miércoles, 22 de febrero de 2017

UN NUEVO DEBATE SOBRE LA AMÉRICA PREHISPÁNICA.
¿SE PUEDE SEGUIR LLAMANDO NUEVO MUNDO?

 (ponencia presentada en el Congreso de Antropologías del Sur. Mérida. Octubre de 2016)

Roberto López Sánchez[1]. Ramona Suarez[2]. Mileidy Rodríguez[3]
Universidad del Zulia. Maracaibo. Venezuela.
INTRODUCCION

Recientes investigaciones arqueológicas, antropológicas, lingüísticas, paleo climáticas y genéticas han puesto en duda los conocimientos científicos predominantes referidos a la historia del poblamiento americano y sobre las primeras civilizaciones surgidas en su territorio.

Al poner en cuestionamiento todo el discurso “científico” que las diferentes disciplinas influidas por el eurocentrismo elaboraron para justificar la pretendida superioridad cultural de la civilización occidental -y con ello su dominio colonial y neocolonial sobre el mundo globalizado-, se hace imprescindible reconstruir el discurso histórico, filosófico y antropológico sobre lo que fuimos y somos como continente.

La idea de concebir a América como el “Nuevo Mundo” se ha derrumbado ante las evidencias arqueológicas que retrasan en decenas de miles de años la entrada de seres humanos al continente y que colocan a los Andes suramericanos en el origen mismo de las primeras grandes civilizaciones de la humanidad. Unas sociedades complejas y sofisticadas, que nada tienen que envidiarle a las que se desarrollaron en el resto de continentes, comienzan a emerger poco a poco, trastocando todos los discursos científicos, todos los prejuicios culturales y todas las justificaciones perversas que sirvieron de sustento a la aniquilación casi completa de milenios de civilización que se suscitó en los siglos siguientes a la invasión europea.

Con el presente trabajo pretendemos introducir en el debate académico de Venezuela estos temas fundamentales que obligan a redefiniciones en el campo de la antropología, de la historia, de la sociología, de la lingüística, de la biología y de prácticamente todas las ciencias en su desarrollo específico dentro del continente americano. Abordaremos tres aspectos de los mencionados, que consideramos figuran entre los fundamentales para el debate universitario: el origen del poblamiento americano; las sociedades andinas de Norte Chico y las civilizaciones amazónicas. Sin pretender ser expertos en estos temas, a los cuales nos hemos acercado a través de la cátedra de Historia de América en la Licenciatura de Antropología de la Universidad del Zulia, asumimos el compromiso de impulsar espacios de investigación y debates científicos orientados al conocimiento de la América antes de Colón.

Recuperar la memoria de la humanidad en América es imprescindible para valorar adecuadamente los aportes civilizatorios que millones de personas desarrollaron durante milenios en casi absoluta incomunicación con el resto del mundo habitado.

Una historia de cuarenta mil años espera por ser conocida, difundida y comprendida, para bien del futuro de la actual sociedad globalizada.

1.    ORIGEN Y ANTIGÜEDAD DEL POBLAMIENTO AMERICANO

El origen del poblamiento de América, y la fecha probable en que se inició dicho poblamiento ha sido objeto de polémica desde hace más de un siglo. En las últimas décadas del siglo XX y comienzos del siglo XXI, las investigaciones genéticas han arrojado luces en dónde la arqueología y la lingüística no habían podido dictar verdades aparentemente definitivas. El método científico utilizado son los estudios basados en el ADN mitocondrial.

Todos los seres humanos poseemos dos genomas. El ADN de los cromosomas, estudiado en el célebre proyecto Genoma Humano, finalizado el año 2000. El segundo es el ADN presente en las mitocondrias, cuyo mapa fue establecido en 1981. El ADN mitocondrial de toda mujer es idéntico no sólo al ADN mitocondrial de su madre, sino también al ADN mitocondrial de la madre de ésta, y así sucesivamente durante muchas generaciones. No ocurre lo mismo en el caso de los varones. Dado que los padres no proporcionan ADN mitocondrial al embrión, la sucesión se estudia exclusivamente por línea materna.

A finales de la década de 1970, varios científicos descubrieron que el ADN mitocondrial de un determinado grupo étnico podía proporcionar las claves de su ascendencia. De acuerdo con los términos científicos, las personas que tienen mitocondrias similares pertenecen al mismo “haplogrupo”. Y si dos grupos étnicos poseen el mismo haplogrupo, esa es la prueba molecular de que están emparentados: sus miembros pertenecen  a la misma línea materna.

En 1990, una investigación encabezada por Douglas Wallace (Universidad de California), descubrió que el 96,9 % de los indígenas americanos sólo tienen cuatro haplogrupos mitocondriales, lo que confirma la homogeneidad genética de los pobladores originarios del continente. Como tres de esos cuatro haplogrupos son comunes en el sur de Siberia, y dadas las reglas de trasmisión del ADN mitocondrial, los genetistas consideran irrefutable la conclusión de que los indígenas americanos y los pobladores de Siberia tienen antepasados comunes.

Por otra parte, en las últimas décadas se ha demostrado que las sociedades indias eran más antiguas, más fabulosas y más complejas de lo que incluso hace sólo veinte años se creía posible. Los arqueólogos no sólo han adelantado la fecha de entrada de la humanidad en América; también han aprendido que las primeras sociedades de grandes dimensiones habían madurado antes de lo que se pensaba: casi dos mil años antes, y además, en una parte diferente del hemisferio.

La fecha del poblamiento americano se estableció durante décadas en base al yacimiento Clovis, en Nuevo México, descubierto en 1929 y estudiado a partir de 1933. La fecha exacta del yacimiento Clovis no pudo conocerse sino a partir de 1949, con el descubrimiento del método del Carbono 14, el cual permite saber con bastante exactitud la antigüedad de restos vegetales, animales y humanos. En 1958, Vance Haynes, arqueólogo de la Universidad de Arizana, determinó la antigüedad de Clovis entre 13.500 y 12.900 años atrás.

A partir de este descubrimiento, se elaboró una teoría que explicaba el poblamiento americano mediante una oleada migratoria que había atravesado por tierra desde Siberia hasta Alaska cruzando el estrecho de Bering, aprovechando que durante el Pleistoceno el nivel de los mares descendió hasta 120 metros en algunos sitios, y la franja de tierra entre la península siberiana de Chukotsk y la península Seward en Alaska, habían quedado unidas debido al mencionado descenso del nivel del mar, pues la profundidad del estrecho de Bering es de sólo 36 metros.

Pero cualquier grupo humano que atravesara Beringia se encontraría luego con una barrera infranqueable constituida por dos enormes placas de hielo que cubrían el Canadá occidental, de miles de metros de profundidad y tres mil doscientos kilómetros de largo. Hubo un breve período en que ese obstáculo pudo haber sido superado por grupos humanos, con la aparición de un “corredor libre de hielo” que se habría formado durante el proceso de finalización de la Edad del Hielo, entre trece y catorce mil años atrás. Haynes formuló esa teoría en 1964, concluyendo que por allí habían pasado los primeros pobladores de Clovis, surgida unos setecientos años después, y que todas las sociedades indias americanas descendían de esos primeros pobladores Clovis (Fiedel, 1996: 70).

A esta teoría del corredor libre de hielo se sumó la tesis del exterminio masivo de especies animales, exterminio que habría sido perpetrado por los mismos pobladores originarios de Clovis. Investigadores que son al mismo tiempo activistas del movimiento indígena estadounidense, como Denny y Vine Deloria (citados por Charles Mann), sostienen que esta acusación sobre el exterminio masivo de especies animales por parte de los primeros pobladores indios del continente es un ardid elaborado por investigadores blancos que pretenden descalificar de esa manera a los indígenas originarios (Mann, 2006: 220).

Las dudas sobre el llamado Consenso Clovis comenzaron a fortalecerse a partir de la década de 1980. Por el lado de los estudios lingüísticos, los investigadores se encontraban desconcertados ante la extraordinaria variedad y fragmentación de las lenguas indias. A lo largo y ancho de América los indios hablan unas 1.200 lenguas distintas, que han sido clasificadas en 180 familias lingüísticas. En contraste, Europa posee en total sólo 4 familias lingüísticas: la indoeuropea, la ugro-finesa, la vasca y la turca. Los lingüistas siempre se han preguntado cómo podrían haber desarrollado los indios americanos tantas lenguas en los trece mil años transcurridos desde Clovis, cuando los europeos habían desarrollado sólo cuatro en los 40.000 años transcurridos desde la llegada de los humanos a ese continente.

Pero el golpe que comenzó a derrumbar el Consenso Clovis se dio en 1994, cuando los genetistas Douglas Wallace y James Neel, recurriendo a la velocidad de cambio genético como parámetro, estudiaron 18 grupos indios americanos, y calcularon el momento en que el grupo original había emigrado a América, estableciendo que había ocurrido entre 22.414 y 29.545 años, lo que implicaba más de diez mil años antes de Clovis (Neel y Wallace, 1994).

En 1997, otros genetistas, Sandro Bonatto y Francisco Salzano, de la Universidad Federal de Río Grande Do Sul, en Porto Alegre, estudiaron el cuarto haplogrupo (Neel y Wallace habían centrado su estudio en los tres haplogrupos que también son comunes en Asia). Considerando las diferencias genéticas acumuladas entre los miembros del haplogrupo A, Bonatto y Salzano calcularon que los indígenas americanos habían abandonado el continente asiático entre 33.000 y 43.000 años atrás, una antigüedad mucho mayor que la calculada por Neel y Wallace (Bonatto y Salzano, 1997).

Las investigaciones arqueológicas también comenzaron a rebatir el Consenso Clovis, al conocerse los resultados de excavaciones adelantadas en Monte Verde, Chile, por Tom Dillehay, de la Universidad de Kentucky, y Mario Pino, de la Universidad de Chile en Valdivia. Iniciados en 1977, sólo se publicaron los primeros resultados entre 1989 y1997, llegando a la conclusión que Monteverde había estado habitado por los paleoindios hace por lo menos 12.800 años. Encontraron además otros yacimientos inferiores que llevan su antigüedad hasta 32.000 años. Como Monteverde, en el sur de Chile, se encuentra a 16.000 kilómetros del estrecho de Bering, los arqueólogos calcularon que para atravesar América desde su extremo septentrional hasta el meridional les habría llevado varios milenios, lo que hacía imposible que los pobladores de Monteverde hubieran ingresado al continente al mismo tiempo de los habitantes de Clovis, hace 13.000 años, sino muchos miles de años antes (Mann, 2006: 228).

Una teoría que ha cobrado fuerza en años recientes, empujada por la ausencia casi total de pruebas que demuestren la teoría del corredor libre de hielo, se refiere a que los paleoindios hicieron el recorrido del continente americano siguiendo la costa del Pacífico. Investigaciones recientes han demostrado que incluso en plena Edad del Hielo, existieron refugios templados en las orillas marítimas, con islotes de árboles y hierba en medio del paisaje de hielo. Saltando de un refugio a otro, los paleoindios pudieron recorrer la costa en los últimos cuarenta mil años. Incluso embarcaciones primitivas podrían haber cruzado toda la costa pacífica de América del Norte y América del Sur en 10 ó 15 años.

Una investigación de la Universidad de Copenhague publicada en 2016, sugiere que el llamado corredor libre de hielo se convirtió en habitable por los humanos sólo hace 12.600 años, esto es casi 1.000 años después de la formación de la cultura Clovis, lo que significa que los primeros americanos no pudieron penetrar al continente desde Alaska por el corredor libre de hielo canadiense, sino que tanto los grupos que desarrollaron la cultura Clovis, como también las culturas pre-Clovis, tomaron la ruta costera del Pacífico[4].

En 1997 una comisión de expertos, incluyendo a Vance Haynes, visitó Monteverde y concluyó que era un yacimiento real, a pesar de las profundas diferencias personales que allí se expresaron entre Dillehay y Haynes. Pero en 1999, Stuart Fiedel, arqueólogo de Alexandria, Virginia, repitió de nuevo las descalificaciones contra Monteverde y reavivó la polémica, la cual hasta el presente está lejos de concluir.

Como afirma Charles Mann, si tomamos en cuenta que la Edad del Hielo hizo inhabitable a la Europa al norte del valle del Loira hasta hace 18.000 años, que Gran Bretaña estuvo despoblada hasta el 12.500 a.c., pues estaba cubierta de glaciares, y si se parte de la existencia de Monteverde como yacimiento real, como creen la mayoría de los especialistas actuales, el continente americano no debería llamarse el “Nuevo Mundo”. Cuando Europa septentrional estaba desprovista de población humana y cubierta de glaciares, en América, desde Alaska hasta Chile, los pueblos indígenas originarios ya desarrollaban sus culturas (Mann, 2006: 235).

2.    CARAL Y LAS PRIMERAS GRANDES CIVILIZACIONES DE LA HUMANIDAD

A partir de investigaciones realizadas a fines de la década de 1990 por los arqueólogos peruanos Ruth Shady Solís, Arturo Ruiz Estrada y Manuel Aguirre Morales, y los estadounidenses Jonathan Haas y Winifred Creamer, se ha podido determinar que en el norte de Perú se desarrollaron hace unos cinco mil años varios grandes asentamientos humanos encabezados por la ciudad de Caral, que constituirían los primeros complejos urbanos de la humanidad después de Sumeria.

Con estos descubrimientos, que se han confirmado gracias a las dataciones con carbono 14 en los primeros años de este siglo XXI, el continente americano ha pasado a ocupar los primeros lugares en el orden de nacimiento de las grandes civilizaciones humanas, implicando con ello un vuelco considerable en la valoración de las culturas indígenas precolombinas, despreciadas históricamente por la civilización occidental, desprecio que ha servido de justificación permanente para perpetuar diversos y complejos mecanismos de sometimiento económico, político y sociocultural hacia los países de Nuestra América.

En total se han descubierto al menos 25 ciudades en la región del valle del río Supé y otros valles aledaños, en Norte Chico, a unos 210 kilómetros de Lima. Su existencia se conocía desde comienzos del siglo XX, y la misma ciudad de Caral había sido estudiada a partir de 1948, pero no se había determinado su antigüedad. Fue en 1997 cuando Ruth Shady publicó los primeros resultados de sus investigaciones en Caral, cuyas dataciones de carbono 14 determinaron el horizonte de cinco mil años de antigüedad, dejando muy atrás a los Olmecas, que se desarrollaron en Mesoamérica 1.200 años después, y a la cultura Chavín, en los andes peruanos, que surgiría 2.100 años más tarde que Caral (Shady Solis, 1997).

De acuerdo al fechado de radiocarbono realizado por Haas, Huaricanga tendría una antigüedad de 3.500 años a.c., constituyendo hasta ahora el centro urbano más antiguo de la región. Otros centros urbanos de ese período, que se ubican en zonas ecológicas distintas (costa, sierra y selva alta), son Áspero, la Galgada, Piruro, Kotosh, Huaricoto, Allpacoto, Chupacigarro Este, Chupacigarro Centro, Chupacigarro Oeste, Pueblo Nuevo, Huacache, Peñico, Miraya y El Paraíso.

Se considera a Caral como una ciudad sagrada que constituía el centro político y ceremonial de los habitantes del resto de ciudades y pueblos de la región. El descubrimiento de Caral permite incorporar a esa región de los Andes americanos como una de las fuentes primigenias de la civilización humana, uniéndose al Valle de los ríos Tigris y Eufrates en el actual Irak, cuna de la civilización Sumeria y del sistema político más antiguo que se conozca; el delta del Nilo, en Egipto; el valle del río Indo, en Pakistán; el valle del río Amarillo o Huang He, en el este de China; y Mesoamérica. Sorprende que sea apenas en el siglo XXI que la humanidad haya hecho conciencia científica de la existencia de Caral como territorio origen de la civilización.

En contraste con el resto de territorios primigenios de las civilizaciones humanas, caracterizados por valles fértiles soleados y bien irrigados, con largas extensiones de subsuelo rico en abonos, los cuales facilitaron la agricultura intensiva, como los que existían en los ríos Tigris, Eufrates, Nilo, Indo y Huang He, el territorio de Caral y los complejos urbanos cercanos era yermo, nuboso, casi desprovisto de lluvia, sísmica y climáticamente inestable, una zona con muchas limitaciones desde el punto de vista agronómico.

Norte Chico se compone de cuatro estrechos valles fluviales (Huaura, Supe, Pativilca y Fortaleza), que convergen sobre una franja costera de 48 kilómetros de largo. La ciudad sagrada, que cubre un área aproximada de 50 hectáreas, está conformada por más de 32 conjuntos arquitectónicos de diversa magnitud y función, incluyendo seis edificaciones piramidales y una serie de construcciones medianas y pequeñas, entre templos, sectores residenciales, plazas públicas, anfiteatro, almacenes, altares, calles, etc.

La sociedad de Caral se sustentaba en una economía mixta, basada en actividades agrícolas complementadas con la pesca en el mar y el río, con la recolecta de moluscos y con el aprovechamiento de los recursos vegetales y animales del abundante monte ribereño y de las lomas. Los constructores de Caral tuvieron conocimientos de arquitectura, geometría y astronomía. Supieron combinar formas y planos, ordenar los edificios en el espacio, de acuerdo a un plan preconcebido, en un contexto artístico de intenso carácter religioso. El ordenamiento espacial previo, la extensión del espacio construido y la diversidad de estructuras sugieren un patrón definidamente urbano. La ciudad fue construida, destruida, reconstruida y remodelada permanentemente, en un contexto ritual. Cambió de diseño arquitectónico y de técnicas constructivas a través del tiempo.

Caral tuvo una organización jerarquizada, con estamentos sociales bien definidos: campesinos, pescadores y los especialistas, que eran autoridades religiosas o gestores. En algunos casos, los edificios estuvieron cercados por murallas que separaban al personal que los ocupaban del resto de la comunidad. Asimismo, en los complejos excavados existen ambientes que contienen estructuras escalonadas, que recuerdan al «usnu» incaico, símbolo del poder o importancia de la autoridad social. El bajo desarrollo tecnológico fue reemplazado por un alto nivel de organización social, que utilizó a la religión como instrumento para el manejo de la fuerza de trabajo humana.

Para alimentar a la pujante población de Norte Chico, sus pobladores aprendieron a irrigar las tierras. El producto más importante de este sistema de irrigación fue el algodón. La actividad textil constituyó el centro de la cultura de Caral, sirviendo de objeto clave de intercambio en el comercio regional, al igual que los productos del mar (anchoas y sardinas) que provenían de ciudades costeras como Áspero.

Los trabajadores, además de realizar las actividades económicas de subsistencia, estaban obligados a prestar servicios permanentes en las obras públicas (modo de producción tributario): explotación de canteras, traslado de los bloques de piedra, algunos de grandes dimensiones, para la construcción y remodelación permanente de las edificaciones. Esta forma de sometimiento social implicó la existencia de una fuerte ideología en la que basaba su poder la elite dominante. Con ello, la cultura de Caral permitió el surgimiento de formas de dominación social que la humanidad no conocía hasta entonces, o que en todo caso habían comenzado a desarrollarse un poco antes en Mesopotamia, cuya distancia geográfica y la barrera marítima hacían imposible que se conocieran en América.
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Las dimensiones de las construcciones de Caral y ciudades cercanas indican que tuvo que utilizar mano de obra proveniente de las comunidades de los valles vecinos, Huaura, Pativilca y Fortaleza. La ideología de los gobernantes de Caral logró hegemonizar el territorio de los valles cercanos y convirtió a la ciudad en el centro ceremonial de una cultura que se desarrolló por varios siglos, entre los años 3.000 y 1.500 a.c.

Finalmente, después de varios siglos de ocupación, los habitantes de la ciudad sagrada decidieron abandonarla, no sin antes enterrar todas las construcciones con densas capas de guijarros, piedras cortadas y cantos rodados, cumpliendo con determinadas ofrendas a la usanza tradicional. Nada se dejó al descubierto. El clima, a través de los cuatro milenios siguientes, se encargó de acumular arena y contribuir en esta obra de enterramiento cultural.

3.    CIVILIZACIONES AMAZONICAS

Practicaron la agricultura durante siglos. Pero en vez de destruir el terreno, lo mejoraron. Algo que hoy en día aún no se conoce en las tierras del trópico”.

Los investigadores de la Cuenca Amazónica, hasta hace unos 30 años, caracterizaron a las poblaciones precolombinas que habitaron ese territorio como pequeñas tribus que practicaban la agricultura de tala y quema, en combinación con la caza, pesca y recolección, las cuales constituían grupos humanos cuyos poblados apenas alcanzaban los mil habitantes. Estas limitaciones se derivaban, según las conclusiones de investigadores como Betty Meggers y Clifford Evans, arqueólogos del Smithsonian Institute, de Boston (USA), de las condiciones impuestas por el “suelo pobre” de la región amazónica, erosionado por la intensa lluvia y el calor de la jungla, que agota sus minerales y pudre sus compuestos orgánicos vitales. Meggers llegó a proponer una “ley de limitación medioambiental de la cultura”, que dice que “el nivel al que una cultura puede llegar depende del potencial agrícola del entorno en que vive”. Pero investigaciones posteriores han permitido refutar estas conclusiones, a partir de la existencia de grandes espacios fértiles en la Selva Amazónica, territorios boscosos que habrían sido construidos por grandes civilizaciones hasta ahora desconocidas por el mundo científico (Mann: 2006. 373).

La comprobación de la existencia de la llamada “Terra Preta”, suelos muy fértiles que ocuparían hasta un 12 % del territorio amazónico (recientes investigaciones -2015- de Charles Clement y otros reducen al 3 % dicho territorio, que aun así sigue siendo muy extenso), cuyo origen estaría en las mismas poblaciones indígenas precolombinas, ha originado nuevas investigaciones que han dado un vuelco total a las conclusiones anteriores de Meggers y Evans, y una civilización hasta ahora desconocida comienza a rebelarse ante la humanidad del siglo XXI.

Otra arqueóloga, Anna Roosevelt, publicó en 1991 el resultado de sus investigaciones sobre el poblado de Marajó, ubicado en una isla de la desembocadura del Amazonas. A contraposición de lo que Meggers y Evans afirmaron sobre el mismo poblado cincuenta años antes, Roosevelt concluyó que Marajó fue uno de los logros culturales indígenas más extraordinarios del Nuevo Mundo, un centro neurálgico que existió durante más de mil años, que posiblemente tenía más de 100.000 habitantes, y abarcaba miles de kilómetros cuadrados (Lehmann, 2010).

La cultura de Marajó habría sido tan ordenada, hermosa y compleja como la que existió en otros lugares de América como Cuzco y Tenochtitlán. Sus gobernantes habrían dirigido sin necesidad de imponer un gran aparato estatal de control, como hicieron los Incas y Aztecas. En concordancia con la afirmación de Michel de Montaigne en 1580 (citado por Mann), “los habitantes del Amazonas no conocen los números, no tienen palabras para gobernantes o superior político, ni costumbre de subordinación, ni ricos ni pobreza … ni ropa, agricultura o metales. Viven sin esfuerzo ni trabajo en una generosa jungla que les proporciona con prodigalidad todo lo que necesitan”.

Las investigaciones de Roosevelt en otro lugar, la Cueva de Pedra Pintada (Estado de Pará, Brasil), encontró restos de poblamiento humanos de 13.000 años de antigüedad. Datación que es un elemento más que refuerza la tesis del poblamiento temprano del continente americano, y que confronta la tesis de la cultura Clovis. En otro estrato de la misma cueva, Roosevelt encontró restos de ocupación humana con 6.000 años de antigüedad, presentando gran cantidad de cerámica de colores, constituyendo la cerámica más antigua que se haya encontrado en las Américas. Este pueblo que elaboraba cerámica hace seis mil años es una demostración, según Roosevelt, de que el territorio Amazónico no constituyó un entorno limitador del desarrollo cultural, sino que fue una fuente de innovación social y tecnológica muy importante.

Otros arqueólogos como Michael Heckenberger (Universidad de Florida), James Petersen (Universidad de Vermont), Eduardo Goes Neves (Universidad e Sao Paulo) y Robert Bartone (Universidad de Maine), a partir de 1994, investigaron yacimientos arqueológicos en el Amazonas central. A diferencia de Meggers, la cual había afirmado 20 años antes que la cuenca del río tenía escasa importancia arqueológica, encontraron más de 30 yacimientos en la unión del Amazonas con  el Río Negro. La datación con carbono indicó que esos yacimientos tenían unos tres mil años de antigüedad, y que en el año 1000 a.c. constituían asentamientos humanos muy grandes.

En uno de esos 30 yacimientos excavaron 10 montículos de tierra hechos por la mano del hombre. En uno de ellos descubrieron 10 enterramientos, incluyendo una gran urna funeraria. La técnica para construir los montículos incluía la incorporación de millones de trozos de cerámica partida, la cual una parte de ella parece haber sido elaborada con el fin expreso de ser desechada en la elaboración de los montículos. En un solo montículo calcularon que existían 40 millones de piezas de cerámica partida, lo que sugiere que el tamaño del grupo humano que los construyó debía ser enorme (muy superior a los mil habitantes que puso Meggers como límite superior de las poblaciones amazónicas).

En 2003, Heckenberger, Petersen y Neves publicaron algunas conclusiones de su investigación, en la cual habían encontrado restos de 19 grandes aldeas unidas por una red de amplios caminos y que formaban parte de un plan regional sumamente elaborado, las cuales existían para los años 1250 y 1440 d.c. Por las dimensiones de los restos encontrados, el conjunto de esas poblaciones podían albergar de 200.000 a 400.000 habitantes (que las convertiría en una  de las zonas más densamente pobladas del mundo para la época), cifra totalmente contrapuesta con las aportadas por Meggers.

El gran aporte de esta civilización amazónica sería la Terra Preta, la construcción de Junglas Antropogénicas capaces de alimentar a centenares de miles de personas y que se perpetúan en el tiempo. Los pueblos indígenas de esta región desarrollaron una agricultura que, a la postre, culminó en una revolución agraria y cultural. Se produjo una estructuración político-social de gran alcance que vinculaba a diversos pueblos aborígenes de etnias distintas. En consecuencia, la Amazonía debiera entenderse como un paisaje cultural y centro de domesticación de diversas plantas y animales, en cuya transformación intervinieron numerosos pueblos (pertenecientes, entre otras, a las familias lingüísticas Arahuaca, Pano, Tupi-Guaraní, Caribeñas y Tipití).
Como afirma Charles Mann: “Durante mucho tiempo unos pobladores inteligentes, que conocían trucos que nosotros aún estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la Amazonia sin destruirla. Ante un problema ecológico, lo indios lo resolvían. En vez de adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en pleno proceso de formación de la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder” (Mann, 2006: 410).

La terra preta se compone de una compleja mezcla de:
·         suelo estéril original de la cuenca amazónica llamado oxisol ( de un color amarillo rojizo ).
·         carbón vegetal.
·         fragmentos de objetos de cerámica.
·         desechos orgánicos: residuos vegetales, heces animales y huesos de pescado.
·         varios miles de microorganismos de diferentes tipos.            

La “Terra Preta” es famosa por su gran productividad e incluso se extrae ilegalmente para luego ser vendida como mezcla para macetas y enmiendas del suelo en Brasil y Bolivia. Se utilizan sobre todo para producir cultivos comerciales como la papaya (lechosa) y el mango, que crecen alrededor de tres veces más rápidamente que en los suelos infértiles de los alrededores. Su mayor fertilidad se debe a los altos niveles de materia orgánica y los nutrientes como el nitrógeno, fósforo, potasio y calcio. Comparado con el suelo circundante, la Terra Preta puede contener tres veces más fósforo y nitrógeno, y como su color indica, contiene mucho más carbono (150 g de carbono por kg de suelo, frente a 20-30 g para el normal) y además sus estratos son mucho más espesos (desde 45 cm. hasta 1,5 mts. de profundidad). El carbón vegetal reduce significativamente la pérdida de nutrientes a causa de la lluvia, reteniéndolos con fuerza a los agregados del suelo.
Además, el mayor logro de los pueblos amazónicos sigue vivo. Los científicos del suelo que analizan la Terra Preta han encontrado en ella características asombrosas, especialmente su capacidad para mantener los niveles de nutrientes durante cientos de años. La investigación realizada por Heckenberger incluyó un huerto contemporáneo de lechosas (papayos) que se basa en un terreno de Terra Preta cuyas cerámicas componentes tiene una datación de mil años, lo que sugiere que el terreno ha conservado sus nutrientes durante un milenio.
La existencia de la Terra Preta descarta que la agricultura de “tala y quema” haya sido la técnica utilizada para cultivar la tierra por los indígenas amazónicos. Investigadores como Robert Carneiro, William Balée y Brian Ferguson, han concluido que el despeje de la vegetación selvática del Amazonas era imposible con las hachas de piedra de las que disponían los indígenas, pues implica un trabajo 20 veces superior (en tiempo) al que se necesita con las hachas de metal introducidas por los europeos (Mann, 2006: 400).
De acuerdo con estos investigadores, la técnica utilizada por los Yanomamis contemporáneos, de tala y quema de conucos mediante cultivos itinerantes, surgió luego de la invasión europea, cuando los yanomamis se vieron obligados a desplazarse de sus lugares originales en la cuenca del Amazonas, huyendo de las enfermedades y de las incursiones en busca de esclavos. Luego de un período en que practicaron la caza-recolección seminómada, los Yanomamis consiguieron en el siglo XVII las herramientas de metal que les permitieron desarrollar esa técnica agrícola de tala y quema que Meggers creyó que constituía el sistema original de cultivo de los indígenas precolombinos.
Según Charles Clement, botánico antropólogo del Instituto Nacional Brasileño de Investigación Amazónica, en Manaos, los primeros habitantes del Amazonas no desbrozaron la jungla como método para cultivar, sino la reemplazaron por una que se adaptara a la utilización por parte de los seres humanos. En vez de centrar su agricultura en cosechas anuales, se centraron en la gran diversidad de árboles del Amazonas (Clement, Denevan, Heckenberger, 2010).
En vez de plantar yuca y otros cultivos anuales en sus huertos hasta que la jungla los invadiese, plantaron una selección de árboles junto con la yuca (mandioca). De las 138 especies cultivables del Amazonas, más de la mitad son árboles. Los visitantes del Amazonas se asombran de que pueden pasearse por la jungla y coger constantemente frutas de los árboles, dice Clement. Eso se debe a que hubo gente que los plantó. Pasean por antiguos huertos.
Uno de esos árboles amazónicos es el Pejibaye, cuyo rendimiento por hectárea es mucho más productivo que el arroz, el frijol o el maíz. Este árbol no sólo suministra frutas, ricas en betacaroteno, vitamina C y proteínas, sino que al secarse permite hacer harina para tortillas, al cocinarse y fermentarse permite hacer cerveza, y su madera muy dura también es utilizada. Consideran que el Pejibaye fue producto de hibridación utilizando palmeras de distintas zonas cercanas, hace miles de años. A diferencia del maíz o la yuca, el pejibaye no necesita de cuidados por parte de los humanos. Cuando los yanomamis y otras tribus amazónicas abandonaron sus poblados en la cuenca del río huyendo de los europeos, lograron subsistir por décadas alimentándose de los huertos, de las selvas antropogénicas de sus antecesores.
CONCLUSIONES
La historia de la América precolombina debe reescribirse. Esa es la conclusión fundamental a la que se llega a partir de las más recientes investigaciones científicas en arqueología, genética, lingüística, antropología y estudios paleoclimáticos. Las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI han servido para modificar de una manera bastante radical la percepción sobre el poblamiento americano y sobre las culturas que se desarrollaron en este continente antes de la llegada de los europeos.
Aunque la existencia de grandes civilizaciones como los Aztecas e Incas había sido aceptada y estudiada desde hace varios siglos, la valoración general sobre las culturas precolombinas, incluyendo a estos grandes imperios, se ha modificado en la medida en que los investigadores han roto con los prejuicios culturales impuestos por el racismo eurocentrista, y se han aportado nuevos datos y perspectivas que colocan a la América antes de 1491 como un territorio en el cual surgieron importantes procesos civilizatorios que aún hoy no se conocen del todo, pero que de manera indudable colocan a la América en los primeros lugares del desarrollo cultural de la humanidad.
Abordando sólo tres aspectos de numerosos escenarios de investigación que están en pleno desarrollo: el origen del poblamiento americano, la civilización Caral como cultura primigenia a nivel mundial, y las civilizaciones amazónicas, aún por conocerse en profundidad éstas últimas, hemos intentado alertar sobre el necesario cambio de paradigma que debe producirse al valorar al continente americano en el contexto de la historia mundial.
El proceso de invasión, conquista y saqueo que se produjo a partir de 1492 en América, introdujo simultáneamente un discurso justificador, el cual fue perfeccionándose con los años y que sigue vivo en pleno siglo XXI. Ese discurso parte de considerar que los habitantes de América poseían una cultura inferior a la europea, y que por tanto era plenamente justificado su sometimiento y dominación, como mecanismo que los impulsara hacia un “estado civilizatorio” del cual eran incapaces de alcanzar por sí mismos.
En la práctica, la invasión europea significó la destrucción sistemática de todas las culturas originarias de América, incluyendo los grandes imperios de los Incas y los Aztecas, el saqueo generalizado de nuestras riquezas naturales (saqueo que aún pervive) y el sometimiento esclavista de la población indígena que logró sobrevivir al exterminio guerrerista europeo y a las enfermedades por ellos transmitidas.
Miles de años de civilización se disolvieron en pocos siglos de conquista y colonia. Con el tiempo, tanto los colonizadores como los colonizados terminaron olvidando la enorme riqueza cultural con la cual se tropezaron Colón y demás conquistadores. El discurso discriminador y negador de las culturas americanas terminó como fuente de verdad, y los posteriores desarrollos culturales republicanos de los siglos XIX y XX reprodujeron las explicaciones eurocéntricas sobre nuestros orígenes y nuestro pasado precolombino.
Consideramos que el auge de investigaciones científicas que revalorizan las culturas precolombinas y echan por tierra los falsos discursos de científicos defensores de las históricas formas de dominación imperialista occidental, tienen que ver con el resurgimiento general de la lucha de clases en Nuestra América en las últimas tres décadas.
No por casualidad, estas nuevas perspectivas científicas que redescubren una riqueza cultural que había sido sepultada por siglos de opresión colonial-imperial, convergen en el tiempo con las luchas y las conquistas que los pueblos latinoamericanos han logrado en casi todos los países de Nuestra América desde fines del siglo anterior y las primeras décadas del presente.
Postulamos un conocimiento histórico y antropológico que reivindique nuestra identidad nuestramericana, para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto material como espiritual de nuestras sociedades. Cada pueblo, al encontrar sus propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria de las sociedades originarias americanas es una de las tareas teóricas principales de esta hora de cambios.

Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 26 de septiembre de 2016.

BIBLIOGRAFIA.

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[1] Historiador. Profesor Titular de la Universidad del Zulia. Facultad Experimental de Ciencias. Licenciatura de Antropología. Correo: cruzcarrillo2001@yahoo.com.
[2] Estudiante de la Licenciatura de Antropología de la Universidad del Zulia. Correo: antropolatina@hotmail.com
[3] Estudiante de la Licenciatura de Antropología de la Universidad del Zulia. Correo: mileidy2424@hotmail.com

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