos que han estado ocultos durante siglos bajo las selvas del norte de Guatemala. Este hallazgo es un gran avance en la investigación arqueológica de la civilización maya. El descubrimiento se realizó gracias al uso de la tecnología LIDAR (llamada así por las siglas en inglés de Laser ImagingDetection and Ranging, -Detección y medición de imágenes con láser-), un dispositivo que les permitió remover digitalmente los árboles de las imágenes aéreas de las ciudades mayas, revelando las ruinas de una civilización precolombina que era mucho más compleja y estaba más interconectada de lo que la mayoría de los especialistas en la civilización maya habían supuesto (Canuto y otros, 2018: 2). Las imágenes proporcionadas por el escaneo de LiDAR muestran redes de súper carreteras que conectaban centros urbanos, canteras y sistemas complejos de irrigación y terrazas para la agricultura, actividad que les permitió alimentar a cientos de trabajadores tributarios encargados de construir las grandes ciudades. Estos resultados demuestran que Centroamérica albergó una civilización avanzada y compleja comparable con la antigua Grecia. El estudio con LIDAR de la ciudad de Tikal ha permitido descubrir una extensión desconocida hasta ahora de las áreas urbanas, que indican que dicha ciudad tuvo cuatro veces más población de la que hasta ahora se había calculado. "Visto en su conjunto, las terrazas y canales de riego, embalses, fortificaciones y calzadas revelan una asombrosa cantidad de modificación de la tierra hecha por los mayas en todo su paisaje en una escala previamente inimaginable", cuenta el investigador Francisco Estrada-Belli. Lo que hace estimar la población de 10 a 15 millones de personas en lugar de siete, durante el período Clásico Tardío (650-800 dC). Un hallazgo que sorprendió a los arqueólogos fue la compleja red de calzadas que unían a las ciudades mayas en el área. Las carreteras elevadas, que permitieron el paso fácilmente incluso durante las temporadas de lluvia, eran suficientemente amplias y esto sugiere que fueron muy transitadas y utilizadas para el comercio. El estudio a fondo de los sistemas de escritura, numéricos y astronómicos de civilizaciones americanas como la Maya, permiten conocer la profunda sofisticación de sus conocimientos científicos. Entre otras cosas, los Mayas fueron los primeros en usar el cero dentro de un sistema numérico. Los Mayas fueron el pueblo más avanzado en su calendario y cálculos astronómicos para la época en que existieron. Estrada-Belli finaliza diciendo: "Necesitaremos 100 años para analizar todos los datos y realmente entender lo que estamos viendo".

6.      La población americana al momento de la invasión europea era realmente muy superior a la que se le ha adjudicado en el discurso eurocéntrico que califica al continente como un territorio casi deshabitado. Cuando Colón emprendió su viaje en 1492, en América habían más habitantes que en toda Europa Occidental. Sólo en la meseta central de México habitaban 25 millones de personas, mientras España y Portugal juntos no llegaban a los 10 millones. Para el momento de la llegada de los europeos a América, este continente poseía entre 90 y 112 millones de habitantes, más poblado que toda Europa (Dobyns, 1983) (Cook y Bora, 1979). La aplicación de la reciente tecnología LIDAR al estudio de los sitios arqueológicos precolombinos pudiera aumentar considerablemente esa cifra poblacional. Esta grandiosa población indígena de América fue diezmada en el trascurso de un siglo debido principalmente a los efectos de las enfermedades trasmitidas por los invasores europeos. Se calcula que entre comienzos del siglo XVI y el XVII América perdió el 90 % de su población indígena debido a las enfermedades, acompañado por el genocidio-etnocidio desarrollado por los conquistadores europeos para derrotar la resistencia y someter al trabajo esclavo a los indoamericanos. El ocultamiento expreso de la gran cantidad de población indígena americana al momento de la invasión europea ha tenido por objetivo legitimar el argumento de que era perfectamente lícito y admisible apoderarse de un territorio deshabitado, o que estaba escasamente poblado por unos pocos “salvajes”.

7.      La enorme riqueza cultural de las sociedades americanas antes de la llegada europea se refleja en la gran diferencia numérica entre las lenguas indígenas de América y las existentes en Europa. Los estudios lingüísticos han demostrado que los indígenas americanos hablaban unas 1.200 lenguas distintas, que han sido clasificadas en 180 familias lingüísticas. En contraste, Europa sólo posee 8 familias lingüísticas (entre ellas, la indoeuropea, la ugro-finesa, la vasca y la turca). Una variedad lingüística que echa por tierra la afirmación anterior que establecía un poblamiento del continente de sólo 13 mil años, que es el tiempo aceptado por la arqueología oficial norteamericana para la llegada del hombre al continente americano, usando como patrón los yacimientos denominados Clovis. Notable contraste entre las 180 familias lingüísticas de América con las tan sólo 8 familias lingüísticas en Europa, lo que sugiere que la llegada de los primeros seres humanos a nuestro continente debió ocurrir en una fecha muy distante a la que sugiere la tesis Clovis, considerando en el caso europeo que ese continente tendría 40 mil años habitado por el homo sapiens, lo que permite sugerir que América pudiera tener un tiempo incluso mayor para el ingreso de los primeros humanos a este territorio.

8.      Las sociedades que se desarrollaron en América en modo alguno pudieran considerarse como pertenecientes a estadios culturales inferiores a las existentes en el resto de continentes. Como afirma Charles Mann: “El Imperio Inca para 1492 constituía el imperio más vasto de la tierra. Más extenso que la China de la dinastía Ming, mayor que la Rusia en expansión de Iván El Grande, mayor que el imperio de Songhay en el Sahel o que la poderosa Zimbabue en las mesetas de África occidental, mayor que el Imperio Otomano, mayor que el imperio Azteca y mucho mayor que cualquier estado europeo, el territorio de los incas se extendía a lo largo de treinta y dos grados de latitud, equivalente a la distancia entre San Petesburgo (Rusia) y El Cairo (Egipto)”. Ciudades como Tenochtitlán, capital del imperio Azteca, constituía un centro urbano de mayores dimensiones que cualquier ciudad europea de la época. La América precolombina desarrolló otras ciudades con poblaciones de por lo menos 100.000 habitantes, como Teotihuacán en México, Chan Chan en Perú, Tikal en Guatemala y Marajó en Brasil. Mucho se ha escrito sobre las maravillas arquitectónicas de los Incas, Mayas y Aztecas, junto a otros pueblos indoamericanos. Pensar nada más que en Caral hay pirámides que superan los cuatro mil años de antigüedad, y todavía están en pie, es reconocer la grandeza de las civilizaciones americanas, equiparables a cualquier otra expresión civilizatoria del globo.

9.      El conocimiento científico aplicado a la agricultura tiene su mejor ejemplo en el maíz, considerado en términos de producción el cultivo más importante del mundo. El desarrollo del maíz, principal alimento de todas las grandes civilizaciones americanas, se considera hoy en día como un milagro de la ingeniería genética desarrollado por los indígenas de Mesoamérica (difícil incluso de lograr en la actualidad). El maíz es una planta que no posee especies silvestres, y se calcula que lo desarrollaron los mesoamericanos mediante la hibridación de plantas silvestres, hace unos 6.000 años. El maíz no fue domesticado, fue creado por los indígenas mesoamericanos. En México se han identificado más de 50 cepas híbridas de maíz, genéticamente diferenciables, de las que se desprenden hasta 5 mil variedades en Mesoamérica. El cultivo del maíz fue desarrollado por los indígenas mediante la Milpa, que es un campo en el cual se plantan una docena de cultivos a la vez, entre ellos maíz, aguacates, múltiples variedades de calabazas y frijoles, melones, tomates, ajíes, amaranto. Los cultivos de la milpa son complementarios tanto nutritiva como ambientalmente. A diferencia de otros sistemas de cultivo en distintos continentes, incluso en la actualidad, que generan un agotamiento del suelo a largo plazo, aunque se recurra a fertilizantes artificiales, rotación de cultivos y dejar el campo en barbecho por un tiempo, la Milpa existe en lugares de Mesoamérica que han sido cultivados en forma continua y sistemática desde hace cuatro mil años y que siguen siendo productivos. La Milpa es el único sistema que permite esa clase de explotación a largo plazo. Al crear el Maíz, los indígenas no sólo crearon una nueva especie, sino que crearon un nuevo entorno en el cual situarlo, si se considera que no existen variedades silvestres de ese cereal en América. Los indígenas americanos desarrollaron tres quintas partes de los cultivos actuales en el mundo global, entre ellos el maíz, la papa, la mandioca (yuca), el tomate, el pimiento (ajíes), las calabazas (auyamas) y otras cucurbitáceas (melones, pepinos, patillas) y muchas variedades de alubias (granos), el aguacate, el cacao y muchas otras plantas alimenticias de consumo mundial. Además de otros vegetales fundamentales como el algodón y el tabaco (Mann, 2006: 241).

10.  Los indígenas americanos transformaron a gran escala amplios espacios territoriales para su propio beneficio. Ya hemos mencionado las selvas antropogénicas de la Amazonia, que lanzan al basurero de las especulaciones pseudocientíficas las tesis que predominaron por siglos de considerar a la selva amazónica un paisaje virgen, sin intervenir, en el cual los seres humanos que allí residieron lo hicieron prácticamente al mismo nivel que los animales, sin modificarlo en ningún aspecto. Pero esa remodelación del paisaje se desarrolló también en muchos otros lugares del continente. Por ejemplo los Iroqueses en Norteamérica, que todos los otoños prendían fuego a los bosques, las llanuras y las praderas para desbrozar los montes de toda hierba y sustancia nociva, a fin de que se desarrollase mejor la primavera siguiente. Los indígenas norteamericanos, como afirma Charles Mann, aplicaban el mismo principio ecológico de “sucesión”, mediante el cual la naturaleza siempre se ha servido del fuego como medio para remodelar los paisajes. Gracias al fuego cazaban ciervos en el noreste, caimanes en los Everglades, búfalos en las praderas, saltamontes en la Gran Cuenca, conejos en California, alces en Alaska. En lugar de domesticar a los animales para alimentarse con su carne, los indígenas adaptaban los ecosistemas para fomentar la reproducción de los alces, ciervos y osos. Los indígenas lograron movilizar hacia el este a los bisontes de sus praderas en el oeste, mediante el uso del fuego. Los grandes bosques con los cuales se encontraron los primeros europeos en Norteamérica, que interpretaron como “jardines” naturales, ralos y desprovistos de malezas, a través de los cuales podían recorrerlos con caballos y carruajes, no eran en lo absoluto “naturales”, sino conformados a través de los siglos por los mismos indígenas. El desarrollo de la agricultura se realizó a la vez que conservaban bosques para la caza mientras reforestaban con diversos tipos de nueces y frutos secos (nueces, bellotas, avellanas, castañas). Como afirma el historiador William Cronon, citado por Charles Mann: “cuando los iroqueses cazaban bisontes obtenían un alimento que habían contribuido a producir. Pocos observadores ingleses podían percatarse de este detalle. La gente acostumbrada a la domesticación de animales carecía de los instrumentos conceptuales adecuados para comprender que los indios practicaban una modalidad agropecuaria propia”.

11.  La remodelación del paisaje también se presentó en los Aztecas: su sistema de agricultura desarrollado sobre el lago Texcoco mediante las chinampas, balsas que flotaban sobre las aguas, demuestra una inventiva científica propia de sociedades avanzadas. Las culturas de los andes suramericanos, de las cuales el imperio Inca fue su última expresión, constituyeron (y siguen existiendo en la actualidad) el único lugar de la tierra en donde millones de personas, contra toda lógica aparente, viven a más de tres mil metros de altitud sobre el nivel del mar. En ningún otro lugar de la tierra ha vivido una población tantos miles de años en circunstancias tan precarias. Los Incas construyeron una telaraña de senderos empedrados que abarcaba un total de 40.000 kilómetros, incluyendo la denominada “Gran Muralla del Perú”, de 65 kilómetros de longitud, que todavía no ha sido investigada debidamente por los arqueólogos. Destacan también los gigantescos trabajos de remoción de tierras que les permitió construir enormes terrazas para el cultivo con sus respectivos canales de irrigación, que asemejaban grandes escaleras que iban desde el fondo de los valles hasta las cimas de las montañas, las cuales aún se pueden observar en diversos sitios de los Andes.

12.  Los Quipus, cuerdas y nudos de colores elaborados por los Incas, que eran considerados hasta ahora un complejo mecanismo de contabilidad, están siendo descifrados como sistema de escritura que se perdió en la memoria de los tiempos al colapsar la cultura de los Incas ante el avasallamiento militar y cultural español, acompañado de la brutal pérdida poblacional en muy poco tiempo debido a las enfermedades trasmitidas por los invasores (Hyland, Warey Clark, 2014) (Urton,2002). Esta hipótesis sobre los Quipus como sistema de escritura, está siendo comprobada por las recientes investigaciones de Sabine Hyland (2014), Gary Urton y Manuel Medrano (2018). Se demostraría una vez más la alta sofisticación de las culturas americanas. Según los cronistas españoles que observaron el uso de quipus, estos textos de cuerdas codificaban información numérica, como los pagos de tributos, así como la narrativa, historias reales (Hyland, 2015: 1). Los quipus forman un código binario que se asemeja al lenguaje informático de la actualidad, y han atraído el interés de investigadores en universidades como Harvard (Medrano y Urton, 2018). Los quipus desafían nuestra noción de lo que es la “escritura verdadera”. Estas cuerdas anudadas mantenían registros numéricos, históricos y religiosos con gran eficiencia de un imperio centralizado, altamente organizado. Los quipus implican una combinación de la vista y el tacto, donde el color se combina con las sensaciones táctiles de dirección de nudos y torsión de hilos para transmitir lo que significan.La civilización indígena más grande del hemisferio occidental desarrolló un sistema de escritura en tres dimensiones.Los Incas comunicaron sus preocupaciones más íntimas a través de una estética en que la vista y el tacto estaban inextricablemente entrelazadas (Hyland,2015: 3). En cierta forma, el sistema de escritura de los Incas rompe con todos los sistemas de escritura registrados en el resto del mundo, e integra una perspectiva tridimensional y táctil no conocida hasta ahora.

¿SE PUEDE SEGUIR LLAMANDO NUEVO MUNDO?

La idea de concebir a América como el “Nuevo Mundo” se ha derrumbado ante las evidencias arqueológicas que retrasan en decenas de miles de años la entrada de seres humanos al continente y que colocan a los Andes suramericanos en el origen mismo de las primeras grandes civilizaciones de la humanidad. Unas sociedades complejas y sofisticadas, que nada tienen que envidiarle a las que se desarrollaron en el resto de continentes, comienzan a emerger poco a poco, trastocando todos los discursos científicos, todos los prejuicios culturales y todas las justificaciones perversas que sirvieron de sustento a la aniquilación casi completa de milenios de civilización que se suscitó en los siglos siguientes a la invasión europea.

Recuperar la memoria de la humanidad en América es imprescindible para valorar adecuadamente los aportes civilizatorios que millones de personas desarrollaron durante milenios en casi absoluta incomunicación con el resto del mundo habitado. Una historia de más de cuarenta mil años espera por ser conocida, difundida y comprendida, para bien del futuro de la actual sociedad globalizada.

La historia de la América precolombina debe reescribirse (López, Piñango y Suárez, 2018). Esa es la conclusión fundamental a la que se llega a partir de las más recientes investigaciones científicas en arqueología, genética, lingüística, antropología y estudios paleoclimáticos. Las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI han servido para modificar de una manera bastante radical la percepción sobre el poblamiento americano y sobre las culturas que se desarrollaron en este continente antes de la llegada de los europeos.

Aunque la existencia de grandes civilizaciones como los Aztecas e Incas había sido aceptada y estudiada desde hace varios siglos, la valoración general sobre las culturas precolombinas, incluyendo a estos grandes imperios, se ha modificado en la medida en que los investigadores han roto con los prejuicios culturales impuestos por el racismo eurocentrista, y se han aportado nuevos datos y perspectivas que colocan a la América antes de 1492 como un territorio en el cual surgieron importantes procesos civilizatorios que aún hoy no se conocen del todo, pero que de manera indudable colocan a la América en los primeros lugares del desarrollo cultural de la humanidad.

El proceso de invasión, conquista y saqueo que se produjo a partir de 1492 en América, introdujo simultáneamente un discurso justificador, el cual fue perfeccionándose con los años y que sigue vivo en pleno siglo XXI. Ese discurso parte de considerar que los habitantes de América poseían una cultura inferior a la europea, y que por tanto era plenamente justificado su sometimiento y dominación, como mecanismo que los impulsara hacia un “estado civilizatorio” del cual eran incapaces de alcanzar por sí mismos.

En la práctica, la invasión europea significó la destrucción sistemática de todas las culturas originarias de América, incluyendo los grandes imperios de los Incas y los Aztecas, el saqueo generalizado de nuestras riquezas naturales (saqueo que aún pervive) y el sometimiento esclavista de la población indígena que logró sobrevivir al exterminio guerrerista europeo y a las enfermedades por ellos transmitidas.

Miles de años de civilización se disolvieron en pocos siglos de conquista y colonia. Con el tiempo, tanto los colonizadores como los colonizados terminaron olvidando la enorme riqueza cultural con la cual se tropezaron Colón y demás conquistadores. El discurso discriminador y negador de las culturas americanas terminó como fuente de verdad, y los posteriores desarrollos culturales republicanos de los siglos XIX y XX reprodujeron las explicaciones eurocéntricas sobre nuestros orígenes y nuestro pasado precolombino.

Postulamos un conocimiento histórico y antropológico que reivindique nuestra identidad nuestramericana, para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto material como espiritual de nuestras sociedades. Cada pueblo, al encontrar sus propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria de las sociedades originarias americanas es una de las tareas teóricas principales del momento actual.

Desde principios del siglo XIX se produjo en Nuestra América[iv] un pensamiento propio que intenta ver y pensar nuestras sociedades con un proyecto americanista autónomo que busca apartarse de la subordinación a las potenciales occidentales que han dominado directa o indirectamente esta parte del mundo desde la época de Colón. Este pensamiento nuestramericano ha sido escasamente estudiado y considerado en los escenarios académicos de Venezuela. Incluso algunos de sus principales autores son totalmente desconocidos en el medio universitario del país.
El pensamiento americanista que comenzó a surgir desde el siglo XIX ha enfrentado durante dos siglos a una corriente contraria que podemos llamar civilizatoria (CorvalanMarquez, 2015: 24), que en los hechos ha actuado como representante criolla de los intereses foráneos en Nuestra América, pues considera a nuestras sociedades como apéndices de la cultura europeo occidental y valora nuestros desarrollos societales en la medida en que se asemejan a los modelos del capitalismo liberal que esas naciones representan.

Con las nuevas aportaciones científicas sobre la historia real de las sociedades que habitaron el continente durante milenios anteriores a la invasión europea, se abre un campo de reflexión y debate que fortalece considerablemente esta perspectiva americanista. Toda esta contundente realidad que aportan las recientes investigaciones arqueológicas, antropológicas, lingüísticas, paleo climáticas y genéticas sobre el pasado americano, contribuyen a fortalecer una tendencia epistemológica, filosófica y política que ha buscado desde la época de la independencia definir un camino propio y soberano para el desarrollo de los pueblos de Nuestra América.

Afirmaciones como la de Stuart Fiedel, prominente arqueólogo estadounidense, en las palabras iniciales de su obra: “Prehistoria de América”: “Cuando Cristóbal Colón desembarcó en una isla de las Bahamas a la que llamó San Salvador … América y sus habitantes pasaron repentinamente de la prehistoria a la historia, esto es, al período en el cual los acontecimientos se recuerdan por medio de documentos escritos”(Fiedel,1996: 19), que implican concebir a los pueblos indígenas americanos como pertenecientes a estadios muy atrasados de evolución socio-cultural, están actualmente en total cuestionamiento en virtud de todas estas recientes investigaciones que voltean completamente lo que se conocía como la historia de la América precolombina, e incluso modifican la propia historia de la humanidad en su conjunto.

La conciencia sobre nuestro pasado y sobre cómo el mismo puede repercutir y ayudar a resolver los gruesos nudos civilizatorios de la humanidad en el siglo XXI, es una tarea de grandes implicaciones y de mucha pertinencia para las nuevas generaciones de investigadores y de líderes sociales.

El pensamiento propio de Nuestra América, surgido en el siglo XIX, fortalecido en el XX y que se adentra en la actual crisis civilizatoria del siglo XXI, espera por los aportes que se deben extraer de ese pasado precolombino que apenas comenzamos a conocer.

Este vuelco del conocimiento que por décadas predominó en el mundo científico sobre la América precolombina implica una alerta para los ciudadanos al momento de valorar la información que se recibe tanto en los medios académicos como en la opinión pública (medios de información, redes sociales), sobre el pasado del continente americano. Luego de 1492 se construyó un discurso y se erigieron unas sociedades que negaron totalmente los milenios de grandes civilizaciones que se habían desarrollado anteriormente, hasta el punto que luego de medio milenio y pese a todos los avances, aún podemos afirmar que el desconocimiento y la ignorancia sobre nuestro pasado es lo que prevalece.

Las implicaciones teóricas, filosóficas, de estos recientes descubrimientos sobre nuestro pasado antes de Colón, no solamente para el pensamiento de Nuestra América, sino para la humanidad toda, aún están por verse. El discurso eurocéntrico predominante durante cinco siglos está en proceso de derrumbe total ante la certeza de que milenios antes de la civilización clásica en Grecia y Roma, existían en América diferentes sociedades de alta sofisticación, de considerable extensión y numerosamente pobladas.

El Nuevo Mundo americano, anteriormente valorado como prístino, salvaje, casi deshabitado y muy poco avanzado en términos civilizatorios, se comienza a presentar en contrario como cuna de las primeras grandes civilizaciones humanas y cuyos secretos se van revelando a medida que la ciencia avanza en sus investigaciones.

Practicaron la agricultura durante siglos. Pero en vez de destruir el terreno, lo mejoraron. Algo que hoy en día aún no se conoce en las tierras del trópico”.
Durante mucho tiempo unos pobladores inteligentes, que conocían trucos que nosotros aún estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la Amazonia sin destruirla. Ante un problema ecológico, los indios lo resolvían. En vez de adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en pleno proceso de formación de la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder”. Charles Mann.

Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 6 de abril de 2020.

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*Historiador. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor Titular de la Universidad del Zulia. Licenciatura de Antropología. Maracaibo, Venezuela. Correo: cruzcarrillo2001@gmail.com. El presente texto proviene de un artículo de mi autoría que ha sido aprobado para ser publicado en la revista Cuadernos Latinoamericanos N° 56 de Julio-Septiembre/2019. 

[i]El presente ensayo es una primera aproximación al debate en torno a la nueva historia del continente americano. No son ideas totalmente acabadas, sino un primer intento por abordar el impacto teórico que sobre todo el conocimiento científico implica estos descubrimientos que cambian la historia de la humanidad.

[ii]Esta reflexión crítica sobre la periodización histórica unilineal impuesta por el eurocentrismo la escuchamos por primera vez de nuestro profesor Antonio Soto Avila, quien para 1990 dictaba la materia Africa y Medio Oriente en la mención Ciencias Sociales - Área de Historia, de la Escuela de Educación de LUZ.

[iii] La primera información a la que tuvimos acceso sobre los nuevos descubrimientos científicos referidos a la América precolombina fue en 2009 al leer la obra de Charles Mann, “1491. Una nueva Historia de las Américas antes de Colón”. En 2009 inicié el dictado de la materia Historia de América en la nueva Licenciatura de Antropología que arrancó ese año en LUZ, y encontrar el libro de Mann en una librería de Maracaibo fue un maravilloso descubrimiento a partir del cual hemos iniciado la reflexión que en este ensayo intentamos resumir.

[iv]Recuperando a José Martí, Nuestra América abarca todos los territorios del continente fuera de los Estados Unidos y Canadá. En esta perspectiva que considera los nuevos descubrimientos sobre toda la América precolombina, el concepto de Nuestra América debería extenderse al continente completo, pues el tiempo durante el cual los estadounidenses han dominado y expoliado a los pueblos latinoamericanos y caribeños es demasiado corto para suprimir las decenas de siglos durante los cuales los indígenas norteamericanos desarrollaron importantes expresiones culturales que hoy siguen siendo casi desconocidas. En esta nueva interpretación, Nuestra América ya no estaría solamente referida a un territorio, sino también a un tiempo histórico hasta ahora silenciado e ignorado (su ámbito territorial dependería del espacio temporal que se estudie).




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