miércoles, 14 de febrero de 2024

 

MARX, EL PODER DEL PUEBLO, Y LA CENTRALIZACION LENINISTA

Roberto López Sánchez

A partir de la idea de varios camaradas de iniciar un debate sobre un programa para la transformación social, voy a enumerar algunas reflexiones. 

 

Yo estuve 11 años en el partido Bandera Roja. Entre 1977 y 1988. Incluyendo unos meses en el Frente Américo Silva y seis años en la clandestinidad. Al renunciar a BR en enero de 1988, y salir de la clandestinidad, tuve acceso a literatura marxista que nunca antes había podido conocer, debido a las limitaciones propias de la clandestinidad[1]

 

Uno de los aspectos centrales en los cuales concluí, fue en lo que Marx llamó "reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil", como base programática principal del cambio socialista[2].

 

Eso implica que la esfera de la política, que en la sociedad burguesa está monopolizada por los políticos profesionales (partidos políticos burgueses), se democratiza para que toda la ciudadanía participe cotidianamente en las decisiones políticas de la sociedad.

 

Marx identificó esa reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil, con la Comuna de París. Donde ya no había políticos profesionales sino delegados de las comunidades obreras, revocables en todo momento, sujetos al mandato de sus electores y obligados a rendir cuentas públicamente de su cargo de representación[3]

 

Este concepto de Marx sobre la sociedad socialista es completamente antagónico con el concepto de partido que años después teorizó Lenin, en el cual se consagra el papel de los políticos profesionales ("revolucionarios profesionales"), en sustitución del poder de los obreros en comunas, consejos, soviets[4]

 

Rosa Luxemburgo criticó con fuerza ese modelo leninista de partido, criticó la "profesionalización" de los dirigentes obreros, y defendió que la lucha obrera debía ser discutida y decidida por los mismos obreros al calor de las huelgas, no por los "revolucionarios profesionales" de Lenin encerrados en un cuarto al margen de la realidad en las fábricas[5]

 

Marx ya había cuestionado ese principio burgués de representación que utilizó Lenin en su teoría del partido, cuando criticó a Berstein que planteaba que los obreros no tenían capacidad para ser diputados en el parlamento por su trabajo y su escasa formación intelectual, y que la representación parlamentaria del partido debían ser los intelectuales con "formación teórica" y que no tuvieran que trabajar en las fábricas. Marx destrozó ese argumento de Berstein, recordando uno de las premisas de la 1ra Internacional, la liberación de la clase obrera será obra de la propia clase obrera, la cual nunca debe delegar su poder en intelectuales de la clase burguesa[6].

 

La liberación de la clase obrera sería obra de la propia clase obrera. Así nació la primera Asociación Internacional de Trabajadores, en 1864. Esa premisa constituyente del marxismo fue dejada de lado posteriormente por los revolucionarios bolcheviques, siendo sustituida por la propuesta leninista de construir un partido de revolucionarios profesionales, que en su mayoría provenían de clases medias y altas de la población, y que estaba destinado a dirigir tanto la lucha por alcanzar el poder político como el proceso posterior de construcción de una sociedad socialista.

 

Esta cuestión considero ha sido la causa de todos los fracasos de los intentos socialistas del siglo XX y lo que va del XXI. El modelo leninista despojó a la clase obrera, y al pueblo en general, del poder de decisión sobre la revolución, antes y después de la toma del poder, y lo enajenó en los "partidos de vanguardia", que terminaron en elites corrompidas que se aburguesaron y acabaron con todo el programa socialista original.

 

De esa premisa ha partido mi actuación política en los últimos 36 años. Mi participación en el Proyecto Nuestra América (Desobediencia Popular), con quienes compartía esta reflexión crítica sobre el marxismo, presenció, desde fines de los 80, el surgimiento de los movimientos sociales como protagonistas de la lucha de clases en Latinoamérica y en todo el mundo. La ampliación de la lucha de clases en América Latina a partir de la década de los ochenta, fortaleció a la democracia participativa o democracia de la calle como el paradigma político-organizativo enarbolado por los movimientos sociales, que enfrentaban en toda Latinoamérica los paquetes económicos neoliberales impuestos por el Fondo Monetario Internacional.

En agosto de 1988, unos meses antes del estallido social del Caracazo, el colectivo venezolano “Desobediencia Popular” postulaba la Democracia de la Calle como “la necesidad de gestar un hombre, una clase, un pueblo, verdaderamente participativo y crítico…que pugna por ejercitar a los sectores populares en el papel de protagonistas fundamentales de la hora actual y de los tiempos subsiguientes, no como respuesta a la crisis política vigente, sino más bien como superación del orden que alimenta y estimula la misma” (Cuadernos para el Debate, 1988: 74).

 

Al cuestionar la llamada “partidocracia” (hegemonía de los partidos políticos) los nuevos movimientos sociales postularon la democracia de la calle (Carlos Lanz Rodríguez: Propuesta de Nueva Cultura Política. Para una crítica de la partidocracia, 1998). Sometiendo a la crítica las concepciones tradicionales de la izquierda, donde predominaban postulados burocrático-paternalistas vinculados a la división social del trabajo (separación de las tareas intelectuales y manuales, contradicción teoría-práctica, divorcio sujeto-objeto, etc.), se confrontaba con el monopolio y la jerarquía del saber propio de las vanguardias autoproclamadas, con conceptos como “el partido educa a las masas”, con el verticalismo, las órdenes inapelables, el control de la opinión, la distorsión comunicativa, la centralización en lo organizativo.

 

Los movimientos sociales enarbolaron una Nueva Cultura Política, centrada en el combate a la enajenación de los activistas, realizando propuestas que evitaran la concentración del poder de decisión en pocas manos. Al reivindicar que “todos somos políticos”, los movimientos sociales criticaron a la partidización y el estatismo que sustituían el interés general por el interés particular, que confundía partidismo con política y despolitizaba a la sociedad civil. Estos movimientos sociales apuntaron a redefinir la política con nuevas estrategias participativas, que impidiera que los asuntos públicos siguieran estando en manos de burócratas y cogollos partidistas que monopolizaban el poder. Buscaban convertir a la política en una práctica digna y pertinente para la comunidad organizada.

 

Esa democracia de la calle reivindicó la herencia histórica de la democracia obrera: elección directa de todos los cargos; rendición de cuenta; revocatoria del mandato. Y las nuevas demandas de una política antiburocrática: rotación de los cargos; someter a consulta (referéndum) los temas fundamentales de la acción ejecutiva; delegación funcional del mandato; libre juego de las ideas; democracia deliberativa amplia; democracia del saber. Con base en estos principios de organización se buscaba el control sobre la delegación del poder y salvaguardar la soberanía política del pueblo (Lanz Rodríguez, 1998).

 

Algunos de estos principios de la democracia de la calle, como el referéndum popular, la revocatoria del mandato y la rotación en los cargos, fueron recogidos en artículos de la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela aprobada en 1999 (artículos 70 al 74, 95). Pero las formas de representación política asumidas por las nuevas constituciones surgidas de los procesos constituyentes en Venezuela, Ecuador y Bolivia continuaron mediadas por los partidos políticos, dándole continuidad en este aspecto a la vieja representatividad partidista de las democracias liberales occidentales.

 

La democracia participativa, implica la desaparición de la "política" como una esfera para la actuación de especialistas (desaparición de los políticos profesionales), lo que Marx llamó la "reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil"; lo cual involucra regresar la política a los ciudadanos, incluye el convertir a la política en asunto de toda la sociedad, una sociedad politizada y no sólo de "especialistas". A partir del concepto muy conocido de que toda especialización puede esconder un mecanismo de dominación. Esto no se opone a la existencia de partidos (pueden existir múltiples partidos como expresión de las múltiples propuestas ideológicas sobre la sociedad), sino a que los partidos ejerzan la "representación" de la sociedad, mediante la profesionalización de la política. La democracia participativa implica que un carpintero, con 30 años trabajando como carpintero, pueda ser electo como diputado, como alcalde, como presidente, sin ser "político profesional", y que después de haber ejercido esa "representación" (diputado, alcalde, presidente), pueda regresar tranquilamente a seguir trabajando como carpintero.

 

La democracia participativa y protagónica constituyó un programa revolucionario distanciado completamente del modelo leninista-estalinista predominante en la izquierda mundial, que parte de considerar la "necesidad" de un partido de vanguardia, para "dirigir" un proceso de transformación social. La democracia de la calle se concibe como la acción organizada de los ciudadanos para asumir el poder político como "vanguardia colectiva", sin jefes autoproclamados y sin dirigentes eternos.

 

En Venezuela hubo una enconada lucha social que desarrolló el pueblo durante unos quince años, que culminó con el proceso constituyente convocado por el presidente Chávez en 1999 y que permitió la aprobación del marco legal constitucional que hoy defendemos, y que, lamentablemente, ha quedado como letra muerta por la acción de facto del gobierno de Maduro.

 

Como bien dijo en 1990 mi amigo Roland Denis:

 

"En el 27 de febrero hubo un aprendizaje colectivo, que se hizo espontáneamente, que se hizo sin la conducción de nadie, que le probó a todos los malditos que siempre le han querido ponerle jefes a la gente, que es posible que la gente aprenda por sí misma, y que más que jefes lo que la gente necesita son grandes orientadores, grandes maestros que no solamente enseñen, sino aprendan…". 

Roland Denis. Dirigente de Desobediencia Popular y editor de la Revista Cuadernos para el Debate. Documental "Venezuela 27 de febrero, de la concertación al desconcierto". 1990.

 

Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 12 de febrero de 2024

 



[1] Al renunciar a BR en 1988, me integré en 1989 al Proyecto Nuestra América (conocido como Desobediencia Popular, y luego como Movimiento 13 de abril en la época de Chávez). Allí estuve unos 20 años.

 

[2] Sólo cuando el hombre individual real reabsorba en sí al ciudadano abstracto, y como hombre individual, en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales, se haya convertido en ser genérico; sólo cuando el hombre haya reconocido y organizado sus fuerzas propias como fuerzas sociales, y por ello no separe ya de sí la fuerza social bajo la figura de la fuerza política, sólo entonces se completa la emancipación humana” (Marx: Sobre la Cuestión Judía).

 

[3]La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento” (Marx: La Guerra Civil en Francia).

 

[4] Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido por Lenin, su pseudónimo de la clandestinidad, defendía que la conciencia socialista era introducida en el proletariado por la intelectualidad burguesa (concepción que expuso en su famosa obra “¿Qué Hacer?”, publicada en 1902):

Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta solo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países atestigua que por sus solas fuerzas la clase obrera no puede llegar más que a la conciencia tradeunionista, es decir, a la convicción de que hay que unirse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno tales leyes necesarias a los obreros, etc. En cuanto a la doctrina socialista, ha nacido de teorías filosóficas, históricas, económicas, elaboradas por los representantes cultivados de las clases pudientes, por los intelectuales. Los mismos fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, son por su situación social intelectuales burgueses. También en Rusia la doctrina socialdemócrata surgió absolutamente independiente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, como el resultado natural del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas” (Lenin, ¿Qué Hacer?).

Para justificar esa opinión, Lenin se apoyó en Carlos Kaustky:

“Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno del otro. La conciencia socialista moderna solo puede surgir de profundos conocimientos científicos ... Pero el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa ... De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido dentro de ella espontáneamente” (Lenin, ¿Qué Hacer?).

A partir de esta tesis kautskyana, Lenin desarrolló su concepción de “partido de vanguardia”, integrado por “revolucionarios profesionales”, predestinado a dirigir a los obreros y al pueblo en general durante el proceso revolucionario.

[5] Rosa Luxemburgo cuestionó las tesis “vanguardistas” de Lenin (Luxemburgo: Problemas de organización de la socialdemocracia rusa), en dos aspectos claves: la centralización de las decisiones y los revolucionarios profesionales. A la vez defendió el carácter relativamente espontáneo de las masivas oleadas de huelgas obreras en las coyunturas de crisis, justificando esa espontaneidad como parte necesaria del proceso de educación política que las masas obreras, deben atravesar en su lucha por avanzar hacia una revolución social: “las revoluciones no se enseñan ni se aprenden en ninguna escuela” (Luxemburgo: Huelga de masas, partido y sindicatos).

“El establecimiento de la centralización en la Socialdemocracia sobre estos dos principios –sobre la ciega subordinación de todas las organizaciones de partido hasta los más mínimos detalles de su actividad a un poder central que piensa, crea y decide por todos, así como la drástica separación del núcleo organizado del partido del medio revolucionario que le rodea- tal como lo defiende Lenin, nos parece, por consiguiente, una trasposición mecánica de los principios de organización del movimiento blanquista de los círculos de conspiradores al movimiento socialdemócrata de las masas obreras … pero en realidad la socialdemocracia no está “ligada” a la organización de la clase obrera, sino que ella misma es el propio movimiento de la clase obrera”.

“…el elemento espontáneo juega un papel tan predominante en las huelgas de masas … no porque el proletariado esté ‘insuficientemente educado’, sino porque las revoluciones no se enseñan ni se aprenden en ninguna escuela”.

 

[6] En 1879 se escenificó un debate internacional entre Carlos Marx y Federico Engels, por una parte, con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán (PSDA), acerca del papel del “partido de vanguardia” en la lucha política desarrollada por los trabajadores.

Los dirigentes del PSDA (entre ellos Eduard Bernstein) sostenían que era deseable y necesario que las credenciales para representar al partido en el Reichstag (parlamento alemán) fueran entregadas “a personas que tengan tiempo y posibilidades de estudiar a fondo los problemas. Los simples obreros y los pequeños artesanos … sólo muy excepcionalmente pueden disponer del ocio necesario

Marx y Engels, en carta de septiembre de 1879 dirigida a Augusto Bebel, expusieron su concepción sobre el papel de los trabajadores en la lucha por alcanzar el socialismo.

Durante cerca de cuarenta años hemos venido destacando la lucha de clases como fuerza directamente propulsora de la historia, y particularmente la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado como la gran palanca de la revolución social moderna … La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos. No podemos, por consiguiente, marchar con unos hombres que declaran abiertamente que los obreros son demasiado incultos para emanciparse ellos mismos, por lo que tienen que ser liberados desde arriba, por los filántropos de la gran burguesía y de la pequeña burguesía” (Marx-Engels, De la carta circular a A. Bebel y otros).

Marx nunca propuso un partido único, de “vanguardia”. Para Marx, el concepto de partido comunista se refería a todas las tendencias obreras que luchaban por emanciparse del capitalismo (comprobable con una revisión de sus textos fundamentales). En carta a Freiligrath, decía que “bajo el vocablo partido entiendo el gran sentido histórico”, es decir, la causa del conjunto del proletariado y no de una fracción particular de la clase (Ivon Bourdet, Teoría y Práctica de la Autogestión)).

Desde 1848, en el “Manifiesto del Partido Comunista”, Marx dejó claro que “el movimiento proletario es un movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría” y que “los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses distintos de aquellos del proletariado en conjunto” (Marx-Engels, Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores).

En 1866 Marx estableció que “la obra de la Asociación Internacional es la de generalizar y unificar los movimientos espontáneos de la clase obrera, pero no de prescribirles o imponerles un sistema doctrinario, cualquiera que sea” (Marx, Instrucción sobre diversos problemas a los delegados del Consejo Central Provisional). En 1868, afirmó que la Internacional “no es hija de una secta ni de una teoría, ella es el producto espontáneo del movimiento proletario”. En 1871, luego de la Comuna de París, afirmó que “la Internacional no es el gobierno de la clase obrera, es un lazo, no es el poder”. A lo largo de su obra, Marx defendió a una clase trabajadora que se auto-dirigiera, que conservara su autonomía de clase, y no se subordinara a una vanguardia de intelectuales iluminados.